Pensando en vos…
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ViejitoMalo.
Me pregunto si alguna vez pensaste que, sea quien fuere que nos diseñó y construyó, nos dotó de un cuerpo que "siente" en cada centímetro cuadrado de sí. Siente el frío, y el calor, y el dolor… y también experimenta placer. Sin embargo, educación, crianza, amigos, sociedad e Iglesia nos han marcado a fuego enseñándonos e instruyéndonos para que entendamos, de una vez por todas, que todo lo que tiene que ver con el placer, si no es a fines reproductivos (es decir, heterosexual) es… ¡¡¡PECADO!!! Sucio, feo, desagradable, asqueroso y repugnante. Y si esa porquería a la que llamás placer se experimenta con una persona de tu mismo sexo, ya sabés lo que te espera, ¿no?
Así, querido mío, nos vamos llenando de pudores, y vergüenza, y una tonelada y media de represión, que nos empujan, al menos en mi caso, a vivir en la fantasía.
Una muy recurrente, que tengo desde hace muchos años, es en la que estoy con otro hombre, solos en una habitación. Él se encuentra completamente desnudo, con sus ojos cerrados y boca arriba en mi camilla de masajes, mientras mis manos recorren parsimoniosamente su cuerpo, con la presión y tibieza justa que sé que a él le gusta. Es un masaje y es también una caricia.
Los dos sabemos quiénes y qué somos, ya que voluntariamente nos hemos sacado las etiquetas, esas que dicen "soy pasivo", "soy activo", “soy bisexual”, "soy masculino" y tantas otras. Somos sólo dos hombres que desean estar juntos, disfrutando de ese momento, y sabiendo qué es lo que nos va a ocurrir a cada uno de nosotros.
Quisiera pedirte permiso para ubicarte a vos en el lugar que ese hombre ocupa en mi imaginación.
Mis manos se deslizan desde tu cuello hacia tus hombros, y regresan luego hacia tu pecho para desplazarse por sus costados hacia abajo, hasta la cintura, para luego subir por tu vientre hasta apoyarse en tu tórax, para dedicarme a tus pechos, que fricciono con algo más de presión, para ver cómo llenan mis manos, haciendo resaltar tus pezones. Los miro, y sin poder ni querer evitar la tentación, agacho mi cabeza y paso mi lengua por alrededor de todo tu pezón derecho, deleitándome cuando escucho tu primer quejido. Deslizo la punta de mi lengua por el camino entre tu pecho derecho y el izquierdo, y repito la "tortura" en tu otro pezón, mientras mis manos aflojan la presión.
Levanto algo mi cabeza y llevo mi mirada a tu ingle. Sonrío, porque se te nota – de una manera halagüeña para mí – que no hace falta preguntarte nada, pero, a pesar de ello, llevo mi boca hacia la alturas de tus orejas, y en tu oído pregunto en voz baja.
-¿Te gustó?… ¿Querés más?
Tu rostro, con los ojos aún cerrados (¿quizá el temor de despertar de un sueño?) se vuelca hacia mi cara, mientras musitás un "sí".
Miro tus labios cuando se mueven para responder. Me atrae tu boca, tanto que me acerco a ella y la beso con suavidad, en el centro y en las comisuras, sabiendo que en un rato esa misma boca va a estar estirada, ocupada, llena.
Me gusta ver lo entregado que estás. Y lo tranquilo. Me gusta que sepas y sientas que no te voy a hacer daño.
Mis manos bajan otra vez por tu cuerpo y pasan de largo por el costado de tu cadera, mientras ésta, en un ligero movimiento quizá inconsciente, se eleva con suavidad… ¡Ansioso!
Masajeo tus pies y tus tobillos… Quizá no me mueva el amor, pero tampoco te considero "mi presa". Sos el hombre que ha deseado estar allí, conmigo, y al que estoy "agasajando"…
Tomándote, aunque todavía sea con mis manos, a las que hago ascender por tus piernas, que acaricio, aunque prefiero la cara interna de ellas para que mi caricia se haga más profunda, hasta que llego a donde quería llegar.
Me paro frente a tu cadera, respiro pausadamente, tomo con mi mano derecha tus testículos, dejando libre mi dedo anular para que, llevado hacia abajo, roce tu perineo… Hago un poco de presión, no mucha, para sentir en mi mano tus huevos. Me gusta dar unos pasos por el límite entre el placer y el dolor. Sabés que me gusta que vos también lo hagas conmigo; será por eso que no me terminan de convencer los roles de “amo” y “sumiso”, ya que me gusta estar alternativamente en el papel de uno u otro…
Mi mano izquierda ha asido tu pija, realizando con ella un suave movimiento, primero hacia arriba, luego hacia abajo, hasta dejar tu glande al descubierto, húmedo desde hace rato. Repito esos movimientos, mientras al mismo tiempo mi otra mano te aprieta y mi dedo recorre tu piel, allí, tan cerca de tu ano… Es la ventaja de tener dedos largos y finos.
Tu cuerpo se mueve solo. Tus gemidos arrecian. Tu pija se ve tan linda, que no puedo evitar bajar mi cabeza para llevármela a la boca. Mi lengua acaricia tu glande, llenándolo de saliva que empieza a caer por tu verga hacia tus huevos… Tu cuerpo, querido mío, es el arco de un violín, y en él estoy empezando a tocar nuestra sinfonía. No hace falta ni música estridente, ni luces ultravioleta. La mejor melodía está sonando: tus suspiros, tus gemidos, mi respiración ahora agitada, el chasquido de mi lengua recorriendo tu pija que agradecida y mimosa se yergue más.
Pero no quiero que acabes, no tan pronto, no ahora. En cambio, levanto mi cabeza y aflojo mis manos para alzarme hasta tu cabeza y desplazándola hacia el borde de la camilla, apoyo mi mano izquierda en tu mejilla y con la derecha aproximo mi pija hasta apoyar el glande en tus labios, y deslizarla por ellos. Tu boca se abre y me engulle, y por la posición de tu cara se te nota mi pija adentro de ella cuando se hincha y deshincha tu cachete izquierdo… ¡Qué bien que me la chupás, desgraciado!
Mi mano derecha se va entonces hacia tu nuca, tomándote la cabeza por detrás y forzándote a que te metas mi verga más profundamente en tu boca, hasta empezar a ahogarte y toser… ¡Me vuelve loco hacerte esto! Pero también yo me veo obligado a detenerme, y sacártela, mientras parecieras querer resistirte al “robo”.
Hoy no es tu boca la que quiero repleta de mi semen.
-Date vuelta.
Tus ojos, que siguen cerrados, parecen apretarse fuertemente, como si temieras a lo que está por sucederte. Girás tu cuerpo hasta quedar boca abajo, mostrándome tu hermosa espalda. Aproximé mi boca a tu columna vertebral, y besándote con suavidad, empecé a descender hasta llegar a tus nalgas, que todavía tienen algunas marcas, de la última vez que… mejor no contarlo.
Si este fuera el camino al infierno, mil veces más lo recorrería, nada más que para escucharte, gimiendo y suspirando, mientras separo con suavidad tus nalgas para llevar mi lengua a tu ano, recorrer su bordes, introducirla dentro de él, salir y besarte la piel alrededor de él, y volver a entrar, una y otra vez sin cansancio alguno… Degustarte, querido, mientras con calma te dilato, para que cuando llegue el momento no te duela tanto.
Me levanto, por última vez. Busco debajo de la camilla el mecanismo que traba la parte inferior, lo corro y sostengo la camilla debajo de tu cuerpo para que no caiga bruscamente, sino que descienda con lentitud, hasta que tus pies quedan apoyados en la alfombra.
Tu cuerpo ahora está doblado en dos, en ángulo recto…
Me aproximo a la cabecera.
-Abrí los ojos.
Al hacerlo, enfocaste tu mirada sobre mi verga, e inmediatamente los subiste a mi cara.
-No aguanto más, Dany…
-Escupila… Escupímela.
Acercaste tu cara a mi pija e intentaste lamerla, mientras yo me echaba hacia atrás.
-¡No! Quiero que la escupas, y que me la llenes bien de tu saliva.
Resignado, hiciste caso y me largaste dos hermosos escupitajos en la verga, que bailaba, ahora reluciente y babosa, delante de tus ojos.
Caminé con la pija dura en la mano, mientras me seguías con la mirada, hasta que quedé fuera de tu campo de visión. Ahora, sólo te quedaba sentirme.
Soy consciente de la diferencia de tamaños, y cuesta mucho reprimirse cuando los movimientos del cuerpo de tu pareja te pide pija a los gritos, pero como te he dicho antes, hoy prefiero no lastimarte, de modo que, tras una abundante escupida en tu ojete, apoyo mi glande en él ejerciendo sólo la presión necesaria como para sentir que empieza a dilatarse, perezosamente, mientras dejás escapar roncos suspiros.
Hay veces que me hacés pensar que te gusta el dolor. Echaste con fuerza tu cuerpo hacia atrás, haciendo que la cabeza de mi pija se enterrara en tu culo, haciéndote soltar un grito.
-¡Pero, carajo! ¿No podías esperar? Casi te grité, mientras soltaba un fuerte chirlo sobre tu nalga.
-Ay, me porté mal, no pude aguantar y me rompí el culo yo solito, ¿viste?
Yo traje la violencia a nuestra pareja. Aplicarla y recibirla, como ya sabés. Al principio no estabas muy convencido, pero para mi placer, con el tiempo te transformaste en ese hombre que siempre anhelé. Así que para darte el gusto, empecé a descargar violentas nalgadas sobre tu culo, que restallaban en la pieza, mezclándose con tus gritos de dolor y placer, porque al mismo tiempo me iba enterrando en tu recto, liberado del absurdo auto control que me quise imponer, y preguntándome qué “castigo” me impondrías, cuando me cogieras, mañana o pasado, o dentro de un rato.
Pero en este momento, en este preciso instante, “sos mía”, porque mi pija está enterrada en las profundidades de tu recto, mientras ambos respiramos afanosamente. Me agacho sobre tu espalda y beso tu cuerpo, barriéndolo de derecha a izquierda, mientras tu brazo intenta ir hacia atrás, para hacer contacto con mi cabeza.
-Matame, papi. –Pediste, casi ordenando.
Empiezo a balancear mi cuerpo, haciendo que mi pija salga y entre un poco, disfrutando de las ondulaciones de tu recto, que se siente caliente. Poco a poco, el balanceo se hace mayor. Me incorporo para verte el culo, dilatado con mi verga enterrada en él. La saco, casi toda, y te la entierro con fuerza, hasta pegar tus nalgas con mi pelvis, sacándote un rugido. Lo repito, una y otra vez; mientras voy sintiendo que mis piernas empiezan a temblar. Escuchar tus berridos me subleva, me descontrola, y ya no tengo aquellos lejanos veinticinco años, de modo que siento cómo va llegando, inexorable, el fin para mí, que con un rugido sordo empiezo a acabar, llenando el fondo de tu culo con mi leche, en medio de tus reclamos pidiendo más… ¡Pendejo insaciable!
Me salgo de vos, dejándote el culito hecho una flor colorada, ja… Sé cuál es mi tarea, me agacho entre tus piernas y llevo mi boca a tu ano, para que vos, contrayéndolo, empieces a expulsar lo que puedas de mi semen, y yo lo recoja, sin tragarlo.
Me levanto y camino hacia vos, que ya me estás esperando recostado, me agacho sobre tu pecho y dejo caer allí la mezcla de mi semen y babas, que te gusta desparramado por tu cuerpo.
Y mientras mi mano cumple con tu deseo, mi boca busca la tuya, para besarte, una y otra vez, como los amantes que somos.
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