Papi es un Cabrón
Un breve fragmento de como juego con mi bebito y de la sorpresa que estoy por darle….
Después de la merienda, los padres nos reunimos afuera de la guardería para buscar a nuestros pequeños.
—Papi, ¡Tete, Tete!
Me llena de ternura ver como él viene corriendo entusiasmado para abrazarme y pedirme…
(Tete = Leche)
—No puedo bebé, no aquí…
Le doy besos para calmarlo, y aprovecho para hacerlo rico, mordiendo su boca un poco. Varios hombres hacen eso con sus hijos, incluso frente a otros «besar» pero yo lo hago más a mi forma.
Lo subo en brazos, coloco cascos para ambos y lo siento sobre mi regazo. Enciendo la moto para ir manejando a casa.
Andar en moto con mi bebé es lo mejor. Cuando lo recuesto entre mis piernas puedo sentir sus nalguitas. Me pone a mil.
*
Soy Victor, tengo 34 años y soy miembro de gendarmería.
Trato de centrarme en la crianza de mi hijo. Cosa que hago con alegría la verdad, ya que lejos de que esto sea una responsabilidad, diría que es más como mi paraíso…
Él es Matías, apenas cumple 2 añitos. Es mi dulce Put… digo mi dulce príncipe. Aún aprende a hablar y a caminar aunque lo hace muy torpemente.
Vivimos algo lejos de la guardería. Zona de campo, lejos de todo pero que me queda cerca del cuartel provincial en donde trabajo.
La carita de mi bebé podría ponerte de rodillas de la ternura, estoy muy seguro de eso. Pelo castaño, blanquito, con unas pompas regordetas que suelo decorar con tangas.
Quiera él o no. Su ojete luce perfecto con hilos ajustados.
En la calle suelen pararnos ya que a las señoras les da ternura ver a un pequeñito tan lindo.
Pero es mío, no dejo que nadie lo toque.
Obviamente en la calle si llevamos ropa jaja
*
Ya en casa, al llegar empieza nuestro ritual. Nuestro juego.
Tengo que revisarlo entero para quedarme tranquilo…
Solo yo puedo romperle su colita las veces que se me de la gana.
Siempre que se pueda lo tengo desnudito, corriendo sin nada y con los pies descalzos.
Él ama mi uniforme de trabajo. Eso me da risa porque a su mamá solía gustarle lo mismo, exceptuando mi barba.
Mati adora mi barba. Adora mi pistola, mis botas y mi camisa ajustada de trabajo.
Soy su héroe.
Mi niñito disfruta también verme mientras me desvisto. Y yo no puedo negarme.
Verga al aire, todo velludo. Alto y calentón como infierno.
Me quito hasta la última prenda del cuerpo.
Si ando así de macizo es para mi angelito. Para que él vea quién es su dueño.
Sin depilación, con pelos hasta en las patas.
Es solo un nenito pero ya desde muy muy bebé lo acostumbré a esto. A disfrutar deseoso de su papá.
Su madre nos dejó luego del parto.
Y yo solía dilatarlo con mi lengua, siendo aún recién nacido. No me avergüenza admitirlo.
—¿Listo para tu premio?
Sonrío sin dejar de mirarlo…
Cruzado de brazos, erecto. Posando con actitud.
Camino hacia él. Loco por su cuerpecito, por su cola y sus pezoncitos rojos hechos para ser lactados.
Presemen chorreando.
Gotas e hilos largos transparentes.
Mi bebé me observa, babeando. Apuesto que tiene hambre. Sí.
Quedo muy cerca suyo.
Mi pedazo de carne sin circuncidar abarca desde su boca hasta su pancita.
Yo primitivo y oloroso por el día, pero a mi pequeño parece no importarle eso.
Le desparramo mi líquido preseminal por la cara, sosteniendo mi verga con una mano y agarrándolo a él con la otra.
“Pum, pum, pum. Garrote”
Le doy golpecitos contra su cara.
Lagrimeando pero sin dejar de desear. Resfriego mis huevos peludos como alambre contra su piel tersa, para que le quedé mi olor, mi hombría.
Yo de pié, erguido. Él en cambio trepado a un lado de la ducha tratando de alcanzar mi mástil para chuparlo bien.
—¿Quieres putita?
Balanceo mi verga de un lado a otro, como si fuera una danza chistosa.
Lo había criado para ser adicto a papá.
Apreté mi miembro con fuerza, dejándo caer presemen directamente en su boca.
Él saboreaba con gusto cada hilo transparente de su macho.
Lo agarré con ambas manos.
Mandé todo, sin rodeos.
Hasta las pelotas.
Honestamente eso era lo que más le costaba, aguantar.
Aún así, esos sonidos de ahogamiento eran todo lo que hacía. Yo no pensaba detenerme.
Enterré mi verga bien profundo por su garganta.
Se siente tibio y calentito.
Lo oía balbucear con dificultad, pero yo mantenía la presión para quedar bien dentro de mi bebito.
Empecé a cogerle fuerte la boca.
Yo aceleraba y el hacía arcadas pero lograba retener todo mi impulso.
—Muy bien, todo entero. Como te enseñé.
Mientras él amamantaba rico yo miraba su cola regordeta. Muy suave.
Le dí una nalgada que se oyó alto.
Gritos ahogados.
Su traserito quedó enrojecido. Marcado.
Gárgaras y el rebotar de mis testículos en su boquita.
Estrecho. Apretado. Caliente.
Carajo, cojer la boca de tu hijito es de lo mejor que te puede pasar. Y si no lo hiciste nunca entonces mejor no opines ¿Quedó claro?
Incluso el rosario que llevaba en mi cuello iba de arriba a abajo con cada estocada oral en mi infante.
Sostuve a mi niño firmemente.
Envuelto entre mis enormes piernas.
Primera leche acercándose.
Tengo que admitir que se me escapó un pedo en medio del orgasmo.
Una electricidad me recorrió entero el cuerpo.
Ojos en blanco.
Mi niño tragando hasta la última gota de mis pelotas, de sus hermanitos.
De su padre que le dió la vida.
*
Me quedé dentro suyo un rato largo. Extasiado por ésa delicia.
Tirándome varios pedos ruidosos.
Él solo aceptaba mi voluntad.
Sometido. Sumiso. Entregado.
Saqué mi mástil, y el pequeñín ya liberado hizo una arcada fuerte, pero rápidamente le cubrí la boca con mi mano.
Él estaba mareado, pero la leche de hombre es vitamina pura.
Sí o sí se traga.
Todo, absolutamente todo.
Nada se escupe, nada se desperdicia.
Lo empujé contra los azulejos del muro para montarlo.
Hizo un sollozo y empezó a temblar.
Ya era hora.
Abrí sus nalgas tanto como pude y solo enterré mi rostro ahí.
Coloqué sus piernitas en mis hombros para quedar mejor agarrado.
Hundí mi cara, y moví mi lengua bruto contra su anito.
De un lado a otro, haciéndolo palpitar.
Color rosa. Muy sensible.
Con mis dedos, abriendo, estirando su agujero.
—¡Ahhhhh!
No era un grito normal, era por piedad.
De un pequeñito siendo quebrantado.
Primero un dedo, directo. Como un impacto en su colita.
—¡Ahhhia!
Gritos y sollozos…
Procedí a amasarle sus nalgas regordetas.
Le dí otro chirlo, y otro, y otro.
Finalmente coloqué mi verga en su entradita.
*
Primer impacto sin piedad.
Empezó a llorar y a gritar.
Tuve que mirarlo fijo para que se calle.
Para que sepa que debía soportar el arma larga y gruesa de papi.
Bastó con eso.
Esferas de hombre sonando contra las nalguitas de su pequeñín.
Sexo o violación, llámenlo como quieran pero es la gloria.
Y tenerlo tan vulnerable, recibiendo una cogida fuerte no me avergüenza en lo más mínimo.
Su pancita se inflaba por momentos con cada impacto.
Papi entrando y saliendo. Encabronado.
Lo abracé tanto como pude.
Pude sentir su carne inocente, apretadito.
Gritos, lágrimas y el sonido acuoso de su ano sin poder soportar.
Mis gruñidos hicieron eco con la ducha.
Acabé dentro de mi infante.
Chorros de semen espeso, dentro suyo.
“Papi es un maldito cabrón”…
Pensé, con cierto descaro. Dándole un puñetazo a la pared mientras acababa.
Abrí la llave de la ducha.
Ví como de su agujerito roto brotaba leche que iba diluyéndose de a poco con el agua que caía. Habían otros colores ahí pero no me preocupaba.
Sé bien lo que hago.
Sé bien cómo romper un culo.
*
Se recostó casi desmayado sobre mi pecho.
Quedó dormido mientras yo peinaba sus cabellos.
Reí para mí mismo. Lo abracé.
El agua estaba tibia.
Y yo con mi bebito que ya no es tan bebito en brazos.
Por un momento Matías abrió lentamente sus ojitos.
—Bebé, descansa que mañana vendrán unos oficiales del cuartel. Son compañeros de papi y quieren conocerte…
Cerré la cortina de la tina. Y ahí nos quedamos.
En medio del vapor, besándonos.
Padre e hijo.
TG -> @remseok
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