NOCHES DE PLACER INFANTIL
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por zoohot.
Mis padres y yo fuimos invitados por una familia amiga a pasar unos días en su casa de campo, a varias horas de viaje en automovil desde Buenos Aires. Sin ningún entusiasmo, tuve que ir con ellos.
La casa de esta familia era muy importante, enclavada como casco de una chacra. Fuimos muy bien recibidos y gentilmente nos acomodaron a todos. Me dieron el dormitorio más apartado de todos, donde me sentí a gusto porque no podría ser molestado ni oído en mis habituales y furiosas masturbaciones nocturnas.
Pero enseguida supe que no todo sería tan cómodo para mí. En efecto, en dicha casa residía también una empleada doméstica con su hijo de 9 años; como esta señora debía viajar a Buenos Aires para comenzar un tratamiento médico, su hijo (que llamaré Luis) iba a permanecer en la casa al cuidado de la familia y, para que no tuviera que pernoctar solo en el cuarto de servicio –como hacía habitualmente- se decidió que compartiera el cuarto conmigo, así yo podía atenderlo en caso de alguna necesidad durante la noche.
La noticia me cayó muy mal, porque la presencia del niño en el cuarto imposibilitaría o, al menos, dificultaría mis autosatisfacciones. Pero no tuve más remedio que resignarme a ello.
Las primeras noches fueron densas, porque Luis era terriblemente inquieto y tardaba en dormirse, constantemente me hablaba, me preguntaba cosas y pretendía levantarse y jugar. Durante las dos primeras noches, además de ese estorbo, no intenté siquiera masturbarme ante la posibilidad de que el niño notara algo y luego lo contara. Pero llegó un momento en que no pude contener más mi costumbre y, cuando me parecía que el niño ya se había dormido, cubierto por la sábana y el cobertor, empezaba mis maniobras manuales. Para facilitar la tarea, una vez dentro de mi cama me quitaba el calzoncillo que usaba al final para limpiar mi eyaculación.
En alguna ocasión me pareció notar que Luis simulaba estar dormido y me espiaba, observando los batimientos de las cobijas. Ello me obligaba a interrumpir mis maniobras. Un día, el niño se levantó, se acercó a mi cama y me pidió si podía dormir allí conmigo porque tenía frío y miedo. Rápida y disimuladamente volví a colocarme el canzoncillo y, ante su insistencia, se lo permití.
Durante esa noche y pasado un rato, noté que el niño lentamente llevaba su manito a mi bulto y tocaba como explorando. Lo dejé hacer en la esperanza que se durmiera y no molestara más, pero ante mi pasividad Luis se aventuró más, tocando con mayor firmeza y hasta pasando sus deditos a través del borde de la bragueta de mi calzón. Con mi estado de constante excitación sexual, de abstinencia forzosa, más las experiencias ya vividas por mí en otros momentos del año, esas maniobras eran demasiado estimulantes, muy a pesar de la edad del niño. La situación me provocó una paulatina erección de mi verga, y temía que Luis lo notara. Ello sucedió, porque al darse cuenta del cambio de tamaño aumentaba el ritmo y profundidad de sus tocamientos.
A la mañana siguiente y todo el día estuve confundido y perturbado por esa situación que no me animaba a contarla a mis padres. El niño tampoco parecía haber dicho nada, y todo ello hizo volar mi fantasía erótica de adolescente.
La siguiente noche, cada uno se acostó en su cama y yo –viendo a Luis tranquilo y en la esperanza de poder masturbarme- me quité el calzoncillo y quedé desnudo bajo las cobijas, empezando mis movimientos masturbatorios muy leves y disimulados.
De pronto noté en la oscuridad que el niño salía de su cama y se dirigía a la mía. Simulé estar dormido, pero no me volví a colocar el calzoncillo. Luis entró en la cama y se acurrucó a mi lado. Como antes, lentamente puso una de sus piernas sobre la mía y desplazó su manito hacia mi bulto, dándose cuenta que estaba desnudo y ya erecto.
Creyéndome dormido, se envalentonó y manoseó mi sexo con más curiosidad y entusiasmo, aumentando el grado de mi excitación y de mi erección. De mi verga salía abundante líquido que le mojaba la mano, y él la limpiaba sobre mi propio cuerpo, seguro sin saber qué estaba ocurriendo. O tal vez, sí lo sabía…
En plena adolescencia, el deseo sexual me dominaba fácilmente y me hacía perder el control. Lo dejé hacer, porque al fin y al cabo la situación me excitaba y me daba una turbia sensación de placer. Como Luis cada vez se subía más a mi cuerpo, fui rodeándolo con mi brazo y comencé a acariciarle el pelito y el hombro. Al principio el niño se sobresaltó, pero al verme tranquilo y gustar de las caricias, siguió con su actividad.
Descontrolado por el deseo, mientras con una mano acariciaba su pelo, con la otra le quité s canzoncillo y tomé su manito y la llevé a recorrer lentamente toda mi verga, mis huevos y mis pendejos. Fui poniéndome de costado y lo aferré más sobre mi cuerpo empezando a frotar mi pija en su cuerpecito caliente. Al mismo tiempo, comencé a besarle la frente, los ojos, el cuello, sintiendo como Luis se estremecía y gemía. Con mi otro brazo había envuelto su cuerpo y lo usaba para ayudar a frotarlo sobre mi sexo erecto.
Así un rato, siempre besándolo, en un momento besé sus labios y mantuve mi boca cubriendo la suya. Como noté que le gustó, suavemente fui introduciendo mi lengua en su boquita, hasta colocarla toda, sacándola y entrándola. Mi otra mano recorría todo el cuerpo de Luis como en una caricia, deteniéndome en su pequeño sexo y sus nalgas, y con las yemas de mis dedos froté levemente su cerradísimo ano.
El niño me retenía y quería, y eso me encendía todavía más. Dejé de besarlo y con mi boca y mi lengua comencé a recorrer todo su cuerpo hasta llegar a su pequeño sexo, que lamí repetidas veces, incluso lo coloqué todo en mi boca y succioné con cuidado un largo rato, disfrutando sus olores y sabores. Lo recosté boca abajo y besé su nuca, su cuello, su espalda, notando como Luis temblaba de placer. Besé sus nalgas muchas veces y fui llevando mi boca y mi lengua hasta su ano, que lamí y succioné mucho también, ya jadeando como perro en celo.
Luis se entregaba con gusto, no intimidado sino como buscando toda esa situación. En ese instante, se agolpaban en mi mente los deseos y los temores, pero lo primero prevaleció. Ansiaba desesperadamente intentar penetrarlo, pero entendía que sería imposible entrar con mi ya enorme verga en ese orificio tan cerrado, sin provocar daño y consecuente escándalo.
Mi desesperación por poseerlo me llevó a salivar mucho su ano, e intentar colocar un dedo. Lo hice, pero el niño se incomodó. Llevé mi dedo todo lo profundo que pude, hasta que Luis gimió y trató de apartarse. Acepté entonces que no podría hacerlo, pero busqué otra forma de placer porque ya no aguantaba más el deseo de eyacular.
Me arrodillé a su lado en la cama, y comencé a pasar mi verga por todo su cuerpo, mojándolo con mis líquidos; incluso intenté y logré que lamiera la cabeza de mi pija. Finalmente, me extendí de costado, acerqué a Luis a mí apoyando su espalda en mi pecho, y traté de colocar mi verga erecta entre sus piernas, bien bajo sus nalgas. Asi, lo cubrí con mi otra pierna apretando las suyas, y comencé a hacer movimientos con mi pija entre sus piernitas y nalgas calientes, más y más intensamente hasta que eyaculé.
Limpié el semen con mi calzoncillo, y abracé a Luis sobre mi pecho para tratar que se durmiera sin decir ni hacer nada más. Felizmente para mí, el secreto fue guardado, el travieso niño nada dijo en total complicidad.
Las noches siguientes, él mismo venía a mi cama a buscar los mismos placeres. Yo lo hacía gustoso, pero frustrado también ante la imposibilidad de concretar mi deseo de entrar en él, de poseer ese cuerpo y servirlo con mi leche. En los días sucesivos, al menos conseguí que succionara mi sexo.
Fue una experiencia más, que quedó como secreto entre el niño y yo, y que toda la vida guardé también en este caso con cierto grado de culpa. Sin embargo, hoy puedo narrarlo como una vivencia de placer más, que no generó daño y que se desenlazó en una etapa muy inmadura de mi vida.
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