Nueva experiencia
Una anécdota más de mi adolescencia y lo mucho que gozaba con mi hermano dos años mayor (yo de 13 y él de 15) Es continuación de las que ya han leído. Agradezco sus comentarios..
Nueva experiencia
Como dije en el relato anterior, la ordeña de mi hermano se volvió diaria. Todas las noches repetía mi ataque.
Solamente dejaba de hacerlo cuando durante el día me había masturbado lo suficiente y no tenía apetito sexual, pero de no ser así, noche tras noche esperaba a que llegara, se durmiera y luego lo despertaba para la ordeña nocturna, siempre acompañada de la mamada respectiva.
Pasaron meses. Yo disfrutaba mucho comerle la verga y chaqueteársela hasta que se venía.
En varias ocasiones, me surgió la curiosidad de seguírsela mamando hasta que se viniera en mi boca. Pensaba que si el sabor de la verga era tan rico, seguramente su leche lo sería también, pero nunca me animé a tanto. Ahora pienso que fui un pendejo. Aunque muy pocas veces me he comido los mocos de una verga ajena pienso que los de Daniel debían saber exquisitos.
Seguramente él también lo deseaba, pero como todo ocurría en absoluto silencio, nunca me lo dijo. Sin embargo, además de ese deseo que jamás se realizó, empezó a rondarme la mente otro. ¿Qué tal se sentiría tener adentro del culo aquella hermosa verga?
Ahora, mientras estaba mamando y pajeando el pitote de Daniel, no podía sacarme de la cabeza aquella idea, así que la fui madurando mentalmente para llevarla a cabo cuando me decidiera.
Una noche que estaba especialmente caliente decidí intentarlo. La sesión comenzó como siempre: lo encueré, le empecé a manosear la verga, luego se la mamé y comencé a masturbarlo, pero esta vez fui más allá. Me subí a su cama, a su lado, empujándolo un poco. De inmediato comprendió y se movió para dejarme lugar.
Me acomodé dándole la espalda y luego la jalé por la cintura. Daniel acercó su miembro a mis nalgas y empezó a empujarlo, tratando de metérmelo. Yo lo ayudaba parando el culo, pero no lo lográbamos. Entonces me bajé de la cama y lo jalé para que él también lo hiciera.
Sin hacerse del rogar, se bajó y se puso detrás de mí. Yo me incliné levantando el culo y él, sujetando levemente mi cintura, colocó la cabeza de su verga en mi culo para metérmela y empujó. Milagrosamente no grité del dolor. Sentí que me partían en dos y como pude me safé para detener el inmenso ardor que me lastimaba.
Daniel intento retenerme, incluso metió una pierna para hacerme caer e impedir que me alejara, seguramente pensaba: eso es lo que querías y ahora no te me vas puto. Pero yo salí huyendo de la habitación para esconderme en el baño.
Allí me metí y cerré la puerta por si acaso venía tras de mí. Pero no, no me seguía. Estuve cerca de media hora encerrado con el culo ardiendo y arrepintiéndome de haber intentado aquella penetración. Me preguntaba cómo podía haber sido tan pendejo y atrevido. Casi lloraba, pero no lo hacía por miedo a que mis sollozos despertaran a los demás. Arrepentido, con el culo ardiendo y sin excitación, regresé a mi cama en silencio y a oscuras. Por el ritmo de su respiración, me dí cuenta de que mi hermano se había vuelto a dormir.
Pasaron días en que no me atreví a acercármele por la noche. Si acaso a los dos o tres días regresé a mis chaquetas solitarias durante el día. Pero después, ya que el dolor disminuyó con los días y la calentura me regresó, volví a animarme convenciéndome a mí mismo que podía intentarlo con más precaución.
Tal vez había pasado una semana o quizá 10 días, cuando de nuevo repetí el ritual. Esa noche, como siempre, lo esperé evitando dormirme. Cuando al fin llegó y se hubo dormido. Me acerqué a él con la rutina acostumbrada.
Le bajé el calzón, le mamé la verga un buen rato y luego, una vez más, me subí a su lado, dándole la espalda. Esta ocasión me llené los dedos de saliva y se la embarré en la cabeza de la verga. Había llegado a la conclusión de que me había dolido tanto por falta de lubricación, así que si estaba bien ensalivada, entraría más fácilmente.
Le embarré saliva dos o tres veces y enseguida se la jalé un poco hacia mí. Como de costumbre, Daniel comprendió lo que yo quería y movió la cadera para luego intentar metérmela. Yo no se la había soltado, de modo que podía controlar su empuje hasta que considerara que estaba listo.
La coloqué entre mis nalgas varias veces, pero a la hora que él empezaba a empujar para penetrarme, el dolor no me dejaba continuar. Con mi mano lo detenía y volvía a llevarme los dedos a la boca para ensalivarlos y poner esa saliva en su vergota. Pero no abandonaba mi propósito, esa ocasión deseaba coronarlo exitosamente.
Mi hermano fue muy considerado conmigo, no empujaba si yo no se lo indicaba atrayéndolo con mi mano.
Por fin, después de varios intentos, logramos que la cabeza estuviera adentro de mi culo. Me dolía, pero ya no era tan insoportable. Sin soltársela, lo detuve para que no se moviera. Daniel comprendió y esperó a que mi culo se acostumbrara a esa nueva sensación. Cuando así fue, retiré mi mano y él, ni tardo ni perezoso, movió la cadera penetrándome completamente.
Sentí que me abría para él. Me dolió la entrada de la cabeza, pero cuando la tuve toda adentro ya no quería que me la sacara. ¡Era delicioso!
Entonces suavemente, mi hermano empezó a moverse, cogiéndose mis nalgas con un ritmo exquisito. Colocó una de sus manos en mi cintura y así, en la posición de las cucharas, se movía con un hermoso vaivén bombeándome la cola.
Yo estaba gozando como no lo había imaginado, pero ahogaba mis gemidos por obvias razones. Así estuvimos un buen rato, hasta que Daniel empezó a acelerar el bombeo. Era lógico que ya se iba a venir.
No tardó mucho, de repente sus embestidas se hicieron más fuertes y sentí dentro de mi culo el líquido tibio de su placer. Se movía repegándose a mí, metiéndomela completa, como si la estuviera exprimiendo para que no se le quedara ni una gota de mecos.
Finalmente con su acostumbrado suspiro profundo, dejó de moverse y se quedó quieto. Me safé lentamente. Al salir la punta, volvió a dolerme. Pero eso era nada con el gozo que acababa de sentir.
Me bajé de su cama y fui al baño.
Encendí la luz. El culo me ardía, pero había valido la pena. Tomé papel y me limpié la cola. Mezclada con la saliva que usé como lubricante y con la leche de mi hermano, el papel recogió sangre. Sí que me había desvirgado. Sentí un ligero asomo de preocupación, pero rápidamente de convencí de que aquello era lógico y pasajero.
Esta vez, no perdí la excitación. Mientras miraba el papel manchado de saliva, semen y sangre, me hice una rápida y sabrosa chaqueta hasta aventar mi leche tibia y espesa en el piso del baño. Era el inicio de un nuevo capítulo sexual.
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