PATOLÍN Y JUANCITO.
Caliente y con ganas de pajearme espiando a mi tía en biquini, me termino comiendo dos culitos vírgenes..
Era un viernes a las cuatro de la tarde, pleno verano en esta parte del Mundo, Febo partía el asfalto, estaba solo en casa y, a mis casi diecisiete años, tenía un embole terrible. La mayoría de los compañeros del Secundario que me eran afines estaban de vacaciones, mis viejos se habían ido a pasar unos días al campo de mis tíos, mi hermano mayor, apenas por un par de años que debía quedarse a cuidarme o cuanto menos a hacerme compañía, se había ido con sus amigos a pasar el fin de semana a una isla del Tigre.
De llevarme ni hablar, “vos no venís, somos todos grandes, no rompas las pelotas y quedate en casa”, eso me había dicho y no le rogaría, no me gustaba la junta de “nenes bien” que tenía, todos hijos de familias mejor posicionadas que la nuestra, lo que no quería decir que no se comportaran de lo peor, chuparían hasta por los codos, luego un par de “toques” de lo que sabían conseguir para recuperarse y vuelta a chupar hasta quedar con el culo al norte. Las chicas que iban era peores que ellos, vivían borrachas o drogadas haciéndose las superadas y aunque algunas estaban muy bien, no te permitían ni arrimarte.
El caso es que, al pensar en una rubia amiga de mi hermano y las cosas que le podría hacer, me agarré una calentura de aquellas. Para colmo, la noche anterior había ido a tomar un helado con una vecinita de la cuadra que tenía quince años, paseamos por la parte más oscura de la plaza, la que usaban las parejas para sus mimos y nos pudimos sentar en uno de los bancos que allí había.
Al principio se mostró un poco reticente y cuando le dije de regresar, aceptó quedarse un rato más. Nos sentamos, dejó que la abrazara y que arrimara mi boca para besarla, le metí lengua hasta la garganta y, mientras gemía sin expresar nada más, la mano que pasaba sobre su hombro se fue rauda a una de sus tetitas duras, la otra no tardó en pegarse a su muslo e intentar subir por su interior hasta su conchita que emanaba un calor que parecía quemar mis dedos aun antes de llegar a ella.
No pude llegar a ese calorcito, dejó de besarme y saltó como si le hubiera dado electricidad, “sos un degenerado, ¿qué te pensás que soy?, -dijo casi gritando al pararse-. Me quedé duro porque pensé que le estaba gustando y yo tenía un palo como para romper el jeans… “Pensé que te gustaba”, -atiné a responder, pero, en realidad, no sabía dónde meterme-… “Ni siquiera sos mi novio”, -me lo dijo casi escupiéndome la cara y se fue dejándome con una calentura atroz.
Yo ya había tenido experiencias con las cogidas, hacía casi seis meses que visitaba a una señora como de cuarenta y pico, iba cada dos o tres veces por mes. Me había llevado a ella mi tío, el hermano de mi viejo, me pagó un par de primeras veces y como se ve que le gusté y/o por la novedad de desvirgar y enseñarle a un pendejo, me pidió que le avisara cuando quería ir de nuevo con ella, que no me cobraría.
Aproveché eso y me enseñó bastantes cosas, principalmente a lamerla, a aguantar mi acabada, es más me hizo prometer que no desperdiciaría polvos con pajas porque eso me hacía mal, pero, otra cosa muy distinta es aguantar cuando no tenés la descarga cerca, hacía como veinte días que no andaba por su casa, según parece andaba de novia.
El hijo de mil… su madre, de mi hermano, me había escondido las revistas porno que tenía y en ese entonces no teníamos computadoras, Internet estaba en pañales y de teléfonos celulares, ni pensar. Me tiré en la cama tocándome y tratando de pensar en alguna mina que estuviera buena, pero no había caso, la calentura seguía y con tocármela no me alcanzaba. Lo primero que se me ocurrió fue pensar en mi “tía” Chela, en realidad le decíamos tía, pero era una prima segunda de mi madre y no había una relación muy familiar que digamos.
Ella era una mujer de un metro setenta y tres o cuatro centímetros, tenía una cabellera oscura y larga que le caía como cascada, su piel era blanca y su maquillaje bastante abundante, principalmente en sus labios gruesos, la tornaban muy llamativa. Usaba siempre unos pantalones ajustados que hacían resaltar sus piernas largas y sus caderas bien formadas, nunca la vi desarreglada o mal vestida, pero lo que resaltaba más eran sus tetas, duras, paradas, abundantes y con un canalillo que invitaba a extasiarse mirando.
Vivía en una casa muy grande, a escasos ciento cincuenta metros de mi casa y en la misma manzana, tenía parque y pileta, era la más linda del barrio y más de una vez la había espiado escondiéndome en un lugar que sólo yo conocía y, decididamente, unas cuantas pajas cayeron por ella.
En la esquina había una gran construcción, era una fábrica circundada por un gran paredón de unos siete metros de altura, luego venía un terreno baldío que tenía unos quince metros de frente por unos setenta de fondo, quedaba semi oculto por el paredón de la fábrica y por un alambrado oculto también por un ligustre alto y tupido, ese cerco separaba el terreno vacío con el parque y la casa de mi “tía” y, al no tener un portón con un cerramiento acorde era lugar de reunión de varios chicos del barrio.
Habían puesto un arco de fútbol y limpiado los primeros treinta metros para juntarse, jugar un “picadito”, contar cuentos, tomar algunas cervezas -sólo los más grandes- o algunos mates con bizcochitos. Todos se conocían, no había malas intenciones fuera de las picardías lógicas de chicos de barrio y no existían los peligros de la droga indiscriminada o de los ladronzuelos de poca monta.
Después de esa “zona franca” y limpia, todo era más complicado, los pastos altos dificultaban el ingreso, había algunos árboles de troncos gruesos y un cañaveral de cañas tacuaras que hacía todo más tenebroso y tupido, los más chicos tenían prohibido ingresar a esa zona y algunos interesados, -entre ellos, yo-, contábamos historias de arañas enormes o perros salvajes, cuando no que alguna que otra culebra de las que tenían veneno. Algunos iban allí a fumar o a tratar de sortear “peligros” haciéndose los valientes, pero el único que sabía adónde posicionarme para espiar a la “tía” era yo y jamás se los conté a nadie.
Ese día, vestido con una remera sin mangas y un short de fútbol, me fui para el terreno, era la hora propicia para espiarla, pues solía estar sola en la pileta o tomando sol. El “tío” tenía un comercio enorme en el centro de la ciudad y no regresaba hasta la noche. Me acomodé en el lugar que tenía preparado, me bajé el short, me senté en un tronco de madera que había cerca y comencé a tocarme porque, abriendo un poco el cerco, la vi sentada en una reposera y estaba por ponerse bronceador.
La distancia era de unos treinta metros y usaba un biquini, que, al día de hoy, resultaría ser un mameluco de obrero, pero, en ese entonces era una prenda de lo más sexis, estaba de frente a mí y no podía ver si tenía pelos en su entrepierna, pero eso no importaba tanto, la imaginación estaba a mil y la verga parecía a punto de estallar, para colmo se bajó los breteles y hubiese jurado que se masajeaba las tetas. No era una mujer vieja, tenía la edad de mi vieja o de Haydee, la señora que me “enseñaba” a coger.
Me aguantaba para no gemir y me había arrodillado en la tierra, una mano la apoyaba en el suelo y la otra le daba a la zambomba, más a punto no podía estar y una vocecita cortó todo el rollo… Un nene rubiecito de flequillo, de los habitués en el terreno, andando a gatas, asomó la cabecita en el hueco en que yo estaba y, de forma apresurada, me preguntó:
- ¿Qué estás viendo Javi?, ¿te estás haciendo una paja?, ¿no me digas que tu tía está desnuda? …
- ¿Qué estás haciendo acá Patolín?, no podés quedarte a mirar, ¿cómo me encontraste?
- Te seguí cuando entraste, iba a encontrarme con Juancito para terminar de armar la casita en el fondo y no vino, dejame mirar, dale sé bueno, nunca vi a una mujer desnuda.
El nene se llamaba Patricio, a él no le gustaba el nombre y, como era de los más chiquitos en lugar de “Pato” que usábamos para las Patricias y Patricios, le decíamos “Patolín”, tenía nueve años, rubio, de flequillo, medio gordito, más que nada morrudo, era el que traía la pelota para jugar y de lo más inquieto y “metomentodo”.
- No podés estar acá, si se entera tu viejo me corta las bolas, -el padre tenía una librería y juguetería grande y era un grandote muy serio-.
- Yo no le voy a contar nada, hace un rato me echó de casa después de darme un chirlo y estoy enojado con él.
- ¿Qué cagada te mandaste?
- No, nada, como se iba a dormir la siesta con mi mamá, quise espiarlo como otras veces y me vio, me tiró de los pelos y me dejó el culo colorado, pero la culpa la tiene él porque deja la puerta abierta.
- Jajaja, estaría apurado tu viejo, ¿cómo es eso de que los ves coger?
- Los vi una vez sola, pero su culo peludo, nada más, mi vieja estaba tapada por su cuerpo y pensé que hoy podría ver más. Dale, dejame verla a tu tía.
No esperó mi contestación y se ubicó delante de mí para tratar de mirar. Nunca se me había ocurrido antes, pero en ese momento, viendo el culito relleno y parado de Patolín, me olvidé de mi tía y, con la excusa de ponerlo bien para que pudiera ver, me arrodillé detrás de él y le puse mi verga, nuevamente endurecida, entre sus piernas, mi pelvis sentía la dureza de sus nalgas infantiles.
Mi glande le tocaba los huevitos por sobre la ropa y no decía nada, sólo se quedaba quieto sintiendo mi paquete. Trataba de ver y, sin que se lo pidiera, echaba las nalgas hacía atrás rozándose aún más, yo estaba a mil de nuevo y sólo existía ese culito, hasta me parecía que se movía acomodándose para sentir mejor y me habló…
- Javi, ¡viste, viste! tu tía se está tocando las tetas y parece que le gusta porque se ríe sola y a mí se me para el pitito como a vos.
- A mí se me para porque te estoy tocando el culito y los huevitos, ¿por qué no te sacás el short y me dejás pasarlo por la zanjita así acabo más rápido.
- Eso no se hace, seguro me lo vas a querer meter y yo no quiero ser puto. El miércoles pasado, mi primo Luis me bajó el shorcito cuando estábamos en mi pieza y me lo quiso meter diciendo que yo era un putito y que me iba a romper el culito, no pudo porque me dolió al tratar de meterlo y como grité fuerte se asustó y se fue a la casa.
- Tu primo Luis tiene catorce años de pelotudo pajero, no dejés que se acerque más, cualquier cosa me avisás a mí y lo rompo todo, además, si yo te la paso por toda la zanjita o te la meto no te hace ser un puto.
- A mí me dijo Juancito que sí, si te cogen sos puto.
- Eso te lo habrá dicho tu amiguito que no sabe nada, es como con las mujeres si cogen y no cobran no son putas, yo me cogí a dos novias por el culo y no son putas.
- ¿En serio, no me mientas, no les dolió cuando se la metiste por el culo?…
- Es todo verdad, algo les dolió, pero como yo les hago muchos mimos y se los ablando, al final les gustó mucho.
La conversación me tenía la pija a punto de explotar y ya mi tía me importaba tres carajos, podría caminar en bolas o estar cogiendo con quien fuera y no me interesaba, lo único que en ese momento tenía entre ceja y ceja era el culito de Patolín. Tenía que llevarlo a mi juego y, si podía lograrlo, una vez que la tuviera adentro, “a llorar a la Iglesia”. El nene tenía sus dudas, sin embargo, no dejaba de mover sus nalgas sin salirse de la posición, lo vi cerrar los ojos como gozando al sentir el “pedazo” y me mostré algo enojado.
- Mejor me voy y me sigo haciendo la paja en mi casa, vos te crees que sos grande y resulta que sos muy pendejito como para saber lo que es gozar cuando te cogen. Primero movías tu culito porque te gustaba y ahora tenés miedo. Yo pensaba chuparte el culito y ablandarlo para que me pidieras que te coja, pero sos muy miedoso, al final tu primo te va a coger apurado y te va a romper todo, después no me vengas a pedir ayuda.
- Esperá, esperá, no te vayas, yo quiero saber, pero no quiero que mi primo me rompa, prefiero que me la metas vos, aunque, no sé si va a entrar, tenés un “coso” muy grande.
- Vamos a hacer una cosa, vos vas a dejarme que te de besos y que te acaricie, después te voy a chupar el culito y si te gusta, me tenés que pedir que te la meta. ¿Estás de acuerdo?
- Bueno, pero tengo un poco de miedito ¿y si no me animo?
- Primero dejá que te haga mimos, si no te animás, probamos otro día, eso sí, este es un secreto entre vos y yo, ni Juancito tiene que saber, si llegás a decir algo les cuento a todos que sos un putito y todos van a querer cogerte a lo bruto.
- No, no, no digas nada, yo no voy a abrir la boca, pero, tratá de que no me duela, todavía me arde el chirlo de mi papá.
No daba para hablar más, me saqué la remera y la puse en el piso junto con mi short para que Patolín se pudiera poner de rodillas y, al estar en cuatro, dejar su culito a mi disposición. Cuando se bajó el pantaloncito y vi sus nalgas blancas y rellenas casi olvido todas mis precauciones, su culito era lo más excitante que había visto en mi vida y no sé cómo hice para no ensartarlo de una.
Trataría de llevarlo con calma y poniendo mi verga entre sus cantos comencé a pasarlo como si pincelara la zona, cada vez que le tocaba los huevitos se estremecía y lo mismo pasaba cuando mojaba su asterisco con mi líquido pre seminal. Al principio se lo notaba tensionado, pero al darse cuenta de que no quería metérselo a lo bruto, se fue relajando y pasé a otra fase.
Tomé sus huevitos desde atrás y moví la mano acariciando su pitito parado al pasar, le daba pequeños apretones y al escuchar que gemía con esto, le estampé la boca en el agujerito que parecía palpitar. Me acordé de Haydee cuando me decía: “insistí en el mismo lugar, dame lengua y tratá de meterla”, no era lo mismo, pero Patolín se entró a desesperar y tiraba sus nalgas para atrás cuando mi lengua trataba de penetrar su culito. Podría haberlo puerteado allí, pero yo quería más y mi dedo pulgar se puso a jugar en el agujerito cerrado.
- Si te animás a chupármela y a sacarme la leche, cuando te la meta no te va a doler tanto porque estará floja. Dale, date vuelta y ponétela en la boca.
- ¡Vos decís?, pero me da cosa, nunca chupé ninguna ni tomé esa leche, ¿y si te hacés pis en mi boca?, mejor no porque me va a dar asco.
- No seas tonto, una cosa es acabar y otra es mear, no se juntan, dale, probá un poquito.
Arrimó los labios con cierta reticencia y le dio un par de besitos al glande, se reía porque decía que se movía solo y se lo fue metiendo en la boca, de milagro llegó casi a la mitad y lo sacó teniendo arcadas.
- No te apures hermoso, me estás haciendo gozar un montón, me encanta como lo hacés, es la mejor mamada de mi vida, metelo en la boca y jugá con la lengua teniendo cuidado con los dientes, ¡qué bien que me siento!, -decirle un montón de “mentirillas” para incentivar su ego y que se dedicara con ganas, no me molestaba, al contrario, me calentaba más-.
- Yo quiero que te guste y no es feo, pero si lo meto más me dan ganas de vomitar.
- Despacio mi cielo, de a poquito, meté todo lo que puedas y después entra y salí, ves, así, muy bien, así, viste que me la estás chupando y no sos un putito, ¡esto es un placer!, sólo vos podías hacerme sentir tan bien…
Patolín se había entusiasmado con esto y yo hacía fuerzas para no acabar, no lo haría antes de usar mis dedos para comenzar la dilatación y lo acomodé para tal cosa. Escupí bastante en las yemas de mis dedos índice y medio y busqué su ano virgencito, se estremeció cuando sintió mis dedos húmedos allí y lo animé diciendo, “tranquilo belleza, poquito a poquito vas a sentir mucho placer”, él únicamente trataba de mover el culito emitiendo un ¡hummm! en señal de afirmación.
Más no podía decir por su boca llena de carne en barra y yo trataba de aislarme de lo que me estaba provocando con la mamada, no quería pensar en eso, todos mis sentidos, recordando lo que mi “maestra” me había enseñado cuando me dijo de “hacerle la cola”, estaban puestos en hacer que gozara con mis dedos. Si pensaba en la mamada acabaría llenándole la boca de leche y no estaría mal, es más, estaba seguro que me repondría enseguida, pero, era como romper la magia y volver a empezar.
Mi dedo medio se movía casi por entero dentro de su culito y apenas había amagado con una contracción dolorosa cuando comencé a meterlo, pero, a esa altura, no sólo lo sentía, sino que gemía con placer y se movía buscando más. Lo saqué despacio y estaba sucio, eso era lo de menos, me limpié el dedo en la remera, los cargué nuevamente de saliva y volví a empezar, aunque esta vez eran los dos los que jugaba allí.
La dilatación estaba resultando y no tardé en introducir el segundo dedo, los metía lo más que podía, los movía circularmente y noté la flojedad de todo el cuerpo de Patolín. De improviso dejó de mamar, me había inundado de saliva hasta los huevos y con la comisura de los labios y el mentón lleno de su propia saliva, me dijo:
- No puedo más Javi, me duele mucho la boca, son como calambres, si querés en un ratito sigo, pero vos no saques los dedos, me gusta sentirlos y no me dolió casi nada.
No sé si me parecía a mí, pero ponía cara de enamorado, de entregado a los dedos que lo estaban haciendo gozar, es más movía las nalgas como exigiendo más y se quejó un poco cuando introduje la yema de un tercero, no dijo más y no quise insistir, en cambio le di un poco de ritmo a las entradas y salidas mientras él se tocaba su pitito que parecía a punto de estallar y del cual apenas si se veía asomar el glande de su pellejo…
De pronto se agitó y dijo: “Me da una cosa Javi, me da una cosa en el pitito”, – enseguida apretó mis dedos con el esfínter, lo miré y estaba poniendo los ojitos en blanco. “No te asustes Patito, acabás de tener tu primer polvo, todavía no te sale leche, pero vas a ver que cada vez será mejor” … Hasta a mí me sorprendió que hubiera acabado mientras tenía los dedos en su culito y pensé que ya era hora de sacarme todas las ganas.
- ¿No me vas a decir que te dolió o que no te gustó lo que te hago?
- Tenía un poquito de miedo y algo me dolió, aunque ahora quiero que me metas la verga, pero tené cuidado Javi, que no me duela mucho.
- Algo siempre duele, pero si querés gozar, primero tenés que aguantar un poquito, yo voy a ir despacio, ¿sí?…
- Sí, dale, metelo, yo aguanto.
Le saqué despacio los dedos y él se arrodillo, paró el culito y se estiró hacía adelante apoyando los codos en el piso, ya ni me quedaba saliva en la boca, se me secó al pensar que le rompería el ojetito a Patolín, pero no debía dejarlo pasar, le pedí a él que me escupiera en los dedos y le coloqué saliva en el agujerito semi dilatado y en la punta de mi verga, aunque mucho no la quise tocar, estaba pasado de rosca y con temor de irme en seco.
Costaba meterlo, mi glande y mis dieciocho centímetros estaban en su apogeo, pero no quería hacer fuerza, si entraba de golpe daría un grito y no podía llegar a su boca para taparla, entonces la apreté con la mano y moví el glande tratando de entrar sin empujar, “relajate Patito, sino te va a doler y no quiero que sufras”. Le hablaba tranquilo y terminó de entregarse, el glande penetró y me quedé quieto allí al sentir que amagó con salirse, a la par que se quejaba por el dolor de la penetración.
Lo había retenido de las caderas y le pedí que se quedara quieto para acostumbrarse, me preguntó con voz llorosa si ya había entrado todo y le dije que faltaba muy poquito, que aguantara, que era sólo al principio, “me duele mucho Javi, sacala y probamos en otro momento, no la aguanto”. Le contesté que no podía sacarla porque le dolería más y comencé a moverme muy lentamente, tratando de contener mis ganas de partirlo en cuatro.
Le acariciaba una nalga y parte de la espalda con mi mano mientras la otra se metía por delante y le apretaba el pitito endurecido, pero no paraba de moverme haciendo que cada vez mi verga ingresara un poco más. A él le dolía la introducción y cuando daba algún apretón porque la sentía entrar, me hacía ver las estrellas, al estar poco acostumbrado a un lugar tan estrecho me estaba desquiciando. Le hablaba bajito pidiéndole que aguantara, que ya casi estaba toda adentro y ni yo mismo me di cuenta que se la había comido toda, me quedé quieto haciéndola latir cuando mi pelvis chocó con la piel de sus nalgas.
“No te muevas Javi, me duele un montón y creo que ya la metiste hasta el fondo, parece que la tuviera en mi panza”, -pedía con voz sollozante- y yo trataba de calmarlo, pero además de las palabras, algo debo haber tocado en su interior porque, apenas unos instantes después, él sólo comenzó a moverse diciendo que le gustaba sentir mi cabeza adentro. Ante esto mi ritmo se intensificó un poco y comencé a entrar y salir, los sonidos que escuchaba de Patolín no eran de dolor, movía sus nalgas y gemía cuando lo penetraba hasta el fondo, tratando de no ser rudo.
Estaba cansadísimo, toda la previa me había llevado un montón de energías, recuerdo que pensé: “Gracias Haydee” porque las enseñanzas para el aguante habían dado resultado, me estaba comiendo un culito espectacular y si lo terminaba bien, pensaba en tener un hermoso culo a disposición para cuando quisiera.
Las palabras de Patolín me sacaron de mis pensamientos, “otra vez el pitito Javi, otra vez, dame más”, se puso a temblar y se dejó caer sobre la ropa arrugada, no me quedó más que irme con él y casi lo clavo contra el piso. El mismo se tapó la boca para no gritar, pero no olvidó de mover las nalgas tratando de acoplarse a mi ritmo, entre eso y los apretones no pude aguantar más y le llené las tripas de leche, “me gusta, está caliente, tu leche está caliente”, -decía liberando al putito en ciernes-.
Yo me sentía en la gloria, tratar de verle las tetas a mi tía para hacerme una paja me había dado la oportunidad de cogerme a un pendejo riquísimo y parecía que lo había hecho bien porque terminó gustándole. Me quedé sobre él para no salir rápido y que le doliera y eso pareció encantarle, “me gusta tener tu pija adentro, tenías razón, al final me gustó y no soy puto”, -decía auto convenciéndose de eso-, “para los demás no sería puto, pero lo sería para mí y pensaba “adoctrinar” a ese culo para mi uso propio”, -eso lo pensaba yo, pero no lo diría en voz alta-.
En un momento dado, cuando mi verga se desinflaba comenzó a moverse diciendo que se estaba haciendo chiquita y pasó lo que él no sabía y yo esperaba, de nuevo comenzó a crecer y ahora no tendría tantas contemplaciones. Así como estaba, de cara al suelo y estirado sobre él comencé a moverme con más ganas, ahora podía taparle la boca si gritaba, pero no hizo falta, lo único que hacía era gemir y resoplar ante cada pijazo.
En lo mejor se escuchó la voz de un nene que lo llamaba y de uno mayor que le decía: “Debe estar en el fondo, no hagas ruido, vamos a ver si está”. La voz del nene era la de Juancito y el mayor resultó ser el primo de Patolín. Nos quedamos quietos, ellos no nos podían ver a menos que se acercaran al cerco y al lugar, como fuere, me habían cortado el polvo y me desinflé rápido. “Se lo va a coger, mi primo se lo quiere coger y ya hizo que le chupara la verga. Yo le dije que no lo dejara, pero Juancito me dijo que quiere probar”.
No lo pensé más, Juancito era más delgado, pero tenía también un buen culito y me dio como un ataque de celos, a Patolín y a sus amigos me los cogería sólo yo, -pensé-. Le dije que se cambiara y me respondió que tenía ganas de hacer caca, el enema de leche le jugaba una mala pasada y se quedó en un rincón haciendo fuerza.
- No salgas porque tu primo se va a dar cuenta que cogimos y te va a tratar de puto, ponete la ropa cuando termines y andate rápido para tu casa, no le digas nada a nadie y cuando más tarde salgas un rato a la calle, venite para mi casa, yo estoy solo, mis viejos y mi hermano se fueron, -yo sabía que después de cenar se juntaban varios de ellos a jugar en la esquina-.
- Bueno, pero, ¿qué vas a hacer?
- Le voy a sacar las ganas de molestarlos a ustedes, tu culito y el de tus amigos van a ser sólo para mí.
- Está bien, pero, ¿y yo?…
- Pero, nada, vos vas a ser mi preferido, eso si vos querés, sino me quedo con Juancito…
- No, yo quiero ser el preferido, me gustó y quiero que me sigas cogiendo.
La remera la llevé en la mano porque me había limpiado con ella y me fui a los fondos del terreno, me jugaba a que estarían en una choza que los chicos más chicos habían armado para jugar entre ellos. Me fui arrastrando hasta llegar a un claro que se formaba entre las cañas y antes de llegar escuché los sonidos guturales que hacía Juancito, pensé que ya lo tenía ensartado y me paré para entrar al lugar tirando una de las paredes formadas por ramas secas.
Se sorprendieron los dos, pero Juancito lo único que hizo fue revolear los ojos, el idiota se estaba haciendo chupar la pija y le tenía la cabeza con las manos haciendo presión para que el nene se tragara toda la verga. No lo dejé ni reaccionar, el cachetazo fuerte dado en la oreja lo tiró sobre una de las paredes de caña, quedó medio grogui sentado en el piso, tenía los pantalones en los tobillos y me di cuenta porque Juancito podía meterse esa verguita en la garganta, apenas si pasaba los diez o doce centímetros.
“Vos quedate ahí y no te muevas”, -le dije a Juancito que asintió con la cabeza-. Al otro no le dije nada, no le quise pegar en la cara, pero lo pateé por dónde quise, sólo atinaba a tratar de taparse la cara con los brazos y repetía que no lo haría nunca más. Mi hermano me usaba de partenaire para sus prácticas de Karate, pero ahora los golpes los daba yo y tal como él me decía, “tratá de pegar dónde no se noten los golpes”, eso es lo que hacía, sus muslos y brazos recibieron como para que tuviera y guardara.
No conforme con eso y a pesar de que repetía que no lo haría más, yo le descargaba golpes con la mano abierta en las orejas, con una mano lo había agarrado de los pelos y con la otra le daba. Lloraba a moco tendido y le escuchaba decir incoherencias, se meo encima cuando le dije que lo mataría ahí mismo para que no jodiera más a ningún chico del barrio, entonces se arrodilló y me juró por la madre que nunca más andaría por el barrio y que ni visitaría a sus tíos, allí fue dónde aflojé diciéndole que, si lo veía aparecer, no lo salvaba ni Dios y me creyó, vaya si me creyó.
Me giré para el lado de Juancito que se acomodaba el shorcito, yo sabía que vivía solo con la madre que trabajaba hasta casi las once de la noche, por eso andaba vagando todo el día y le dije con cara de estar muy enojado: “Vos te venís conmigo a mi casa, vamos a esperar que venga tu mamá porque le voy a contar todo lo que pasó”. Uno quedó tirado y llorando a moco tendido, estaba seguro que le iba a costar incorporarse y caminar hasta la casa, pero no aparecería más, el otro también lloraba de miedo y me pedía que no le dijera nada a la madre.
- Por favor Javi, no le digas nada, mi mamá me va a moler a palos y me mete como pupilo, ya me lo dijo cuándo rompí el vidrio de la ventana de doña María …
- Te lo tenés merecido por haberle chupado la pija a ese tarado y por querer que te coja, porque me imagino que eso iba a hacer si yo no llegaba. ¿Ya te cogieron alguna vez?
- No, con una pija no, yo quiero saber y me meto cosas.
- ¿Te gusta meterte cosas por el culo?
- Sí, una vez vi en una revista de dos tipos que cogían y probé de meterme un fibrón y me gustó, por eso cuando Pedro me dijo de cogerme le dije que sí, él había querido cogerse a Patolín, pero no pudo.
Hablaba solo, como para tratar de evitar lo inevitable y se lo notaba bastante nervioso, yo caminaba serio un paso por detrás de él y aproveché para pegarle un cachetazo en la cabeza, se dio vuelta con los ojos llenos de lágrimas y le dije:
- No te quiero escuchar más, estaba pensando en guardar tu secreto a cambio de que me dieras tu culito, pero sos muy bocón y apenas me descuide le vas a andar contando a otros.
- No, Javi, porfa, te juro que no abro nunca más la boca y no cuento nada de nada, prefiero ser mudo, si le decís a mi mamá me va a pegar tanto que voy a tener que ir al hospital.
Se notaba que no mentía, la madre le debía dar soberanas palizas y estaba aterrorizado, sorbía sus propios mocos y las lágrimas le caían por las mejillas mientras caminaba hipando. No le contesté nada, la verga se había vuelto a poner a mil y ya me imaginaba entrando en el culito de Juancito, era más flaquito que el de Patolín, pero tan bien armado como el del rubiecito, aunque con este sería distinto, lo amenazaría con contarlo todo si se resistía a hacer algo que yo quería o si gritaba cuando se la pusiera.
Me había dado por una veta sádica y pensaba sacarme esas ganas con el nene de nueve años. El inesperado culito de Patolín me había deschavetado las neuronas, sabía que, si tenía a esos dos culitos a disposición, dejaban de importarme las estúpidas mojigatas a las que le andaba detrás.
Entré en mi casa pensando en que tendría que hacer las cosas bien para que los dos se portaran como dependientes de mí y de mi verga, para eso los mantendría asustados a fin de que no abrieran la boca ante nadie. Por lo pronto, lo hice pasar y lo dejé en el comedor, fui a buscar ropa que guardaba mi mamá de cuando éramos más chicos y volví con una remera y un shorcito que ya no usaba desde hacía tiempo.
- Acá tenés ropa para cambiarte, pero antes date un baño y te quiero ver bien limpito, después vamos a comer algo mientras decido que hacer.
- Sí, sí, lo que vos digas Javi, pero… yo no sé bañarme en una ducha, en mi casa usamos una canilla con una manguerita.
- No importa, anda al baño y desnudate, yo te voy a ayudar.
Creo que si me hubiera mirado al espejo en ese momento se me habrían notado los colmillos, me sentía un lobo a punto de comerse a caperucita, sólo que, en este caso, se llamaba Juancito. Entré al baño detrás de él y lo vi desnudarse mientras estaba dentro de la bañadera, tuve que sentarme para miccionar porque la erección no me permitía hacerlo de parado y luego de esto abrí las canillas hasta lograr que el agua saliera tibia y lo primero que hice fue lavarme la verga que tenía los aromas del culo de Patolín.
Después dejé que el agua cayera sobre el cuerpo de Juancito y como quería lavarse la cabeza con jabón, le dije que no lo hiciera así y usé el champú que usábamos en casa, se relajaba mientras le masajeaba la cabeza aflojando los pelos duros y expresó tímidamente. “¿Le vas a contar a mi mamá?”, -preguntó mientras entreabría los ojos mirando mi verga inhiesta-. Lo miré serio y le contesté:
- Sí, se lo voy a contar todo, si te caga a palos y te manda a un internado será por culpa tuya, a menos que…
- No le cuentes, porfa, yo hago lo que quieras.
- Primero tenés que prometer que nunca, pero nunca vas a contarle nada a nadie a menos que yo te lo diga, segundo, si te cojo no te quiero escuchar con quejas o ponerme “peros” y cuando yo te llame para coger o para cualquier cosa, vas a tener que dejar todo y venir corriendo y tercero, vas a tener que traerme a algunos amiguitos para que me los coja cuando yo quiera.
- Bueno, voy a tratar de aguantar porque tenés la pija grande, ¿me vas a coger ahora o querés que te la chupe primero?
- No, primero te voy a bañar bien y después vemos.
Le saqué brillo y, de verdad, que le hacía falta, hasta se me antojaba más apetecible viéndolo limpio, le había metido mano por todos lados y no se quejó en ningún momento, es más cuando le pasé los dedos por el agujerito del culo y le mandé un dedo enjabonado sin avisar, lo único que se le ocurrió fue gemir y tirar el culito hacía atrás, demostrando que le gustaba. Pensaba secarlo y llevarlo a mi cama, pero ya no me aguantaba más y le pedí que me la chupara.
Sabía bien lo que hacía, avanzaba con los labios metiéndosela cada vez más, tuvo una arcada, pero no se la sacó de la boca, ante esto, lo tomé del pelo y le pregunté haciéndome el enojado, “¿con quién aprendiste a chupar la pija?… Me contestó que sólo lo había hecho con Pedro dos veces, pero que había practicado en la casa con un envase de desodorante. Le gustaba la pija de alma y, caliente como estaba, se me ocurrió hacer lo mismo que le había visto hacer a Pedro, le tomé la cabeza con mis dos manos y le di el caderazo.
A Juancito se le llenaron los ojos de lágrimas y escupió saliva, se la sacó de la boca y vomitó algo apoyándose en el borde de la bañera… “¿Qué te dije?”, -le pregunté levantando la voz-… “Es que es muy grande, me entró en la garganta, pará, pará, no te enojes, vamos de nuevo” … Respondía a las mil maravillas y se esmeró por tragarla toda, aun a pesar de las arcadas. No sabía que me podía calentar tanto ver y sentir como sus labios tocaban mi pubis y no me aguanté.
Los dos primeros chorros se los di en el fondo de la garganta y la fui sacando para que pudiera tragar, se ahogó con esto, pero no dejó escapar una sola gota, salvo por las que se escaparon por su nariz, aunque él mismo se las limpió con la lengua. “¡Faaaa, me tomé toda tu leche!, -expresó con sorpresa cuando pudo hablar-, no sabía si me iba a gustar, pero es rica, dejá que te limpio”, sin siquiera pedírselo se volvió a meter el glande en la boca y lo dejó reluciente. Juancito era un mamador nato.
Con la pija morcillona lo sequé bien, aunque se me dificultó un poco porque el nene se reía y se movía cuando sentía que le penetraba el culito con el dedo medio. Yo no terminé de secarme bien y lo levanté para llevarlo hasta mi cama, lo apoyé de espaldas sobre el cubrecama y no se soltó de mi cuello, “me enseñás a besar”, -pidió con voz y cara de inocente-. Me puse del tomate, a Patolín lo haría puto y dependiente de mi pija, pero Juancito venía con el putito incorporado y me le prendí a la boca.
No tenía mucha experiencia para dar, pero con lo que sabía me alcanzaba, él no conocía del tema, pero se prendió y respondía cuando le mandaba lengua por toda la boca. Se había excitado muchísimo con esto y su pitito estaba durísimo y sólo, sin que yo se lo pidiera levantó un poco las piernas para ponerlas al costado de mi cuerpo, soltó las manos de mi cuello y se abrió las nalgas para tratar de que mi glande atinara en el blanco.
Gemía y se mordía, aunque enseguida trataba de mirarme y sonreír cuando el glande penetró por la mitad. Se notaba que había jugado con su culito metiéndose cosas, pero no se aguantaría el pijazo que yo quería darle y era probable que me lastimara a mí, entonces recordé la crema Hinds que tenía mi mamá en el baño. Lo dejé mirándome extrañado y me fui a buscar la crema, al regresar se la mostré y le dije con que la crema no le dolería tanto, aunque, en realidad, lo que yo buscaba era que no me doliera tanto a mí.
No tardé en mandarle crema en el hoyito y el medio y el índice penetraron con su carga de lubricante provocando que Juancito emitiera un sonido de placer. Entré y salí varias veces con los dedos y el nene parecía electrificado, se movía bajando y elevando la pelvis logrando que sus movimientos fueran raros porque aún mantenía los pies levantados… “Dale Javi, metela que quiero sentirla, el pito me está temblando”, -dijo con una mezcla de inocencia y deseo-.
No daba para esperar más, me puse crema en la verga y cuando volvió a abrirse las nalgas enfilé el glande que entró sin mayor problema y sin fricciones incómodas. Por lo menos para mí no hubo molestias, Juancito sintió la penetración y amagó un grito agudo que cortó rápido cuando lo miré serio, evidentemente no era un fibrón lo que entraba en su culito y, como fue de una y hasta el final, le dolieron hasta las pestañas. No pudo aguantar y las lágrimas caían por los costados de su cara, así y todo, no decía nada, resoplaba y tragaba sus propios mocos.
Me había sacado las ganas de partirle el culo como yo quería, pero no me detuve ahí, me lo cogí con rudeza saliendo hasta casi sacar el glande y entrando hasta chocar con sus nalgas, fueron cinco o seis veces así y los sonidos de los gemidos cambiaron el tono, lo estaba comenzando a disfrutar y quería mover sus caderas, se lo impedía mi propio peso, entonces me incorporé un poco y lo dejé moverse, “dale, dale Javi, seguí cogiéndome”, -me pedía con el rostro congestionado-.
No me hice rogar y le di con ganas, pero notando que las piernas me temblaban por estar parado, le saqué la verga sin avisar y el “plop” se escuchó en toda la habitación. “Ayyyy”, -gritó sin cortarse y miré que el culito parecía una “O” gigante-. Me subí a la cama y le pedí que se sentara encima y se moviera a gusto, lo cogería, pero descansando y no se lo tuve que decir dos veces, no bien me acomodé se trepó y él mismo llevó el glande a su agujero dilatado.
Le gustaba así y se sentó sin hacer paradas, yo noté su sufrimiento y vi sus ojos llorosos cuando la sintió en el fondo de sus tripas, pero se recuperó enseguida y me brindó un concierto de movimientos a cuál más excitante. Era subir y bajar, entrar y salir golpeando sus nalgas contra parte de mis muslos mientras sus huevitos se agitaban y su pitito parado se balanceaba para arriba y para abajo con movimientos que él mismo sincronizaba.
De pronto apoyó sus manos en mi pecho y comenzó a temblar, su esfínter se contraía, me apretaba sin provocar dolor y lo miré a la cara porque estaba teniendo un orgasmo, no lo pude creer el putito se sonreía, miraba hacia la nada y se sonreía, sin dudas que la satisfacción había superado sus expectativas ¡y yo que pensaba que me lo estaba cogiendo! …
No me quedó ninguna duda de que Juancito llevaba al putito incorporado y no me aguanté, le llené el culo de leche. Quedé semi destruido después de mi descarga y él seguía con sus movimientos y sus apretones, más leves, más calmados, pero no paró enseguida, hasta que se dejó caer sobre mí y me dijo con el rostro resplandeciente:
- Me llenaste el culito de leche y me encantó que me cogieras. Pensé que me iba a doler mucho más, pero ahora quiero que me cojas siempre.
- A mí también me gustó, pero… ya sabés, tu culito es sólo mío y tendrás que convencer a tus amiguitos, sino, al internado de cabeza…
- Te lo prometo y al primero que voy a convencer es a Patolín, él dice que no quiere ser puto, pero con el primo se iba a dejar, lo que pasó es que el tarado de Pedro se apuró para metérsela y lo hizo gritar del dolor y no pudo entrar.
- A mí me dijo que el primo le bajó los pantaloncitos y se lo quiso coger de prepo.
- No es verdad, porque estábamos los tres juntos. El primo nos vio cuando estábamos en la habitación y mi amigo se bajaba los pantalones para que yo le tocara el culito, a él le gusta que yo lo acaricie así, entonces entró en la pieza, nos mostró la verga parada y yo se la chupé un rato para que no se enojara, pero Pedro quería meterla en el culito del primo y Patolín dijo que tenía miedo, aunque iba a dejar que entrara de a poquito y bueno, se tiró en la cama, Pedro se apuró y después se asustó con el grito que dio, pero Patolín quiere que se lo cojan.
El pendejo me la había vendido un tanto cambiada, pero no importaba ese culito gordito seguiría siendo mío, aunque ahora sufriría un poco más de rigor. Nos fuimos con Juancito a dar otra ducha y se desesperaba pidiendo que me lo volviera a coger cuando yo lo acariciaba y le metía un dedo en el culito recién estrenado, lo que no pude evitar es que se la tragara toda y tuve que hacer esfuerzos para no acabar, me reservaba para dársela junto a Patolín.
Le dije que no insistiera, que íbamos a comer unas hamburguesas y que, si nos quedaba tiempo antes de que volviera la madre del trabajo, podríamos aprovechar para avisarle al amigo que viniera un rato a mi casa, de última, que él lo fuera a buscar y yo me los cogería a los dos juntos.
Se entusiasmó con la idea y dijo que le encantaría ver cómo le entraba mi pija en el culito al amigo. Me quedaban como dos horas y media de tiempo y mientras comíamos pensaba en el festín que me haría con esos culitos recién desvirgados…
Nobleza obliga, debo agradecer los buenos comentarios que tuvieron «LA CAGADA» y «LA DISTRIBUIDORA», me incentivan y por eso «PATOLÍN Y JUANCITO» que espero que sea de vuestro agrado. Tengo otras y ya las pondré, aunque no tienen la misma temática con chicos. Gracias a todos.
wow me encanta como los manipulas y haces tus putos y la paliza al otro k ricoo
Habrá continuidad de esta historia tan rica y morbosa?