Noche fría
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Al fin solos, detrás de una iglesia, con el viento frío rasgando las hojas verdes de los árboles ensombrecidos por la oscuridad de la fría noche, él se acercó a mi boca. Besar a un chico implicava muchas cosas para mí, pero la más importante era el sentimiento de protección que se desplegaba en mi interior. Y mucho más contaba que con él me podía sentir seguro, pues algunos años más de experiencia eran considerablemente favorecedores.
De pronto, recordé que su labio inferior separaba la abertura de mi boca, y que con la punta de su lengua tocaba la mía. Su beso se tornaba alucinante, y la adrenalina de ser descubiertos sumaba puntos a la ocasión; era como estar cometiendo un delito pero, en caso de ser atrapado in fraganti, aceptar el efecto sin pretenciones.
Mientras su boca se entretenía con la mía, sus manos hábiles recorrían los costados de mi cuerpo, y con sus suaves dedos me provocabacosquillas inusuales. El peso dë su cuerpo me aprisionaba en contra de la pared que se encontraba a mis espaldas, lo que aumentaba exponencialmente el sentimiento de seguridad que provocaba en mí. No podía considerarlo como un sometimiento, pero me gustaba más de lo que demostraba ser guiado por este chico. Y es que me consideraba bueno en el negocio, pero pensar en que esta vez era una manera distinta de hacer las cosas, no me favorecía mucho; sin embargo, decidí jugar también, y perdí el instante en el que mi cerebro enviaba la señal a mis manos de acariciar de manera incitante. Mis manos se metieron por debajo de su playera, y en un rasgo débil, pero sofisticado, se posaron sobre su pecho caliente. Él, por su parte, detuvo su recorrido sinuoso por los perfiles de mi cuerpo, e introdujo sus manos bajo mi playera, y trazó líneas imaginarias por donde lo había estado haciendo pero, ahora, sofocando mi piel cálida con las yemas de sus gélidos dedos. Las cosquillas fueron en aumento, y una inevitable contrección delató mis deseos.
Como efecto a mi contracción, el besos se detuvo y levanté la cara para mirar al cielo, dejando expuesto mi cuello, en tanto la tenue luz que se desprendía de la luna refectaba contra mis clavículas. Mi petición implícita fue acatada, y sus labios húmedos tocaron mi cuello. Sentía la caricia de sus besos en una de las zonas más erógenas de mi cuerpo exparsirse en mi interior, de una manera que solamente podría describir como una sacudida que desembocaba con cada beso y formaba un camino excitante que desembocaba en mi columna vertebral.
Mientras en mi interior se originaba un río desembocado que conducía un líquido llamado deseo, él juntó nuestros cuerpos por debajo de las caderas, y pude sentir cómo, con un brazo, sujetaba una de mis piernas y las separaba tan solo el espacio perfecto para colarse entre ellas. Sentía su erección chocar bruscamente contra la mía, y ni siquiera el viento helado ni la atmósfera gélida eran capaces de atenuar el calor de nuestros cuerpos, ni el de nuestros deseos.
Sin que me diera cuenta,ya era presa de las embestidas cargadas de fuerza que ejercía en mi. Su pelvis golpeaba de manera súbita contra mi, y podía sentir cómo su miembro erecto buscaba un lugar para guarecerse. Saqué desesperadamente las manos de su camisa, y le acaricié de manera inconsiente el cabello, jalándoselo tan solo un poco, mientras él seguía provocando descargas eléctricas en mi columna vertebral con el conductor de sus besos desenfrenados en mi garganta.
Sentirlo, así, de esa manera tan apasionada y sin medida, traía miles de pensamientos a mi mente pero, con seguridad, todos ellos giraban en torno a él. El frío seguía siendo catalizador constante de nuestro calor, y estar cerca de la casa de Dios hacía que me sintiera un pco culpable, aunque cualquier medida de reproches era válida cuando se trataba de nosotros.
Su boca buscó la mía y, de nuevo, pude sentir la fuerza de su labio inferior separando mi boca. Sin previo aviso, sentí sus dientes encajarse en mi labio inferior e inmediatamente lo jalaba hacia él, clavando cada vez con más fuerza sus dientes en la delgada piel de mi labio. Por un momento pensé que esa parte de mi se calentaba y hacía contraste con la heladez del ambiente. La mordida fue brusca, pero el dolor que me provocó fue excitante en demasía.
Mis manos se dirigieron sigilosamente hasta el botón de sus pantalones, que se veían a reventar por la excitación que le provocaba, la cual tenía el mismo efecto en mi, y de un movimiento ágil y certero, logré desabrocharle la prenda. Noté el momento justo en el que sus pantalones tocaron el piso, rompiendo el silencio de la noche oscura, con el sonido de las hojas secas rompiéndose bajo él, y bajo nuestros pies desesperados.
En mi se arremolinaban pensamientos dirigidos a este momento. No era un misterio que dos chicos enamorados tienen ciertas necesidades, pero lo que sí me parecía un misterio era lo que él pensaría de mi pasado el momento porque, estoy seguro, que nadie cede al calor del momento. Pero me sentiría profundamente mal si el pensara mal de mi así que separé nuestras bocas, me permití apereciar su rostro moreno irradiando la luz de las estrellas, y el momento justo en el que pareciera que despertar de un sueño, y le dije:
—Jacob, si lo hago… ¿Cambiará tu persepción de mi?
Sus ojos marrones tenían un tinte de preocupació, pero en cuanto pronuncié, con voz entrecortada la última pregunta, un fugaz astisbo de diversión se asomó en ellos, y el sondo de su risa se sumo al de las hojas secas resquebrajándose, perturbando el perplejo silecio del momento, nada más interrumpido por nuestras respiraciones entrecortadas.
—Nada va a hacer que cambie mi persepción de ti, Edward.
Le susurré:
—Mira las estrellas.
Y así lo hizo. Tomé partido casi simultaneamente, y me coloqué en cuclillas, con su sexo apuntándome a la cara, le baje la ropa interior a los tobillos, tomé su miembro entre mis manos, lo pensé un momento, pero lo introduje en mi boca. Un leve estremecimiento por su parte me puso nervioso, pero me tranquilizé la comprobar que era de placer. Podía escuchar leves gemidos mientras chupaba su masculinidad. Lo metía y lo sacaba de mi boca, y todo me parecía nuevo, nuevo en otro sentido. Tenía miedo de muchas cosas, y la situación solo acrecentaba mis temores, pero tenía que disfrutar de él. Chupaba con fuerza, y cubría mis dientes con los labios para no provocarle ningún daño. Sentía la forma cilíndrica de su miembro en mi boca, y cómo lo rodeaba con la lengua, concentrándome especialmente en la punta.
Probé el líquido preseminal que expulsaba gota a gota, y me pareció maravilloso. Decidí hacer las cosas más calientes, así que intriduje su sexo en lo más profundo de mi garganta, y otro gemido, con su respectivo estremesimiento sacució mi ser. Podía constatar como la punta de su miembro duro penetraba en mi garganta, ensanchándola. Metía su pene en mi boca rápido, hasta que tocara el inicio de mi garganta, y lo sacaba de nuevo rápidamente.
Me puse de pie, y miré lo miré a los ojos, mientras regresaba del profundo mar negro encapsulado que se encontraba en el cielo, con sus miles de barcos plateados brillando sin preocupación.
—Ahora no me querrás besar.
Rió.
—Te besaría todo el tiempo.
Y se abalanzó para embestirme con un potente beso, con la respectiva carga de excitación que implicaba. Él no se fue por las ramas; levantó mi camisa y se dirigió a mis pezones. Los lamía con fuerza, primero uno, y luegoel otro. Los mordía de una manera que parecía dolorosa, pero que ra más excitante que masoquista. Luego, com osi escuchara los pensamientos que ejercían poder en mi mente, recorrió mi abdomen, dejando un rastro húmedo a causa de sus besos, y de la misma manera en la que le quité los pantalones, me quitó los mios.
Jugó con mi miembro por sobre mi ropa interior, mojándola. De pronto, sentí la fricción que mi ropa ejerció en mispiernas y en mi miembro, y, luego, su boca cubriendo mi sexo helado. Sentía la destreza con la que chupaba. Lo introducía y lo sacaba de su boca, y la húmedad de su garganta apretaba la punta de mi falo. Su lengua rodeaba la punta de mi sexo y hacía que me estremezca hasta lo impensable. Lo sacó de su boca, subió hasta posarse a mi altura y optó por besarme de nuevo.
Deliberadamente baje a hacerlo disfrutar de nuevo. Chupaba con fuerza e introducía su miembro en mi boca. Mis labios rozaban la punta de su sexo y lo degustaban, saboreando su espléndido sabor. Metí sus testículos en mi boca y mordí su suave escroto. Un estremecimiento mayor a cualquier otro me indicó que iba por un buen camino.
—Penetra mi garganta.
—Edward…
—Solo hazlo.
Y lo hizo. Su falo se clavaba en mi garganta, ahora por su propia cuenta. Embestía en mi boca y se clavaba en lo más profundo de mi garganta. Estraba y salía y podía sentir su escroto golpear contra mi barbilla. Entraba, salía, entraba, salía.
Me sentí mal al tener una arcada. Creí que podía hacerlo, y es que podía, pero los nervios me contraen. La arcada fue más que suficiente para que parara. Parecía que se había olvidado de que estaba ahí, aunque no de la manera mala, sino en un sentido de pérdida por la excitación.
Sabía cómo era él, así que para que no pasará a más, tomé su miembro y me lo metí a la boca, chupando por mí mismo.
No se si pasó un minuto, dos o tres, o si fue más tiempo del que puedo contar con las manos, pero mientras frotaba mi sexo con los dedos, él me dijo:
—Edward, me voy a correr…
—Hazlo.
—Pero no te va a gustar… Eso sabe…
—Quiero probarte, y nada me gustaría más que eso.
Y lo hizo. Una descarga de aquel líquido viscoso de coló por entre mis dientes, y como alternativa, lo filtré para sentir cómo pasaba por mi garganta, com osi fuera un hilo grueso que me atravezará. Su sabor era dulce, y me gustaba.
Simultaneamente, la fricción que mis manos ejercían en mi miembro tuvo su efecto, implicando directamente la excitación de saborear el líquido proveniente de él. Una lluvizna de semen manchó las hojas en el suelo.
Me puse de pie y lo miré. Tenía miedo de que no quisiera besarme después de haber mantenido contacto oral con sus mismos fluidos. Me tomó por la nunca y me dirigió a su boca. Nos besamos una vez más, y nos quedamos abrazados tolerando el frío invernal apagando la llama de nuestros oscuros deseos, a la deriba, con un mar negro sobre nuestras cabezas.
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