Paseo a las islas – pt 2
La lancha ancla en una caleta desierta de Isla del Rosario. Los seis clientes (Roberto, Andrés, Germán, el mexicano y los dos gringos) se bañan en el mar, confesando sus secretos más oscuros: hijos vendidos, sobrinos culeados desde los 8, hijastros trabajados con dedos, culitos cagados .
La lancha se detuvo en una caleta escondida de Isla del Rosario: agua cristalina, arena blanca, nadie a la vista. Roberto dio la orden: —¡Al agua, parceros! ¡A refrescar el cuerpo pa’ lo que viene!
Los seis hombres —Roberto, Andrés (el caleño), Germán (el bogotano), el mexicano y los dos gringos— se quitaron la ropa en segundos y se lanzaron al mar como tiburones. El agua les llegaba a la cintura, las vergas semi-duras balanceándose entre las olas. Reían, se salpicaban, pero la conversación era pura depravación:
Roberto: “Ese culito de Manuelito… ya lo quiero abrir como un melón maduro. ¡Le voy a meter hasta los huevos y que grite!”
Andrés: “¡Yo le voy a dejar el ano hinchado tres días! Imagínate ese culo rojo, chorreando mi leche…”
Germán: “Y Raulito… con esa carita de puta, le voy a meter la verga hasta la garganta y que me trague todo.”
Gringo joven: “I’m gonna fuck them raw… no rubber. Breed those tight little asses till they leak.”
Mexicano: “¡Les voy a romper el culo hasta que les salga por la boca, cabrones! ¡Quiero verlos llorar de placer!”
Gringo mayor: “That hook of mine… gonna snag their insides. They’ll be begging for more.”
Carcajadas roncas, choques de manos, tragos de whisky flotando en vasos plásticos. Roberto: “¡Y cuando terminemos, los dejamos caminando como patos, con el culo lleno de semen!”
Carcajadas roncas, choques de manos, tragos de whisky flotando en vasos plásticos. Hablaban de romper a dos niños de 9 y 11 años como si fueran juguetes nuevos.
Arriba, en la lancha, los dos niños se quedaron sentados en los asientos cubiertos laterales, cerca del timón. Yo aún tenía la verga dura, palpitando dentro de la bermuda manchada. Sandra, la morena, empezó a limpiarlos: sacó garrafones de agua dulce, les echaba chorros en la cara, les pasaba toallitas húmedas por las mejillas, el cuello, el pelo. Restregaba fuerte para quitar la capa de semen seco. Los niños no me miraban; tenían la vista perdida, como si estuvieran en otro mundo.
Sandra le susurró a Raulito mientras le limpiaba la oreja: —“El capi también quiere chuparse un ratico… mirá cómo se le para.”
Se fue a la proa con la paisa, trapero en mano, limpiando el desastre: semen seco pegado en los asientos, charcos de baba, olor a sexo impregnado. Organizaban el espacio, movían la cava, preparaban cremas, dildos, condones.
Raulito se volteó. Me miró fijo. Sin decir nada, se acercó, me agarró la verga por encima de la bermuda. Yo le tomé la manita: —No, mijito… no es necesario. Yo con verlos ya estoy.
Pero Manuelito se levantó también, se me acercó por el otro lado y me habló bajito, con voz de niño pero tono de puta experta: —“Nosotros somos adictos a la verga, capi… siempre queremos más.”
Manuelito: “Nosotros somos adictos a la verga, capi… siempre queremos más. ¿No quieres que te chupemos un ratico? Tu leche se ve rica…”
Me abrió la cremallera. Mi verga saltó afuera: negra, gruesa, cabeza morada brillante de la leche que había botado sin tocarme.
Raulito: “¡Mira qué grande! ¡Quiero mamarla ya!”
Se arrodilló de inmediato, se metió la cabeza en la boca. ¡Slurp!
Raulito: “Mmm… sabe a semen seco… ¡qué rico, papi!”
Manuelito se puso al lado, sacó mi verga de la boca de Raulito:
Manuelito: “Dame a mí… quiero lamer los huevos gordos. ¡Huelen a hombre de verdad!”
Me lamía los huevos, los metía en la boca, los sacaba con ¡plop!.
Manuelito: “¡Qué sabrosos… quiero que me des tu leche en la cara, capi!”
Raulito volvió a la cabeza, lamiendo el frenillo:
Raulito: “¡Chupa, chupa… dame más precum! ¡Quiero tragarme todo!”
Yo no sabía si reírme, correr o correrme. Estaba nervioso: los clientes abajo, las mujeres limpiando, la policía marítima en cualquier momento. Pero el morbo me ganó. Puse una mano en la cabeza rapada de Raulito, la otra en el pelo ondulado de Manuelito. Abrí las piernas. Uno me mamaba los huevos, el otro la verga entera, turnándose, lamiendo, gimiendo bajito: —“Más, capi… dame tu leche…”
El agua chapoteaba abajo. Las risas de los hombres subían. Yo solo veía dos caritas infantiles trabajando mi verga como si fuera su juguete favorito. Y yo… ya no era el capitán. Era uno más.
Los seis hombres seguían en el agua, a la cintura, formando un círculo flojo. El sol pegaba fuerte, el mar los mecía, y ninguno miraba hacia arriba. Pensaban que los niños dormían o se lavaban con Sandra. No sabían que, a diez metros, Raulito y Manuelito me tenían la verga en la boca como si fuera su postre favorito.
Mexicano (sacudiéndose el agua del bigote): “Tengo un hijo… pero el pelao es tan feo que ni pa’ tocarlo me provoca. Cara de sapo, flaco, sin culo. ¡Prefiero pagar por estos angelitos!”
Gringo joven (el Navy): “Yo no tengo hijos… y es mi peor miedo. Si los tuviera, me los comería vivos. Por eso me mantengo lejos. Pero mis sobrinos… ¡uf! Tres varones. Al mayor, desde los 8, le metía dedo en la ducha. Ahora tiene 16 y todavía me lo culeo cada verano. Los otros dos, 12 y 10, ya les entra la verga sin drama. Cada uno por separado, en el sótano. Les digo: ‘es nuestro secreto de tíos’.”
Gringo mayor (riendo, con su garfio semi-duro flotando): “Same here. Mis sobrinos son mi vicio. El más chiquito lloró la primera vez… pero ahora pide más. ‘Tío, métemela otra vez’. ¡Pura miel!”
Andrés (caleño): “Yo tengo un hijastro… 7 añitos. Nos bañamos juntos. Le toco las nalguitas ‘sin querer’. Cuando vemos tele, me saco la verga del bóxer y se la pongo entre las nalgas. Él se pega, se mueve… poco a poco lo voy trabajando. En un año le meto la cabeza. ¡Ya quiero verlo gemir!”
Germán (bogotano): “¡Uff, qué rico compartir! Yo tengo dos hijos: uno de 4, otro de 9. Al de 9, desde los 6, le hago beso negro. Me chupa la verga cuando estamos solos. Aún no me lo clavo, pero ya le meto dos dedos. Se retuerce, llora un poco… ¡pero se viene! Al de 4 aún no me provoca. Tiene unas nalguitas redondas… cuando crezca un poco más, le toca.”
Roberto (tomando un trago de whisky flotante): “Yo solo tengo hijas… pero he culeado de todo. El más pollo fue uno de 5 años. Me cagó encima mientras lo tenía adentro. ¡La arrechera fue tanta que seguí dándole con mierda y todo! Pero prefiero de 8 pa’ arriba… piernita más desarrollada, culito que aguanta más. Estos dos de hoy… ¡son perfectos!”
Todos al unísono: “¡Jajajaja! ¡Salud por los culitos nuevos!”
Se agarraban los paquetes debajo del agua, vergas endureciéndose con cada historia. Mexicano: “¡Yo quiero dejarlos con el culo como un túnel!”
Gringo joven: “I’ll breed them till they drip for days.”
Andrés: “¡Y que caminen como patos pa’ la casa!”
Arriba, yo gemía bajito. Raulito me tenía los huevos en la boca:
Raulito: “¡Tus huevos saben a hombre, capi! ¡Dame leche!”
Manuelito me mamaba la cabeza:
Manuelito: “¡Métemela hondo… como a los tíos de abajo!”
Y yo, perdido, empujaba sus cabezas, sin saber que los seis degenerados planeaban lo mismo… conmigo como testigo.
Yo, Jhon, ya no era el capitán. Era un hombre perdido en el morbo más sucio, con dos niños de 9 y 11 arrodillados frente a mí, dándome la mejor mamada de mi vida. La lancha se mecía suavemente, el sol pegaba fuerte, y abajo los hombres seguían hablando de sus culitos rotos. Pero arriba… arriba era otro mundo.
Raulito tenía mi verga entera en la boca: ¡glu-glu-glu! succionaba como un vacío, la cabeza morada hinchada entrando y saliendo de sus labios infantiles. Cada vez que llegaba al fondo, sus ojos se ponían en blanco, pero no paraba. ¡Pop! sacaba la verga, un hilo de baba y precum colgando, y gritaba: Raulito: “¡Papi, así me gusta! ¡Te pareces a mi papá! ¡Eres moreno, gordo, como él! ¡Dame más leche, papi!”
Manuelito, al lado, me lamía los huevos con lengua plana: ¡slurp-slurp! los metía en la boca, los sacaba con ¡plop! húmedo. Manuelito: “¡Sí, papi! ¡Mi abuelo también tiene la verga así… con canas en los huevos! ¡Qué rico! ¡Uff, papi, clávame! ¡Clávame rapidito antes que lleguen los otros!”
Los dos se turnaban: Raulito chupaba la cabeza, ¡chup-chup-chup!, Manuelito los huevos, ¡lam-lam-lam!. Luego cambiaban. Cada vez que uno sacaba la verga, salía un chorrito de leche blanca: ¡psss! de mis huevos, porque estaban tan llenos que ya no aguantaban. Los niños lo lamían todo: Raulito: “¡Mira, leche! ¡Ya está saliendo! ¡Dame más, papi!”
Manuelito: “¡Sí, papi! ¡Clávame el culo! ¡Quiero sentirte adentro!”
Yo gemía ronco, las manos en sus cabezas: Yo: “¡No, mijitos… no puedo… mi trabajo es ser chofer, no culear niños…!”
Pero ellos no paraban. Raulito se levantó, se bajó la tanguita, me mostró su culito moreno, el hilo hundido en la rajita: Raulito: “¡Métemela, papi! ¡Solo un poquito! ¡Quiero que me rompas como a una puta!”
Manuelito se puso atrás de Raulito, le abrió las nalgas: Manuelito: “¡Mira, capi! ¡Está listo! ¡Métela! ¡Yo te ayudo!”
Yo ya no podía más. Mi verga palpitaba, goteaba leche cada vez que Raulito la chupaba. ¡Glug-glug! Manuelito se metió los huevos en la boca, los dos a la vez, ¡chup-chup!, y yo sentí el orgasmo subir.
Yo (gritando bajito): “¡Carajo… no paren…!”
Raulito se levantó, se sentó en mi regazo, me apuntó la verga al culito: Raulito: “¡Ahora, papi! ¡Clávame! ¡Rápido, antes que suban!”
La cabeza morada tocó su ano. ¡Plof! entró un centímetro. Raulito gritó: Raulito: “¡Ayyy, papi! ¡Sí! ¡Más!”
Manuelito se arrodilló, me lamió los huevos mientras yo empujaba. ¡Glug! otro centímetro. El culito se abría, caliente, apretado.
Manuelito: “¡Yo también quiero, papi! ¡Después de él!”
Yo ya no era Jhon. Era un animal. Empujé más. ¡Plof-plof! Raulito se movía, gemía: Raulito: “¡Sí, papi! ¡Rómpeme! ¡Como a mi papá!”
Y abajo, los hombres seguían riendo, sin saber que el capitán ya estaba dentro del juego.
Yo, Jhon, ya no podía controlarme. El morbo me tenía loco. Mientras Raulito se sentaba en mi regazo, la cabeza de mi verga morada entrando y saliendo de su culito apretado —¡plof-plof!—, le preguntaba con la voz ronca, excitado hasta los huesos: Yo: “¿Ustedes son hermanos? ¿Tu papá te clava? ¡Cuéntame, mijito… eso me arrecha!”
Raulito, con la cabeza echada hacia atrás, los ojos en blanco, me miraba con esa carita de 11 años pero voz de puta experta: Raulito: “No, papi… nos conocimos por Roberto. Mi papá me vendió con Roberto hace un año. Roberto me llevó a un motel, me culeó toda la noche… ¡uff, qué rico! Luego me puso a trabajar. He hecho como 3 o 4 servicios con sus clientes acá en Cartagena. Siempre le paga a mi papá… y después de la segunda vez, mi papá me culeó. Me dijo: ‘A ver qué es lo que pagan tanto’. ¡Tiene la verga así de gruesa y rica como la tuya, papi!”
Manuelito, arrodillado, chupándome los huevos —¡slurp-slurp!—, levantó la cara, con los huevos de Raulito cayéndole en la nariz, y habló con la boca llena: Manuelito: “A mí me pasó igual, pero con mi abuelo. Me clavó por primera vez en el baño antes de irme al colegio… ¡me metió la verga entera! Luego Roberto le pasaron el dato. Ahora me culean los dos… ¡y me gusta, papi!”
Eso me volvió loco. Mi verga palpitaba dentro de Raulito. Él se iba metiendo más, las piernitas abiertas, la tanguita rota, sus huevitos colgando y golpeándome la cara de Manuelito. ¡Plof-plof-plof! El culito se abría, caliente, húmedo.
Manuelito lamía la entrada del culo de su amigo, la lengua rozando mi cabeza cada vez que entraba: Manuelito: “¡Mmm, qué rico sabe tu verga en su culo, capi!”
Raulito gemía: Raulito: “¡Sí, papi! ¡Clávame más! ¡Como mi papá! ¡Rómpeme!”
Duramos así un par de minutos: yo empujando, Raulito botando, Manuelito lamiendo todo. Pero de repente, la razón me golpeó. Los clientes abajo. Mi trabajo. La policía.
Yo (susurrando fuerte): “¡No, mijitos… no puedo! ¡Me meto en un problema!”
Agarré a Raulito por los dos bracitos delgados, lo levanté de mi verga con un ¡plop! húmedo. Su culito quedó abierto, rojo, goteando mi precum. Se quedó mirándome, decepcionado: Raulito: “¡Pero papi… ya casi!”
Manuelito se levantó, se lamió los labios: Manuelito: “¡Tranquilo, capi… después seguimos!”
Yo me subí la cremallera, la verga aún dura, palpitando, goteando. Abajo, las risas de los hombres subían. El juego apenas empezaba… y yo ya estaba dentro.


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