Ordeña diaria.
Sigo compartiéndoles mis recuerdos de adolescente y cómo me volví adicto a la verga de mi hermano dos años mayor, gracias a que dormíamos en la misma habitación..
Ordeña diaria.
Sigo contándoles estos sabrosos recuerdos de cuando tenía 13 años.
Pasaron dos o tres días después de la ocasión en que le mamé la verga a mi hermano Daniel dos años mayor que yo. Ahora en mis sesiones masturbatorias, mi motivación era recordar aquella riquísima experiencia. Ardía en deseos por repetirla, así que no esperé más, tres días habían sido ya mucho tiempo.
A la cuarta noche de los sucesos que conté con el nombre de «El premio para el maestro», de nuevo aguardé a que llegara mi hermano mientras el deseo me comía y varias veces estuve a punto de calmar mi calentura con una chaqueta y terminar la noche así; pero no iba a privarme del enorme placer de disfrutar su verga nuevamente.
Por fin llegó.
Nuevamente fingí estar dormido mientras la escena que ya he narrado se repetía: encendió la luz, se quitó la ropa dejándose sólo el calzón, apagó la luz y se metió en su cama.
Yo ardía de deseo, con la verga bien dura, no dejaba de pensar en la sesión de pito que seguía, mientras esperaba a que se durmiera. Dentro de mí, tenía el temor de que si me acercaba estando aún despierto, podría rechazarme, de modo que esperé a escuchar su respiración lenta y profunda.
Había llegado el momento.
Tal y como lo hice las veces anteriores, me levanté ya encuerado tratando de hacer el menor ruido posible y me acerqué en silencio a su cama colocándome en cuclillas. Con más confianza que la primera vez, pero con sumo cuidado para que su despertar no fuera brusco, tanteé para meter mi mano en sus cobijas y hallar su sexo dormido.
No tardé mucho, las anteriores experiencias eran mi guía y pronto sentí la tela del calzón en la punta de mis dedos.
Igual que antes, puse mi mano sobre su bulto y de nuevo percibí que su respiración variaba. Pero ahora yo sabía que no iba a oponerse a mis avances, así que, sin pensarlo más, metí la otra mano y jalé el calzón con fuerza hacia abajo. Él cooperó levantando un poco la cadera y así se lo bajé hasta las rodillas.
Sin temor empecé a manosear su pitote que de inmediato se empezó a parar en mi mano. ¿Para qué esperar más? Levanté sus cobijas y metí mi cabeza.
Ya conocía el camino, así que abrí la boca y me metí la verga de Daniel comenzando a mamarla suavemente. ¡Qué delicia! Una vez más empecé a disfrutar aquella extraordinaria experiencia. ¡Qué rico sabor de la verga de mi hermano! Qué rico era saborear, lengüetear su cabeza mientras con la mano le sujetaba el tronco y le sobaba los huevos.
Me sacaba la verga de la boca y le meneaba el pellejo hacia arriba y hacia abajo, tapándole y destapándole la cabeza y luego, se la volvía a chupar, haciéndole sentir mi lengua, mis labios, mi paladar. Lamía su cabeza, sorbía su babita, la chupaba entera, lengüeteaba sus huevos, los chupaba.
Ocasionalmente, sin dejar de mamar, me acariciaba a mí mismo, sobándome los huevos y pelándome la verga.
Así estuve por muy largo rato, alternando los movimientos de mi mano con los de mi boca, hasta que, como había aprendido antes, los leves empujoncitos de su cadera, me indicaron que estaba por explotar, me saqué su verga de la boca y con toda firmeza continué chaqueteándosela con la mano, jalándole el pellejo arriba y abajo con una presión uniforme sobre el tronco.
Al poco tiempo, sentí los disparos de mecos tibios que me dejaron la mano embarrada, lo mismo que su abdomen y pecho.
Le solté la verga y sin limpiarme la mano, sujeté la mía. Me masturbé frenéticamente, gozando cada jalón hacia delante y hacia atrás. Moví con fuerza mi mano hasta alcanzar el orgasmo. Escupí mi leche bajo su cama mientras dejaba escapar suspiros profundos y ahogados.
Pausadamente detuve mis movimientos hasta detenerme. Volví a suspirar, me incorporé y me metí en mi cama.
Por esa noche, la ordeña había terminado. Estaba feliz, sonreía en la oscuridad recreando el placer que acababa de darle a él y el que yo sentí.
Pero de ahí en adelante el ritual se repitió cada noche.
Efectivamente, desde entonces, todas las noches le hacía su chaqueta a Daniel con su correspondiente mamada. Lo ordeñaba como nadie seguramente se lo hacía.
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