Mis monstruos del sexo (I): Violación
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por MonsterGuy.
En la primaria, conocí a unos chicos de sexto grado que no tardaron en hacerse amigos míos. Durante los descansos nos reuníamos y jugábamos, como niños. Me sentía muy bien con su compañía y no quería dejar de estar con ellos. Eran dos en especial los chicos con los que entablé una buena amistad. Se llamaban Chris y Serge, ambos me doblaba la estatura y, aunque nos encontrábamos en polos opuestos —yo en primer grado, y ellos en sexto—, no se nos dificultó ser amigos.
Un día, durante el descanso, Chris se reunió conmigo y me dijo que quería enseñarme un juego muy divertido. Siendo yo un niño, la idea me emocionó muchísimo. Recuerdo que Chris me dijo:
—Roberto, el juego que te voy a enseñar, sólo puede ser jugado en el baño— me avisó con un susurro en mi oreja.
—¡Quiero jugarlo ya! —exclamé con ansiedad.
El recreo se desarrollaba con habitualidad cuando entramos al baño. Aunque había estado muy emocionado al principio, al entrar al baño las dudas me asaltaron: ¿Qué juego tan divertido se podría jugar en un baño?
Chris me pidió con amabilidad que entrara con el al mismo cubículo. Quizás se trataba de una travesura y no me quería quedar sin participar. En el cubículo, la luz llegan a duras penas, oscureciendo casi por completo aquel espacio reducido. Me moría de las ganas por empezar el juego divertidísimo que Chris había prometido enseñarme.
Chris se comenzó a desabrochar el pantalón y se bajó la bragueta. Imaginé que le habían dado ganas de hacer pipí, así que no me sorprendí, pero me sentí un poco incómodo. La sorpresa llegó cuando no se dio la vuelta para orinar en inodoro que estaba a su espalda, sino que se bajó los calzoncillos y liberó su enorme pene que quedó apuntando directamente hacia mi cara. No podía creer lo que estaba viendo. Con ocho años, se me hizo fácil comparar aquella cosa larga y gruesa con un gusano. Algo que me resultó difícil de procesar fue el hecho de que aquel pene tenía descubierto el glande rosa que debería de estar cubierto por una capa de piel, como mi pene. Lo sé, es ridículo, pero era un niño. Y mis proyecciones sobre las cosas eran únicamente las que podía notar en mi propio cuerpo, por eso, aquel pene oscuro me pareció extraño al compararlo con el mío que era pálido y pequeño. También alcancé a distinguir unos testículos flácidos y colgantes que eran aún más oscuros que el gusano de Chris. Pero lo que más me sorprendió fue el pelo negro y rizado que enmarcaba aquello a órganos genitales y que me parecía lo más raro del mundo porque jamás había visto algo así. Comencé a sentirme aún más incómodo, pero para romper el hielo, Chris me pidió algo asqueroso:
—Tócalo.
Evidentemente, me estaba pidiendo que toque su pene y la idea me repugnaba. En seguidas me negué rotundamente. Chris insistió unas cuantas veces más pero me mantuve firme. Yo estaba esperando por el juego que me había prometido. Inmediatamente, Chris decidió hacer otro movimiento.
—Métetelo a la boca —me pidió silencioso.
¿En realidad me estaba pidiendo que me metiera a la boca su enorme gusano peludo? Mi asco se propagó por todo mi cuerpo y me negué nuevamente. La frustración de Chris se hacía evidente.
—Vamos, hazlo —insistió—. Sabe rico.
Dudaba que algo tan feo como aquel gusano supiera rico, además, podía ver cómo escurría un liquido transparente que se embarraba en el piso.
—No quiero hacerlo—le contesté.
Afortunadamente, el timbre que daba por finalizado el recreo, se había hecho sonar. Quizá ahora podría escapar de tan vergonzoso aprieto.
—Ya tocaron, debo de irme a mi clase —le informé.
—Espera. Bájate los pantalones —rogó como último recurso.
Mi pudor era inmenso y bajarme los pantalones no figuraba en las cosas que quisiera hacer frente a alguien pero, tal como estaban las cosas, creía que si no lo hacía, Chris no me dejaría marchar, así que lo hice.
Con todo el pudor del mundo en mi cuerpo, me bajé los pantalones y dejé ver mis calzoncillos que, recuerdo perfectamente, eran color verde oliva. Chris me pidió que me bajara los calzoncillos pero eso ya no lo podía hacer. Era demasiado dejarle ver mi piel blanca y virgen porque me daba muchísima vergüenza.
Pero lo hice. Me bajé los calzoncillos y dejé a su merced mi trasero blanco y pequeño. Chris me hizo una nueva petición:
—Date la vuelta, por favor.
Yo no sabía a dónde quería llegar Chris al hacerme peticiones de ese tipo. Mi pudor se desenfrenaba pero temía que, de no obedecerle, no me dejara marcharme, así que me di la vuelta. Las enormes manos de Chris me tomaron por las nalgas y las apretaron con fuerza. Enseguida, sentí como sus dedos pulgares se acercaban a mi pequeño ano y cómo servían de palanca para separar mis suaves nalgas y dejar expuesto mi orificio anal. La vergüenza que sentía se hacía cada vez más intensa, pero no podía hacer nada para detener a Chris, que se había agachado, quedando su rostro a la altura de mi ano. En ese momento, vino algo peor. Sentí una humedad inadvertida en mi ano, que se movía como un gusano de arriba abajo. Por momentos, podía sentir un pequeño nódulo de carne que hacia presión en mi agujero y que lo embalsamaba cada vez más. No tardé en notar que era la lengua de Chris… ¿Cómo podía estar haciendo eso? ¿A qué ser humano se le podía ocurrir lamer el trasero de alguien más? No encontraba respuesta para ninguna de mis cuestiones, así que cerré los ojos y dejé que pasara lo que tuviera que pasar.
Mala idea. Sentí que mi agujero se abría para dar paso a un intruso. Se sentía como si me estuvieran metiendo un pequeño palo, luego salía y sentía la saliva de Chris en mi ano de nuevo. Cada vez que el pequeño palo se introducía en mí, podía sentir que la lengua de Chris se hundía en mi ano más y más profundo. Eran sus dedos, me percaté, los que entraban y salían de mi agujero. Primero uno, luego la lengua, luego dos, luego la lengua. Era un proceso que no se detenía hasta que comencé a sentir que me estaba abriendo y abriendo. Después, Chris me susurró.
—Te voy a meter algo y lo vas a sentir muy rico.
¿Me iba a meter algo en mi agujero? ¿A caso eso era posible? No me negué, y asentí. Chris me ordenó que me subiera al inodoro y así lo hice. No habían pasado ni dos segundos de subirme cuando sentí las manos de Chris en mis nalgas de nuevo, separándolas para dejar expuesto mi ano dilatado. Sentí una presión en esa parte tan púdica de mi cuerpo y quise gritar, pero no podía, ya que, sin que lo notará, Chris había puesto una de sus manos sobre mi boca, sellándola para que no pudiera proyectar grito alguno. Seguramente, su pene era el que se estaba encajando en mi interior. Lo pude adivinar por la forma cilíndrica que sentía hundirse dentro de mí. La cabeza de su pene entró con un poco de dificultad a mi interior, ya que del tamaño que estaba, enorme y gruesa, mi estrecho a ano, aunque ya dilatado, no era suficientemente grande para albergarlo. Sin embargo, optó por hundirse mientras las lágrimas de aquel agudo dolor se derramaban por mis mejillas y empapaban sus manos. Y después de aquella gruesa cabeza entró en mí, sentí cómo, en tan imperceptibles dos segundos, todo su enorme y largo gusano resbaló, hasta toparse con lo más hondo de mi cuerpo. No podría describir el dolor que sentí al ser penetrado, pero sí podía llorar y llorar mientras Chris me tranquilizaba:
—No llores… Verás cómo comenzarás a sentir rico esto.
Chris comenzó a bombear su enorme gusano en mi ano dilatado. Entraba y salía con dificultad, dado el estrecho camino que podía ofrecerle pero, en un minuto más o menos, sus embestidas se comenzaron a hacer más ágiles, ya que mi ano se había dilatado lo suficiente. Lo pensé bien y era como meter un pie talla siete en un zapato talla cinco. Pero aún así, entraba y salía y yo lloraba. Sentía que me iba a partir en dos pedazos y la espera se me hacía eterna. No me había terminado de torturar el dolor cuando escuché un gemido por parte de Chris. Y luego otro más. Después, sentí cómo se derramaba algún líquido extraño por entre mis piernas mientras Chris salía de mí. Me sentí bien porque aquel gusano había dejado mi cuerpo, pero me sentí mal porque un enorme vacío se apoderó de mí. Chris me soltó y me destapó la boca. Mis lágrimas comenzaron a correr con mucha más desesperación.
—¡Ya me tengo que ir! —gemí.
—Está bien, está bien —accedió Christian mientras guardaba en sus pantalones aquel gusano oscuro y peludo. Antes de salir del baño, me pidió lo siguiente:
—Roberto, esto que acaba de pasar no se lo puedes contar a nadie. Ni siquiera a tus papás, ¿entiendes? —la desesperación en su voz.
—Está bien.
—Es nuestro secreto.
Ese sueño me atormentó, más o menos por un par de años, y era tan grande mi traumatismo, que me siento bendecido de haberme subido los pantalones justo en el momento en el que Chris me pidió que me bajara los calzoncillos y también de haber huido. Estoy seguro de que, si me hubiera bajado los calzoncillos, el sueño que me estuvo acosando, se hubiera convertido en una cruel realidad.
Más tarde comprendí que estuve a punto de ser una víctima de violación pero, aunque Christian no logró su cometido, no puedo dejar de culparlo por iniciarme en el mundo del sexo ni por las pesadillas posteriores que se fueron esfumando paulatinamente.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!