Ojos de serpiente
Quinto episodio. Mis fotos sensuales aparecen en los baños del colegio, provocando reacciones impredecibles. Mientras el masajista chino me lleva a un nuevo nivel de goce, mi socio me avisa que hay un cliente ansioso por carne fresca..
Episodios anteriores: (1) La suerte de una buena carta – (2) Los juegos que la gente juega – (3) Todo tiene su precio – (4) La dorada obsesión.
Hasta que sucedió lo de mis fotos en el baño, yo había pasado casi desapercibido en el colegio.
Estudiábamos en ese viejo edificio cientos de alumnos y el ambiente era bastante tedioso. Haciendo un mínimo esfuerzo, yo aprobaba todas las materias y si bien fue en el colegio donde había empezado mi incidente sexual con Julián (episodio 1: “La suerte de una buena carta”) y donde me llegó la propuesta para el casting de ropa interior (episodio 4: “La dorada obsesión”), me manejaba en un perfil bajo, sin hacerme notar.
Y es que el colegio era algo marginal en mi vida. Mis mejores amigos estaban en el club. El saberme buen jugador de fútbol, el aguantar bien los entrenamientos extenuantes y las patadas; en fin, todo lo que había aprendido sobre el dinero, las personas y el sexo me había templado. No es que despreciara a mis compañeros de clase, para nada. Pero los veía infantiles y toscos.
Por eso, cuando la directora me vino a buscar a la clase no me preocupé, aunque el clásico murmullo de temor recorrió los bancos. Caminamos en silencio por el pasillo. Cuando entramos a su despacho, noté que la mujer estaba muy nerviosa. Con dificultad encontró las palabras para explicarme lo que estaba pasando.
-En el baño de los mayores aparecieron pegadas unas fotos donde estás… en fin…estás prácticamente desnudo… No sé cómo llegaron allí.
Sobre el escritorio estaban, apiladas, varias de mis fotos en slip. En los bordes había cinta adhesiva. Me las alcanzó, pero ni las miré.
-Fui a un casting para una marca de ropa interior y me tomaron estas fotos. Es un trabajo. Le pagaron a mi mamá y a mí me regalaron ropa. Esto lo deben haber sacado de alguna revista.
-Sí, se nota que es la contratapa de una revista de modas… pero me preocupa lo que han escrito…
Entonces miré con más atención. Alguien había dibujado un globo de diálogo, como el que aparece en las historietas, que se cerraba junto a mi sonrisa. Me hacían decir: “Estoy en 1ero B, ¿no tenés ganas de cogerme?”.
Diferentes caligrafías escribían sus respuestas: “Te parto en dos, rubiecito”, “Hermosa putita de 13 años”, “El nenito más caliente del cole”, “Tragate toda mi leche, bebé”, y otras por el estilo.
Ella estudiaba mi rostro. Tal vez esperaba que me asustara o me largara a llorar, pero le devolví los recortes sin alterarme.
-Cosas de chicos.
-¡Cosas de brutos! ¿Alguien te dijo algo?
Le dije que no. Me hizo prometer que le avisaría si cualquier alumno tenía un comportamiento inapropiado y me ordenó que me mantuviera alejado del sector de los mayores. Le aseguré que lo haría. Estiró la mano para acariciarme la cabeza, pero se contuvo.
La voz se había corrido entre mis compañeros. Guadalupe, que me había pasado el contacto de la agencia, estaba molesta conmigo: por lo menos podría haberle dado la noticia. Le dije (y era verdad) que no tenía idea de que las fotos ya estuvieran en circulación. Ni siquiera sabía en qué revista habían aparecido.
Evidentemente, yo había sido tema de conversación también en la sala de profesores. En las clases siguientes, los docentes me miraban preocupados. No me sentía cómodo con tanto protagonismo pero me dije que ya se olvidarían de mí y todo volvería a la normalidad. En eso pensaba cuando, en un pasillo, un chico me puso una mano en el hombro.
-No te asustes – me dijo. El chico tendría unos quince años. Aunque conservaba algunos rasgos infantiles, ya parecía tener una personalidad madura. -Vi tu foto en el baño.
-No fuiste el único.
-Las saqué a todas y se las llevé a la directora.
-¿En serio? ¿Hiciste eso?
-¡Era lo que había que hacer! Y estoy investigando quien fue el hijo de puta que las trajo. Si lo descubro lo voy a cagar a trompadas. ¿Nadie te dijo nada sospechoso hoy?
-No- yo estaba impresionado por su determinación.
-Te dejo mi número de teléfono. Si alguien te molesta, me avisás, ¿ok? Me llamo Santiago. Podés confiar en mí. Desde ahora no vas a estar solo. Yo te voy a cuidar.
Se lo agradecí. El aspirante a superhéroe se alejó.
Esa tarde, mientras disfrutaba de una nueva sesión de masajes en el club, pensaba cuánto tiempo más podría seguir manteniendo varias vidas simultáneas sin que estas chocaran entre sí y todo estallara.
Lo que podían decir de mí el entrenador de fútbol, mi amigo el Piojo, mis compañeros de clase, mis profesores, Karen –la de la agencia- o mi alocada madre no tenía nada que ver con lo que podría contar el cincuentón Lalo (episodio 2: «Los juegos que la gente juega»), el masajista chino del club (episodio 3: «Todo tiene su precio») o mi socio Marcos.
Para unos yo era el Rusito, un niño bueno, inocente y tranquilo; para los otros, yo era un perverso que, aprovechando mi cara de ángel, estaba dispuesto a prostituirme por dinero o como lo estaba haciendo en ese momento, por un buen masaje gratis.
-Está pensativo hoy- dijo el Chino, mientras me masajeaba la nuca y los hombros -¿Problemas?
-Nada que no se vaya con un buen masaje – mentí.
-Ya sabe que conmigo tendrá el mejor pero que…
-…todo tiene un precio- terminé la frase.
-Me gusta que entienda. Usted es mi niño preferido. Tiene un cuerpo muy disfrutable. Y hoy tengo juguetes nuevos para usted. Dese vuelta.
Boca arriba, con los ojos cerrados, dejé que me masajeara los muslos y las caderas. En la camilla, el Chino me dominaba completamente con sus manos aceitosas. Su ancestral conocimiento de las zonas erógenas era una fuente interminable de delicias.
Un zumbido me hizo abrir los ojos. El Chino sostenía un pequeño vibrador celeste y sonreía.
-Desafío: si aguanta el vibrador durante tres minutos sin eyacular… no lo penetraré. Pero si no…
Sabía que no tenía chances, pero acepté la prueba. El Chino me dijo que programara la alarma de mi celular. Tres minutos.
Acercó el vibrador al frenillo de mi pene. Traté de pensar en cualquier cosa (en la tarea de Geografía, en el próximo partido) pero en segundos el contacto ya me había provocado la erección. El Chino apenas rozaba mi piel, pero lo hacía con tal destreza que el placer era bestial.
Y aunque me agarré fuerte de la camilla, aunque intenté mover mi pelvis para amortiguar su acción devastadora, no pude resistir.
Impasible a mi orgasmo y al semen que le había salpicado la cara, el Chino continuó sometiéndome con el vibrador. Acababa de eyacular pero mi erección se mantenía al máximo.
La alarma sonó, los minutos siguieron pasando, pero el Chino no se inmutaba. Yo me estremecía, sacudido por sucesivas oleadas de placer.
-Con este vibrador podría mantenerlo encendido durante horas. Es un buen juguete. ¿No le parece?
Estaba tan conmocionado que apenas pude susurrar que sí. Por un lado quería rogarle al Chino que parara, pero lo estaba disfrutando tanto que en el fondo deseaba que no se detuviera nunca.
Él siguió acariciando mi pene con exquisita paciencia oriental hasta que, con una convulsión, alcancé un segundo orgasmo.
-Doce minutos. No está mal para un niño de trece años – dijo, apagando el vibrador. Se limpió la cara y después se ocupó de retirar el esperma de mi vientre.
Yo estaba exhausto y lo dejé hacer.
-Me gusta mucho su pubis – comentó – es liso, plano, sin pelitos. Cuando duermo sueño que estoy acostado sobre él. Y tengo lindos sueños.
Creí que me iba a penetrar enseguida, pero el Chino quería probar conmigo otro juguete. Su forma era la de una T invertida, de unos 15 centímetros de largo. La pieza vertical estaba compuesta por unas bolas recubiertas de siliconas.
-Arriba la colita – me ordenó. Puso abundante gel en mi ano y fue penetrándome con el juguete. Cuando entró completamente , empezó a vibrar.
-¿Le gusta?
-Se siente raro… pero rico.
-Hoy vamos a trabajar su punto P.
-¿Mi qué?
-Su próstata. Al no explorar este territorio, se está perdiendo una maravillosa experiencia. Ahora lo verá.
El Chino fue dándole más y más intensidad a la vibración, hasta llevarla al punto máximo. Era tal el goce que me costaba mantener la cola en alto. Sentía que las piernas se me aflojaban, pero el Chino me las juntó con firmeza.
Al advertir que yo me estaba excitando, tomó el pequeño vibrador celeste y volvió iniciar el roce en mi frenillo, mientras el nuevo aparato, un híbrido de consolador y vibrador, actuando por su cuenta como un implacable robot perverso, me estimulaba terminaciones nerviosas desconocidas.
Cerré mis ojos, tratando de manejar la inundación de placer que me ahogaba. El ronroneo de los vibradores se mezclaba con mis gemidos de gozo. Sentí que mi pelvis se derretía como cera y alcancé mi tercer orgasmo.
Quedé exhausto. Pero eso no conmovió al Chino. Pagué sus servicios del modo habitual: hasta la última moneda.
Ya en casa, revisé mi celular. Tenía dos llamadas. Una de Santiago, el justiciero y otra de mi socio, Marcos.
Hablé con Santiago en primer lugar. Quería saber si estaba bien. Le dije que sí. Me contó que había hecho algunos avances en su investigación. Ya sabía en qué revista había aparecido mi foto y al día siguiente preguntaría a los vendedores de la zona si recordaban algún adolescente comprándola. Me parecía una empresa inútil, pero le agradecí igual.
Después hablé con mi socio. Tenía un cliente pero le había pedido dos chicos.
-¿No conocés a nadie? Mirá que va a pagar en dólares.
-¿De qué se trata? ¿Otra ceremonia africana?
-Es un político. Se excita viendo a niños teniendo sexo entre ellos. Le gusta la carne fresca. ¿Seguro que no tenés algún compañerito de clase que…?
-Seguro que no tengo.
Un rato después Marcos volvió a llamar. Había conseguido un chico de 11 años. No quise saber los detalles.
-Vas a tener que conducirlo vos, porque no tiene experiencia. Pero en su casa necesitan mucho el dinero.
-No me digas. ¿Podemos encontramos antes, él y yo, así ensayamos?
A Marcos se le escapó una carcajada.
-¡Qué profesionalidad, señor, un ensayo! Pero me parece inteligente. ¿Entrenás mañana en el club?
-No, mañana descanso.
-Entonces arreglo un encuentro en mi departamento.
Me acosté, apagué la luz y en la oscuridad pensé en el anónimo pervertido que había pegado mis fotos incitando a esas bestias llenas de hormonas, pensé en Santiago y su cruzada por la justicia, pensé en el Chino impasible y sus juguetes eróticos, y pensé en la pobre criatura a la que al día siguiente tendría que corromper para darle el gusto a un político inmundo.
Vivimos en un nido de víboras, pensé.
Buenísimo!!! Espero con ansias la siguiente parte…
Tio64, ya publiqué el siguiente episodio de la serie «No quiero volver a casa». ¡Gracias por leer y comentar!
Muy, muy bueno, continua👍
¡Muchas gracias por leer y comentar, suaveprofundo!
El chino si que tiene buenas ideas jejejejjej.
¡Gracias por leer y comentar Flipiti2!