Orgía en un cine porno
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por SantiagoRodriguez.
Ese día me sentía muy tenso y caliente a la vez, así que decidí irme de ‘cruising’ a un cine porno; en Lima, las pocas salas que quedan están ubicadas en zonas bastante peligrosas, por lo que suelen ser refugio de sujetos de mal vivir, si cabe la expresión, así como de hombres que quieren relajarse un rato teniendo relaciones sexuales con desconocidos.
En mi experiencia, sí me he encontrado con ladrones y pandilleros, gente que me hubiese asustado mucho de haberse cruzado conmigo en la calle; pero incluso ellos, así como yo, dentro del cine porno tienen otra prioridad: solo quieren sexo con un veinteañero medianamente simpático: como lo era yo.
Entré a la sala, que usualmente estaba poco menos que vacía, lo cual hacía del sitio un lugar ideal: con poca gente, a pesar de los pronósticos, siempre había la oportunidad de tener sexo con alguien dentro del cine; la gente se soltaba con más facilidad, pero esa tarde había un poco más de gente de lo usual.
Luego de esperar un rato en la entrada del cine hasta que mis ojos se adapten a la oscuridad, decidí ingresar e irme hacia el fondo de la sala, donde nunca faltaba alguien esperando por una mamada (que yo moría de ganas por darle al primer postor); mi sorpresa fue encontrar ahí a cinco tipos de pie, mirando la película, masturbándose o por lo menos agarrándose el paquete.
Yo estaba arrecho y cinco machos me ofrecían sus vergas, y como la ocasión la pintan calva, decidí dejar mi estupefacción de lado y empezar con lo mío.
Como no veía muy bien los rostros ni el tamaño de los penes que se meneaban a la espera de acción, decidí abordar a quien estaba más hacia el fondo, para hacer menos roche mientras le hacía sexo oral; este resultó ser un señor de casi 50 años, bien vestido, nada feo según pude escrutar en la semioscuridad; Le agarré la verga, tanteando, y resultó tenerla bastante grande y gorda; Empecé a masturbarlo y al poco rato me dio la orden que estaba esperando: “¡chúpamela!”.
Me puse de rodillas casi de inmediato y empecé a chuparle la verga; Mi boca apenas podía alojar a semejante miembro, de tan gordo que era, así que decidí lamerle el glande y los testículos; Escuchaba sus jadeos y gemidos, lo cual me daba la medida de que lo estaba disfrutando; siempre es bueno contar con la aceptación del cliente, je je; De vez en cuando, él trataba de metérmelo todo en la boca y yo hacía mi mejor esfuerzo por alojarlo, a lo que él respondía con un gruñido de placer.
Estaba concentrado en darle todo el placer posible (a cambio de que eyaculara lo antes posible en mi rostro o en mi mano; eso me excita mucho), cuando de pronto se acercó otro de los señores que estaba masturbándose y puso su pinga en mi cara; levanté los ojos y me encontré con un tío de rasgos indígenas, de estatura promedio, corpulento pero no tanto, vestido con un pantalón de buzo y un polo medio roto; Como ya dije, dentro de un cine porno todos somos parte de la misma cofradía y buscamos (más o menos) lo mismo, así que mi primer impulso fue chupársela… pero ya estuve alguna vez en esa situación antes y, por chupar dos pingas, terminé haciendo enfadar a quien se la estuve chupando primero (“¡qué falta de respeto!”, me dijo) lo que generó un momento incómodo para el segundo, dejándome sin soga y sin cabra, por goloso.
Así que no estaba dispuesto a cometer el mismo error y opté por preguntarle a quien se la estaba chupando si le molestaría que se la chupe al otro – “Para nada”, me dijo, así que procedí a meterme el segundo miembro en la boca; era grande, pero al menos podía metérmelo hasta la mitad sin que me duelan las comisuras de los labios.
Abrí la boca y me puse a degustar el nuevo miembro que tenía a mi disposición.
No sabía mal, algo salado por el sudor pero eso le daba un toque aún más salvaje a la situación, si cabía.
Mientras le chupaba la verga, el otro me golpeaba en el rostro con la suya; así estuvimos un par de minutos hasta que el primero a quien se la había chupado hizo que me ponga de pie; me agarró por la cintura y me obligó a agacharme para seguir chupándole la pinga al otro; desabotonó mi pantalón y me lo bajó junto con el calzoncillo, hasta las rodillas.
No tenía tiempo que perder.
Se agachó y empezó a lamerme la entrada del culo; muy rara vez me lo hacían en un cine porno, así que su iniciativa fue bienvenida.
Seguro mis gemidos alertaron a los otros señores, quienes empezaron a acercarse poco a poco sin dejar de masturbarse; de tan excitado que estaba yo, la verga que estaba mamando ya entraba y salía de mi garganta sin encontrar resistencia y sin asfixiarme; era el poder de la arrechura.
No me di cuenta cuándo el otro dejó de lamerme el agujero y decidió que era momento de penetrarme, apenas me percaté de eso al sentir sus intentos por meterme el pájaro por el hueco.
Me incorporé y traté de hablarle.
“No vas a poder, la tienes muy gorda y yo soy medio estrecho”, le dije.
“Relájate, yo tengo mis trucos”.
Y volvió a empujarme para que me agachase a seguir chupándole la pinga al otro, quien ya estaba bastante excitado y había empezado a arengar a mi penetrador: “¡Eso! ¡Dale duro! ¡Rómpele el culo!”, decía a media voz mientras me obligaba a pegar mi nariz contra su pubis lleno de pelos en estado higiénico desconocido; alguien empezó a pellizcarme las tetillas y yo, instintivamente, dirigí mi mano derecha hacia su pene: me encontré con una tercera verga de buen tamaño y grosor, la cual empecé a masturbar.
Con la mano que me quedaba empecé a corrérmela, sin mucho éxito porque era la izquierda y no soy zurdo, y porque además me distrajo una orden recibida por parte de mi penetrador: “dobla un poco las rodillas, que eres muy alto para mí”.
Así lo hice.
Cuando las doblé, mi penetrador pudo encontrar la comodidad que necesitaba para terminar de metérmela hasta el fondo y de un solo envión me arrimó hasta las pelotas; yo grité y él empezó un mete y saca violento mientras me sujetaba de la cintura.
– “¡Qué rico culo tienes! ¡Calientito!”, decía mientras me embestía cada vez más fuerte – “¡Dale duro! ¡Llénale el culo de leche!” decía el otro mientras me embestía la boca, y yo gemía por la excitación.
La persona a quien estuve masturbando con la mano derecha se vino, mojándome el brazo y hasta las zapatillas; sus gritos ahogados me distrajeron y se confundieron con los de mi penetrador.
en ese momento me di cuenta de que él también estaba terminando, pero dentro de mí; no supe cómo reaccionar y simplemente lo dejé hasta que terminara de vaciar sus entrañas en mi culo, resignado, pero era la primera vez que me lo hacían sin jebe.
Sus manos apretaban con fuerza mi cintura, pero de pronto cedieron y me soltó; todavía no se salía de mi culo y parecía que continuaba eyaculando; al menos, yo sentía claramente las contracciones de su verga dentro de mi agujero.
– “¿Le llenaste el culo de leche?” preguntó aquel a quien se la estaba chupando.
– “Sí, como dos litros”, respondió mientras se reía y retiraba su herramienta, aún tiesa, de mi esfínter.
Sin dejar que me incorpore, el otro me hizo dar media vuelta y ahora mi culo apuntaba en pompa hacia él.
“Es mi turno”, dijo, y de una sola embestida me metió la verga hasta el fondo y luego empezó un mete y saca frenético.
Yo veía al señor que me acaba de llenar las entrañas tratando de limpiarse la verga.
– “¿Quieres que te ayude?”, le pregunté.
– “¿Tienes papel higiénico?”, me dijo.
– “No; tengo lengua”, respondí y me agaché para terminar de sacarle los rastros de leche de las rendijas de su enorme pichula.
Le retiré con cuidado el prepucio y con la lengua le hice una limpieza total por debajo del glande mientras quien me estaba penetrando ahora lo hacía mucho más brutalmente que el primero.
Sus embestidas hacían que yo pierda el equilibrio mientras trataba de concentrarme en ser cuidadoso en mis labores de limpieza.
“¡Se me viene! ¡Se me viene! ¡Oooohh…!” gritó mi nuevo penetrador mientras me clavaba cada vez con más furia; era obvio que también estaba eyaculando dentro de mí.
En ese momento me di cuenta de la situación: dos desconocidos habían tenido sexo conmigo sin condón y me habían metido la verga hasta vaciar por completo el contenido de sus testículos en mi culo.
Sabía que eso acarreaba peligro para mi salud, pero la excitación me ganaba.
Estaba pensando en todo esto cuando el tío la sacó de mi culo y dio paso a otro señor, gordo, moreno y bastante más alto que yo; cuando pude incorporarme, el sujeto ya me había penetrado – Mi cabeza le llegaba al pecho y cuando levanté la vista me encontré con su mirada, debía medir como dos metros.
No pude ver el tamaño de su verga, pero debió ser grande porque a pesar de ser el tercero que me rompía el culo, se dejaba sentir bastante bien y me hizo gritar cuando la metió.
Mi culo estaba más que lubricado por el semen de mis dos primeros penetradores y solo atiné a tratar de calcular el ancho de su verga con la mano; cuando logré cogerla, me di cuenta de que era mucho más gruesa que la primera que me había comido.
– “Saca la mano de ahí, que no me dejas cacharte bien”, me ordenó.
– “Quería ver si te habías puesto jebe”, repliqué.
– “No; todos te están cachando a pelo y yo no voy a ser el único huevón que no disfrute de tu culito hambriento y calientito”, dijo, y con un rápido movimiento me hizo girar contra la pared del fondo del cine.
Empezó a darme con violencia y mi cuerpo rebotaba entre el suyo y la pared.
Yo me quejaba y él me tapó la boca con una de sus manos, que eran gigantes, así que casi por instinto empecé a lamérsela, a lo que él correspondió metiéndome dos de sus enormes dedos en la boca.
Olían y sabían a cigarrillo.
Dos tipos más, uno joven (casi de mi edad) vestido con ropa bastante modesta y otro vestido con algo parecido a un uniforme de trabajador de grifo se pusieron uno a cada lado nuestro, y nos miraban mientras se las meneaban; estiré los brazos tratando de alcanzar sus pingas pero mi cachero de turno estaba tan prendido que me hacía tambalear y yo no conseguía terminar de agarrar nada a nadie.
El joven parecía tenerla chica… bueno, no tan chica pero definitivamente más pequeña que las que me estaba comiendo; el grifero no estaba lo suficientemente erecto como para hacer un cálculo al vuelo y en la oscuridad de la sala.
– “Esta perra quiere leche caliente de macho ¿Verdad, perra? ¿Quieres que sea tu marido y te llene la conchita con mi leche? ¿Quieres que te embarace como la puta que eres?”, me decía quien me penetraba en ese momento, y yo solo atinaba a responder.
– “Sí, sí, lléname la conchita, hazme gemelos, hazme trillizos”.
Los testigos se reían del intercambio de oraciones.
Mi cachero me sacó la verga de golpe, con lo que hizo que el semen de mis anteriores cacheros chorreara y salpicara por el suelo; sentí cómo chorreaba por mis piernas desde mi ano.
– “Ahora vas a saber lo que es ser mujer de verdad” me dijo mi cachero mientras me hacía echarme en el piso bocarriba; él levantó mis piernas y las puso en sus hombros y se abalanzó sobre mí, penetrándome con violencia.
Empezó nuevamente a decirme groserías mientras me clavaba los dedos en la cara y la verga en el culo.
– “¿Quieres la leche de tu marido?”, me preguntaba, entre otras cosas a las que yo respondía “sí, mi amor, qué macho que eres, eres un hombre de verdad”.
Con sus dedos me hizo abrir la boca y escupió dentro de ella.
– “¡Cierra la boca y pásatelo!”, me ordenó, y yo le obedecí; cuando me pasé su escupitajo me hizo abrir la boca de nuevo y ahora preparó un escupitajo mucho más jugoso: tosió, carraspeó y escupió dentro de mi boca abierta, luego volvió a darme la misma orden, y yo obedecí incluso antes de que me ordenase nada; hecho esto, siguió clavándome con furia y diciendo más o menos las mismas groserías.
Mientras tanto, el más joven de nuestros testigos se había arrodillado y estaba tratando de colocar su verga en mi boca.
Yo giré la cabeza, para facilitarle las cosas y Él empezó a acariciarme una tetilla y luego a pellizcarla con fuerza mientras me follaba la boca; yo procuraba acariciarle la verga con la lengua, especialmente el glande, cuando de pronto empezó a vaciarse.
Empujó mi cabeza contra su pubis con sus manos, haciendo que entrase toda su verga en mi boca (como no era tan grande, pudo hacerlo sin problemas).
Ahogó un grito mientras eyaculaba una cantidad brutal de leche.
Mi cachero me dio otra vez la misma orden: – “¡Pásatela!” Dudé un poco, pero obedecí; a esas alturas estaba dispuesto a ser la zorra de todos los que quisieran… fue en ese momento que me percaté de que había otros caballeros esperando turno en los alrededores, mirando la escena y masturbándose.
la película había pasado a segundo plano para todos: yo estaba protagonizando mi propia película pornográfica.
Mi cachero dejó de moverse súbitamente, para embestirme con furia unas tres veces mientras gruñía y resoplaba; mi cabeza y mis pies chocaban contra la pared del fondo del cine mientras él me llenaba los intestinos con su esperma.
– “¡Qué rica hembra resultaste! ¡Me sacaste todos los hijos!”, dijo mientras se ponía de pie.
La verga que le colgaba era enorme, realmente enorme y gorda, y chorreaba leche suya y de los otros dos.
A contraluz pude fijarme que era un tipo realmente grande; se guardó la pinga y se cerró el pantalón sin limpiarse, y fue a sentarse en una de las butacas del cine.
Yo seguía en la misma posición, no había atinado a tratar de ponerme de pie.
El grifero aprovechó para penetrarme en la misma postura que el anterior, con su verga ahora erecta, ni tan grande ni tan gorda.
– “Ya no debes ni sentirla”, me dijo mientras me la metía con cuidado.
– “Se siente rico”, le mentí; lo único que sentía era su pelvis sobre mis nalgas, la verga que entraba y salía no me hacía ni cosquillas.
Duró poco tiempo, pero su orgasmo fue bastante largo e intenso, sentí como que eyaculaba dentro de mí enormes cantidades de semen.
– “Te he dejado más de un litro de leche”, me dijo mientras me la sacaba, se ponía de pie, se la sacudía y se acomodaba la ropa; “Has comido harta verga hoy”, agregó mientras se retiraba por las escaleras.
Ahí estaba yo, tirado en el suelo, tratando de ponerme de pie y con el culo ligeramente adolorido, cuando se me acercaron cuatro tipos con las vergas al aire, señalándome con ellas mientras se la corrían.
Yo alcancé a ponerme de rodillas, así que podía alcanzar a mamárselas, y eso hice.
Ya estaba cansado, pero más podía la excitación.
Chupaba un poco de cada una; las cuatro eran diferentes: una era cabezona, la otra era muy gorda por la mitad del tronco, la otra no dejaba escapar el glande fuera del prepucio y la última era delgada pero larga y sabía como a pichi.
Yo chupaba unas y masturba las otras.
No sé cuánto tiempo estuve en esas, pero alguno de ellos dijo de pronto “abre la boca”, a lo que yo obedecí ciega e inmediatamente.
Él eyaculó sin mucha puntería; trató de darla dentro de mi boca pero me salpicó el rostro, los ojos, la frente.
Instintivamente recogí con la mano todo el semen de mi cara y me lo metí a la boca.
– “¡Qué putita resultaste!”, me dijo mientras guardaba su pene en el pantalón y otro del cuarteto me llenaba la cara de semen.
El tercero en venirse me obligó a recibirle la leche en la boca y a tragarla.
El cuarto se contentó con mancharme toda la ropa.
Se fueron, algunos a sentarse y otros salieron del cine, y yo pude finalmente ponerme de pie.
Las piernas me temblaban; quería masturbarme pero no estaba erecto, aunque sí seguía arrecho.
Decidí ir al baño como pude, ¡realmente me temblaban las piernas! En el baño me mojé la cara y dejé que el agua corriera sobre mi cabeza; de esa forma, me encontraba yo agachado frente al lavadero cuando sentí que me agarraban por la cintura y me arrimaban una verga erecta sobre las nalgas.
Me incorporé para ver qué sucedía y me encontré cara a cara con el tipo gigante que ya me había cachado con las piernas en sus hombros, sobre el suelo en el fondo del cine.
– “Veo que estás hambrienta hoy”, dijo, sin soltarme de la cintura.
– “No suelo ser así, hoy he roto todos mis récords”, le dije.
– “Y todos te hemos roto otra cosa”, respondió y me dio un beso con lengua, extrañamente apasionado, mientras sostenía mi rostro con una de sus manotas, “¿Quieres que te cache otra vez?”, preguntó.
– “Me encantaría, pero no sé… estoy muy cansado”.
– “Todavía no la das”, dijo mientras me llevaba a uno de los cubículos del baño cogido por la cintura, sin darme opción de oponer resistencia, y me metía a empujones.
Me hizo poner las manos contra la pared y me bajó el pantalón, la ropa interior y me subió el polo con una mano; con la otra, me metía el dedo en el agujero del culo.
– “Qué rico ese culito, cómo pide verga, ¡está ardiendo!”, dijo, y me penetró en el primer intento; mi esfínter no puso la más mínima resistencia.
Sin dejarme reaccionar procedió a meter y sacar toda su verga una y otra vez; entraba y salía por completo y eso me estaba llevando a la gloria, cuando de pronto vi de reojo que no había cerrado la puerta del cubículo y que, si alguien entraba, podría vernos y se lo hice saber.
– “Es la idea, dijo”.
Y continuó con el furibundo mete y saca.
Como ya dije, él era bastante más alto que yo, así que con cada embestida mis pies quedaban en el aire; me cachaba con fuerza mientras me decía las mismas cosas que me dijo la primera vez.
Vi a un par de personas entrar, uno nos quedó mirando desde los urinarios mientras se masturbaba; el otro era el grifero; nos miraba pero no estaba erecto; solo había ido a orinar.
– “¡Pero qué falta de amabilidad la tuya, perrita! ¿Vas a dejar que se desperdicie la pichi de tus maridos?” Me dijo mi cachero mientras me hacía dar la vuelta y asomar por el cubículo.
Me quedé mirando a los ojos del grifero (gracias la luz, recién pude ver que el suyo no era un uniforme de grifero sino de mecánico de autos) y él me guiño un ojo; yo asentí con la cabeza y entonces me agaché para prepararme y meterme su verga medio muerta en la boca.
Mi cachero seguía dándome de alma: “Tienes que pasártela toda, nada de que se chorree por los costados, si no apesta a mierda todo”, dijo.
El ahora exgrifero acotó: “voy a mear por partes, para darle tiempo a que se tome toda su manzanilla”.
Nunca había recibido orina en la boca, era mi primera vez y la verdad es que no me pareció tan desagradable; el olor era intenso, el sabor también.
Se tomó varios minutos en terminar de orinar lo que a mí me pareció como varios litros; demoró especialmente porque había empezado a erectarse, luego terminó de orinar coincidiendo con la nueva eyaculación de mi cachero, otra vez dentro de mi culo.
La última embestida me tuvo en el aire varios segundos; como yo me incorporé para no caerme, el exgrifero aprovechó para levantarme el polo y lamerme las tetillas ¡Eso me hizo venirme casi de inmediato y boté tanto semen que yo mismo me sorprendí! El placer fue intenso.
– “Ahí está toda la leche que has recolectado hoy”, me dijo mi cachero riéndose, sin salirse de mi culo.
Las piernas me temblaban, las manos también, estaba muy cansado; mi cachero, aún sin sacarme la pinga del culo, me ordenó agacharme y yo obedecí como pude, pues estaba agotado.
– “¿Tanque lleno?”, me preguntó, y sentí que empezaba a orinar dentro de mí, “Tengo bastante como para llenarle la conchita a mi jermita”, agregó.
La gente seguía entrando y saliendo del baño, todos se dirigían a los urinarios.
– “Aquí se orina mejor”, les decía mi cachero señalando mi boca mientras seguía meando dentro de mí.
De los que llegaban, algunos se acercaban y optaban por mear en mi boca, otros solo nos veían y se masturbaban; varios la dieron en mi cara y un par quiso darla en mi boca, a lo que accedí y además me tomé la leche sin pensar.
El ahora exgrifero estaba masturbándose a un lado y le dijo a mi cachero que la quería dar dentro de mí.
– “La perra es toda tuya”, le dijo, y me sacó la verga.
De mi culo brotaba leche y orine sin que yo pudiera contenerlo.
El exgrifero me la metió de golpe, embistió unas cinco o seis veces con toda la fuerza que podía y se vació con un grito de placer… en realidad con varios gritos; al terminar, se salió de mi culo, se acomodó el uniforme y se fue.
Quedé a solas en el baño con mi llenador de tanque, tratando de controlar los fluidos que brotaban de mi culo; él me tomó de un brazo y me llevó con él a las butacas del cine sin darme tiempo a limpiarme o acomodarme la ropa, se sentó y me obligó a sentarme a su lado; me pasó un brazo por encima del hombro y con su mano debajo de mi polo, me acarició una tetilla.
Yo respondí poniendo mi cabeza sobre su hombro.
Él me agarró la cara con su otra mano y me dio un beso con lengua, otra vez inesperado y apasionado.
“Eres bonito”, dijo; “¿quieres ser mi hembrita?”.
“Ya lo soy, le dije”.
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