Patrulla
Un policía me detuvo y me pide identificación .
Un encuentro inesperado
El aire de la noche era fresco y yo ya estaba a mitad de camino a casa cuando una camioneta se detuvo junto a mí. De ella bajaron tres hombres, y mi cuerpo se tensó. Un viejo uno más joven, y un tercero de unos 35 años.
La puta, la policía.
Me pidieron los documentos. Y el de 35 años, el que había mamado antes sin saber su profesión, me reconoció: «Sr. Germán, ¿qué hace por aquí?» Mi corazón se aceleró. «Solo camino», dije. Él sonrió. «Un momento», me dijo. Habló con los demás. Se acercó a mí y me dijo: «Va a tener que acompañarnos». Fue ahí que mi miedo se transformó en excitación.
Me tomó del brazo y me dijo: «Tranquilo, Ger. ¿Querés ir a un lugar más tranquilo?» Y sacó su verga dormida, pero para mí era un riquisima. Mi boca se secó, mi cuerpo se encendió. Me incliné, la tomé y la puse dura. «Vamos», susurré, «pero después me traen a casa».
El camino de placer
Me subí a la patrulla. Nos metimos en un camino de tierra, lejos de las luces de la ciudad. Se detuvieron y me hicieron bajar. El viejo me dijo: «A ver qué sabes hacer». Me arrodillé, y la historia comenzó.
Me puse de rodillas y tomé su verga en mi boca. La lamí, la chupé, la sentí, era una verga sabia, que había visto y disfrutado mucho. El conductor se acercó, su verga también se hizo presente. «Ese orto se ve sabroso», me dijo con voz grave. Me levanté, tomé su verga y la chupé también. Era una verga recia, que prometía.
El más joven miraba. «¡Dejen algo para mí!», suplicó. Me arrodillé de nuevo y tomé su pija. Era más pequeña, pero dulce y firme. El placer me corrió por todo el cuerpo. Me olvidé de todo. El olor a verga, a semen, a deseo, me embriagó.
El conductor, ese de la verga recia, se paró frente a mí. Su verga era gruesa, larga y con una cabeza enorme. «Es el primero que se la traga y la soporta sin vomitar», me dijo. Metí su verga hasta mi garganta, y sentí su calor, su sabor. Mi cuerpo se estremeció.
El final
El viejo me llevó a la parte de atrás de la camioneta. Me empujó y me puso en cuatro. «Ahora, putita, vas a ser la hembra de todos y mía», dijo mientras me lamía el culo. El joven, ansioso, se vino rápido. Luego el viejo. Y luego el de 35. Y por último, el conductor.
«¿Cómo la querés?», me preguntó. «¿Despacio o de una?» «De una», susurré. Su verga entró en mi culo, dolió y me dio un placer inigualable. Sentí cómo su verga gigante limpiaba la leche de los otros. No quise que terminara, pero él me dio la vuelta y me puso en el suelo. Me la metió de nuevo, mientras exclamaba: «¡Ahí va, te preño, puta!».
Cuando terminó, sacó su verga media dormida, me la dio, y me dijo: «Vení, limpiala». La besé, la lamí, la succioné. No podía parar. Me sentía lleno de ellos.
Luego me trajeron de nuevo cerca de casa, y me fui a dormir. Mi cuerpo aún temblaba. Me sentí usado, pero también deseado, querido. Y lo más importante, me sentí vivo.




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