Mis monstruos del sexo (II): Juegos de Niños
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por MonsterGuy.
Otro amigo. Esta vez, era un niño tartamudo llamado Ariel. Tenía la misma edad que yo, pero su cuerpo estaba mucho más desarrollado que el de todos los demás. Iba casi todas las tardes a su casa para jugar cosas infantiles hasta que, un día, se me ocurrió un juego realmente excitante y, como sus papás estaban ausentes, debido a sus trabajos, se dieron las condiciones oportunas.
—Ariel —dije con miedo—, vamos a jugar un juego.
—Va, ¿cu-cuál es? —preguntó.
Estábamos en la sala de su casa y había una mesita de centro en la que se encontraban cosas que suelen ponerse ahí, como un cenicero, o un adorno. De la mesita, tomé una moneda y se la enseñé.
—Tenemos que elegir una cara de la moneda, y si cae la que yo elegí, tendrás que cumplir un reto, y viceversa.
—Es-está bien, está bien —accedió—. Per-pero no vale rajarse.
—Va.
Estuvimos jugando durante un largo rato e hicimos cosas tontas, como comer un huevo crudo o lamer el piso. Entonces, me decidí a comenzar el verdadero juego. Lancé la moneda y resulté favorecido.
—Bien, tendrás que bajarte los pantalones y los calzoncillos, y correr así alrededor de la sala.
Ariel accedió casi inmediatamente. Sin duda, era algo que yo no podría hacer fácilmente, pero a él no le importaba. Se bajó los pantalones y los calzoncillos y vi una profunda mata de pelo rizado en su pubis. Comenzaba a excitarme viendo su pene, que se estaba poniendo erecto. Dio unas cuantas vueltas y regresó a su asiento. En tanto, me moría de risa y él también.
—Lánzala de nuevo —me pidió, y así lo hice.
Esta vez, quien resultó favorecido fue él.
—Tienes que chupármela.
Vaya, justo lo que estaba esperando. Intenté parecer asqueado.
—¿Cuánto tiempo? —Quise saber.
Recuerdo perfectamente el reloj que había en la sala y del cual nos basábamos para establecer los tiempos.
—Un minuto.
—Está bien.
Ariel sacó su pene de sus pantalones y me acerqué a él, me agaché y olí su vello púbico. Pude notar que también se le comenzaba a desarrollar el caminito de vello en pecho y abdomen. Entonces, me metí su pene a la boca. Esa fue la primera vez que mi lengua sintió el sabor de un pene. Sabía salado y Ariel empujó mi cabeza para que su pene se encajara más en mi boca. Era pequeño, por la edad y, aunque no llegaba a mi garganta, sentía que me iba a provocar arcadas. Ahora, no sé qué es lo que pasó pero, a mi parecer, los penes no tienen sabor alguno, a menos, claro, que estén bañados en líquido pre seminal. Lo curioso fue que yo no hice nada con su pene en mi boca más que mantenerlo ahí. Ni siquiera fue un trabajo oral, como suele decirse.
El minuto pasó y me saqué su pene de la boca. Me fui corriendo al baño y en el lavabo me enjuagué la boca. El sabor me gustaba pero, siendo mi primera vez, también me resultaba extraño. Ariel se burlaba como loco de mí.
La serie de retos continuaron y el tiempo en el que tenía que mantener su pene en mi boca, se iba aplazando cada vez más y yo estaba encantado. Llegamos a tal punto, en el que me ponía de a cuatro y Ariel simulaba penetrarme por sobre la ropa. Sentía su pene erecto en mi trasero y cómo empujaba para que lo sintiera, lo que me hacía considerarme una perra en celo, cogida por un perro desesperado.
Eso era todas las tardes y, puesto que estudiábamos en la misma escuela, y vivíamos a dos calles, todos los días tomábamos el transporte público juntos. En él, nos sentábamos en la última fila de asientos y, ahí, Ariel siempre sacaba su pene y me lo encajaba en la boca para que sintiera el sabor salado que me ofrecía.
Un día, Ariel fue expulsado de la escuela, debido a que era problemático y nuestros juegos se acabaron pero, ante su ausencia, conseguí un nuevo niño con el cual explorar el sexo.
Este niño se llamaba George, y era de nuevo ingreso cuando iba a quinto grado de primaria. Un día, nos dejaron solos en el salón mientras se desarrollaba el homenaje a la bandera, a manera de castigo, por habernos portado mal. George, repentinamente, tocó mi pene y lo apretó. Me excité en seguida, por lo que yo también lo hice. Estábamos riéndonos como locos cuando bajamos al piso y comenzamos a masturbarnos mutuamente por sobre la ropa. A partir de eso, todos los descansos íbamos al baño y nos encerrábamos en un cubículo para practicar la famosísima penetración por sobre la ropa. Una vez él, y otra yo, hasta que un día, George se fue de la escuela para continuar su educación en otro lado.
No mee quedaba nadie con quién disfrutar del sexo, pero mi primo se me hacía delicioso. Íbamos a su casa todas las navidades y nos la pasábamos bien. Con éste, seguí el mismo proceso que con Ariel: el juego de la moneda. Mi primo se llamaba Alejandro y tenia un pene enorme y lampiño que cabía perfectamente en mi boca.
Los años pasaban y ambos ya experimentábamos los cambios propios de la pubertad. A Alejandro le hacía curiosidad el vello de mi pubis y lo acariciaba cada que podía. Él quería tenerlo igual y, evidentemente, con el tiempo, le creció.
Con Alejandro, las cosas fueron más excitantes. Siempre buscaba el momento para sentir su pene en mi cuerpo. Una vez, mientras jugábamos su PlayStation, a altas horas de la madrugada, le pedí que cerrara los ojos, entonces tomé sus piernas, las levanté y simulé penetrarlo. Después de eso, se rió como loco y me lo hizo a mí.
En otra ocasión, se suponía que todos deberíamos de estar durmiendo, pero me desperté y vi proyectada en la televisión una película pornográfica. Entonces, me di vuelta y vi a mi primo masturbándose. Le pregunté qué era lo que hacía, pero ya sabía. Me dijo que me durmiera pero, excitado como me había puesto, le sugerí que yo podía hacerle aquel trabajo manual y que sería más excitante. Alejandro accedió y nos sentamos en el piso.
Mientras él veía la película, con grandes culos y enormes penes entrando y saliendo de ellos, yo subía y bajaba el prepucio del pene de Alejandro. Lo subía y lo bajaba a tal velocidad, que me era placentero ver cómo derramada líquido pre seminal. En más de una ocasión, deseé metérmelo a la boca, pero resistí el impulso. El pene de Alejandro se hacía cada vez más grande y podía ver las venas bombear sangre para inflarlo. De un momento a otro, me dijo que parara, se iba a venir. Pero no lo hice, continué bajando y subiendo el pellejo de su pene rápidamente, hasta que explotó. Una lluvia de semen salió disparada de su uretra, mientras se retorcía de placer. Su semen se derramó en mi mano y nos pusimos de pie para lavarnos, él su miembro semierecto y yo mi mano llena de semen. Quería llevarme a la boca esa cantidad enorme de semen blanco y espeso y degustarme con él, pero Alejandro estaba conmigo y no podía hacerlo porque nadie sabía que era gay. Cuando se daba vuelta, aprovechaba para olerlo y era deliciosamente adictivo. El olor del semen se me hace una de las mejores cosas en el sexo, pero tuve que lavarme la mano.
Un día, tuvimos un conflicto familiar, por lo que no volví a ir a su casa a pasar la navidad pero, aunque nuestros juegos habían quedado atrás desde muchas vistas antes, me sentí liberado de volver a verlo. Se volvió una persona homofóbica y siempre me ofendía con eso, aunque nunca les declaré mi homosexualidad.
Lo que viene después de todos estos juegos de niños, son mis verdaderos monstruos.
Que ratos tan divertidos y excitantes se tienen de chicos