Nos quedamos a medias
Su verga palpitaba contra mi lengua, su respiración temblaba mientras me abría el culo con la boca. No dijimos mucho, solo gemidos, saliva y deseo sucio. Esa noche no acabó, quedó a medias… pero ahora, lo quiero entero: adentro, gimiendo, corriéndose dentro de mí..
Nos conocimos en redes, como pasa muchas veces. Comentarios inocentes al principio, risas en las historias, después mensajes en privado, y poco a poco… fotos. Fotos que subían de tono con cada noche que pasaba. Él tenía novio, sí, pero las cosas parecían más laxas entre ellos —o eso me hacía creer—, porque no se detenía al mandarme videos tocándose, mostrándome su verga dura, o pidiéndome que le mostrara más.
Nunca nos habíamos visto en persona, hasta esa noche.
Me escribió para invitarme a un bar. «Nada serio, solo ponernos al día y echar unas chelas. Mi chico está de viaje», dijo, como si necesitara justificarlo. Acepté, aunque una parte de mí sabía que no iba a ser una noche normal.
Lo vi esperándome afuera del bar. Más guapo que en las fotos. Sonrisa tímida, pero ojos que ya sabían demasiado. Nos abrazamos como viejos conocidos, pero el roce de su cuerpo me dejó caliente desde el inicio. Entramos, pedimos algo de tomar, charlamos… pero la noche fue, para ser sincero, algo sosa. El lugar no ayudaba, y aunque tratábamos de mantener el mood relajado, la tensión entre los dos se notaba.
Cuando salimos, caminamos por calles medio vacías. Él fumaba, yo solo escuchaba. De pronto, sin mirar, tomó mi mano y la bajó hacia su entrepierna. Su verga estaba dura, muy dura. Me la dejó ahí, como si no hubiera nada que explicar. Lo miré. No dijo una palabra, pero su respiración se aceleró.
—Vamos a mi depa —le dije.
No respondió. Solo asintió, tragando saliva.
Apenas entramos, me empujó contra la puerta y me besó con una necesidad que no esperaba. Me apretaba fuerte, su lengua invadiendo la mía, sus manos bajando a mi trasero. Me desnudó rápido, como si se estuviera desquitando de todas las veces que se tocó con mis fotos en la pantalla. Yo le arranqué la ropa también. Su verga salió recta, gruesa, palpitante, y sin decir nada me arrodillé y la metí en la boca.
Se la chupé lento, con hambre. Él gemía suave, con una mano en mi cabeza y la otra acariciándose los pezones. Pero no se quedó quieto. Me hizo levantar, me besó otra vez, me llevó al sofá y me tumbó boca abajo. Abrió mis nalgas, escupió directo en mi agujero y empezó a lamerme el culo con una entrega que me rompió por dentro. Me abría con los dedos mientras me lamía, profundo, húmedo, dejando escapar sonidos ahogados de placer.
—Tu culo sabe rico —susurró antes de volver a chuparlo más.
Me giró. Ahora me tocaba a mí. Lo empujé al sillón, le abrí las piernas, y bajé directo a su culo. Lo lamí sin parar, mientras él gemía como perra, con las piernas temblando, su verga goteando sin tocarla.
Después de un rato, se subió encima de mí, intentó acomodarse. Me escupió en el ano y empezó a empujar, con cuidado.
—¿Lo has hecho antes? —preguntó, jadeando.
—No… es la primera vez —dije, algo tenso.
Me miró. Lo intentó despacio, presionando, pero el cuerpo no cedía. Yo jadeaba, más por la sensación nueva que por dolor. Lo intentó una vez más, lento, con la punta apenas entrando, pero se detuvo. Bajó la mirada, se quedó quieto.
—No puedo… esto no está bien —susurró.
Se levantó, buscó su ropa, aún con su verga dura y goteando.
—¿Qué pasa? —pregunté, con la respiración agitada, el cuerpo ardiendo.
—No sé… me está cayendo el veinte —respondió mientras se vestía—. Tengo novio… y tú… estás muy bueno, y sí, me prendes cabrón, pero… no sé. Me sentí sucio de golpe.
Me quedé ahí, desnudo, con el corazón acelerado y la verga palpitante. Él se acercó, me besó la frente.
—Perdón. Esto no debería haber pasado… pero tampoco me arrepiento.
Y se fue. Sin más. Me dejó así, con el culo húmedo, la mente en llamas y el cuerpo clamando por terminar lo que apenas habíamos comenzado. Lo único que quería en ese momento era sentir su leche por primera vez, caliente, profunda… y me quedé con las ganas.
Después seguimos hablando. No tan seguido, pero cuando lo hacíamos, volvían los emojis de fuego, las confesiones por chat, las promesas de “nos debemos una buena cogida”.
Hace unos días me escribió otra vez.
—Tenemos que quitarnos las ganas. En serio. Ya no quiero quedarme a medias.
Le respondí con solo dos palabras:
—Cuando quieras.
Y esta vez, voy a terminar lo que empezó esa noche.
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