Negocios turbios – Historia de Nahuel (parte 2)
Nahuel es reclutado para una banda de putitos.
Dedicado a Jc3po y a iamSamm
(Continuación de https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/mientras-dormias-historia-de-nahuel-parte-1/ )
Durante unos días evité la línea férrea donde me había encontrado con Tobías. La verdad es que lo extrañaba mucho: todo había sido mi culpa.
Pero la vida sigue y para mí, el principal objetivo siempre era conseguir algo de comer. En el enlace de vías, me subí a otro tren. En los vagones me crucé con otros chicos de la calle como yo. La mayoría, me miró con hostilidad.
– ¿Qué haces, Nahuel? Este es mi territorio – me advirtió Kevin, que era el “jefe”.
– Me mandé una cagada en mi línea, tengo que salir de circulación por unos días.
Kevin era un muchacho fornido, con aspecto de gorila, que alternaba la mendicidad con el robo y la droga. Yo no confiaba en él, pero reconocía su autoridad.
– No me extraña que te hayas mandado una cagada, putito, porque siempre fuiste un cagón. ¿Te busca la yuta?
Le expliqué que no había tenido líos con la policía sino con un pasajero, pero que no era nada grave. Y que prefería no hablar del tema.
– Bueno, igual a mi me importa un carajo tu vida. Pero si hoy vas a andar dando lástima con tus estampitas, tenés que pagarme el peaje…Ahora.
– No tengo plata.
– Entonces me la tendrás que mamar gratis.
– Déjame trabajar hasta mediodía y te doy todo lo que junte.
– Me la mamás bien mamada ahora o nada.
Me desagradaba Kevin, pero no tenía otra opción. Me llevó al baño de uno de los últimos vagones. Kevin tenía una verga grande, sucia y maloliente, así que cerré los ojos y lo hice. Pero Kevin aguantó mucho.
Tragué su leche, pero no pude tolerarla. Vomité en un rincón del baño.
– No estuvo mal. Pero mañana la tarifa es más cara, así que andá preparando tu culito – y dandome una palmada en el trasero me dijo- ¡Siempre te tuve ganas!
Las canillas del baño no tenían agua, así que no pude enjuagarme la boca. Tenía gusto a cadáver.
Fui y volví por los vagones diciendo mi cantinela de siempre: “Dios los bendiga, queridos pasajeros. Me llamo Nahuel, tengo 11 años. Mi papá murió y mi mamá está enferma de cáncer. Tengo que conseguir algo de plata para llevarle comida a mis ocho hermanitos. Ayúdeme y Dios lo bendecirá”.
Me bajé en una estación y, con lo que había juntado, compré unos caramelos en uno de los puestos del andén para sacarme el gusto feo de la boca. Allí me encontré con un viejo conocido, el rubio Johnny.
– Pero, ¡qué tenemos acá! – me dijo- ¿Quién te cortó el pelo así? ¿Los de Unicef?
Asentí y le mostré la mochila que me habían dado.
– Bien, eso quiere decir que no estás tan piojoso. ¿Seguís siendo decente? ¿O ya empezaste a robar?
Johnny tenía unos veinticinco años. Una cicatriz le cruzaba la mejilla. De chico se había dedicado a prostituirse, aunque después lo dejó. Ahora se dedicaba a vender droga y a manejar a un grupo de nenes a los que ofrecía. Eran chicos de la calle, pero él los mantenía limpios y alimentados. A mí me había ofrecido formar parte del grupo de putitos, pero yo siempre había dicho que no.
– Sabés que siempre tenés un trabajo conmigo. Sos carilindo y los tipos pagarían bien. Tendrías casa, comida y droga.
Johnny no forzaba a los chicos a prostituirse, pero al meterlos en la droga, de hecho, los esclavizaba para siempre. Los pibes eran capaces de hacer cualquier cosa por su dosis.
En la puerta del vagón, vi la amenazante cara de mono de Kevin observándome. No quería verlo más.
– ¿Puedo probar unos días?
– Podés, claro. Pero no vas a empezar de arriba. Sos muy lindo, pero tenés que ganarte tu lugar, si no los demás pibes se van a enojar conmigo. A las siete de la tarde vas a estar en el baño de la estación E… Mil pesos la mamada. Doscientos para vos, ochocientos para mí.
En mi país, mil pesos son dos dólares.
– Solo mamadas hoy, ¿Ok?
-Perfecto. Solo mamadas, nenito. Hasta las diez de la noche.
Las puertas se cerraron y el tren se fue. En la plazoleta de la estación había una fuente y me metí. El agua estaba helada, pero limpia. A Johnny le causó gracia.
– Estás muy sexy todo mojado. Transparente.
El sol era tibio, pero había viento y antes de que me vinieran a buscar, ya estaba seco. Johnny me dio un sándwich y una Coca, y después me acompañó hasta la estación E…
Es la anteúltima de la línea férrea donde me había encontrado con Tobías. De noche, es muy poco transitada porque es una zona de clubes y colegios.
El baño tenía varios cubículos. Olía a desinfectante. Ya había otro chico allí. Lo conocía. Era Camilo, un chico con problemas mentales. No era feo, pero se babeaba y apenas hablaba.
Cuando llegó el tren, dos hombres se bajaron. Venían juntos.
– Aquí está el otro pichón…- dijo el más gordo- ¿Cómo te llamás?
– Nahuel, señor.
– Me gusta- dijo el otro, un viejo bien vestido- ¿Mil pesos?
– Sí… a Camilo, por ese mismo precio, también te lo podés coger.
– Camilo te deja todo babeado y huele a mierda. Vamos a probar con este chico. Al menos parece limpio.
El gordo era un cobrador de Johnny. El viejo le dio los mil pesos y después, apoyándome una mano en la nuca, me empujó suavemente hasta uno de los cubículos. Con la linterna del celular me iluminó la cara.
– Sos muy bonito, nene. Lástima que te pelaron. Pero realmente sos precioso. Espero que seas bueno mamándola.
Sonreí profesionalmente mientras el hombre se bajaba los pantalones.
Tenía una verga de momia. Pero de a poco se fue excitando. Mientras se la chupaba, vi como Camilo abría la puerta sin hacer ruido, y nos observaba. La saliva le chorreaba, manchándole el pecho de la remera, y se estaba haciendo la paja.
El viejo se dio cuenta que algo me distraía y, al ver a Camilo, lo insultó y de una patada, cerró la puerta. Otro tren se detuvo, en el andén de enfrente.
– ¡Qué bien la chupas, pendejito…! – decía entusiasmado mientras me acariciaba- ¡Seguí, seguí…! ¡Ahhh!
Finalmente sentí cómo eyaculaba. Tragué todo. El viejo me alcanzó un papel. Pensé que era una propina, pero solo era un pañuelo de papel para que me limpiara la cara.
En cuanto salió el viejo, otro hombre entró. Este olía a transpiración y era bastante salvaje. Casi me atraganto con su enorme polla, que me metió entera. Me agarró la cabeza con sus manazas y me la empujaba con fuerza. Por suerte terminó rápido. Me llenó la boca de leche y de pelos. Cuando se fue, me quedé tosiendo.
– ¡Qué trabajo de mierda!
Mientras esperaba la llegada del siguiente tren, noté que el gordo no estaba en el andén. El olor a mierda me avisó que Camilo estaba cerca. En efecto, se acercó y me tomó la mano. Daba pena verlo. Como dije, no era un niño feo, pero estaba tan sucio y maloliente que espantaba.
Los trenes siguieron pasando. En algunos, nadie se bajaba. O por lo menos, ningún cliente para mí. En otros, venían varios. La presencia del gordo garantizaba a Johnny sus ingresos. Esa noche casi todos me eligieron a mí. La mayoría se conformaba con la mamada. Una , dos, tres, cuatro… perdí la cuenta. Algunos eran bestiales, otros mecánicos, alguno más cariñoso.
Me llamó la atención un chico pelirrojo de quince años. Creí que sería un descanso, pero fue uno de los más brutales. Me dieron ganas de mordérsela, pero me contuve.
Uno de los últimos fue un hombre calvo, con nariz respingada y roja, como de payaso. Me dolía la mandíbula y sentía la lengua entumecida.
-Para vos son dos mil- le dijo el gordo. El otro no se quejó. Me llevó a un rincón del baño, cerca de los lavabos y me hizo desnudar. Pero fue él quien me hizo sexo oral a mí, mientras me acariciaba las nalgas. Tuve un orgasmo seco, que exageré para que él se sintiera bien.
-Quedate de pie…- me dijo, mientras buscaba su celular.
– ¡Fotos no! – le gritó el gordo, que lo vigilaba.
-Está bien, está bien, Perrota- se disculpó el calvo- ¿Cuánto me sale cogerme a este bombón?
Miré al gordo. Yo había arreglado con Johnny solo mamadas.
-Johnny no quiere que lo cojan todavía.
-Te doy cinco mil, Perrota. Todos para vos. Johnny nunca se enterará.
Yo no quería tener sexo con él.
-Lo siento, pero…
-Ocho mil…
-Si fueran diez mil sería otra cosa- sugirió Perrota.
– ¡Johnny no quiere! – grité.
-Cierto, cierto – dijo el gordo, molesto- Vestite, pendejo, que ya llega el último tren. Un par de mamadas más y nos vamos.
Me volví a meter en el cubículo, donde había estado chupando pijas toda la tarde, mientras Perrota hablaba en voz alta con alguien. Yo me senté sobre la tapa del inodoro. En la puerta, del lado de adentro, alguien había escrito la frase de Maradona: “Que la sigan chupando”.
Oí como la discusión escalaba y después, golpes. Se estaban peleando fuerte en el andén. Tuve miedo.
Escuché unos pasos entrando al baño y un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Venían por mí.
La puerta se abrió violentamente.
– ¡Nahuel!
Era Tobías. Yo quedé petrificado al ver a mi amigo.
Me abrazó y yo me puse a llorar, apoyando mi cara en su hombro.
– ¡Chiquito! ¡Te busqué por todos lados! ¡Gracias a Dios que te encontré!
Al salir, vi a Perrota tirado en el andén.
– ¿Lo mataste?
– No, pero va a tardar en despertarse.
– Ya no hay más trenes.
– ¿Cómo estás? ¿Te lastimaron?
-Me duele mucho la mandíbula y tengo ganas de vomitar. No te imaginás…
Mientras hablábamos, Camilo se había acercado sigilosamente. Con un hábil movimiento sacó la billetera del bolsillo de Tobías y salió disparando. Corría como una liebre y conocía perfectamente el oscuro bosque junto a la estación.
– Es un pobre chico, débil mental- le expliqué- ¿Querés que lo traiga?
– No, vámonos de acá. Por suerte tengo el celular.
——-
– Johnny, un muchacho se llevó a Nahuel- dijo el gordo Perrota.
– ¿Y la recaudación?
– Se la llevó. Yo creo que el pendejo y él estaban arreglados desde el principio para quedarse con la plata. El pendejo trabajó sin parar, había mucho dinero.
– Eso no me gusta. Y yo que pensaba que Nahuel era un chico confiable.
– Pero hay buenas noticias, jefe. Camilo le sacó el documento de identidad al muchacho. Podemos ir a buscarlo y que devuelva la plata y a Nahuel.
– Dame los datos, así lo vamos a buscar. Conmigo no se juega.
El Gordo Perrota se los pasó y le deseó suerte en la cacería. Después, guardó en su bolsillo su celular y se puso a contar el dinero de la recaudación. A Camilo le chorreaba la baba por el mentón.
– ¡Nada mal! ¡Doce mil pesos! – el niño lo observaba- ¡Vos no vayas a decir nada, Camilo!¡Es un secreto entre los dos!
Camilo sonrió al escuchar su nombre.
(Continuará)
Por favor esto merece muchísimas partes está muy bueno
¡Muchas gracias, Eladolecente!