Pepe (II): Mi primo el Buky: menor que yo, pero más experimentado
Poco después de mi cumpleaños, mi primo el Buky llegó a quedarse en casa de mi nana. A pesar de ser menor que yo, me ayudó a disfrutar más del sexo..
El relato anterior de esta serie se encuentra aquí: https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/dominacion-hombres/el-pepe-i-asi-me-converti-en-hombre/
No tuve mucho tiempo de pensar en lo que había pasado porque pocos días después de mi cumpleaños mi primo de Sinaloa vino a Islas Agrarias a quedarse con nuestra abuela, la mamá de nuestras mamás. Ella lo cuidaría durante unos meses porque sus padres tenían problemas (finalmente se divorciaron, pero nunca se habló de esto en nuestra casa).
El Buky (se llama Cael) era un niño amigable de once, casi doce años. Sorprendentemente despreocupado, dadas las difíciles circunstancias de su hogar; era mi opuesto no sólo en temperamento, sino también en muchos otros aspectos. Hablaba con entusiasmo y estaba dispuesto a probar cualquier cosa nueva, ya fueran deportes o hacerse amigo de otros.
Yo iba con frecuencia a visitar a nuestra abuela y seguido me quedaba a dormir ahí, en un cuarto que estaba desocupado. En esa habitación acomodaron a mi primo. Y me tocó compartir la cama con él cuando pasaba la noche con mi nana.
Mi primo no se avergonzaba de su cuerpo. El día que llegó, a la hora de acostarnos, simplemente se quitó toda la ropa y se quedó allí completamente desnudo mientras la doblaba y la colocaba en la silla al lado de la cama, antes de ponerse el piyama. Yo era un poco más tímido (a pesar de lo ocurrido días antes, en mi cumpleaños) y conscientemente me alejé de él mientras me desvestía. Ambos nos metimos bajo las cobijas y platicamos por un rato –principalmente sobre por qué él había tenido que venir a quedarse con nuestra abuela–, antes de quedarnos dormidos.
Me desperté temprano, justo cuando amanecía. No me la había jalado durante unos días y me sentía duro bajo el pantalón de la piyama. Miré y pude ver y oír que el Buky todavía estaba profundamente dormido.
Retiré las cobijas de mi lado de la cama, me bajé la parte superior de los pantalones de la piyama y comencé a jugar con mi prepucio. Como mi primo estaba allí, realmente no tenía intención de masturbarme hasta el orgasmo, solo quería jugar un poco conmigo mismo. La verdad es que no había considerado todas las implicaciones de compartir ese cuarto –que sentía como mío– con alguien más. Mientras yacía allí jugueteando, disfrutando de las sensaciones de mis dedos moviendo mi prepucio de un lado a otro sobre mi glande, con los ojos cerrados de placer, no estaba tan atento de lo que pasaba a mi alrededor.
–¿Qué estás haciendo? –escuché la voz del Buky.
–Nada –respondí apresuradamente, deteniendo rápido mi autoestimulación.
En realidad no había pensado en lo que pasaría si mi primo me descubriera jugando conmigo mismo, no se me había ocurrido esa idea. No quería decir lo que estaba haciendo porque me daba vergüenza. (Sin embargo, no me tapé con las cobijas).
–¿Te la estás jalando? –me preguntó él con total naturalidad, incorporándose.
–No, solo me estoy revisando, eso es todo –respondí superficialmente.
Él no entendió el mensaje de que quería que terminara su atención accidental y siguió hablando.
–Está bien, sé todo sobre masturbarse –explicó–. Algunos de los plebes mayores del barrio nos mostraron a mí y a mis amigos cómo hacerlo. El Willy, el Samy y yo lo hacemos juntos todo el tiempo en una casa desocupada después de clases. Unas cuantas veces lo hicimos en la escuela, en los baños, pero teníamos miedo de que nos agarraran y nos mandaran con el director, así que no lo volvimos a hacer allí. También lo hacemos en las parcelas. Los vecinos grandes nos enseñaron en las parcelas y echaron su leche en un tronco para que pudiéramos verla.
Yo lo escuchaba en silencio, sintiéndome más excitado e impresionado de todo lo que me estaba diciendo. Se veía que tenía más experiencia que yo, a pesar de ser más de un año menor.
–¿Tú sueltas leche? –me preguntó, sentándose en la cama para verme bien–. Tienes pelo, así que de seguro sí te sale, aunque algunos morros con pelo no sueltan nada y otros sin pelo sí. El Samy no tiene pelo y empezó a soltar algo de semen antes de que me viniera yo para acá, pero era solo una gota… ¿A ti cuánto te sale?
–No mucho –respondí, sintiéndome excitado e incómodo al mismo tiempo.
–A lo mejor estás empezando –concluyó–. Pero luego te saldrá mucho… ¿Y te sale varias veces o sólo una o dos gotas?
–No sé, la verdad no me fijo mucho. Solo termino, me limpio y ya.
–Oh –respondió–. Yo creo que sí te ha de salir varias veces. Yo se la jalé al Ethan, tiene trece años y tiene pelos como tú, y a él le salieron varios chorros.
–¿Tú…? –dudé en preguntar, pero el Buky no esperó.
–¿Yo? No, todavía no suelto nada, pero me da «la sensación». Por eso el Willy, el Samy y yo lo hacemos todo el tiempo.
Me miró un poco preocupado y buscó tranquilizarme.
–Oye, no te preocupes. No se lo diré a mi nana. Puedo guardar un secreto –me aseguró en tono confidencial.
–Está bien –respondí sonriendo, más desconcertado por darme cuenta de que otros niños menores que yo tenían mayor experiencia que por cualquier miedo real de que mi primo me acusara.
En ese momento ya se me había bajado la excitación, principalmente por la vergüenza de haber sido descubierto por el Buky.
–Bueno, tengo que ir a orinar –le dije, sobre todo porque trataba de poner fin a nuestra conversación, pero también porque lo necesitaba.
Me subí los pantalones del piyama y salté de la cama.
–¡Espérame, yo también tengo que orinar! –dijo el Buky emocionado.
Ambos fuimos al baño y lo hicimos juntos. Disfruté orinar con él. Me gustó ver su pene. Y me gustó cuando miró el mío.
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