Ocio morboso entre mejores amigos
Después de mucho trabajo, David y Harold se dan un pequeño descanso entre actividades..
Finales de octubre, o comienzos de Noviembre. El otoño ya estaba muy presente.
Llovía, la temperatura había caído bastante y hacía mucho frío; casi ya a finales de octubre habíamos pasado un par de semanas en mi casa en el sur, por la relativamente corta distancia con la escuela local, donde debíamos ejercer unas funciones temporales, y ya para el invierno estaríamos de vuelta en el norte.
La última había sido una semana bastante intensa, con una serie de informes que entregar. Ya en casa, estábamos David y yo llenando un par de formularios extensos que debíamos entregar en dos días. Había cerrado todas las ventanas y dejado que el frío estuviera afuera. Sin embargo, siempre buscaba la manera de colarse y entrar. Los árboles lucían amarillentos, comenzaban a dar esos tonos naranjas característicos del otoño.
Para sobrellevar el frío, preparé un poco de chocolate caliente y marshmallows, para después de tomarlos seguir sumergidos en nuestra faena. Al caer la noche estábamos algo cansados; la lluvia había parado y estábamos mirando a la nada.
«¡Muy bien!» dijo David mientras se estiraba. «Es hora de descansar» —dijo en un suspiro soltando el cansancio.
Yo estaba sentado en el sofá, leyendo un libro; lo solté y lo coloqué en una pequeña mesita auxiliar que tenía al lado, y me acerqué a él.
«Los días han estado sumamente estresantes» —comenté.
Comenzamos a charlar sobre posibilidades de cosas para hacer en los últimos días que estaríamos en mi casa antes de retornar al norte del país. Pensábamos en tomar quizá la última semana de trabajo para, al salir de la escuela, dedicarnos posiblemente a visitar algún museo de arte y ciencias naturales, o el Smithsonian. Nos encontrábamos discutiendo entre posibles lugares que pudiéramos aprovechar para ver… cuando de pronto mi instinto de picardía se encendió, y al acercarme a él le dije, un poco tenso pero a la vez caliente, mientras frotaba mis manos en su pecho. La tela de su ropa suave se sentía exquisita con el calor de su piel, tocando el contorno de su tetilla.
«Tú sabes que me encantan los finales felices en lo que hacemos» —dije juguetón.
«¡Que no!» —dijo David en reclamo fingido, apartando mi mano de su pecho.
«Estamos trabajando, deberíamos concentrarnos» —me reclamó con una sonrisa pícara en el rostro.
Yo, cuando estoy con ganas de placer, puedo ser insistente. Me le acercaba, comenzaba nuevamente tocando de forma sutil, aunque bajando por su dorso de forma más descarada.
Volvió a quitarme la mano en una forma más brusca, hasta que en una de esas tomé su pierna y subí enseguida a su pene, que se sentía con una buena erección.
Me empujó, intentando zafarse. Se levantó de la silla, sus ojos fijos en los míos, me miraban serios.
«Vos sois una cosa seria, ¿verdad?» —dijo con un gesto de molestia un poco fingida.
Siguió mirando seriamente cuando de pronto estiró su mano tomando la mía y la guió a su bulto. Mis dedos se cerraron, apretando con ganas, sintiendo la dureza, que sobre la tela parecía una herramienta enorme. Vaya que le tengo morbo a ese bulto tan espectacular que se le forma en su entrepierna. Comenzamos a besarnos; intentaba desabrochar su pantalón, pero con solo una mano me era difícil. Sentí un tirón brusco en mi cabeza que me arrodilló y me postró contra una esquina en la pared.
«A mamar» —me dijo mientras se desabrochaba el pantalón y también sacaba su verga cabezona, rosada y circuncidada. Al sacarla, una gota cristalina de presemen ya se asomaba cual señal de su excitación. Sentí su mano suave en mi cabeza que me invitaba a lo que ya sabíamos que sucedería.
Al mirar bien aquella gota cristalina, que se veía más bien llamativa, pasé suavemente mi lengua probando una vez más aquel sabor de vida salado y de sensación dulzona. Acerqué bien mi rostro a su pelvis queriendo, por un costado de su miembro, oler su esencia, ese olor tan característico que se percibe como «nada» o un perfume leve que apenas huele y deja esa sensación de lo que está enfrente. Al mover mi faz comencé a engullir la cabeza rosada, que a mis lengüetazos brotaba más presemen que comía gustoso. Era una sensación de regalo para mí, como si lo estuviera haciendo bien y se le mojara más el güevo con su lubricante natural.
David levantaba la cabeza, dejaba ahogar un suspiro ronco que indicaba cuánto disfrutaba el momento. Mi pene estaba a explotar de excitación, así que lo saqué y comencé a pajearme con suavidad. Entonces David comenzó a embestir mi boca, haciendo que yo perdiera un poco el ritmo que llevaba. Lo sacaba de mi boca de vez en cuando y podía observar su vena más marcada y con sus contornos bien definidos. Comenzaba a pajearse como él solo sabe hacerse, mientras azotaba con su pene mi cara, y también lo pasaba babeado por mi rostro de un lado a otro, sintiendo ese olor tan excitante al güevo de mi mejor amigo mientras yo chupaba suavemente y buscaba también oler su escroto.
La estancia se había convertido en una escena bastante fuerte. David me estaba cogiendo la boca y cacheteándome con el güevo, y azotando sádico con su cabecita mi lengua como si, de alguna manera, eso me hiciera ver cual si me estuviera sometiendo. Volví nuevamente a meterlo todo en mi boca; me acercaba bastante a su pubis y alcanzaba a oír un «coño, qué rico» susurrado casi imperceptible. Podía sentir cómo se le hinchaba más mientras comenzaba a tocar su dorso y abdomen velludo y sus piernas. Me levanté a lamer sus tetillas, y estas me encendían un montón: lamer esos pezoncitos rojos intensos que tiene mi amigo mientras yo estrangulaba mi verga. David comenzó con su mano a jalármela rico mientras comenzamos a besarnos, y nos las cruzamos a jalarnos las pijas mutuamente. Yo lo pajeaba como podía, aunque era más simple porque estaba bastante mojado su pene.
Duramos unos buenos segundos, besando y mordiendo esos labios pálidos que se gasta mi amigo, y pude sentir su tensión expresada en un gemido semejante al zumbido de una olla de presión. ¡Cuál no sería mi sorpresa! Me toma de nuevo por el cabello, bajándome bruscamente, mientras él soltaba un gemido gutural que me anunciaba lo que yo quería, mientras él se pajeaba duro… Comencé a lamer un lado de su pene y, a los pocos segundos de masturbarse, salió el primer chorro de leche mojando mi cachete con ese disparo caliente y espeso. Moví mi cara para metérmelo en la boca y su güevo botaba un chorro lácteo en cada contracción, acompañado de los gemidos tensos y suspiros que daba mi amigo. Tragué su leche salada, cremosa, con su sabor sólo de él, mientras me la jalaba yo frenéticamente, también haciéndome venir casi al instante que su pene dejó de palpitar en mi boca. Me tragué cada gota sin dejar ir una; sentía una satisfacción como si me hubiera comido un caramelo Bianchi.
David se dejó caer un poco nuevamente en el lugar donde primero estaba sentado, soltando un suspiro profundo y sumergiendo a la habitación en ese silencio postorgasmo. Quedé en el piso, en silencio, viendo toda la escena que acababa de ocurrir y digiriendo lo sucedido una vez más. David, desde su asiento, me miraba bastante serio.
«Sois un niñato calientapollas» —me dijo al incorporarse y darme una pequeña bofetada. Aquello último me tomó por sorpresa.
«Te dije que me encantan los finales felices» —dije en tono de burla y ambos nos reímos suavemente.
«Estarás contento entonces» —respondió, más humorístico, y agregó:
«Qué bueno disponer de una mano amiga, que ayuda mucho».
El ambiente de aquella habitación volvió a la normalidad mientras limpiaba el poquito desastre dejado. Este sería uno de los pocos momentos de ocio antes de regresar al norte… Y qué rico el ocio con tu mejor amigo, ¿no?
HTA
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