o) ¿Decepcion?
-Me gustas así Alonso, sabiendo quien manda en ti y que me obedezcas, dime que me quieres, que eres mío, que soy tu macho y tu hombre. .
Continuación de: Juan Carlos, su madre y yo
No podía conciliar el sueño escuchándole respirar a mi lado, a veces un impulso nervioso hacía que su brazo sobre mi cintura se contrajera apretándome.
Me había molestado por el comportamiento de Óliver y era mi culpa por no darle lo que necesitaba en ese momento. Él era un nombre y me consideraba de su propiedad, lo atestiguaba el abrazo posesivo que ejercía ahora mismo en mi cintura.
Dentro de sus sentimientos cogía lo que consideraba suyo, para él no era pernicioso, no hacía mal. En multitud de ocasiones, en este pasado año, había repetido en su oído que yo era suyo, que le pertenecía y podía hacer conmigo lo que quisiera.
Era yo el que me había entregado sin que él me lo pidiera, quien a veces le pedía que me tomara y me hiciera el amor, ¿y por qué ahora le había negado lo que en otros momentos le ofrecía sin condición ni reparo? ¿Por un simple dolor? ¿Era yo más importante que él?
Sin duda me había equivocado en mi valoración de lo sucedido, o al menos me había excedido llegando a pensar en una ridícula intención de vengarme.
Giró la cabeza hacia mi lado y su respiración continuaba al mismo apacible ritmo de antes, sin reflexionar mi impulso encendí la luz.
Permanecía totalmente desnudo, con la cabeza oculta por la almohada y el pelo que le cubría cayéndole hasta la barbilla, se lo retiré con la mano y se movió inquieto arrugando la nariz. El esbelto y apuesto cuerpo brillaba cubierto de una ligera capa de transpiración.
No, no podía pensar que Óliver me trataba mal, en todo caso sería yo el culpable al no saber responder a lo que necesitaba de mí.
Deseaba besarle y temía moverme y despertarle de su sueño, a la mañana tenía que volver a su trabajo mientras yo podía estar descansando. Apagué la luz e intenté con todas mis fuerzas dormir.
Habían sido pequeños ratos durmiendo y la mayor parte de la noche pensando y repensando lo mismo. Lo desperté con un beso cuando llegó la hora de levantarse.
-Óliver, amor, es la hora para levantarte. -en un momento de la noche había cambiado de postura y su brazo ya no estaba sobre mi cintura. Se desperezó abriendo los ojos.
-¡Joder! No puedo descansar un día.
-Mientras te duchas bajaré a prepararte el desayuno y lávate con agua fría. -no esperé la respuesta y bajé a la plana baja.
-Le miraba mientras comía con ganas, tenía el cabello mojado de la ducha pero aparecía fresco y espabilado.
-Óliver…, lo de anoche. -reaccionó levantando la cabeza para mirarme irritado.
-¡No fue mi culpa! -estaba a la defensiva, malhumorado.
-Lo se, reconozco que fui yo el culpable y no volverá a suceder. -relajó la cara y hasta sacó un esbozo de sonrisa. Por lo menos ahora podía ir a su trabajo alegre y contento.
Esperé a que regresara de lavarse la boca y recogiera la bicicleta para llevarla a la calle. Lo vi decidido a marchar sin darme un beso, sin haberme perdonado y antes de que saliera me abracé a él.
-Perdóname Óliver, no te vayas enfadado conmigo.
-De acuerdo, espero que no vuelva a suceder. -entonces me besó y todo quedó en el olvido, la sonrisa tan querida había vuelto a su cara.
Estaba recogiendo la mesa y empezando a preparar el desayuno para el resto de la familia, no tardarían en estar levantados los mellizos para ir a su entrenamiento que ya habían comenzado. El primero que bajó fue mi padre.
-Has madrugado hoy más que otros sábados.
-Quería prepararle el desayuno a Óliver mientras se duchaba y ya no he vuelto a la cama. -se sentó en la mesa y le puse el desayuno a la vez que el mío. Me miraba cauteloso, queriendo hablarme y sin atreverse.
-¿Pasa algo entre vosotros? -era indudable que se refería a Óliver y a mí.
-No papá, todo va normal. – levanté la cabeza para que viera mi feliz sonrisa.
-Ayer llegó tarde y os escuché discutir. -no pude evitar ponerme rojo, sofocado pensando lo que podría haber oído.
-No tienes que dejarte dominar, por nadie, actúas como si fueras el responsable de la familia y esa es mi obligación. -había dejado de comer para mirarme con intensidad, deseando leer en mi mente lo que no le decía mi boca.
-No te preocupes, no pasa nada, él simplemente venía cansado, y por cierto, voy a salir con Juan Carlos y no vendré a comer. -deseaba que pensara en otras cosas y no en lo pudo escuchar a la noche.
-Está bien, sal a divertirte, no iré con los chicos a su entrenamiento y me encargaré de la casa y la comida. -bajaron Rafael y José, la conversación derivó a lo que a ellos les interesaba.
Me preparé antes de que J.C. llegara, el culo ya no me dolía pero volví a darme la crema, me vestí un pantalón ancho y corto, camisa fina blanca y zapatos casuales de andar, hoy haría calor y el paseo por el monte nos haría sudar.
Mi amigo llegó y tocó el claxon avisando, me asomé a una ventana que daba a la calle y le hice señas para que entrara en casa. Cuando bajé estaba en la cocina hablando con mi padre mientras este trabajaba preparando la comida. Vestía igual que yo más o menos mostrando sus fuertes y voluminosas piernas, sentado en la mesa de la cocina con los muslos aplastados.
Nos despedimos y emprendimos el camino para subir al monte y hacer algo de ejercicio. Dejamos atrás la sidrería donde trabaja mi hermano y donde volveríamos para comer.
Hacía más de un año que no pisaba las pistas rurales que subían hasta las suaves colinas que ocultaban el mar. Dejamos el coche en el parking de un restaurante de monte, había algunos vehículos aparcados, de gente madrugadora que ya estaría en las cumbres. El camino resultaba suave y sin mucha pendiente, me sentía a gusto respirando el olor de los altísimos eucaliptus, próximos a ser talados y convertidos en pasta para hacer papel, y de los pinares, algunos recién plantados.
En una hora estábamos arriba y ya nos habíamos encontrado a montañeros que volvían, sudábamos y no era por el calor, notaba que no practicaba el andar desde hacía tiempo. En realidad no debías quedarte quieto, a las cumbres llegaba la brisa de mar que brillaba reflejando el sol a lo lejos y venía fresca y húmeda.
Habíamos hablado muy pocas palabras durante el ascenso si no contábamos los saludos cruzados con los caminantes que nos encontrábamos. J.C. pasó el brazo por mis hombros mirando el precioso paisaje pleno de diferentes y fulgurantes verdores.
-Es hermoso.
-Sí, para verlo todos los días. -me recosté en él pasando mi brazo por su cintura.
Pasamos más de diez minutos observando el paisaje, girándonos para verlo en todas las direcciones, si la vertiente marítima resultaba espectacular, no lo era menos la que miraba al valle y el río.
-Bajemos ya, el aire congela aunque es verano, no podemos quedarnos fríos.
El descenso fue mejor, la senda había sido recientemente arreglada para permitir que las máquinas forestales pudiera llegar hasta allí, y las torrenteras naturales habían sido sustituidas por las de hormigón.
En el bar donde habíamos dejado el coche tomamos un botellín de agua, descansando antes bajar a la sidrería.
-Tenemos que repetirlo. -miré a mi amigo para saber su opinión.
-Cuando quieras, si es contigo iré hasta el fin de mundo. -nos echamos a reír los dos al unísono, de verdad que quería muchísimo a mi amigo, hasta creí estar enamorado de él alguna vez, o pudo resultar cierto.
Llegamos a la sidrería, aún era temprano para comer y no había muchos coches aparcados, el parking resultaba muy grande, para más de mil coches, lo dejamos cerca del edificio en la parte lateral, al final de la hilera de las plazas señaladas con pintura blanca.
Cerca del edificio había algún coche aparcado, se veía las cabezas de dos personas en el interior de uno de los vehículos y a veces una desaparecía, sería alguna parejita que estaba aprovechando el tiempo manifestándose su amor, se besaban y luego la cabeza de la mujer se ocultaba en la evidente mamada que le estaba haciendo.
J.C. me hizo una señal para que mirara, nos estábamos acercando al coche y desviaba la mirada para que no pensaran que los mirábamos.
-Le está dando una buena mamada la tipa. -dejó que escuchara su cínica y divertida risa.
-Deja de mirar, no es asunto nuestro. -estábamos a un metro del coche con la pareja dentro, aunque no quería mirar, por el rabillo del ojo veía de perfil al chico con la cara levantada y la boca abierta, entonces giró la cabeza hacia nosotros y me quedé clavado en el suelo.
-¡Joder! -exclamó J.C. sorprendido, entonces me di la vuelta corriendo hacia su coche, esperaba, confiaba que Óliver no nos hubiera visto. Juancar llegó a mi lado cuando intentaba meterme sin darme cuenta que las puertas estaban cerradas con llave.
-¡Abre!, ¡rápido, por favor! -entramos en el coche y mi amigo se me quedó mirando.
-Arranca vámonos antes de que nos vea. -puso en marcha el coche y nos alejamos de allí. Por el espejo retrovisor de mi lado podía ver a mi hermano, estaba fuera del coche, sujetándose los pantalones y dando patadas en el suelo y en una de las ruedas furioso mirando hacia nosotros.
J.C. volvió a subir hasta el bar donde habíamos tomado el agua al bajar del monte, detuvo el motor y nos quedamos en silencio.
-¡Joder! Mira que cabrón, como se lo pasa… -se detuvo al mirarme y ver mis ojos inundados en lágrimas.
-¡Será hijo puta! Ven aquí. -pasó los brazos a mi espalda estrechándome muy fuerte. Estuvimos un buen rato así, hasta que los cuerpos se dormían por la postura que manteníamos, pasaba las manos por mi espalda acariciadoras y apretando, haciendo que notara su extraordinario cariño.
-Dame un pañuelo si tienes. -me soltó y buscó una caja de clínex, estaba sin abrir y rompió la cubierta para entregármela abierta.
-¿Puedes llevarme a casa? -le agradecía la compañía, y el largo abrazo que me ofreció, pero necesitaba estar solo.
-Ni hablar, tú te quedas a mi lado, no quiero que te pase algo malo. -no le faltaba razón, si volvía a mi casa sería mi padre quien me preguntara al veme regresar tan pronto, y entre los dos era mejor estar a su lado.
-No me pienso suicidar, puedes estar tranquilo. -conseguí que sonriera y volvió a abrazarme, me dolía el cuerpo por la forzada posición.
-Tampoco merece la pena. -me cogió la cara con las manos y me besó la frente.
-Vamos a comer algo, yo muero de hambre. -con mi dilema no me daba cuenta de que llevábamos mucho tiempo sin comer, y aunque a mí no me apeteciera mi amigo tenía un estómago reclamándole.
Le miré mientras comía, tenía suerte de tener un amigo como él, único a ese nivel. Paseamos después de comer, sin subir donde habíamos estado a la mañana, llaneando para pasar el tiempo, él quería hablar y lo hizo, parando a veces al ver que no obtenía respuestas.
Óliver se dejaba querer por las chicas. Según J.C. no había una en el barrio que no le persiguiera, y desde hacía meses las dedicaba mucho tiempo. Le escuchaba y sus palabras eran lluvia cayendo sobre granito impermeable, a veces no le escuchaba.
Me mostraba un Óliver que no conocía, y en todo caso, aunque así fuera, como él decía insistiendo, mi hermano no tenía la culpa de ser atractivo, si embrujaba a las chicas era sin intención, un don que poseía, eso mismo me había pasado a mí. Y si recurría a ellas era porque yo lo descuidaba, dedicándome a hacer de… Volvían las lágrimas a salir y no quería las viera.
Cuando me dejó en casa estaban los tres riendo en la sala jugando a las cartas. Por lo menos ellos no tenían problemas, los saludé y subí a la habitación para ducharme, olía a tigre después de tener el sudor impregnando la ropa todo el día.
Recogí ropas para la lavadora, las sábanas escondidas y manchadas del esperma que había tirado Óliver la noche anterior, salí a la parte trasera y puse la máquina en funcionamiento.
Me sentía tranquilo relativamente, sin querer pensar en la reacción que mi hermano tendría. Debía evitar por todo los medios que los demás se enteraran, y esperaba que dejara para cuando estuviéramos solos lo que tuviera que decirme.
Por mi parte sabía que no podía sentirme ofendido. Sí Óliver había hecho algo que se le pudiera reclamar, no era yo quien tenía la capacidad moral de hacerlo y solamente esperaba lo que él me quisiera decir.
Esta noche volvería tarde otra vez, tenían mucho trabajo por la gente que estaba volviendo de sus lugares de veraneo, aprovechaban los últimos días antes de que todo volviera a la normalidad y los pequeños a sus clases.
Se quedaron hasta tarde viendo un programa concurso de fenómenos, de los géneros más variopintos, cantantes, equilibristas, humoristas y de todo.
Cuando marcharon a dormir apagué la televisión y salí al huerto para esperar que Óliver llegara, me acerqué hasta el muro que nos separaba del río y me senté escuchando el cantarino discurrir del poco agua que ahora discurría, algún grillo cantaba haciendo notar su presencia a las hembras cercanas.
Pronto comenzarían las clases, Davy volvería y los niños le serían entregados, estaba cambiando mi línea de pensamiento cuando escuché el ruido de la puerta de la calle y me fui acercando.
Efectivamente era mi hermano que ahora salía de la cocina para dejar la bici en el patio, no quería asustarle, todo estaba a oscuras y solo se podía ver lo que la tenue luz de las estrellas permitía.
-Óliver, soy yo. -reaccionó a la velocidad del rayo, se giró y me sujetó para empujarme contra la pared e inmovilizarme colocando un brazo en mi cuello.
-Soy Alonso, suéltame. -temía que si me apretaba un poco más me rompería la yugular o me ahogaría.
-¿Qué haces aquí? Tenías que estar en la cama. -aflojó la presión y aspiré aire resoplando.
-Te esperaba por si querías cenar…, por poco me ahogas. -volvió a colocar el brazo sin apretar tanto.
-¿Qué hacíais en mi trabajo esta mañana? ¿Acaso me vigilas? -había elevado la voz y se le notaba irritado.
-¡No!, ¿cómo crees eso?, fuimos al monte y paramos para saludarte al bajar, pero habla más bajo, papá sospecha que pasa algo, anoche nos escuchó.
Al fin me dejó suelto, resultaba terrible la fuerza que tenía y me dolía el cuello, me alejé un par de pasos de él.
-¿De quién fue la idea de ir allí? ¿De tu amiguito?
-Te he dicho que fue casual, J.C. no tiene nada que ver. -avanzó hacía mi con la mano levantada, como si me fuera a pegar, y retrocedí asustado.
-No me hagas nada, por favor, es la pura verdad. No te espiábamos. Ni me había fijado en vosotros hasta que te diste la vuelta. -volvió a cogerme contra la pared y le vi como alzaba la mano, me encogí esperando un golpe que no llegó, en su lugar me sujetó el rostro acariciándomelo.
-¿Creías que te iba a pegar? ¿Eso pensabas? Contesta. -me apretaba la cara cogiéndomela entre el pulgar y los otros dedos.
-Sí…, no, no, no. -no lo sabía, esa era la verdad y ahora me desconcertaba.
-Nunca lo haría, tú me perteneces y jamás dañaría algo que es mío. -acercó la cara y me besó en la boca con fuerza, empujando mi cuerpo con el suyo comprimiéndome contra la pared.
El beso se hacía eterno, exigiéndome con la lengua que le entregara la mía. Ahogué un hondo gemido en sus labios al sentirle los dientes lacerando los míos e hiriéndolos. Dejó de besarme y volvió a pasar la mano por mi cara.
-Ya he cenado, ahora necesito otra cosa de ti, ve arriba y espérame. -era una orden a cumplir, y sin otras palabras entre en la cocina para subir a la habitación.
Me desnudé y me tendí sobre la cama esperando, pensando mil cosas que podrían suceder. “Necesitaba otra cosa de mi”, esas habían sido sus palabras, y que le esperara. El culo no me dolía como ayer y esperaba que la herida no se me abriera.
Escuchaba el ruido del chorro de la orina al caer en el inodoro, y el grifo dejando correr el agua. Entró en la habitación y me miraba detenidamente el cuerpo desnudo mientras se iba quitando la ropa, la agudeza de su inspección hizo que me ruborizara.
Permaneció más de dos minutos y no pude sostenerle la mirada, la baje hasta su pelvis, el pene lo tenía alzado, sujetándolo con la mano izquierda imprimiéndole un suave masaje de masturbación.
Se colocó sobre mi y abrí las piernas para que se situara, su verga se metió entre mis muslos y se inclinó para llegar a mi boca y empezar a besarme pasando los labios por los míos frotándolos. Yo permanecía pasivo, sintiendo más el calor de su polla en lugar tan delicado y no en el beso que recibía. Dejó resbalar la boca hasta mi oreja.
-Colabora, ¿o ya no te gusto? -su voz estaba cargada de ironía.
-Sí, sí Óliver, me gustas. -comencé a acariciarle la cabeza enredando los dedos en su largo pelo. Me gustaba, sí, mi hermano me gustaba a pesar de todo, aunque ahora sintiera miedo de él en algún momento me encantaba, me volvía loco, era el chico más varonil, sensual y atractivo que había visto nunca.
Respondía a sus besos apasionadamente, olvidando el peligro que se cernía vivo y duro entre mis piernas, las elevé para abrazarme con ellas en su cintura.
-Me gustas así Alonso, sabiendo quien manda en ti y que me obedezcas, dime que me quieres, que eres mío, que soy tu macho y tu hombre. -hablaba con fiereza mordiéndome las orejas y el cuello.
-Sí, sí mi amor, soy todo tuyo, te amo Óliver.
Su polla me buscaba, sin guiarla, sabiendo su camino, ella sola tocaba con la punta en la entrada de mi culo…, y tenía miedo, cerraba el ano por instinto para defenderme mientras su verga apretaba.
-Ábrete, relaja el culo, no es tu primera vez. -distendí lo que pude el ano y su glande penetró abriéndose camino. No me atrevía a pedírselo a viva voz y dentro de mí suplicaba: que lo haga lento, por favor, que sea suave.
Todavía, en algún lugar, alguien atendía mis ruegos, se contuvo y su falo echando fuego me invadía lentamente hasta sentir sus testículos aplastados en el culo.
Hice presión con el ano y lo aflojé varias veces, temblaba de excitación sintiendo en mi interior su verga dura y palpitante.
-¡Ahh! Óliver te siento amor, mi hombre querido, ¡qué bien estoy! -apreté las piernas alrededor de su cuerpo, empujando con los talones en sus nalgas para que entrara más en mi. Se elevó sobre los codos para separarse y mirarme.
-Alonso, estás bellísimo. – y bajó con la boca hambrienta para comerme la mía comenzando a moverse, haciendo que delirase de placer notando su poderosa polla de macho semental joven e impetuoso.
-Hermanito, es delicioso, dame más, dame, dame, ¡ohh, sí. -alargué una mano pasando por debajo de mi cadera y sujeté sus testículos entre mis dedos, los tenía gordos y duros, llenos de semen para mí.
No podía aguantar más y me contraje ante el salvaje orgasmo que llegaba de mi culo, cosquilleando toda mi espalda hasta explotar en los testículos haciendo que expulsara la leche contenida en ellos.
-Me corro mi amor, ya no aguanto más. -me movía frenético apretando el ano y Óliver empezó a vaciarse los huevos en mi culo. Seguía sosteniéndole los testículos en la mano y notaba como subían apretándose a la base del pene, dejando la valiosa carga en mi vientre.
Lo abrazaba con los brazos y las piernas, pegándolo a mí sonriendo satisfecho. Este era mi hombre, mi macho maravilloso, el que me encantaba y al que amaba.
Destrabé las piernas y las dejé caer paralelas a las suyas, abierto y con su polla dentro de mi ano. Salió de mí y me quedé mirándolo extasiado, busqué mi slip para colocármelo y no manchar las sábanas con el esperma que comenzaba a salirme del culo. Óliver se limpio la verga con el suyo y se tumbó a mi lado.
-Sobre la chica con la que me viste…, no tienes que preocuparte, es una más y no es importante para mí. -su confesión me dejó anonadado, pero apagó la luz y se puso boca abajo para dormir.
Otra noche más que no podía conciliar el sueño. Ya no se trataba de lo que J.C. dijera, más o menos creíble dependiendo de mi disposición a admitirlo como cierto, había sido Óliver el que reconocía que esta chica era una más, y me lo decía con la mayor desfachatez de la tierra, como si fuera lo obvio y normal en él…, y como si lo fuera a seguir siendo.
El vuelo en el que Davy regresaba, partiría del aeropuerto de Norwich cerca de Norfolk y llegaría hacia las cinco. Juan había enviado un coche a recogerlo y lo esperaba impaciente, precisamente me sorprendía al sentirme emocionado y razoné que sería por tener cerca a quien dirigiera y resolviera los problemas que ahora llegarían.
Me levantaba de la mesa para ir al ventanal cada cinco minutos, como si fuera a entrar por allí por arte de magia, no había escuchado el motor del coche y si los pasos avanzando por el pasillo y la voz de Juan hablando.
Aquí estaba sano y salvo, no habían pasado dos semanas y le veía diferente.
-Buenas tardes ojos de cielo. -a la vez que sentía arderme las mejillas miraba la cara de Juan imperturbable. Me sentía ciertamente ridículo cuando me llamaba de esa forma delante de su mayordomo, y cuando estábamos solos me encantaba.
-¡Hola Davy! ¿Qué tal el viaje? -se adelantó para sentarse en una silla y me indicó el sillón de la mesa. El bastón le servía de adorno prácticamente y solo se le notaba una ligera cojera. Llevaba barba de unos días, eso era lo que le hacía diferente, ¿mayor?
-Siéntate Alonso que tenemos mucho que hablar. -miró a Juan haciéndole un gesto de impaciencia. El hombre parecía salir de un letargo y me miró a mí.
-Puedes hablar con Alonso delante, no te detengas.
Su buen sirviente le hablaba sobre las obras y los problemas surgidos con el sistema de comunicaciones, y algún otro desperfecto que no habían arreglado.
-¿Qué ha dicho el fisioterapeuta? -le interrumpió sin dejarle continuar y no dando importancia a los problemas que le enumeraba.
-Empezarán mañana, vendrá a verle para comprobar la evolución. -Davy río irónico.
-Se va a llevar una sorpresa, seguro, no necesito el bastón. -se levantó y volvió a sentarse para dejar ver como se podía mover.
-Voy a cambiarme y tomar una ducha, tomaremos un té en la terraza, ¿o tú quieres otra cosa? -volvía vital y con mucha energía, el viaje y los paseos por los famosos acantilados le había ido de maravilla.
-Está bien, lo que has pedido sirve para mí. -Juan marchó para cumplir el encargo y Davy se puso de pie recogiendo el bastón.
-Vamos a la habitación. -atravesamos por los jardín cubierto y caminaba muy bien, con esa pequeña cojera de la pierna derecha y utilizando el bastón a pesar de lo que dijo.
Dejó el bastón sobre la cama y comenzó a desnudarse, no solamente caminaba bien, ya se manejaba para quitarse la ropa como cualquier persona.
-Tienes cosas que decirme, no seas como Juan. -andaba completamente desnudo, con la larga polla bamboleándole entre las piernas acompañada de los gordos huevos, desinhibido como si yo no estuviera presente, me sobrepasó y fue a la puerta del baño, tuvo que volverse y decirme que le siguiera.
-Ya me has visto desnudo, ahora cuéntame lo que piensas. -pero se metió detrás de la mampara de cristal y con el agua cayendo no me oiría, esperé a terminara y saliera.
-Sigo esperando, yo te hubiera oído a pesar del ruido del agua. -se secaba ágilmente y estaba realmente divino, este no era el Davy que encontré huraño y amargado cuando le conocí, se anudó la toalla a la cintura tapándose.
-Sobre los niños, he estado pensando… -y le dije mis ideas sobre la edad que tenían los niños y que necesitaban juegos más adecuados para ellos. Se peinaba con un cepillo y suspendió la tarea para mirarme a través del espejo.
-¿Al final, cómo ha quedado?
-¿Cual? -no tenía idea sobre lo que me preguntaba.
-Esa zona de juegos de la que hablas.
-Es solo una idea para que tú decidas, yo no…, no.
-Eres poco resolutivo, tienes que arriesgar, podía estar terminado.
No sabía a donde quería llegar con sus palabras, me confundía y estaba perdido sin saber cuál era mi real función a su lado. Se pasó la mano por la crecida barba.
-Mañana me la afeito, ya he conseguido desquiciar bastante a mi abuela. -Davy hablaba sabiendo el lugar que ocupaba, y yo estaba en el limbo.
Tomando el té en la terraza hablamos de mis horarios, la mañana en la universidad era mejor para mí, parecía que también para él por su horario en el conservatorio. Luego hablamos de los niños, a pesar de su seguridad en ese tema le veía con muchas dudas.
-Tú tienes hermanos más pequeños y la señora que los atenderá sabe lo que son los niños, espero que me ayudéis en eso.
Caminando hacia la estación del metro hacía el recorrido despacio, mirando las bonitas casas de ese barrio, muchas solitarias con enormes parques y jardines.
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