Perversión hasta el límite con el equipo de vóleibol – Cap 1: Garganta Real
Lo que inició como una apuesta pronto comienza a subir de tono, dejando así que la masculinidad y la presión social hicieran de las suyas con nosotros..
Entramos a la casa de Santiago, y el silencio que reinaba era notorio. La penumbra envolvía cada rincón, y el suave desorden dejado por la premura del día se extendía por la sala y la cocina. Miré a Santiago, compartimos una sonrisa cómplice, aún no seguro de qué estaba pasando entre nosotros.
Explicó que estaba solo, que sus padres estaban en un pueblo cercano y que les había pedido permiso para la reunión de la noche, que la única condición era no romper nada y dejar ordenado para cuando ellos volvieran.
Decidimos almorzar antes de ponernos manos a la obra con el orden de la casa. Santiago, con esa habilidad suya, sacó del refrigerador todo lo necesario para preparar unos fideos con salsa boloñesa.
—Veo que el desorden también es parte del menú —bromeé, señalando el caos alrededor de la cocina.
—Es el toque secreto. Que el orden no es lo mío, cabrón —respondió Santiago, riendo.
Mientras él cortaba los ingredientes con destreza, me di cuenta de que algo había cambiado en la forma en que lo miraba. Conocía a Santiago desde hace años, éramos amigos, pero de repente, observar cada detalle de su figura me resultaba extraño. Como si un interruptor se hubiera encendido, parecía querer evitar mirarle tanto, como si intentara reprimir una fascinación que no debería estar allí, pero era casi imposible apartar la mirada. La luz del día destacaba cada rasgo: su piel blanca resplandecía, su cabello marrón caía en su lugar con un corte drop fade moderno. Sus ojos marrones claro brillaban, y sus labios rosados formaban una hermosa figura cuando reía, dejando entrever sus dientes.
Nos sentamos a la mesa, ambos con un plato de fideos humeantes frente a nosotros. Las conversaciones triviales fluyeron fácilmente entre bocado y bocado. Hablamos de nuestras vidas, nuestras aspiraciones, y Santiago compartió algunas anécdotas familiares.
—Mi madre siempre decía que el secreto de una buena salsa está en el amor que le pones, ¿quién sabe? —comentó Santiago, riendo.
—Bueno, parece que esta salsa todavía está buscando su dosis de amor, pero estoy dispuesto a darle una oportunidad —respondí con una sonrisa traviesa, mirando el plato con una expresión de fingida duda.
—Serás cabrón, hijo de puta, si te parece que le falta amor, tal vez deberías cocinar la próxima vez y ponerle ese toque especial tuyo a ver si sigues siendo tan exigente —dijo Santiago, levantando las cejas de manera juguetona.
—Oh, créeme, la comida sería tan desordenada como esta casa, eso si no la quemo antes. Mejor dejo la cocina en manos expertas como las tuyas —respondí con una risa.
Santiago sonrió y, después de un momento, cambió el tema, se relamió los labios antes de comenzar su relato sobre la jugada del partido.
—Joder, Santiago, ¿has visto ese puto saque? Estaba como en cámara lenta, y cuando conecté con la pelota, pensé que la iba a mandar a la mierda. —Santiago relataba su jugada con entusiasmo, resaltando cada detalle mientras su ego se inflaba.
—Mira, parece que hasta el universo se inclina ante ti y tus habilidades. O tal vez estaba distraído viendo ese ego tuyo tan grande que no sé cómo no explota. —Le lancé la broma con una risa.
Santiago soltó una carcajada, aceptando la pulla con buen humor.
—Hijo de puta, siempre con tus comentarios. Pero en serio, cuando hice ese remate, sentí que era imparable. —Dramatizó sus palabras, exagerando su gesto con una expresión triunfante.
—Hablando de saques, ¿viste el de Cristóbal en el segundo set? —mencioné, mirando a Santiago con una sonrisa pícara. —Dios, sus brazos parecían estar en modo «dame ese punto», ¿no crees? La tensión en cada músculo era casi hipnotizante. Deberías haberlo visto.
Santiago frunció el ceño momentáneamente, y una sombra de celos cruzó sus ojos, aunque rápidamente lo disimuló con una risa.
—Oh, claro, los brazos de Cristóbal, siempre tan protagonistas. Tal vez debería considerar una carrera como jugador de vóley profesional y darle un poco de competencia a estos cañones —dijo, señalando sus propios bíceps de manera exagerada. —Aunque dudo que alguien pueda superar esto.
Ambos nos reímos, dejando atrás la pequeña dosis de rivalidad en la conversación. Después de la comida, entre risas y bromas, decidimos lavar los platos y ponernos manos a la obra con la tarea pendiente: ordenar la casa. Santiago y yo nos movíamos con eficiencia, colocando cada cosa en su lugar, aunque en ocasiones nuestras miradas se cruzaban de manera fugaz, generando una tensión silenciosa entre nosotros.
Cuando terminamos, Santiago propuso la idea de aprovechar el sol y darnos un chapuzón en la piscina. Asentí con entusiasmo, y ambos nos dirigimos a su habitación para buscar algo de ropa de baño.
—Aquí debería haber algo que te quede —dijo Santiago, lanzándome un short de baño. —Prueba con ese.
Me cambié rápidamente, pero la sensación física me indicó que el short me quedaba más ajustado de lo que había pensado. Decidí quedarme en mis bóxers, no quería sentirme incómodo durante el chapuzón.
—Hmm, creo que mejor me quedo en mis bóxers, no quiero parecer una salchicha envasada —bromeé, riendo mientras me quitaba el short.
La expresión de Santiago cambió a una sonrisa traviesa y, con tono juguetón, respondió: —Oh, tranquilo, Benja, aquí no juzgamos el tamaño de las salchichas.
Santiago y yo nos reímos y sonrojamos ligeramente, compartiendo un momento de complicidad antes de que me tendiera una toalla y nos dirigiéramos a la piscina. Mientras nos acercábamos, nos separamos por un momento. Decidí ir al baño antes de disfrutar del agua refrescante. Después de orinar, me lavé las manos y me miré al espejo.
Mis ojos marrones se encontraron con su reflejo en el espejo. El cabello oscuro, con mi táper fade, resaltaba mi rostro. Algunas pecas decoraban mis mejillas, y mi piel blanca destacaba en contraste. Sonreí ante mi propia imagen, notando los detalles familiares y únicos que formaban mi rostro. Con el ego en alza después del partido, me sentía satisfecho con el hombre que veía en el espejo.
Al salir, me dirigí a la piscina, Santiago deslizó la puerta de vidrio que daba acceso a la frescura del patio trasero. La tarde soleada nos recibió, y el brillo del agua de la piscina prometía ser refrescante. Santiago sostenía dos cervezas frías, listas para disfrutar de la tarde bajo el sol.
Decidimos quitarnos las camisetas antes de sumergirnos en el agua. Mientras nuestros torsos quedaban al descubierto, una vez más, la luz del sol delineaba cada detalle. Santiago, con su piel blanca y esos lunares estratégicos, destacaba, al igual que yo con mis pectorales y abdominales bien definidos. La V que se formaba en la cadera de Santiago era tan atractiva como siempre, y la temperatura del agua empezó a parecer aún más tentadora.
El reflejo del sol bailaba sobre nuestras pieles mientras nos acercábamos al borde de la piscina. El cabello de Santiago, ahora mojado, se adhería con gracia a su cabeza, y mi mirada se perdió momentáneamente en el lunar que decoraba su ombligo.
—¿Qué pasa, Benja, ¿me estás haciendo un escáner corporal? —bromeó, levantando una ceja de manera juguetona.
—Solo estoy admirando tu lunar particular, Santi. ¿Te crees el rey de Roma o qué? —añadí con un guiño.
—Claro, claro. Pero ten en cuenta que, si soy el rey, tú eres mi leal súbdito, Benjita.
—¿Súbdito? ¿En serio? —contesté, entre risas, mientras nos adentrábamos en la piscina. La frescura del agua nos envolvía, y la tarde se volvía más animada con nuestros juegos.
Durante la jugueteada en el agua, las bromas iban y venían. Santiago, con su ego bien plantado, hacía referencia a su «realeza», mientras que yo, con sarcasmo, respondía llamándolo «majestad». La diversión se intensificaba, y en medio de las risas, los roces inevitables en el agua avivaban el ambiente.
En un momento, un movimiento más brusco generó un leve choque entre nosotros. Sentí el roce de su cuerpo contra el mío, y la risa se tornó un poco más nerviosa. Sin embargo, seguimos jugando como si nada. Hasta que, en un instante, un pique más intenso derivó en una especie de forcejeo simulado.
—¡Ah, mi rey, pero qué brazos tan fuertes tienes! —comenté con sarcasmo, jugando mi papel de súbdito.
Santiago, aprovechando el juego, respondió: —Así es, súbdito. No subestimes la fuerza real.
La «lucha» continuaba, y en medio de las risas y el agua, ocurrió. Un roce más intenso, una mirada cómplice y, de repente, la tensión aumentó. En ese momento, noté el leve bulto en mis bóxers, un efecto inevitable de la situación.
Mis mejillas ardieron de inmediato al darme cuenta. Traté de disimular, pero Santiago, siempre atento a cualquier cambio, lo notó.
—¿Qué es esto, Benjita? ¿Una espada secreta para desafiar al rey? —bromeó, señalando de manera sutil mi situación.
—Oh, no es secreta, majestad. Es solo una muestra de la artillería que poseo.
—Vaya, vaya, parece que mi súbdito tiene recursos interesantes.—replicó Santi, jugando su papel—. Pero ¿puede competir con la grandeza de la corona?
—Dieciséis centímetros, majestad. Ni más ni menos. —Respondí con la medida precisa, orgulloso.
Después de la intensa declaración de medidas, la risa se mezcló con una tensión cómoda mientras continuábamos con el juego de roles. Santiago, con una sonrisa traviesa, comentó:
—Bien, bien, pero una medida real solo se comprueba de una manera, ¿no es así, súbdito? ¿Listo para una inspección más detallada?
—Oh, majestad, no sé si puedo permitir tal atrevimiento. ¿Acaso desearía que sus súbditos desvíen la mirada ante tanta grandeza? —respondí, jugando la carta de la modestia.
Santiago se acercó lentamente, una mirada traviesa en sus ojos, como si estuviera dispuesto a aceptar el desafío. Sus dedos rozaron mi pecho mientras bromeaba:
—No te preocupes, Benjita, soy un rey generoso. Estoy dispuesto a hacer una excepción en esta ocasión.
El toque ligero de sus dedos envió un escalofrío a través de mi piel, y la tensión se intensificó. Mantuvimos la mirada, una chispa de deseo entre nosotros mientras continuábamos con la farsa.
—¡Ah, majestad, cuánta generosidad! Mis más sinceros agradecimientos por su consideración —respondí, exagerando la formalidad.
Santiago, aún con una sonrisa, se apartó y retomó el juego.
—Pero, súbdito, no olvides tu lugar. Mi corona es innegociable.
La atmósfera coqueta continuó mientras nadábamos y jugábamos en el agua. En un momento de relajación, flotando a la deriva, nuestras miradas se encontraron. La risa se desvaneció, y la conexión entre nosotros se volvió más íntima. Santiago, con un tono más suave, rompió momentáneamente el juego.
—Benja, ¿sientes esto? —preguntó, su mirada reflejando algo más que el juego de rey y súbdito.
La complicidad en sus ojos me hizo darme cuenta de que lo que estábamos compartiendo iba más allá de la diversión. Respondí con sinceridad:
—Sí, Santi, lo siento.
Después de la pregunta íntima de Santiago, el juego de roles se volvió aún más coqueto y natural. Nos acercamos en el agua, nuestras risas se mezclaron con susurros sugerentes.
—Súbdito, parece que tu lealtad está siendo puesta a prueba. —Santiago sonrió, sus ojos centelleaban con complicidad.
—Majestad, mi lealtad es inquebrantable. Pero ¿quién puede resistirse ante la grandeza de su corona? —respondí, desafiante.
El roce de nuestros cuerpos mojados se volvía más evidente, y la tensión en el aire era palpable. Santiago, con un gesto juguetón, pasó su mano por mi abdomen, resaltando los músculos definidos.
—Súbdito, parece que tu armadura no es tan impenetrable como pensaba.
—Majestad, es solo que su presencia tiene un efecto devastador en mi defensa. —bromeé, pero en el juego de miradas, ambos sabíamos que había algo más.
Nos acercamos aún más, nuestras bocas casi se rozaban, y la tensión entre nosotros se volvió electrizante. Santiago, con una sonrisa traviesa, murmuró:
—Súbdito, parece que estamos jugando con fuego.
—Majestad, siempre he creído que, en el juego de rey y súbdito, ambos pueden ganar. —respondí con voz suave, mis labios casi rozando los suyos.
El roce de nuestros labios fue inevitable, un instante de conexión que trascendió la farsa. Sentí la suavidad de su boca respondiendo al contacto. El juego de roles se desvaneció, y en su lugar, la autenticidad emergió. Nos acariciamos con ternura, explorando la piel mojada y descubriendo la intimidad que se escondía detrás del juego.
—Benja, esto es nuevo, ¿verdad? —preguntó Santiago, sus ojos buscando confirmación.
Afirmé con la cabeza, y Santiago, con su característico humor, respondió:
—Bueno, en ese caso, deberías saber que apuntar a su majestad con semejante espada es de muy mala educación.
Sonreí, manteniendo el tono juguetón:
—Oh, ¿y qué pasa con el rey sacando la suya, cree su majestad que no veo la tienda de campaña que se está alzando aquí abajo?
La risa se mezcló con susurros seductores mientras con mi mano comenzaba a tocar su miembro por primera vez, seguimos acariciando nuestros cuerpos. Santiago, con una mirada traviesa, propuso:
—Quizás si no quieres ser atacado, deberías ayudarme a bajar la espada, súbdito.
La complicidad entre nosotros crecía, y el juego de seducción tomaba un nuevo giro, explorando límites que, hasta ese momento, solo habíamos insinuado.
Lentamente, Santiago tomó mi mano y me guio hacia el borde de la piscina. Se sentó con elegancia mientras yo permanecía de pie en el agua, en un lugar donde el nivel no superaba la altura de mis caderas. La tensión en el aire era palpable, y la mirada de Santiago ardía con anticipación.
Con un movimiento sensual y lleno de expectación, Santiago desabrochó su traje de baño, revelando su espada en todo su esplendor. Un tronco de unos diecisiete centímetros emergió, con un glande rosa circuncidado, delgado desde la base a la cabeza. La blancura de su miembro a juego con la piel de Santiago, sus testículos colgaban con gracia, pocos vellos y pocas venas, pero imponente sin ninguna duda.
Me sorprendí al ver la magnitud de su espada, y mi halago no se hizo esperar.
—Vaya, majestad, parece que su corona no es lo único que es impresionante. —bromeé, pero mis ojos reflejaban la auténtica sorpresa y admiración.
Los pensamientos en mi mente eran un torbellino de excitación y deseo, pero también de un respeto reverencial hacia el cuerpo de Santiago. Me sentía atraído por la visión de su intimidad, una revelación que iba más allá de la diversión y los juegos.
Santiago, con una sonrisa traviesa, me pidió con un gesto que hiciera mi reverencia. Tomé su miembro en mi mano con respeto, dejando que la anticipación fluyera entre nosotros. Lentamente, llevé mi cabeza hacia su glande, dando una reverencia que trascendía el juego de roles.
La mano de Santiago, con gentileza, acarició mi cabello mientras mantenía mi cabeza cerca de su intimidad. La conexión entre nosotros se intensificó, y la sensualidad del momento era innegable. Entre susurros coquetos, Santiago murmuró:
—Súbdito, ¿puedo ofrecerte algo más que solo la vista de mi espada?
El juego se mezclaba con la autenticidad de nuestros deseos, y la anticipación crecía con cada instante. Mis labios se encontraron con la suavidad de su glande, y en un inicio, mi mamada era claramente inexperta. Sin embargo, con cada movimiento, la sincronización entre nosotros mejoraba. Los gemidos comenzaron a intensificarse, resonando en el tranquilo patio trasero. El cuerpo de Santiago se tensaba, sus músculos resaltaban mientras permanecía sentado en el borde de la piscina.
Mis manos acariciaban sus muslos, sintiendo la tensión de cada músculo bajo mis dedos. Santiago, tomando control, agarró mi cabeza con determinación, marcando cada vez más el ritmo. La anticipación crecía con cada succión, cada movimiento de mi boca.
En un momento de conexión profunda, ocurrió. Me alejó de su pene y nuestros labios se encontraron en un beso apasionado. Sentí la lengua de Santiago explorando la mía, un intercambio de saliva que intensificó aún más la intimidad del momento. El juego de roles se desvanecía, dejando espacio para la autenticidad de nuestros deseos.
La mamada se volvía más profunda, tensando los músculos de mi garganta. Cada movimiento generaba gemidos que se mezclaban con el suave chapoteo del agua. La dureza del miembro de Santiago se hacía más evidente, y yo sentía cada centímetro dentro de mi boca.
Mis manos exploraban sus testículos, la humedad de mi saliva caía sobre su glande y huevos, creando una sensación erótica. Santiago, entregado al placer, gemía en respuesta a mis caricias.
Las manos de Santiago se aferraban a mi cabeza con determinación, y en un momento de desenfreno, escupió en mi boca. Recibí el gesto con gusto, el sabor salado del escupitajo mezclándose con la intensidad del momento. Antes de volver a succionar, cada vez más cercano a la pelvis de Santiago, sentí el rastro húmedo en mis labios.
Mis manos se aventuraron a acariciar los músculos de Santiago, y mis dedos exploraron la firmeza de sus abdominales. Cada relieve era una obra de arte bajo mis yemas, los pectorales duros como roca, la V que se formaba en su cadera invitaba a ser explorada con deseo.
—Súbdito, parece que tus manos han encontrado el camino hacia la verdadera realeza —bromeó Santiago mientras mis manos se deslizaban por su piel.
—Majestad, solo estoy rindiendo homenaje apropiado a la grandeza que tengo ante mí —respondí, sonriendo con complicidad.
Santiago, en un impulso de deseo, trató de que tragara todo su miembro, forzando el ritmo con sus manos y acercando más mi cabeza a su pelvis. La presión aumentó, generando una pequeña arcada en mi garganta antes de que me liberara.
—Oh, mi leal súbdito, parece que estás llegando a lugares más profundos de mi reino —comentó Santiago, con un tono coqueto.
Sonreí ante la ocurrencia, volví a succionar, esta vez con determinación, tratando de ir más profundo. La firmeza de los músculos de Santiago se intensificaba, especialmente cuando logré tragar todo su pene. Cada detalle de su anatomía se revelaba ante mis sentidos, los abdominales tensos, los pectorales firmes y la V que conducía a la promesa de más placer.
El pene de Santiago brillaba con la saliva generada por mis suaves succiones. Cada movimiento, cada roce, era acompañado por la humedad que iba embelleciendo su miembro. Un hilo de mi garganta se mantenía conectado a su glande, una conexión íntima que resaltaba la pasión del momento.
—Vaya, Benja, parece que has tejido un lazo bastante íntimo con mi majestuosa corona —comentó Santiago, con un tono burlón, mientras observaba el hilo de saliva que se extendía entre mi boca y su glande.
Santiago seguía gimiendo, sus músculos más tensos a medida que mi boca se deslizaba una vez más hacia abajo, alcanzando la pelvis con una garganta profunda más intensa. En ese momento, Santiago soltó un último comentario juguetón.
—Benja, prepárate, estoy a punto de coronarme —dijo, su tono lleno de anticipación.
Antes de que pudiera reaccionar, Santiago forzó mi cabeza hacia su pelvis, introduciendo completamente su pene en mi garganta. La arcada se apoderó de mí, y sentí cómo los músculos de mi garganta se contraían involuntariamente. Pensé que iba a vomitar, que me faltaba el aire, pero antes de que pudiera reaccionar completamente, una saliva viscosa, casi como slime, fue expulsada por mi boca y nariz.
En el momento del clímax, intenté golpear el abdomen tenso de Santiago con las palmas de mis manos, tratando de indicar que necesitaba ser liberado. Sin embargo, en respuesta, Santiago forzó mi cabeza a su pelvis con más fuerza, golpeándola con sus manos tres veces mientras se corría dentro de mi boca.
—Espero disfrutes de las delicias del reino—bromeó Santiago, su tono juguetón resonando en el aire.
Después de liberarme, Santiago me besó apasionadamente, y la mezcla de saliva, rastros de semen en mi lengua y el agua de la piscina crearon una sensación erótica. Santi acercó sus labios a los míos en un beso tierno.
Nos separamos del beso, y con una sonrisa, noté que aún tenía saliva en mi mentón y rastros de semen en mi boca. Sin embargo, no pude evitar hacer una última broma de súbdito.
—Majestad, creo que esta vez merezco un aumento en mi rango de súbdito. ¿Qué dices? ¿Al menos un ascenso a caballero?
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