Perversión hasta el límite con el equipo de vóleibol
Lo que inició como una apuesta pronto comienza a subir de tono, dejando así que la masculinidad y la presión social hicieran de las suyas con nosotros..
«¡Fuera!» resonó con fuerza en el aire, una explosión de victoria que nos envolvió tras el impacto del balón contra el suelo. El silbato agudo marcó nuestro triunfo 2-0. En la cancha, nos abrazamos con euforia, una mezcla de sudor y alegría que nos unió. Besos en las mejillas, caricias en el pelo y hasta alguna nalgada juguetona celebraron nuestra victoria en los cuartos de final del torneo escolar.
La banca se convirtió en un tumulto de júbilo, agradecimientos y risas, mientras nuestros cuerpos aún vibraban con la intensidad del último punto. Las tensiones se disolvieron en optimismo, y el camino hacia las semifinales se dibujaba con un halo de éxito. Cada entrenamiento, cada gota de sudor, ahora se traducía en una euforia compartida y una energía colectiva que nos hacía soñar con el primer lugar.
Después de los saludos protocolares a nuestros rivales, nos dirigimos al público agradeciendo con gestos levantando las manos antes de encaminarnos hacia los vestuarios. La adrenalina aún pululaba en mi cuerpo, apenas podía contener la efusión de energía que me embargaba. El deuce eterno que llegó a 29-27 transformó nuestras tensiones previas en un optimismo puro y un espíritu de equipo que nos mantenía enérgicos y firmes.
En el trayecto a los vestuarios, la alegría se manifestaba en cada paso. Brazos se cruzaban detrás de cabezas y hombros, risas resonaban en el aire, se comentaban los bloqueos más destacados, y se recordaban con entusiasmo los dos saques consecutivos que nos regalaron puntos. La cara del rival cuando Alan, nuestro líbero, interceptó un saque flotante que parecía un punto directo añadía un toque de triunfo a la celebración.
—Vaya, Benja, estuviste impresionante hoy. Ese último bloqueo contra el central fue sencillamente espectacular —me alabó Santiago mientras se despojaba de su camiseta. Su torso, perlado de sudor, revelaba unos pectorales levemente inflados, una V tentadora que se deslizaba hacia la pelvis oculta bajo sus shorts. La piel, blanca como la leche, exhibía lunares estratégicos, provocativos, mis favoritos en su pezón derecho y sobre su ombligo, el que se encontraba en una serie de abdominales en desarrollo—. No tengo idea de cómo saltas tan alto en ocasiones.
—Oh, gracias —respondí animado—. En situaciones como estas, simplemente me dejo llevar y mi cuerpo reacciona solo —dije mientras imitaba sus movimientos. Mis propios pectorales, menos voluptuosos pero más cuadrados, y unos pezones rosados pequeños daban paso a unos abdominales asimétricos. Mi piel clara, similar a la de Santi, adquiría un tono más rojizo en ciertos lugares.
—Te creo —expresó Alan uniéndose a la conversación desde una banca cercana, mucho más pequeño que nosotros, obligándonos a inclinar de manera automática nuestras cabezas para mirarlo a él—, a veces yo tampoco sé cómo me logro mover en la cancha, simplemente sucede y es genial —comentaba a la vez que se sacaba una de las rodilleras. comentó Alan mientras se quitaba una rodillera. Aún con su camiseta, conocía su cuerpo de memoria. Una V y abdominales más hundidos, producto de sus movimientos constantes. Pero sus piernas, gruesas y poderosas, eran su distintivo—. También sucede cuando veo que un balón va fuera, simplemente no corro a por él pero es tan inconsciente que no siento que sea yo quien controla mi cuerpo.
Ropas que caían revelaban piernas trabajadas y torsos provocativos en los camarines. Las bromas y el coqueteo se mezclaban en la atmósfera cargada de anticipación y emoción por el torneo. Las miradas cómplices entre los compañeros no dejaban duda de la complicidad que compartíamos, era un ambiente increíblemente grato.
Mientras Alan terminaba su intervención, me deshice de mis shorts, revelando mis piernas, no tan trabajadas como las suyas pero igualmente hinchadas. Solo unos bóxers blancos de Calvin Klein separaban mi desnudez total. «No te olvides de ir a mi casa esta noche», dijo Santi antes de tomar mi toalla, mis útiles de aseo y un nuevo bóxer negro, dirigiéndome hacia los cubículos de las duchas duchas.
Me coloqué detrás de Diego, observando su espalda definida y unos glúteos redondos marcados bajo unos bóxers azules claro con un elástico naranja.
—Pareciera como si cada vez que te veo estuviera más definido, cabrón —comentó Diego entre risas al sentir mi presencia detrás de él—, qué envidia me das.
—Es lo que tiene ser titular —respondí para provocarlo un poco, sabiendo que había pasado varios partidos en la banca—. Aunque no sé por qué te molestas en bañarte si ni un punto hiciste hoy.
—Es lo que tiene no andar lamiéndole las botas al entrenador para que me deje jugar —replicó Alan en tono de broma, dejando entrever un leve pique interior—. Puede que no haya marcado un punto, pero no puedes negar que mi breve entrada los animó un poco —añadió antes de golpearme suavemente en el brazo, haciendo que mis bíceps se tensaran—. Y hasta los bíceps los tienes mucho más redondos.
—Tan redondos como tu trasero, lo dudo mucho, ¿eh? —comenté, devolviéndole el golpe con una nalgada juguetona.
—No me toques tanto, que mi novia se pone celosa —advirtió, con una sonrisa—. A ver si encuentras tú una pronto.
—Quizás la tengo justo delante de mí, preciosa —respondí antes de empujarlo hacia una de las duchas que uno de mis compañeros acababa de desocupar—. Ve a ducharte; quiero que estés bien limpiecito para esta noche, bebé —añadí, guiñándole un ojo mientras reía con Cristóbal, quien se unió a la fila sin decir una palabra, como siempre reservado, pero con su imponente estatura.
Después de las risas, me encontré indeciso sobre cómo entablar una conversación con Cristóbal. Nuestras personalidades eran tan distintas; yo era un bromista empedernido, él un chico más introvertido. Parecía que solo hablábamos en la cancha, donde él, como armador, lideraba nuestras jugadas, y yo, como rematador, seguía sus estrategias para marcar puntos o bloquear al equipo contrario.
Cris era el más alto del equipo, pero también el más delgado. Su cuerpo era hermoso: cabello rubio rizado, ojos verdes, piel blanca, pecho plano con dos pezones rosados, abdominales marcados y una V ancha que atraía la mirada. Sus piernas, más delgadas que la media del equipo pero igualmente bonitas, parecían ser su lugar favorito para desarrollarse. Sus brazos, en particular sus bíceps, destacaban, un indicio de su fuerza demoledora y su habilidad para realizar pases precisos en la cancha.
Cuando una de las puertas de las duchas se abrió, le sonreí a Cristóbal antes de entrar. Colgué mi toalla en la puerta, colocando mi champú, jabón y ambos bóxers en la hornacina de la pared. Abrí la llave hasta la mitad, dejando que el agua caliente cayera sobre mi cuerpo. Apliqué champú en mi oscuro cabello, disfrutando de las texturas cambiantes producto de mi reciente taper fade. Dejé que la espuma cayera sobre los azulejos antes de aplicar un poco más en mi cabello, esperando a que la espuma se deslizara hacia el suelo. Cambié al jabón y comencé a aplicarlo sobre mi cuerpo.
Decidí empezar acariciando mis bíceps con la palma de mi mano mientras los tensaba para mi propio deleite visual. Mi autoestima había crecido considerablemente con los cambios en mi cuerpo, y esa confianza se hacía más evidente al recorrer mis pectorales con ambas manos, aplicando champú en ellos. Dejé que la espuma llenara todo mi pecho antes de pellizcar suavemente mis pezones y jugar con ellos, sintiendo el roce suave de mis dedos mientras el jabón descendía por mi cuerpo. Tomé un poco más de jabón y, con las yemas de mis dedos, comencé a acariciar mis abdominales, ahora mojados por el agua caliente de la regadera y cubiertos de espuma blanca aplicada por mí mismo.
Mis dedos exploraban cada centímetro de mis abdominales con una delicadeza que enviaba escalofríos por mi piel. Toqué mi ombligo antes de volver a subir por la línea central de mis abdominales, jugando con mis manos, sintiendo cómo se detenían por unos milisegundos al pasar de un abdominal al otro. La espuma se deslizaba suavemente por mi torso, dejando una sensación fresca y sedosa a su paso.
Extendí mi atención hacia mis piernas, dejando que el agua caliente las acariciara. El jabón se deslizaba suavemente por mis muslos, y con las yemas de mis dedos, masajeé mis piernas, disfrutando de la sensación relajante. Bajé hacia mis pantorrillas, donde la espuma se acumulaba, y acaricié los músculos trabajados que se contraían bajo mis caricias.
Mis movimientos eran cuidadosos y conscientes, disfrutando de la sensación refrescante mientras la espuma se deslizaba por la V de mi cadera. Sintiendo la suave espuma caer con la cascada de agua tibia, mis manos continuaron explorando con cuidado cada detalle de mi intimidad. El tronco, de aproximadamente nueve centímetros en reposo, revelaba una tonalidad blanca contrastada por el rosa suave al remover la piel sobrante sin circuncidar, creando una paleta de colores que recordaba a un helado napolitano.
Mis dedos se deslizaron con ternura por la superficie suave del glande, redondo y delicadamente texturizado. Una vena marcada, como un sendero sutil, se extendía desde la base hasta la punta, aportando un toque de sensualidad a la exploración. La base más ancha del tronco añadía una dimensión visual y táctil a la experiencia, mientras la espuma se desvanecía, dejando una sensación de limpieza y frescura en esta íntima rutina de cuidado personal.
Con cada suave caricia y exploración, las reacciones de mi cuerpo no tardaron en hacerse evidentes. El tronco, ahora respondiendo al estímulo, creció hasta alcanzar los dieciséis centímetros. Las venas, antes apenas perceptibles, comenzaron a destacarse con mayor prominencia..
Mis manos se movieron de manera coordinada: una acariciaba mi abdomen, resaltando los músculos tensos, mientras la otra continuaba su exploración por el tronco, capturando la creciente sensación de excitación. La combinación de agua tibia y espuma creaba un escenario de intimidad en el que cada roce se traducía en una respuesta palpable.
Sin embargo, consciente del momento, decidí finalizar la experiencia. Abrí el grifo de agua fría, dejando que la corriente fresca envolviera mi cuerpo y provocara que mi miembro retornara a su estado de reposo. Después de experimentar esa íntima rutina de cuidado personal, decidí que era momento de volver a la realidad del vestuario.
La combinación de agua fría y la toalla envolviendo mi cuerpo marcaban el fin de ese momento de conexión personal conmigo mismo. Con la toalla aún húmeda, me dirigí a las bancas del camarín, buscando un espacio para secarme y vestirme.
El suave roce de la toalla sobre mi piel, una extensión de mis manos, se convirtió en un ritual consciente. Cada curva de mi cuerpo era acariciada con delicadeza, dejando una sensación de frescura y suavidad a su paso. Los músculos tensos, antes activados por el juego, ahora se relajaban bajo la caricia firme pero gentil de la toalla.
Noté que mis compañeros compartían risas y camaradería mientras también se vestían. Sus cuerpos, atléticos y marcados, se movían con gracia bajo la tenue luz del vestuario. Decidí prolongar ese instante de intimidad, permitiéndome disfrutar del tacto cómplice de la toalla antes de vestirme.
Mis dedos se deslizaron con destreza, llevando la tela absorbente a cada rincón de mi piel. El tejido acariciaba mis piernas, ascendía por mi abdomen, y se deslizaba sobre mis hombros. Cerré los ojos por un momento, absorbiendo la sensación de limpieza y satisfacción que este gesto proporcionaba.
Con la piel ahora seca, decidí ponerme unos jeans claros que resaltaran mi tono de piel y una camiseta negra básica levemente ajustada, buscando un equilibrio entre la elegancia casual y la sensualidad que parecía impregnar el ambiente del vestuario. La ropa, al entrar en contacto con mi piel recién secada, añadió una capa adicional de confort y realce a mi figura.
En medio del alboroto, me encontré con mi bolso, sintiendo la anticipación de la noche que se avecinaba. Los murmullos y risas continuaban, creando una atmósfera llena de energía y complicidad. Observé a Santiago, quien se aproximaba también con su característica seguridad y atractivo. Sonreímos al encontrarnos y, en silencio, compartimos la emoción de la noche que teníamos por delante.
—¿Listo para la siguiente jugada, Benja? —preguntó Santiago, con una sonrisa pícara, antes de dirigirnos juntos hacia la salida.
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