Omar, mi amigo de la universidad
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Berlay.
Cuando estudié en la Universidad, mis padres y yo decidimos que lo haría en una institución privada fuera de la ciudad en que vivía con ellos.
Así fue como terminé viviendo en Puebla; encontramos un departamento adecuado para mis necesidades, nada lujoso, pensado para estudiantes: recámara, baño completo y estancia con cocineta, una barra (a manera de comedor) y espacio para un escritorio y libros.
Siempre fui responsable en lo tocante a los estudios y en los deberes en casa, así que mis padres me tuvieron plena confianza al enviarme a estudiar fuera de la ciudad con una cantidad fija de dinero al mes para mis gastos, gracias a lo cual tuve una vida de estudiante que sin llegar a ser muy holgada, nunca conoció carencias o apuros económicos.
En la Universidad constaté que no todos estábamos en las mismas condiciones.
Algunos compañeros hacían auténticos esfuerzos para asistir a la universidad y otros simplemente eran terriblemente desordenados en sus finanzas y malgastaban en pocos días lo que recibían de casa.
Omar era de los primeros, originario de una ciudad pequeña en Veracruz, había llegado a Puebla para cursar la licenciatura, contaba con lo poco que le enviaba su mamá, con una beca deportiva y con lo que podía reunir con algunos trabajos ocasionales.
Desde los primeros días de clases nos llevamos muy bien y nos hicimos amigos.
Omar era despreocupado, impulsivo y muy fácil para la risa.
Además era del equipo de baloncesto de nuestra universidad, ya pueden imaginárselo, alto, de piel blanca, complexión atlética, cabello oscuro rizado, manos grandes (presumía de poder sujetar el balón con una sola) y sus mejores atributos: unas piernas robustas, velludas, bien formadas y un par de nalgas grandes, redondas y firmes que llenaban la pupila de muchas chicas y algunos chicos en la escuela.
Para ese entonces yo tenía claro que no me atraían las mujeres y ya había tenido una que otra experiencia sexual con hombres más o menos de mi edad, pero que no habían pasado de un manoseo o mamada fortuitos, surgidos de la casualidad en algún antro o bar.
La verdad es que aunque Omar me agradaba y la amistad y la confianza crecieron entre nosotros, siempre lo vi como un camarada, nunca tuve en mente algo más con él.
Eso sí, reconozco que de reojo disfrutaba mirar sus piernas y su notable par de nalgas.
En nuestras numerosas pláticas, cuando tocábamos asuntos de sexo y mujeres, él siempre decía que como buen veracruzano, lo caliente lo traía en la sangre.
Y, en efecto, él era la prueba viva de eso, casi siempre estaba enrolado con alguna compañera de la universidad con quien satisfacía su natural calentura.
En algunas de esas charlas disimuladamente se acomodaba el bulto, que había crecido con una erección que procuraba ocultar recurriendo a la vieja estrategia del cojín o la mochila; luego, conforme pasaron los semestres el pudor era casi nulo y se acomodaba el bulto con naturalidad, mientras la conversación seguía.
Lo mejor era cuando traía puestos uno de sus shorts de entrenamiento de basquetbol, esos que aunque largos son muy amplios y de tela delgada, lo cual resulta ideal para marcar el paquete.
En muchas ocasiones Omar iba a estudiar o realizar alguna tarea conmigo en mi departamento y, por la confianza que teníamos, cuando atravesaba alguna crisis económica comía conmigo e incluso me pedía permiso para ducharse allí porque no tenía dinero para comprar gas en ese momento y, por lo tanto, tampoco agua caliente.
En esas ocasiones verlo andar en ropa interior por el departamento era mi justa retribución, pues podía apreciar ese par de piernas fuertes y fornidas, ya que solía usar trusas blancas clásicas que, además, revelaban un bulto de gran volumen al frente y envolvían mejor que para regalo sus deliciosas nalgas; recuerdo que incluso la tela de la trusa se tensaba en su parte trasera debido al gran volumen que contenía y la división entre sus nalgas se marcaba perfectamente, de forma que su redondez quedaba perfectamente a la vista debajo de esa tela blanca de algodón.
Una ocasión, uno de los bordes de la trusa estaba mal acomodado sobre su despampanante trasero, de forma que una de sus nalgas quedó casi al descubierto.
No podía creer lo que veía, vaya espectáculo, un perfecto trozo de músculo firme y torneado, de tez clara y con la cantidad de vello justa para adornarlo.
Creo que me quedé con la boca abierta porque cuando Omar se giró inesperadamente notó mi expresión y la dirección de mi mirada y con un tono pícaro y entre risas me dijo "¡¿Me estás viendo el culo?!".
Reaccioné rápido y le contesté "Tu culo me está viendo, cabrón, lo traes de fuera, además ¡quién te manda estar tan nalgón!".
Estalló en una de sus carcajadas típicas y me dijo, mientras se acomodaba el borde de la trusa para terminar de descubrir su nalga: "Bueno, pues es que a veces piensan por mismas" y se me acercó entre juegos y risas, como si su nalga lo jalara a él, buscando restregármela en la primera parte del cuerpo que pudiera.
Yo no sabía si huir o quedarme allí, fue apenas un par de segundos que tuve para pensarlo, y decidí seguir el juego y alejarme como si no me gustara la idea de sentir ese culo que se me antojaba tanto, al menos lo suficiente para guardar las apariencias de un juego entre camaradas.
Unos instantes después, por el reducido espacio del apartamento, me alcanzó y me embistió con su nalga al aire en una de mis piernas, yo "me defendí" haciendo un movimiento, no sin antes registrar perfectamente en la memoria la sensación de ese culo sobre mi cuerpo, para poderle dar una palmada en esa nalga descubierta, sentí como si hubiera ganado la lotería.
Ambos nos reímos y a partir de ese afortunado momento la confianza entre ambos ganó terreno, pues incorporamos a nuestro trato habitual las palmadas en el trasero, como tantas veces hemos visto hacer a muchos deportistas.
¡Cuántas veces tuve el gusto de sentir su culo con las manos! ¡Qué buenos días aquellos!
En fin, pasaron los semestres y cuando estábamos por iniciar el último, Omar me llamó para pedirme un favor.
Por algún motivo no podía llegar a la pensión de estudiantes donde se hospedaba, y me pedía que lo dejara dormir la noche anterior al reinicio de clases en mi departamento.
No vi ningún inconveniente y acordamos que llegaría a mitad de la tarde para ponernos al día de lo hecho en el periodo intersemestral de vacaciones.
Así fue, llegué al departamento y poco después llegó él desde la terminal de autobuses.
Entró y entre risas nos dimos las correspondientes nalgadas de amigos que se podían esperar para completar el saludo.
Destapamos unas cervezas que quedaban en el refrigerador y comenzamos a platicar lo que habíamos hecho cada uno en casa.
Entre la charla me comentó que había encontrado una especie de trabajo mientras estaba en casa con su mamá, y soltó una risa, de esas que sugieren una travesura.
Ante mis preguntas me platicó que en una academia de arte, le ofrecieron ser modelo para la clase de dibujo, cuando le respondí que no le veía el motivo para la risa, me contestó que se trataba de posar desnudo.
y soltó otra vez esa risa pícara.
Me imaginé la escena y mil cosas se me vinieron a la cabeza.
Cuando dejó de reírse le dije "¡No mames, Omar, y yo pagando una cuota extra para contratar modelos en las clases de dibujo de la universidad!, de haberlo sabido te pido a ti que poses.
" Me miró y me respondió "Pues yo no tengo problema, y menos ahora que ya tengo práctica.
Al inicio si me dio un poco de vergüenza, pero por la tercera vez ya ni lo pensaba.
Además, que un grupo de señoras pudiera gozar de esto (y se dio una palmada en el trasero) fue mi contribución altruista al mundo" y ambos soltamos una carcajada.
Luego el diálogo continuó:
-¿En serio si necesitas que pose?
– Pues, la verdad no sé si podría concentrarme, a lo mejor nos gana la risa y arruinaríamos la clase para todos los demás.
(En realidad, temía que me ganara la calentura y me viniera en mis pantalones sin tocarme después de estarlo viendo por una hora desnudo en el centro del salón).
– Si quieres, hacemos una prueba antes, ¿no? ¿tienes aquí tus lápices y tu cuaderno de dibujo?
Mudo por la propuesta, hice una señal afirmativa con la cabeza, inseguro de si era seria o sólo una broma; cuando vi que comenzó a desabrocharse el cinturón, me decidí y fui por el material.
Mientras tomaba los lápices del escritorio, me decía a mí mismo que no podía ser que estuviera ocurriendo algo así, volteé y vi a Omar de espaldas, ya sólo con la trusa sobre él, que tomaba con ambas manos el resorte de esa prenda y la empujaba hacia sus tobillos, al tiempo que se inclinaba por la cintura.
La visión me dejó sin palabras.
hice un esfuerzo por actuar con normalidad y volví al centro de la sala donde estaba mi amigo, que asumió una de las poses que aprendió durante las vacaciones, dejándome a la vista su espalda y su escultórico trasero.
Apenas podía controlar el pulso de mi mano trazando con líneas sueltas y ligeras el contorno de aquello que imaginaba desde hacía algún tiempo.
Cuando cambió de pose, me reveló el frente de su cuerpo, donde entre sus torneadas piernas colgaba un par de testículos de muy buen tamaño y un pene, proporcional en tamaño, pero con una cualidad estética envidiable: caía recto, con un grosor uniforme en el tronco y una cabeza rosada un poco más gruesa que el resto del miembro.
Lo rodeaba una mata de vello negro que le hacía un marco perfecto.
Estaba circuncidado.
-¿Estás circuncidado, verdad?
-Sí, me operaron cuando era niño, no podía retraer el prepucio y a veces me molestaba.
El doctor le recomendó a mi mamá que me lo quitara y, pues, así fue.
– Respondió sin perder la pose.
-¿Y fue doloroso?
-Casi no me acuerdo, pero sí.
Me llevaron varios días a la clínica a hacerme curaciones y limpieza.
-Oye, ¿y te quedó alguna cicatriz o marca?
-Sí, pero casi no se nota, mira.
Y sin que pudiera preverlo, abandonó la pose y se me acercó, tomó su pene con una de sus manos, mientras con un dedo de la otra me señaló unas marcas casi imperceptibles que rodeaban la base de la cabeza de su pene; mientras señalaba la serie de diminutas marcas giró su miembro, ya medio crecido, para mostrarme como había quedado la zona del frenillo.
Yo sentía la tensión sexual en el aire, mi pene exigía que lo liberara de los shorts que traía puestos, mientras cubría mi erección con el cuaderno de dibujo; fue entonces cuando me resolví a dar el siguiente paso para descubrir cuál era la intención de Omar con este juego que había empezado, o explorar hasta donde estaba dispuesto a llegar.
Así que con la voz más natural que pude fingir le dije:
-¿Y cuando tienes una erección, las marcas siguen allí o se dejan de ver?
Un chispazo fugaz lució en la mirada de Omar, que me respondió "No sé, no he puesto atención en eso.
pero ahora vemos" mientras comenzaba a sobarse el pene para terminar de provocar esa erección que ya comenzaba a ser evidente.
No aparté los ojos de su miembro, que en menos de diez segundos había alcanzado ya su máxima longitud y se erguía apuntando hacia arriba, mostrándose orgulloso de sus nada despreciables longitud y grosor.
Continuó "Vamos a ver.
" y acercándose un poco más a mí, se inclinó para localizar con la vista el rastro de las marcas que buscábamos.
"Deben estar por aquí.
" dijo mientras con una mano sostenía ese trozo de carne palpitante y con la otra tomaba una de las mías por el dedo índice y lo apoyaba en la base de su glande, donde antes estaban las marcas.
"Pues casi no se ven y no se sienten ¿o sí?".
Con voz ronca por los nervios y la impresión, alcancé a responder "No, creo que no" al mismo tiempo que seguía frotando la yema de mi dedo índice sobre su polla.
-Entonces, tú no estás circuncidado, ¿verdad?- Me preguntó tras una breve pausa.
-No, yo no- reaccioné sonrojado al darme cuenta que seguía con mi dedo sobre el tronco de su verga, al momento dejé de tocarlo.
-Nunca he visto en vivo uno sin circuncidar… ¿me enseñas el tuyo, ya que estamos entrados en confianza?- Me pidió sonriente y natural, como quien pide que le alcancen el salero en la mesa.
Como había llegado antes que él al departamento tuve tiempo para ponerme ropa cómoda y traía sólo unos shorts y una camiseta muy amplia.
Me puse de pie frente a él y dejé libre mi polla que salió de su encierro como un resorte.
Dejé caer los shorts hasta el piso, me quité la camiseta… y así dejé expuesta por completo mi virilidad, dura como un palo, de piel clara con un glande de color un poco más oscuro, descubierto y brillante a causa de la tremenda erección que traía.
Cabe resaltar que de tamaño no me va mal, digamos que me permite mostrarla sin mayor reparo.
Omar inclinó el cuello un poco para poner la mirada sobre mi polla y por un momento breve no hizo más que verla.
-¿Y puedes cubrirte la cabeza con la piel cuando está erecto?
-Sí, si la muevo con la mano puedo volver a cubrir con ella el glande- respondí.
-¿Puedo?- dijo Omar, y tras una afirmación silenciosa de mi parte, tomó mi pene por el tronco con una mano y jalando hacia él deslizó la piel para cubrirlo completamente.
Una vez lo hubo logrado, lo sostuvo por un momento y después cogió el borde del prepucio con sus dedos pulgar e índice y lo jaló con un poco más de fuerza, como para poner a prueba su elasticidad.
“¡Wow!”, exclamó y ambos dejamos escapar una media risa; acto seguido, volvió a retraerme el prepucio para descubrir mi glande e inmediatamente lo volvió a cubrir.
Yo me dejé hacer sin decir ni media palabra, el hecho de vernos desnudos uno frente al otro, tocándonos mutuamente, me tenía mudo.
Pero cuando retrajo la piel de mi polla por tercera ocasión no pude contenerme y con lo ojos cerrados y el rostro hacia el techo emití un gemido de placer.
Entonces levanté la mano que tenía más cerca de él y la dirigí hacia su miembro, él retiró su propia mano y dejó el paso franco para la mía, entonces lo rodeé con los dedos y lo presioné con suavidad para iniciar yo también con un masaje constante sobre su polla, al mismo ritmo que el que él estaba aplicando en la mía.
No pasó mucho tiempo antes de que de nuestras vergas comenzara a brotar líquido preseminal, en mi caso ha sido una de las veces que más he expulsado, que hizo de la masturbación mutua que nos estábamos dando una auténtica delicia.
Fui yo el primero que lo recolecté con los dedos y comencé a aplicarlo con movimientos circulares sobre su glande, dedicándole atención especial a la zona del frenillo… ese rinconcito entre el oricio uretral y el tronco del pene; ahí le saqué el primer gemido de placer a Omar, quien me imitó e hizo lo mismo sobre mi polla, hasta que tuvo la afortunada idea de juntar nuestros miembros y hacer de uno el instrumento de masaje del otro, disfrutando del abundante lubricante que entre los dos estábamos produciendo.
Las sensaciones de esa danza de mástiles eran intensas, el frotamiento entre ambos estimulaba todas las terminaciones nerviosas de nuestros miembros, cuya finalidad no era otra sino el goce, la oleada alcanzaba su cima cuando el roce se daba entre nuestros glandes… siendo las partes más sensibles de nuestros penes, cuando se encontraban una con la otra en una suave fricción creaban auténticos chispazos de placer, igual que dos terminales eléctricas.
Nuestros pezones turgentes y erectos eran la evidencia de la intensidad de la sensación.
Entonces vino mi momento de genialidad, cogí con firmeza su pene por el tronco y coloqué su punta justo en la punta del mío, para cubrir la cabeza de ambos con mi prepucio.
El juego de nuestros glandes abrigados por mi piel y generosamente lubricados produjo sensaciones que nos nublaron la vista de placer.
Pude escuchar otro gran gemido de placer mi amigo, al mismo tiempo que entrelazaba sus manos detrás de mi cabeza para estrechar el espacio entre nosotros hasta que nuestras frentes se tocaron.
“Así se siente tener prepucio…” le dije en un sensual susurro.
“No pares, por favor…” me respondió en el mismo tono, entrecortado por su agitada respiración.
Obediente a su ruego, me las arreglé para mantener su pene enfundado en el mío con una sola mano, mientras el vaivén de nuestros cuerpos se encargaba de producir aquel delicioso roce que nos hacía suspirar; con la otra mano, por fin, alcancé la objeto de todas las miradas de deseo que le había dirigido en los años de convivencia con él: ese trasero redondo y firme.
Con los dedos extendidos cuanto pude, coloqué mi mano sobre una de sus increíbles nalgas, y la apreté con fuerza para probar la firmeza que todos los entrenamientos de baloncesto le habían provisto, luego empecé un masaje a intervalos gentiles y enérgicos, con los que recorrí, palpé, estrujé y acaricié a satisfacción ese par de glúteos de ensueño.
Sin darme cuenta nuestros penes se había escapado del encierro de mi prepucio, pues me sorprendí a mí mismo amasando las nalgas de Omar con ambas manos, extendiendo ahora mis caricias hacia su espalda.
La fuerza con que lo hacía había reducido por completo el espacio entre nuestros cuerpos, de forma que nuestras pollas se hallaban ahora presas entre su abdomen y el mío, continuando ese legendario duelo que habían iniciado minutos antes.
Él también se agasajaba con mi trasero, aunque nadie se atrevería a negar que en ese punto yo salía ganando, pues mis nalgas son firmes, pero normales, no son nada extraordinario comparadas con las suyas.
Sin interrumpir este abrazo mutuo, y como si fuera un acuerdo previamente hablado, nos dirigimos a mi habitación que nos aguardaba con la puerta abierta y la luz apagada.
Nos tumbamos en la cama y busqué su polla para metérmela en la boca de un solo tirón, un nuevo gemido de placer me confirmó que ya no había marcha atrás.
Me dediqué con esmero a ese mástil de carne que tenía a mi disposición, cuando después de unos minutos, con un movimiento ágil e inesperado, Omar se acomodó para corresponderme y mostrar con una mamada igual su gratitud por el placer que le estaba danto.
Durante la mamada que me dio ocasionalmente entretenía su lengua y sus dientes (con gentileza) en mi prepucio; cuando pasaba su lengua entre mi glande y la piel que lo cubría me ponía al límite del placer.
Por mi parte, pasados unos minutos más, me acomodé debajo de él, que quedó a gatas, y puse mi cabeza entre sus rodillas, de forma que tuve libertad para meterme a la boca alternadamente su polla y sus testículos y con las manos seguir acariciando ese trasero que tanto había deseado.
Por un lapso considerable continuamos en esa postura tan conveniente a mis intereses, dándonos mutuamente placer con nuestras manos y nuestras bocas.
No podía desear nada más al sentir su pene en mi garganta y tener sus nalgas a entera disposición de mis manos.
La intensidad de nuestros gemidos nos indicó que el clímax del placer era inminente.
Nos separamos un poco y continuamos masturbándose cada uno, hasta que Omar anunció que estaba apunto de terminar, en cuanto lo escuché colaboré en su orgasmo pasando mi lengua con esmero sobre la cabeza de su pene .
No tardé en sentir el golpe del primer disparo de semen que salió de su aún más hinchado y endurecido miembro y me dispuse a recibir los que restaban sobre mi pecho.
Agotado por la intensidad del momento, Omar se relajó sobre la cama mientras yo me dedicaba a procurarme lo que prometía ser un orgasmo memorable, entonces me miró.
-¿Quieres un poco de ayuda?
-Sí, voltéate por favor- respondí a media voz.
Dudó un instante, pero lo hizo y dejó a mi disposición su hermoso par de nalgas.
Me hinqué sobre él a la altura de sus muslos, poniendo una pierna a cada lado suyo y comencé a darle a su culo un último e intenso masaje con la mano que tenía libre, mientras la otra continuaba un sube y baja a un ritmo medio sobre mi pene… no quería acabar tan pronto.
-No me la vayas a ensartar, cabrón- me dijo Omar, con cierto temor en la voz.
-No te preocupes- respondí, al tiempo que colocaba mi mástil entre sus nalgas, para deslizarlo entre ellas.
Con la polla apresada en medio ese par de firmes músculos, apliqué fuerza sobre ellos con mis recién desocupadas manos para aumentar la sensación de presión en mi pene… la fricción, la situación y la vista de mi polla colocada en medio del gran culo de Omar me llevaron a la cima del placer y en unos cuantos movimientos sobrevino uno de los orgasmos más placenteros que he experimentado, intenso y abundante en semen que se derramó sobre su espalda y salpicó hasta su nuca.
Mis gemidos fueron profundos, haciendo evidente el deleite que estaba experimentando.
Agotado me dejé caer a su lado sobre la cama, recuperando el aliento.
Alrededor de un minuto después, Omar, aún acostado boca abajo, giró su cabeza para verme.
-Así que tú tampoco cogiste en las vacaciones, ni tiempo me dio de enrolarme con alguna chica.
Hace mucho no me sentía tan caliente.
– y rompió el hielo con una de sus típicas carcajadas.
Yo también me uní a su risa, pensando “si supiera que él me ha tenido caliente casi cuatro años…”
-Voy a la ducha- le dije poniéndome de pie, cuando iba a dar el primer paso hacia el baño, se me ocurrió voltear de repente- ¿Vienes?
Nos aseamos juntos del sudor y el semen que habíamos derramado uno sobre el otro.
Salimos, con sendas toallas alrededor de la cintura, a rehidratarnos con el último par de cervezas que nos quedaban.
Decidimos dormir los dos en la cama.
Al otro día nos fuimos a la universidad y nuestras vidas continuaron de forma ordinaria, salvo por el hecho de que nuestra confianza se estrechó y a partir de entonces la desnudez entre nosotros se hizo corriente y natural.
Nunca repetimos la experiencia, excepto por un par de masturbaciones compartidas.
Al terminar los estudios, cada uno volvió a su lugar de origen, nos hemos visto algunas veces, pero cuando lo hacemos actuamos como si el tiempo no hubiera pasado por nuestra amistad.
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