Mis inicios con los hombres
Aunque llevo vida de hetero desde muy joven he sentido atracción y he tenido relaciones con hombres, En este relato contaré mis primeras aproximaciones y experiencias en el mundo gay..
Hola a todos.
Soy un hombre de mediana edad, moreno, deportista con buen cuerpo, masculino y sin pluma. Siempre me consideré hetero, porque la sociedad me empujaba a ello y porque las mujeres me gustan, estoy casado con una mujer y disfruto mucho el sexo con ella y ocasionalmente con otras. Pero casi desde mi infancia la vida me ha ido dando señales de que había algo que las mujeres no me podían dar y que también me podía gustar. Siempre he sido muy activo sexualmente, de una manera o de otra. A veces pienso que soy adicto al sexo, cosa de la que no me arrepiento y a estas alturas de la vida he probado casi de todo. En este relato voy a contar cómo en la pubertad empecé a descubrir que sentía cierta atracción por los hombres y las pollas y cómo fueron mis primeros acercamientos a este mundo.
Yo tendría unos 13 años cuando descubrí que mi primo, 5 o 6 años mayor que yo, guardaba en un cajón de su casa revistas porno. Yo en aquella época me la pelaba como un mono y descubrir ese tesoro (entonces no había internet ni tenía acceso a revistas ni vídeos porno) sólo hizo acrecentar mi furia pajillera y despertar más mis fantasías calenturientas. Mi primo vivía en mi mismo bloque y todos teníamos las llaves de todos, era normal entrar y salir del otro piso como si fuera el nuestro, por lo que cuando sabía que no me verían iba a la habitación de mi primo y pasaba todo el tiempo que podía viendo esas revistas. Había una llamada Trío y trataba de eso mismo, todo imágenes de 3 personas teniendo sexo, siempre hetero y casi siempre con dos mujeres y un hombre, pero el último reportaje era distinto. Aparecían follando de todas las formas posibles un hombre, un travesti (con peluca, sin pecho y un buen rabo) y una transexual, (hormonada con grandes pechos, pelo largo natural, muy femenina y una pequeña polla que no empalmaba). La primera vez que lo vi no me gustó nada, pero cada vez que abría el cajón esa era la revista que primero agarraba y siempre, con curiosidad, acababa echándole un vistazo morboso, con muchos remordimientos por si eso me convertía en «maricón», a ese último reportaje que se llamaba Ensalada de pollas. Sí, aún lo recuerdo, de hecho no me acuerdo del resto de las imágenes de esas revistas, pero recuerdo perfectamente las de ese último apartado. En especial una imagen en la que el travesti le metía su gran polla en el culo al tío, tumbado en el suelo mientras él se la chupaba a la transexual. Aun puedo recordar la cara de placer del hombre al ser follado y ahora, muchos años después, le comprendo perfectamente.
En esos tiempos poco más de mi día a día hacía presagiar que tiraría por ese camino plagado de nabos. Pero al llegar el verano mis padres me enviaban a campamentos tipo scout en el campo, allí era normal que durmiéramos en cabañas 8 o 9 chicos juntos y estando todos con las hormonas revolucionadas eran normales las «pajas comunitarias», cada uno en su cama se la cascaba, a veces alguno que era mayor traía una revista porno y nos daba a cada uno una hoja para que nos pusiéramos en acción, pero yo casi nunca me masturbé en esas ocasiones, era muy pudoroso y pensaba que hay ciertas cosas que no se pueden hacer en público. Lo que sí hacía era masturbarme luego en el cuarto de baño yo sólo, con la hoja de la revista porno y el recuerdo de las 8 pollas de mis compañeros corriéndose casi a la vez.
Un verano, cuando tenía 16 años, fui a un lugar donde las cabañas eran habitaciones sólo para dos personas y el compañero que me tocó era un chico de mi misma edad. Era tímido, de ojos claros y muy afeminado. El típico chico que todavía no ha descubierto que es gay, o no lo reconoce abiertamente, pero que se juntaba solo con chicas y que sufría las burlas de los «machotes» por su tono de voz y sus movimientos. Yo tenía un trato correcto con él dentro de la habitación pero que se limitaba a saludarnos y poco más, e inexistente fuera porque teníamos círculos diferentes.
Pero la última noche fue distinta. Ya en la habitación ninguno teníamos ganas de irnos a dormir, como una forma de prolongar el campamento hasta el último segundo, y después de hacer las maletas empezamos a preguntarnos si íbamos a repetir al año siguiente y en qué otros lugares habíamos estado en veranos anteriores. Pronto salió el tema de las pajas comunitarias, las revistas porno y el sexo y poco a poco, con nuestra conversación, nos fuimos calentando. Aún así, los dos éramos muy tímidos como para ir más allá. Al rato decidimos jugar al póker:
Él- ¿Y si apostamos dinero de verdad para darle más emoción?
Yo- Pues yo estoy pelado, después del mes entero aquí no me queda nada. – Sin pensarlo, sorprendiéndome a mi mismo y como de broma, quizás caliente todavía de la charla anterior, y con curiosidad de hasta donde llegaría su supuesta homosexualidad le dije:
Y- Mira, por apostar algo, ya que no tenemos dinero el que pierda le hace una paja al otro.
Me miró con los ojos muy abiertos y rápidamente aceptó (yo tragué saliva…a ver por dónde salía la cosa). Nos sentamos en el suelo con las piernas cruzadas y empezamos a jugar.
Desde el primer minuto me di cuenta que mi compañero quería perder, jugaba sin pensar, echando las peores cartas posibles y realizando malas jugadas adrede. Conforme el juego avanzaba estaba claro que yo sería el que me ganaría esa paja y empecé a excitarme. Mi polla crecía poco a poco y la punta se abrió paso entre los boxer y la pernera corta del pijama que llevaba. Yo no traté de esconderlo, de hecho abrí un poco más las piernas para asegurarme que me veía mi miembro, que aún sin empalmar del todo, al poco tiempo, ya sobresalía por la pierna izquierda mostrando parte del glande circuncidado. Mi compañero se percató, pero no dijo nada. Los ojos le brillaron, se mordió el labio inferior y la respiración se le aceleró. En un principio hizo el gesto de colocarse su paquete para posteriormente empezar a acariciarse suavemente la polla por encima del pijama. La tela fina evidenciaba que tenía un buen aparato, que crecía por segundos, pero más pequeña que la mía, que a esas alturas ya estaba dura a reventar y sobresalía con un hilito de precum mojando mi muslo.
Si no fuera por la excitación la situación era casi cómica viendo como mi compañero jugaba a las cartas con una sola mano, echando los naipes sin mirarlos, ansioso por acabar la partida y echarle el guante a mi rabo. Nada más terminar la última mano, sin darme tiempo a soltar mis cartas se abalanzó sobre mi y me agarró la polla.
Era la primera vez que alguien que no fuera yo me la tocaba, la sensación resultó extraña y unido a los prejuicios y miedos que en esa época aún tenía me llevaron a darle un fuerte manotazo, me puse de pie y casi le grité:
Y- ¿Pero qué haces, tío?
Sorprendido y algo avergonzado contestó:
E- He perdido, hago lo que tú habías dicho.
Y- ¿Pero no te has dado cuenta que era de broma? ¿No te pensarás que soy maricón?
Con cara de rabia se levantó, se bajó de golpe los pantalones y la ropa interior, mostrando un pene alargado y delgado, curvado hacia el techo y dijo.
E- Lo que tú digas, pero yo no me pienso quedar así.
Y de manera frenética, casi con furia, empezó a pajearse delante de mi mirándome a los ojos mientras se reclinaba en la pared.
Hipnotizado por la escena, en voz baja musité «Yo tampoco». Me desvestí también y de manera más pausada empecé a masturbarme, observando cómo mi compañero movía de manera acompasada la cadera mientras su mano subía y bajaba. Sus primeros gemidos «»mmmm», «aaaaah», «aaaaaaahhhh», dieron paso a palabras cada vez en voz más alta «me voy a correr, me voy a correr!». Antes de que empezara a gritar de placer, sin soltar mi polla me adelanté 2 pasos y le tapé con mi mano libre la boca, apretando sin miramientos su cabeza contra la pared.
– Cállate mariconazo, que te van a escuchar. – Le ordené.
Con sus ojos casi en blanco y los jadeos sofocados por mi mordaza un orgasmo estremeció su cuerpo y soltó un primer chorro de leche que saltó casi dos metros. Con el segundo trallazo las rodillas le temblaron. Todavía tuvo un par de sacudidas más correspondientes a otros tantos lefazos que le dejaron completamente sin aliento. Mis ojos no perdieron detalle, estaba viviendo desde dentro una película porno, y el papel dominante, casi violento, que yo había tomado me excitó sobremanera. Sin dejar de apretarle la boca seguí pajeándome hasta que tuve la que había sido la mayor corrida de mi vida. Puse especial intención en que todo mi semen, caliente, espeso y abundante le cayera sobre su vientre y su propia polla. Una vez descargado me vino ese sentimiento de culpa que tantas veces he sentido. Inmediatamente, sin decir palabra, me separé, apagué la luz y me acosté. En la penumbra de la habitación me pareció ver cómo mi compañero pasaba la mano por su barriga, se la llevaba a la boca y se acostaba también.
Esa noche apenas pude dormir. El placer sublime vivido se mezclaba con mil pensamientos que me atormentaban «¿soy maricón?, ¿nos habrán escuchado? ¿y si se lo cuenta a alguien? Casi estaba amaneciendo cuando me quedé profundamente dormido, tanto que no le escuché salir y cuando desperté mis padres ya me esperaban en el recibidor. Me vestí rápidamente, terminé de ordenar la maleta y bajé todavía confundido. En el aparcamiento le vi junto a su familia, me miró y me dedicó una sonrisa silenciosa y amable a la que correspondí de igual manera. Nunca volví a verle ni a saber nada de él. Sé que no me porté bien, todavía no estaba preparado para dar el paso y aceptar ciertas cosas, pero durante mucho tiempo, y aún casi 30 años más tarde, hay noches en las que estoy solo en la cama y me excito fantaseando que aquel chico tímido de mirada clara me masturba hasta que me corro en su cara.
Próximamente seguiré contando cómo fueron mis siguientes experiencias (todas reales). Espero que os haya gustado.
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