Nunca supe si en verdad era gatillero, pero probé su pistola y sus municiones
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No suelo beber seguido y tampoco me pongo hasta la madre cuando lo hago, pero como hombre bohemio, fiestero, humanista y sociable, entre otros atributos, que soy, algunas veces me he puesto pedas de campeonato en que no soy dueño de mí y hago estupideces… quizá sea por eso que ahora evito tanto las borracheras.
Esto pasó en esas circunstancias de embriaguez.
Tenía como 20 años de edad y era una de esas noches que se va uno juntando, de uno por uno, con los compas del barrio.
Desde mi adolescencia saben que soy gay pero eso nunca fue impedimento para una relación amistosa ordinaria con los vecinos.
La carrilla sobre mi sexualidad era como la que se infringía a cualquiera por cualquier condición.
Esa noche nos juntamos cerca de 15 chavos entre 16 y 24 años de edad aproximadamente.
Nos dedicamos a beber en la calle, en el famoso estacionamiento, y a echar relajo.
Tocábamos la guitarra y cantábamos de momentos.
Se acababa el alcohol que alguien había invitado y los recién llegados invitaban la siguiente ronda.
Muy providente la noche y nunca hizo falta bebida.
Bebí demasiado y ciertamente estaba borrachísimo para la madrugada, pero aún podía coordinar lenguaje y mantenerme en pie.
En un parpadeo, entre nosotros ya había un fulano acompañándonos que nadie conocía, pero bebía de lo nuestro y se mostraba amistoso con todos.
Lo recuerdo más bajito que yo, que mido 175cm de altura; quizá 170 él.
Muy moreno, de ascendencia indígena, con esa piel que casi brilla de oscura, como los granos de café recién tostado; lampiño.
Bien delgado y de cabello rizado.
Traía los brazos todos tatuados hasta las muñecas.
Tenía un aire de machín, de buscapleitos, de picudo, etcétera.
Yo era blanco y delgado, con pecho amplio y nalgas chicas pero paraditas, varonil, velludo, con barba y cabello largo.
Así lo percibí entre el gentío.
En otro parpadeo, ya estábamos unos 4 de la bola, entre ellos yo, alejados del resto.
No recuerdo cómo nos alejamos, sólo que estábamos ahí.
Algunos inhalaban cocaína que creo estaba convidando el tipo este desconocido.
Yo no quise.
La plática subió de tono y como buenos borrachos machines todos presumían qué tan machos y viriles eran, alardeando quehaceres, menos yo.
No me interesaba o estaba muy pedo.
Y este vato, de 27 años de edad aproximadamente, tipo chacal, comenzó a presumir que era gatillero de un cartel de la droga y que podíamos requerirle si alguna eventualidad nos amargaba la vida.
En otro parpadeo, discretamente yo le sobaba la verga sobre el pantalón deportivo que usaba y sentía cómo comenzaba a ponérsele dura.
Y vinieron más parpadeos borrosos a mi memoria.
De repente ya estábamos solos él y yo donde hacía un segundo estaban el resto que fue a tomar coca.
Un parpadeo y me descubro mirándole a los ojos, tan rojos y desorbitados como los míos, y tocándole la verga debajo del pantalón y encima del calzón.
Un parpadeo más y miro hacia abajo y contemplo su verga dura, prieta y cabezona de 15cm, soltando baba entre mis manos.
Cuando menos acordé –ya sabrán ustedes- estaba yo comiéndole el rabo.
De pie a su lado, me agaché arqueando mi espalda hacia su pubis y bajé un poco el pantalón y el calzón por la parte delantera suya.
Me parece que tenía poquito vello rizado y brillante alrededor de la base de su verga en forma de hongo.
La deglutí.
No recuerdo bien –insisto- pero seguro que la disfruté a raudales.
En otro parpadeo fui consciente de que, aunque los demás estuvieran a unos 50 metros de nosotros, en la tiniebla nocturna, estaban pedos, distraídos y en lo suyo.
No me importó su nos alcanzaban a ver pero quise creer que no era posible.
Seguí comiendo su verga mientras discretamente chaqueteaba la mía con la mano izquierda pues, sin darme cuenta, había bajado mi bragueta para gozar yo también.
Un parpadeo más y yo me incorporaba limpiando los restos de mecos que traía en los labios y la barba.
Así es como lo recuerdo, sin mayor precisión, pero lleno de morbo, con aquel chacal tatuado y desconocido, dizque gatillero, de quien no averigüé tal cosa pero sí probé armas y municiones.
Malditos chacales sexys e irresistibles.
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