ORGIA INFANTIL VERANIEGA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por casimiro.
Pero aquel último verano quedará impreso en mi memória por otros mitivos. Tenía ya 12 años rebeldes por dentro, pero con la falsa apariencia exterior de sumisión y buen chico obediente.
Era la hora de la siesta familiar de un domingo cualquiera, pero a mí me apeteció más irme al jardín y ponerme en el muro de la cerca de separación entre la finca y la calle.
A lo lejos, por la calle del fondo, se acercaba lentamente un grupo de chavales fumando, de 6, 7, 8, 10, 12 y 17 años, éste último fumando un purito en su boca plácidamente y los demás cigarrillos.
Estos chicos no pertenecían a las familias de los veraneantes, sinó de los residentes permanentes de la colonia, de familias trabajadoras, mayormente de la construcción. Eran un poco descarados, atrevidos, golfillos, nada angelicales y de instrucción escasa y básica. No estaban destinados a estudiar como nosotros, ni tener negocio propio. Había entonces una marcada separación de clases propiciada por nuestras familias y jamás nos mezclábamos con ellos. Coexistían con nosotros pero no convivíamos. Su pequeño barrio estaba apartado del nuestro. Las famiólias de los veraneantes se trataban entre sí de generación en generación. Los abuelos habían comprado los terrenos y habían edificado sus residencias y nosotros éramos los nietos de los fundadores, casi todos funcionarios de Hacienda. El lugar no tenía ayuntamiento propio como ahora, sinó que dependía administrativamente de lo que entonces se llamaba oficialmente: "San Cucufate".
El chico de 12 años, rubito, desgreñado, de piel morena por el sol, atrevido, era el que llevaba la voz cantante del grupo. A este chico le habóa visto trabajar detrás del mostrador del bar de la piscina municipal, despachando cafés, coñacs o paquetes de cigarrillos y alguna vez cogía uno y lo abría sin pudor para fumar. Me gustaba mucho y siempre me quedaba mirándolo sin que me viera. Así, que tenía libre acceso a todo el tabaco que quería. Tenía una voz ya ronca, de más mayor, de mando, de vida vivida, mientras que el de 17 años, muy alto y finito, endomingado, era más callado y pacífico.
Cuando el grupo pasó por delante de la cerca apoyado y me vieron, muy descaradamente, el de 12 años se dirigió a mí diciendo:
_"¿Te vienes con nosotros?. Tenemos tabaco"_ muy escuetamente. Supongo que a mis 12 años me apetecía fumar. No se detuvieron, sinó que siguieron andando en dirección a la montaña y el bosque del fondo por un camino de tierra.
Se me despertaron las ganas de fumar y me salí de la finca por la puertecita lateral de la grande que estaba cerca de mí y empecé a seguirlos.
Les grité: _"¡Voy con vosotros!". Ellos pararon un momento y me esperaron.
Enseguida llevó la voz cantante, Carlos, el chico de 12 años y me preguntó con su vozarrón: _"¿Te vienes a nuestra cabaña?. Es nuestro refugio secreto. No se lo digas a nadie"_ de forma exigente.
Le contesté que bueno, que sí y que no diría nada a nadie.
Carlos era bajito, enérgico, rudo, primitivo, campsino de limitadas luces, sin el tipo de educación de los otros niños veraneantes a que estaba acostumbrado a tratar.
Pero a la vez, este Carlos me atraía morbosamente, sobre todo si le miraba su marcado paquete, su cuerpo bronceado y bien formado sin ser musculoso. Yo era todo lo contrario: delgadito, enclenque, más alto que él, cuerpo sin formar, pálido, aspecto delicado, ojos grandes tristones, voz suave de niño sin cambio de voz y manos delicadas.
Carlos iba desarrapado, con una camisa a cuadros desabrochada por completo, pantalones cortos vaqueros algo deshilachados, bambas de tela muy usadas, voz gruesa y manos grandes y algo callosas por el trabajo. Era como un hombre en pequeño, curtido y resabiado, mientras que yo parecía que vivía en otra galaxia. Mi mundo no tenía nada que ver con su mundo real y primitivo.
Me invitó a fumar y me lo encendió, como experto que era ya desde pequeño.
Carlos esperaba trabajar pronto como peón de albañil; de momento hacía algunos trabajos como subalterno y lo compaginaba con el bar. Había dejado la escuela o lo habían expulsado por follarse a un compañero o algo así me explicó. No era un niño como los hijos de los veraneantes y en cierto modo yo tampoco lo era, o no del todo.
Yo y mi pandilla de amigos habituales, pertenecíamos a la categoría de niños-crema de la pequeña burguesía barcelonesa, que lo teníamos casi todo y vivíamos sobreprotegidos por nuestros padres (en mi caso madre y abuela), en cárceles de oro.
Hasta ese día, mi vida, tenía más en común (salvando las distancias) con la del último emperador de China, Pu-Yi, encerrado en su Ciudad Prohibida de Pekín, que con la vida de cualquier niño común. Por motivos de salud, vivía separado del mundo real, tanto en el piso de Barcelona como en la finca de verano, cercada con altos muros de piedra y adornos de barro cocido de mi "Villa Cosetánia", inexistente ya. Vivía dentro de alguna burbuja orreal de la que a veces lograba escaparme y vivir mis propias experiencias vitales.
Siempre había visto pasar el mundo exterior fuera de aquel muro de contención. Todo estaba previsto en mi vida, incluso con los niños que debía jugar o ir. En invierno, en el piso, ni siquiera tenía esta oportunidad. Mi periodo escolar era escaso y espaciado por motivos de salud. Siempre tuve una "mala salud de hierro".
Aquella experiencia a escondidas, fue completamente nueva para mí. Y en parte, estaba preparado para vivirla, gracias a mi tío, que me había despertado un poco de mi atontamiento general.
Fue mi primer contacto con el mundo real, fuera de la sobreprotección de mi casa, como hijo único que era; era, en palabras de mi madre: _"Um hijo del miedo"_, temiendo siempre que pudiera pasarme algo. Eso me ahogaba e impedía mi crecimiento emocional para ser adulto. Lo más normal en mi vida fue lo que me aportó mi tío. Mi abuela el sentido de la disciplina, mi madre la constancia y perseverancia y mi padre la debilidad. Mi padre era viajante de artículos de coche y no lo veía mucho: un fin de semana cada dos meses. Hasta los 6 años tuvo trabajo en Barcelona. Viajaba por el área del territorio de la antigua Corona de Aragón, Reino de Navarra y País Vasco. El caso es que no lo veía mucho y crecí muy desapegado de mi padre. Tampoco mi padre estaba muy acostumbrado a la vida en familia y más con una suegra que a penas lo toleraba y un hijo frustrante.
Al llegar a la cabaña, hecha de cañas, ramajes, cartones y planchas de aluminio de bidones. No era muy alta, había que entrar inclinado y permanecer dentro de rodillas. En el suelo había mantas, almohadones y colchonetas viejas y tenía unas estanterías primitivas, llenas de paquetes de galletas, botellas de gaseosas, de refrescos, cervezas, coñac, anís, vino y varios paquetes de diversas marcas de cigarrilos y cerillas. Un quinqué antiguo de petróleo colgaba del techo para iluminar por la noche, un par de tiras colgadas de un papel untado de miel para atrapar moscas y una puerta de cañas y ramajes cerraba la cabaña.
Todos sacaron unas toallas y almohadones para sentarse y apoyarse fuera. Me dieron una a mí y Carlos se puso a mi lado desde el primer momento.
El sítio estaba protegido de las miradas indiscretas y ajenas por cañizaras, matorrales y árboles grandes, pinos y abetos principalmente y alejada de los caminos de los paseantes.
Allí permanecimos sentados bajo la sombra; los chicos pidieron al mayor, José Luis, el de 17 años, que pasara su puro a medio fumar a los demás. Los pequeños fumaban a su aire y yo me complací esta tarde, a enseñarles a fumar como los mayores, inhalando el humo por la nariz y no sólo por la boca, al estilo niño. ,e contaron que venían aquí para fumar a escondidas de los padres y a masturbarse, beber y jugar con sus pollas.
Carlos me preguntó si ya me masturbaba como los hombres y sabía juegos con la polla y le contesté que sí y otros juegos más que me había enseñado un tío mio. Carlos, incrédulo me dijo con su vocarrón cascado: _"A ver qué sabes hacer"_ como si fuera un hombre experimentado.
Como veía que los demás se sacaban los pantalones, se desvestían y se quedaban en calzoncillos como si estuvieran acostumbrados,yo hice lo mismo. Cada uno se quedó con un compañero, el de 17 con los dos más pequeños de 6 y 7 años y Carlos me escogió a mí. Sin mucha delicadeza, con sus manazas, me sobó la polla y los huevos y yo hice lo mismo y me incliné para mamársela y pude ver de reojo, que los demás hacían lo mismo y no era su primera vez. Se daban unos a los otros con fuertes morreos y toquiteos para excitarse. Carlos gemía de placer y me ordenó que se la chupara más deprisa. Al llegar al climax, Carlos me volteó rudamente y con saliva, me la clavó y empezó a meter y a sacar sin muchas contemplaciones su polla por mi agujero. Ninguno se quejaba mucho, así que me contení de protestar para no desentonar. Se acabaron los miramientos de niño mono mimado. Se me trataba como a uno más del grupo, como un hombre. Movía mi culo y Carlos me cabalgó con fuerza hasta que se corrió abundantemente dentro de mó. Tenía una polla delgada y larga con una gran cabeza para sus años. La mía era corta, gruesa y cabeza pequeña y tapada por la piel del prepucio. Aún no me habían hecho la segunda y definitiva fimósis en el hospital a los 17 años. La primera hecha a los 4 años, se hizo muy mal, a lo vivo, a cargo de un barbero amigo de mi padre. No sirvió para nada porque me dejaron un pellejito colgando.
Aquel chico rudo me dejó agotado pero lleno de placer.
Allí todo el mundo follaba tirados por el suelo. Quien no la chupaba, la metía por el culo o era sodomizado. Los mayores gozaban de los pequeños y éstos se dejaban hacer como algo habitual entre ellos. Me encantó urgar por su paquete y se la chupé otra vez, lamiendo sus huevos como una puta experta. Luego recliné mi cabeza sobre su hombro pero Carlos me apartó con brusquedad, una vez satisfechos sus instintos más primarios. Nos dió unas cervezas frescas de la fuente.
Volvímos a fumar con satisfacción. Los pequeños habían aprendido a hacerlo como los mayores.
Nos limpiamos con las toallas y como estábamos un poco pedos por las cervezas y los chupitos de coñac, nos metimos dentro de la cabaña con la puerta entornada para que pasara aire, a dormir la siesta un rato.
Todos nos echamos abrazados con todos. Yo no hacía más que acariciar el pedazo de polla y de paquete de Carlos, que a pesar de su rudeza, me atraía. El de 6 años se me puso al lado y también le hice algunas caricias y los dos a mi. Besé al pequeño, que se dejó hacer de todo. Poco a poco nos venció el sopor del calor del mes de junio. Nos quedamos dormidos, a pesar del olor a sémer derramado, y la sudor de las axilas, cuerpo y pies; nuestras hormonas despiertas de nuestra pubertad en desarrollo, segregaron olor a macho joven.
Al despertar se desató otra vez nuestra furia polluna. Nos invadió unas ganas inusitadas de volver a follar.
Esta vez, el juego era hacerlo todos con todos, juntos y bien revueltos. Carlos era como un potro desbocado; su cuerpo estaba lleno de brillo por el sudor espumoso y el sémen de hombre prematuro. Yo me dejé hacer pasivamente. Recuerdo que mi cuerpo pasó de cuerpo en cuerpo, besando, acariciando sus pollas, follándoles a todos un ratito. Acariciaba pollas de todos los tamaños, montándonos los unos a los otros. Todos nos dábamos por el culo, desde los pequeños hasta el mayor.
José Luis era más dulce, más pasivo; a los peques los dominaba y follaba por su hueco de entrepiernas y ellos me la metían por el culo dulcemente. Yo y el de 10 años estábamos a la par. Carlos, el de 12, llevaba la voz cantante y la iniciativa del grupo. Carlos, preferentemente se dedicaba más a mi, al señorito remilgoso.
No hubo culo que no fuera follado. Me gustaba sentir las pollas de los pequeños dentro de mí, moviéndose como culebritas con dulce vaivén. Hasta los más pequeños sabían hacerlo, aunque sin la brutalidad y el empuje de Carlos.
Follamos por todos nuestros huecos follables.
Así pasamos toda la tarde, como perfectos sodomitas viciosos. Me dejaron el culo algo dolorido por algunos días, pero jamás me quejé ni demostré nada. Luego, más relajados, fumamos con sumo placer, aspirando el humo consolador. Tranquilamente fue el momento de estar abrazados, de hacer confidencias y oliendo a especie humana en su forma más natural de sarrollo, lo contrario al mundo artificial de la civilización exterior.
Más tarde, Carlos repartió para los pequeños y para mí caramelos y zumos para quitarnos el olor a tabaco de nuestras bocas.
Nadie quedó insatisfecho sexualmente y nos apenaba volver a nuestras casas. A los de 6, 7 y 8 años los follé mucho por sus entrepiernas que les gustó más que por el culo; chupé sus tetitas, paseé mi lengua por sus cuerpecitos y lamí sus huevecillos. Ellos me excitaron mucho mis más perversas fantasías y convertirlos en hombrecitos fumadores perfectos.
Nos lavamos en el agua helada de la fuente y nos vestimos rápido, bajamos y cada uno se marchó a su casa a cenar y a dormir.
Cuando llegué a casa, mi madre me preguntó de dónde venía pero por primera vez, aprendí a mentirle a conciencia y sin rubor. Le contesté: _"¡Por ahí!", y mencioné al grupo de siempre: los niños Rojas, Gómez, Gamboa, Tomasito, Xavier y Margarita.
Muchas veces al atardecer, después de cenar, me iba a la verja de entrada y se veía a alguien de aquellos niños golfillos, los hacía entrar a escondidas y los llevaba al huerto y me los follaba a mi placer y fumaba con ellos. No podían verme desde la lejanía de la casa y las sombras de la noche. Con Carlos ya era más bruto y a él le iba más lo de culear.
Se terminó mi último verano a mitad de septiembre, pasadas las fiestas de la Merced en Barcelona y cercanas las del Pilar de Zaragoza.
Fue la última vez que pude hacerlo sin temor y con libertad.
A partir de ahora, mi vida daría un cambio espectacular y de otra manera entraría en el mundo de los adultos con responsabilidades superiores a mi edad y cambiando de vida y de ciudad. Por un tiempo tuve que olvidarme de mi pasado y de mis sentimientos. Anularme por completo para vivir protegido.
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