Nuestro viaje de negocio Pt. 1
Unos compañeros culturistas se aventuran a un viaje de trabajo que cambia sus vidas para siempre.
«Compartiendo Más que el Viaje”
Marco era de piel morena clara que parecía absorber y reflejar la luz de una forma casi artística. Su rostro, de facciones angulosas y nariz recta, estaba adornado apenas por una sombra de barba que apenas insinuaba su contorno masculino. Tenía unos 24 años, su vello corporal era prácticamente inexistente, dejando su pecho amplio, su abdomen firme y sus brazos perfectamente delineados, limpios y pulidos como mármol. Su cuerpo no era el más alto, pero poseía una solidez compacta, proporcionada, como una estatua viva de fuerza clásica. Había en su mirada una serenidad natural, como si supiera que no necesitaba demostrar nada para imponerse.
Yo de 23 años, tez morena heredada de generaciones de historia y sol. Mi cabello, oscuro y ligeramente ondulado, caía de forma casual sobre una frente amplia, y mi mandíbula, marcada y definida, apenas era sombreada por un rastro de barba tan ligera como el suyo. Mi físico estaba desarrollado, de líneas largas y proporciones pensadas para el arte: hombros amplios, cintura estrecha, músculos definidos sin exceso, perfectos para la categoría Classic Physique. El vello en mi cuerpo era mínimo; sólo un leve rastro en los antebrazos y piernas, mientras que mi torso lucía completamente liso y terso. Era apenas un poco más alto que él, y aunque compartíamos el mismo respeto por la estética corporal, mi altura añadía a mi figura una sensación de amplitud tranquila y dominio silencioso.
Éramos distintos, pero al mismo tiempo, nos entendíamos sin palabras: dos versiones de un mismo sueño, dos esculturas vivas buscando su mejor forma.
El viaje había sido largo, Marco y yo, llegamos cansados a la ciudad donde íbamos a instalar nuevas máquinas de gimnasio.
Nos dieron habitaciones separadas en el hotel.
Esa noche, en la soledad de mi cuarto, no aguanté, había traído un fleshlight, nunca había tenido uno y moría por probarlo, no perdí tiempo: me tiré en la cama, bajé mis pants, y empecé a bombear duro, desahogándome.
El sonido húmedo, pegajoso y mis gemidos bajos llenaron la habitación.
No sabía que se había escuchado más de la cuenta.
Al día siguiente, mientras desayunábamos en la cafetería del hotel, mi colega me miró sonriendo malicioso.
—Oye, ¿qué chingados estabas haciendo anoche? Escuché unos ruidos muy raros… como de alguien cogiendo —dijo en voz baja, riéndose.
Me reí sin pena.
—Traje un fleshlight —le confesé—. Ya sabes, uno de esos juguetes. Lo estrené anoche.
Su risa se hizo aún más grande.
—No mames… ¿y jala chido?
—Una chulada, cabrón. Si quieres, lo pruebas esta noche —le ofrecí, medio en broma, medio en serio.
Me miró con esa mezcla de incredulidad y curiosidad…
Y aceptó.
—Órale, jalo —dijo.
Terminamos de desayunar, cada quien se fue a su cuarto y nos vimos en el lobby del hotel porque nos pasarían a recoger para llevarnos al gimansio, llegamos, instalamos las máquinas y pusimos todo en orden, ya que estábamos ahí le dije que aprovecháramos para hacer una sesión completa de entrenamiento, los dos decidimos darle a pierna, fue una sesión brutal.
Regresando al hotel quedamos de vernos en mi habitación para que probara el “juguetito”
Marco llegó a mi habitación puntual, vestido simple: camiseta entallada, pants flojos. El sudor de todo el día aún marcaba un ligero brillo sobre su piel morena.
Entró, y lo noté:
ese gesto entre nerviosismo y expectación que no podía ocultar.
Una media sonrisa, la mirada encendida.
Cerré la puerta tras de él, subí un poco la música para darle un fondo al ambiente —algo discreto, sólo para romper el silencio denso que flotaba.
Él se acercó a la cama mientras yo sacaba el fleshlight del cajón.
Lo mostré como si fuera un trofeo.
—Listo para tu estreno, cabrón —le dije, sonriendo de lado.
Marco se rió, pero esa risa cargaba morbo.
Se bajó el pantalón sin pensarlo mucho.
Su verga, ya semi-dura, rebotó al liberarse, gruesa, caliente, viva.
Se sentó al borde de la cama, el cuerpo tenso, los muslos anchos y duros después de la sesión brutal de pierna.
Tomó el fleshlight con una mano firme, se inclinó un poco y escupió dentro, lubricándolo con su saliva espesa.
El sonido del escupitajo resonó en el cuarto.
Me provocó un escalofrío y un morbo impresionante.
Se acomodó, abrió ligeramente las piernas, y deslizó su verga en el fleshlight.
La expresión en su rostro cambió de inmediato:
primero sorpresa, luego entrega.
—Verga… está cabrón esta madre —gruñó entre jadeos.
Se empezó a bombear lento.
Yo lo miraba desde una silla frente a él, las piernas abiertas, mis propios pants tensándose con mi erección, el sonido húmedo, pegajoso, llenó la habitación de nuevo, el olor a sudor, a carne caliente, a deseo masculino se mezclaba con el aire.
Marco cerró los ojos por momentos, la mandíbula apretada, sus pectorales bombeando con cada respiración profunda, aceleró el ritmo, sus músculos temblaban, los muslos tensos, los brazos marcados de venas, gemía bajo, como un animal controlando el rugido.
Hasta que no pudo más.
Soltó un gruñido ronco desde el fondo de su pecho, casi una bestialidad, se vino dentro del fleshlight, a chorros, su semen caliente brotando con fuerza, llenándolo, rebosándolo.
El juguete goteaba, espeso, blanco.
Marco se inclinó hacia adelante, jadeando, sudado, las gotas de sudor resbalándole por el pecho y los trapecios hinchados.
Me extendió el fleshlight, aún palpitante en su mano.
—Tu turno, cabrón —me dijo, con esa sonrisa sucia de victoria.
Yo no dudé ni un segundo.
Me levanté, bajándome los pants hasta las rodillas, mi verga ya estaba dura, vibrando, brillando con mi propio preseminal. Tomé el fleshlight caliente, resbaloso, cargado de su leche, el olor a macho fresco me invadió la cabeza, me enloqueció.
Metí mi verga en el fleshlight, sintiendo la mezcla de calor, humedad, y la textura cremosa de su corrida que aún llenaba las paredes internas.
La sensación era indescriptible.
Brutal.
Sucia.
Perfecta.
Empecé a bombear, lento primero, disfrutando cada milímetro, el roce viscoso, el calor animal, el peso del líquido que se agitaba con cada embestida.
Los gemidos me salían solos.
Marco se reclinó en la cama, viendo todo, jadeando todavía, su mano en su verga semi-erecta, como admirando la escena.
No tardé mucho.
El placer subía como una ola imparable.
Apreté los dientes, bombeé más rápido, y con un gruñido gutural, me vine también, soltando toda mi carga dentro del fleshlight saturado.
El juguete, ya completamente lleno, empezó a gotear semen mezclado por los bordes, tibio, brillante.
Ambos quedamos un momento en silencio, respirando fuerte, nuestras pieles brillando de sudor, nuestros cuerpos latiendo todavía con los últimos espasmos de placer.
Después, nos miramos, sin palabras, no sabíamos qué seguía.
Agarré una copa del minibar, con cuidado, incliné el fleshlight sobre ella, el contenido cayó: un flujo pesado, espeso, blanco, caliente.
La copa se llenó hasta el borde.
Nos miramos, riéndonos, sudados, sabiendo que habíamos llevado la camaradería a otro nivel que no muchos podían entender.
Esa noche, no solo compartimos cuarto… compartimos algo más salvaje, algo más crudo
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