Mis inicios con el señor fotógrafo 3 (Alfredito)
La primer vez que probé un culito.
Mis inicios con el señor fotógrafo 3 (Alfredito)
Mi pueblo era pequeño, una plaza donde sobresalía la pequeña iglesia y al lado izquierdo la casa más bonita del pueblo que era la casa cural y ocupaba el resto de la cuadra, al lado derecho de la iglesia estaba un pequeño almacén y después un salón familiar. El único bar del pueblo estaba situado en el otro extremo de la plaza, alrededor estaban las casas de las personas más pudientes, eran casas de dos plantas, muy grandes y los balcones adornados con jardines de vistosas flores. El pueblo sólo tenía manzanas de casas alrededor del parque, la escuela quedaba a unos 200 metros detrás de la iglesia y yo vivía en el otro extremo del pueblo, la fotografía de don Sebas estaba ubicada en la parte posterior de la manzana derecha del parque. A unos 500 metros de la cabecera corría un río de aguas cristalinas donde en vacaciones íbamos a pescar y a bañarnos. Al pueblo no llegaba la señal de televisión que aún era en blanco y negro, muy pocas casas contaban con teléfono y el mayor entretenimiento en las noches familiares era escuchar la radio. La única alternativa de comunicación con la capital era un destartalado autobús que venía los domingos por la tarde y se volvía a ir el lunes en la mañana y llegaba el viernes en la tarde y volvía a irse el sábado en la mañana y un camión que venía cualquier día de la semana, pero sólo un día a la semana, a traer insumos y llevar lo que los campesinos del pueblo producían.
Ese miércoles madrugué a la escuela como todos los días y estuve mirando al niño que había visto en las fotos de don Sebas. A eso de la media mañana la profesora nos pidió que nos reuniéramos en parejas para hacer una actividad y como yo sabía que a este niño, que en ese momento nos le conocía el nombre, nadie lo buscaría para hacer las parejas esperé a que todos estuvieran organizados y quedamos él y yo solos, así que fui hasta donde él y empezamos a hacer la actividad, era un niño de modales finos que hablaba algo delicado, casi como una niña, lo que me gustó mucho y cuando terminó la clase seguí con él en el recreo. Supe que se llamaba Alfredo, que sus padres vivían en una de las casas del marco de la plaza, así que tenían dinero. Volvimos a entrar a clase y Alfredito estaba feliz de que yo fuera su amiguito y cuando salimos de la escuela me invitó a su casa, me presentó a sus padres y ellos estaban felices también por nuestra amistad, enviaron al muchacho que cuida el jardín a que le avisara a mi mamá que yo iba a almorzar allí y que me quedaría toda la tarde, nos mandaron a bañar, nos dieron una salida de baño de tela de toalla, a Alfredito una blanca y a mí una de color amarillo pálido y le dijeron a la señora que ayudaba en la casa que me lavara mi ropita. La casa era enorme, estaba construida con pisos de madera pulida y brillante, en la primera planta estaba una sala principal que permanecía con la puerta cerrada, y al otro lado una antesala que era la de uso diario para la familia, con poltronas muy cómodas en terciopelo rojo y madera pintada color dorado, un gran patio en piso de cemento con una gran cantidad de plantas de flores de brillantes colores, después estaba el comedor principal, al frente una enorme cocina con refrigerador, y al fondo un solar con árboles frutales. Detrás de la sala principal unas escaleras que conducían a la segunda planta, donde había cuatro habitaciones, la alcoba principal con balcón a la plaza y la de Alfredo en la parte posterior con ventana al solar.
Me fui con Alfredo para su habitación a hacer los deberes escolares, que ese día eran más bien pocos, a eso de las dos de la tarde la servidumbre se marchó y cuando estábamos por terminar sus padres nos avisaron que tenían que irse y que quedábamos solos en la casa. Todo estaba poniéndose a mi favor y esperé poder ver a aquel hermoso niño desnudito esa misma tarde. Después de terminar las labores, Alfredito estaba feliz conmigo, me ofreció dulces, torta quería compartir conmigo sus juguetes y aunque yo nunca había tenido la posibilidad de jugar con ese tipo de juguete tan fino, mi propósito era otro. Nos sentamos en el borde de su cama y comenzamos a contarnos cosas de nosotros, de nuestras mamás, de la escuela y cosas así, yo traté de llevar la conversación a cosas más íntimas y le dije que me gustaba mucho pasar por la fotografía de don Sebas porque allí había una foto de una mujer desnuda, él me confesó que también le gustaba hacer lo mismo, le dije que mi pipí se ponía todo duro y me volvió a confesar que a él también, ya más audaz de una vez le pregunté
— ¿Usted se sabe hacer la pajita? — él me miró sorprendido, el rubor se le subió a las mejillas, bajó la cabeza y me miró tímidamente
— ¿Por qué? ¿Qué le han dicho de mí? — lo miré extrañado
— Nada, ¿Por qué me pregunta eso? —
— Es que mi mamá me sorprendió el otro día haciéndome la pajita y de pronto ella le contó a su mamá…—
— Si su mamá lo quiere a usted, ella no le contaría a nadie, ni siquiera a su papá—
— ¿De verdad lo cree? — y yo para tranquilizarlo
— Estoy seguro—
— ¿Usted me promete que no le va a decir a nadie de esto? —
— Se lo juro por lo más sagrado que por mi nadie va a saber esto y para que quede más seguro le voy a decir a usted que a mí también me gusta hacerme la pajita— el niño respiró aliviado, se levantó de la cama levantó un poco el colchón y sacó una revista y me la entregó y se sentó a mi lado, eran fotos de hombres y mujeres desnudas y a mí se me fue parando mi pipí, cuando terminamos de ver la revista le dije muy tímidamente
— Se me está parando mi pipí—
— A mí también ¿Me lo dejas ver? — lo miré fingiendo extrañeza y haciéndome el difícil, pero él insistió
— si usted me deja ver primero el suyo…— le dije
— Yo sí, claro— y de una se despojó de su salida de baño quedando completamente empelota frente a mis ávidos ojitos, con su hermosa veguita toda paradita, muy parecida a la mía, pero con unas bolitas un poco más grandes y el forrito todo tensionado que ocultaba su cabecita y su único ojito mirando hacia arriba y después se volvió a cubrir
— Bueno, ahora le toca a usted— me dijo y como tenía que cumplir mi parte del trato también me abrí mi salida de baño dejando que él me viera mi verguita toda paradita y en un arrebato de audacia, me despojé de ella quedando empelota del todo y como sabía que en la casa no había nadie me subí a la cama y empecé a brincar en ella haciendo que mi verguita rebotara, Alfredito no me quitaba la mirada recorriendo todo mi cuerpecito, me arrodillé en la cama con las piernitas abiertas y dándole la espalda y sentí su suave manita acariciar mis nalguitas, me retiré jugando un poco con él y también sacó valor y se empelotó del todo y comenzamos a correr por la habitación los dos empelotica, después él salió de la habitación y corrimos por toda la casa, fuimos así empelota a la cocina y comimos un trozo de torta y volvimos a la habitación, volvió a levantar el colchón y sacó otra revista, esta si era con un historia de un hombre y un mujer y me propuso
— Juguemos a que hacemos lo que hacen los de la revista— y yo muy entusiasmado acepté
— Pero ¿Quién va a ser el hombre y quién la mujer? —
— Pues si quiere yo soy la mujer y usted el hombre— me dijo con entusiasmo y yo acepté de la misma forma. Me llevó a un pequeño cuarto que había detrás de la cocina algo oscuro y muy desorganizado, sacó una caja redonda y de color rosa y sacó un vestido de niña y se lo puso, era un vestido color rosa, con muchas enaguas y le quedaba un poco corto, le metí mi mano bajo su vestido y le toqué las nalguitas, pero me dijo que todavía no, que apenas íbamos a jugar, a mí me dio unos pantalones de hombre que me quedaban exageradamente grandes y me los tenía que sujetar con ambas manos para que no se me cayeran y cuando subíamos las escaleras al segundo piso dejé que pasara adelante para verle bien esas preciosas nalguitas. Llegamos a la habitación y abrimos la revista y en la primera página habían un hombre y una mujer besándose, ninguno de los dos, en medio de nuestra inocencia, sabíamos lo que estaban haciendo, pero unimos nuestros labios y un impulso primario me empujó a chuparle los labios delicadamente y él respondió haciendo lo mismo, en la segunda página, el hombre le estaba chupando una teta a la mujer, así que Alfredito bajó su vestido y también le chupé uno de sus sonrosados y tiernos pezoncitos, en la otra página ella le chupaba la verga al hombre, entonces mi hermoso amiguito hizo la mismo, me dejé caer los pantalones y él se metió mi verguita en su boca y me la empezó a chupar deliciosamente, no tan rico como lo hizo don Sebas, pero me gustó, en otra página el hombre le chupaba el coño a la mujer, entonces me agaché y empecé a chuparle su delicado pipí, era delicioso sentirlo latir en mi boca. Cuando llegamos a la página donde él le mete la verga a ella, lo miré sin saber que hacer, entonces sacó de su escritorio un frasco de vaselina y me dijo que se lo metiera por el culito, a mí me asombró su propuesta, pues inicialmente me pareció repugnante, pero el me tranquilizó diciéndome que él me garantizaba que no habría “accidentes”, en mi inocencia estaba desconcertado, pero él me dijo que no había problema, que el ya se había metido cosas más grandes, se quitó el vestido quedando empelota del todo, se puso en cuatro patas sobre la cama enseñándome impúdicamente su sonrosado e infantil culito y recordé lo delicioso que había sido cuando don Sebas me chupó mi culito y yo también quise hacerlo, con mis pulgares le separé bien las nalguitas para dejar aquel simpático agujerito bien expuesto, metí mi cabeza entre sus tiernas nalguitas y comencé a lamer con vigor los pliegues de tan apretada gruta, después mis labios chuparon y por último mi lengüita trató de entrar, pero el sendero era muy estrecho y no tenía fuerzas para violar aquel ansioso socavón, mi pipicito palpitaba con máxima dureza, le unté vaselina en el culito y para comprobar que por allí si entraría mi pipí, le metí un dedito completamente sin que él objetara, puse mi verguita toda dura en el surco que separa sus nalguitas y la rastrillé varias veces de arriba abajo y por último la enfrenté a la puesta de su recóndita gruta, empujé suavemente y fue entrando con relativa facilidad y en ese momento no supe que más hacer y me quedé quito deleitándome con la calidez y la suavidad del interior del culito de mi amado amiguito, hasta que él me sacó de dudas
— Hágale como si se estuviera haciendo la pajita en mi culito— así lo hice y fue la sensación más deliciosa que había sentido después de la sensación del orgasmo, lo tomé por la cintura y comencé a taladrarle esa esplendorosa gruta
— No se me vaya a venir adentro, que todavía hay mucho que gozar— me dijo y después de unos cuantos enviones, él mismo se desensartó
— Venga y guardemos este vestido, que de pronto lo ensuciamos— fuimos al pequeño cuarto y volvimos a guardar el vestido, yo no dejaba de mirarle esas maravillosas nalguitas y ahí mismo, en ese pequeño cuarto lo abracé por detrás, y se lo volví a meter, el volteó su cabeza y sus jugosos labios me invitaban a chupárselos, no desprecié la invitación y mientras mi pipí taladraba su adorable culito, mis labios chupaban los suyos y yo todavía no quería derramar mi lechita, así que se lo saqué y entre risas caricias volvimos a la habitación de Alfredo, una vez allí, me dijo
— A mi también me gustaría meterte mi pipí por tu culito—
— Es que a mi nadie me ha metido nada por mi culito— traté de excusarme, pues me daba un poco de temor
— Tranquilo, venga que al principio puede ser un poco incómodo, pero después le va a gustar mucho— me dijo mientras me acariciaba mis nalguitas. Yo seguía muy indeciso y él seguía insistiendo
— Mire también que no es justo, usted ya me dio a mi por el culo y usted no se quiere dejar— ante esta razón
— Bueno, pero me hace pasito— le dije con temor
— Venga pues póngase en cuatro— accedí, me subí a la cama y abrí bien mis piernitas dejándole expuesto mi virginal culito, pero se puso de rodillas frente a mí
— Chúpemelo primero hasta que se me ponga bien durito— ordenó y obedecí y me volví a meter aquella deliciosa golosina en mi boca y comencé a chupárselo ávidamente, con mi manita le tomé sus delicadas bolitas mientras que mi dedito medio incursionaba por su culito, ese hermoso instrumento se puso completamente duro en mi boquita y yo sentía con deleite como latía, me lo sacó de mi boca, se ubicó detrás de mí y sentí como me untaba aquella sustancia en mi temeroso culito, empezó a masajeármelo por los bordes despertándome deliciosas y placenteras sensaciones, después metió uno de sus deditos en mu culito y empezó a moverlo en círculos y muy lentamente, la sensación no fue muy placentera, pero yo me aguanté, después metió otro de sus deditos, relejé mi culito para poder recibir aquel amoroso ataque y la sensación de desagrado fue desapareciendo para darle lugar a una sensación un poco más placentera, sacó sus deditos de mi culito y sentí como su adorable verguita recorría el surco de mis nalguitas en repetidas ocasiones provocando que se me erizara la piel cuando su cabecita rozaba mi culito y en una de estas pasadas, ese hermoso ariete derribó la resistencia de mi íntimo castillo para entrar victorioso en él. Sentí como su verguita entró completamente en mi culito cuando su pelvis chocó contra mis nalgas, después recorrió casi toda su extensión de salida para volver a entrar, en cada arremetida que hacía la verguita de Alfredito en mi culito, la sensación de desagrado fue cambiando mucho más agradable hasta tornarse en realmente placentera, sus arremetidas eran algo violentas que hacían sacudir mi pequeño cuerpecito y yo ya lo estaba disfrutando realmente, cuando escuché una fuerte voz masculina
— ¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ? — miré a la puerta y estaba el papá de Alfredito con cara de pocos amigos mirándonos con una expresión de enojo grande, las manos en la cintura y los pies separados, con ese enorme susto, casi me desmayo y lo único que atiné a hacer fue a desensartarme de Alfredito y cubrir mi erección con mi manitos mirándolo con terror. Alfredito, por su parte al verse sorprendido, con una expresión de terror similar también ocultó su erección con sus delicadas manitos y un muy sentido llanto afloró acompañado de abundantes lágrimas
— Papi, perdóneme… perdóneme… perdóneme…— suplicaba y se arrojó a los pies del hombre, ante esta situación la actitud del papá de Alfredito cambió y me miró, ya no enojado, sino con reproche mientras que Alfredito seguía en compulsivo llanto suplicándole el perdón a su papá, el hombre lo miró compasivo
— Papi, yo no lo vuelvo a hacer…— el hombre se agachó, lo tomó muy delicadamente por los hombros
— Venga mijo, tampoco es para tanto— el niño se incorporó con su carita llena de lágrimas y cubriendo con sus manitas sus tesoritos, el papá lo condujo a la cama y se sentaron en el borde
— Mijo, lo que ustedes estaban haciendo no está bien para niños de su edad, es natural que exploren sus cuerpos, pero lo que ustedes hacen es para personas mayores…— y así siguió hablando por unos minutos mientras que el niño le prestaba atención con la mirada en el suelo, sollozando en ocasiones, el padre le levantó la carita tomándolo por el mentón y secándole las lagrimas que tenía regadas por toda su carita
— Tranquilícese mijo, si a usted le gusta jugar así, juegue con su amiguito, pero tenga mucho cuidado de no contarle esto a nadie, que nadie se de cuenta de estos juegos que usted hace porque hay gente mayor que es muy mala y se podrían aprovechar de usted y hacerle daño ¿Ustedes ya saben hacerse la pajita? — me miró y miró a Alfredo
— Si señor…— le dije bajando la mirada y Alfredo también le respondió afirmativamente
— También les recomiendo que no abusen, yo sé que es muy rico, pero deben controlarse, eso los debilita mucho y se tienen que alimentar muy bien. No más de dos veces al día— ya estábamos mucho más tranquilos
— Papi ¿Usted le va a contar a mi mamá? —
— No mijo, tranquilo—
— ¿Me lo promete? —
— Si mijo, se lo prometo ¿No me cree? —
— ¡Ay, papi! Es que no estoy muy seguro…—
— ¿Qué quiere que haga para que me crea? — la mirada de Alfredito se tornó algo malévola
— Yo le creo si usted hace algo que mi mamá tampoco deba saber…— el hombre lo miró con algo de intriga, sospechando que algo muy fuera de lo común sería el pedido del niño
— Es que si usted…— hizo una breve pausa indeciso— si usted me…—
— ¿Si yo que, mijo? —
— Si usted me muestra su pipí… mi mamá no debería saberlo—
— ¿Cómo? ¿Aquí? ¿En presencia de Adrián? —
— Si papi, usted ya nos vio empelota, ya vio cuando yo le estaba metiendo mi pipí por el culito a él…— Alfredito le puso su manita en el muslo y yo lentamente fui retirando mis manitos de mi entrepierna dejando expuesto mi flácido pipí aprovechando que el papá estaba mirando para otro lado. El hombre se quejó
— ¡Que muchacho tan malo! — dijo poniéndose de pie y decidido a salir de la habitación
— Papi, no sea malito, vea que tenemos muchas ganas de verle el pipí— el hombre nos miró resignado, se desabrochó la correa y dejó caer sus pantalones y ¡Oh! Sorpresa, no traía ropa interior y pudimos ver debajo de una pelvis con una tenue sombra de vellos, un enorme badajo, mucho más grande que la de don Sebas y aunque no estaba parado del todo, tampoco estaba flácido, con un par de bolas enormes, el hombre recogió sus pantalones y se dio media vuelta para salir
— No papi, no se vaya todavía que quiero verlo más de cerca—
— No mijo, después que su mamá me está esperando afuera, recojo algo y me voy. No se olviden de lo que les dije— y salió dejándonos sentados sobre la cama, empelota y con nuestras verguitas todas caídas y untadas de vaselina. Nos miramos sin saber que hacer
— Que susto tan grande…— dije suspirando aliviado
— Si, yo también me asusté, menos mal que todo salió bien—
— Más bien vamos a lavarnos los pipís— él aceptó mi invitación y los dos salimos de la habitación tomados de la mano, así empelota sin ninguna malicia, nos lavamos las verguitas y los culitos y mientras lo hacíamos nuestros pipís intentaron levantarse, pero después de ese susto, no teníamos ánimos para nada, así que me despedí y me fui para mi casa.
Es de agregar que todo lo que sucedió con Alfredo, es producto de mi fantasía, aunque Alfredo sí existió, era un niño retraído y me gustaba mucho, tanto que fue el centro de mis fantasías en innumerables pajas, nunca permitió que me le acercara pese a que yo lo intenté varias veces.
Si te gustó mi relato, me gustaría recibir tus comentarios en mi correo [email protected] Pronto continuaré con esta aventura
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!