Piel Canela: El mejor trío de mi vida
He tenido muchos tríos en mi vida sexual, pero ninguno como el que viví al lado de mi papá.
La noche llegó muy rápido, Rey ya se había ido a su casa, todos en el comedor cenábamos en familia. Hasta ese momento aún no podía creer lo que había visto en aquella caverna, mi padre y un jovencito de 19 años follando al aire libre y a lo salvaje, la imagen de esos dos se me venía a la cabeza cada cinco minutos y mi pene parecía querer explotar por lo duro que estaba, no me cabía la menor duda, de que esa noche, le daría a Pablo la mejor noche de sexo de toda su vida.
—Hijo, ¿te pasa algo?, —preguntó mi padre, sacándome de mis pensamientos.
—Eh, este, ah, no, no me pasa nada, es solo que hoy ando un poco distraído, —respondí yo, tratando de disimular lo distraído y raro que estaba.
—Ah, bueno, es que andas un poco perdido, te noto como espantado, cualquiera creería que te asustó una víbora, o no sé, dime tú, —volvió a decir mi padre, mirándome con ojos que denotaban sarcasmo y cierto tono de burla, obviamente él sabía perfectamente lo que me pasaba.
—Bueno, sí; eso, una serpiente, más bien parecía una anaconda, un animal gigantesco. —Dije yo, notando que él entendía claramente a que me refería. ‘’Viejo zorro’’, pensaba entre mí.
—¿Y, que te pareció el practicante?, —preguntó mi progenitor.
—Pues, muy bien, sabe muchas cosas, muchas… —respondí yo, notando como empezaba a correr unas gotas de sudor por mi frente. Javier, mi padre, parecía muy tranquilo, yo por el contrario, me estaba poniendo muy nervioso con esa plática.
—A mí se me hace que Mateo anda así de perdido porque anda embobado con alguna novia, —intervino mi hermano mayor, Logan, —o me vas a negar que te desapareciste hoy día en la tarde.
—Yo creo que anda dándole vueltas a alguna de las muchachas de la hacienda, pervertido, —dijo mi hermano Martín.
Al instante, pude notar como los ojos de Pablo se clavaban en mí, de manera disimulada, mientras todos hacían alarde de lo que habían dicho mis hermanos y se reían.
—Ya, muchachos, no molesten a su hermano, ya lo conocen como es de llorón, —decía mi padre soltando una fuerte carcajada, seguida de todos los que estábamos en la mesa. Mientras yo solo asentí a bajar la cabeza y terminar de comer, completamente colorado de la vergüenza.
Ya en mi cuarto, estaba desnudándome para ir a darme una ducha, cuando sonó la puerta, me coloqué una toalla en la cintura y abrí, era Pablo.
—Creí que ya no venías, —le dije.
—Ni de broma lo digas, tío. Hoy especialmente quiero que me folles, me puse cachondo con las bromas de tus hermanos; te imaginas, tú por el monte, persiguiendo empleadas para follártelas, —decía Pablo, mordiéndose los labios.
Le coloqué seguro a la puerta y de la manera más brusca le arranqué la ropa a mi moreno, dejándolo completamente desnudo; luego, fuimos agarrados de la mano a la ducha para bañarnos juntos.
Yo me colocaba detrás de él y lo tomaba por la cintura, como una pareja de novios que está acostumbrada a bañarse siempre juntos. Le besaba el cuello llegando algunas veces a mordérselo suavemente para no dejarle ninguna marca. Pablo colocaba sus manos apoyándose contra los azulejos de la ducha, quebrando la espalda y levantando un poco sus morenas nalgas, dejándolas a merced de mi boca. Con la punta de mi lengua recorría suavemente los bordes de ese carnoso culo, abriéndolo con mis manos dejando a la vista ese esfínter color rojizo, el cuál trataba de succionar y lamía, sacando de Pablo aullidos que se ahogaban al morder una toalla, su piel se erizaba dándome a entender que hacía muy bien mi trabajo, mientras que de su polla salían grandes gotas viscosas de líquido preseminal.
—Joder tío, no pares, me encanta la forma en la que me comes el culo, no hay quien te gane ni te iguale. —Decía Pablo, totalmente dilatado y húmedo, apto para recibir mi verga.
Puse a mi moreno de piel canela de rodillas sobre el piso, no hizo falta que le indique lo que tenía que hacer, él solo se metió por completo mi pene en la boca, lamiéndolo desde las bolas hasta el glande, esa noche especialmente lo estaba haciendo mejor que nadie.
Mi pene estaba a punto de estallar, las venas parecían reventar, y del meato salían hilos de preseminal muy gruesos, los cuales Pablo lamía y se los embarraba sobando la punta de mi pene en sus labios, a modo de lápiz labial.
—Tu verga es la mejor que he probado, chaval. Quiero que me folles toda esta noche, no importa que me destroces, no importa que me duela, hazme completamente tuyo, joder, aduéñate de mi cuerpo, —decía Pablo, mirándome con sus ojos encendidos en lujuria y morbo.
—Ven acá, putita, —dije yo, levantando al moreno como si fuera una hembra y yo su macho, chocando su espalda contra la pared de la ducha, dejando sus piernas totalmente abiertas, y una vez listo, coloqué mi pene en su esfínter para ir metiéndolo lentamente hasta hacerlo gemir, obligándolo a callar tapando su boca con la mía.
Una vez que entró todo mi tronco de carne dura, inicié con el rítmico movimiento de atrás hacia adelante, primero lento, y una vez que mi pene estaba totalmente lubricado con la humedad de las paredes de su ano, los movimientos eran cada vez más brutales, notando en el rostro de Pablo la rica mezcla de placer y un ligero dolor, como le gustaba a él.
Pasó cerca de media hora entre penetraciones y besos húmedos, hasta que con brusquedad bajé el cuerpo de mi amante y lo coloque en el piso, ordenándole colocarse en posición de perrito, flexioné un poco las rodillas quedando casi en cuclillas y le metí el pene de una sola embestida, iniciando un nuevo mete y saca, nalgueándolo como si fuera mi perrita favorita.
—Joder tío, que rico, me vas a partir en dos, —decía Pablo, gimiendo suavemente y riéndose.
—Un culo como el tuyo merece ser bien follado, zorrita. —Le decía yo, besando su espalda y dándole nalgadas.
Por follar ni siquiera nos bañamos; luego, continuamos el sexo en la cama, yo saqué una vara, de esas que usan los jinetes cuando andan a caballo, y le daba a Pablito fuetazos suaves en las nalgas, eso lo excitaba al cien, decía que le fascinaba ser la yegua de un macho como yo, y desde luego que a mí me prendía al cien todos esos jueguitos. Le hice mucho de lo que no le había hecho, de algún modo quería igualarme al nivel del follador que era mi padre, en pocas palabras, esa noche saqué la casta, y como nunca antes, le di en toda la noche por lo menos seis polvos de casi dos horas cada uno, un nuevo récord para mí, nos quedamos dormidos ya cerca de las cinco de la mañana.
Como cada día, los gallos de pelea de mi papá cantan apenas empieza a amanecer, los cantos en conjunto me despertaron, y yo a duras penas podía abrir los ojos, estaba muy cansado por la desvelada que me di con mi Pablo, tal vez habría dormido cerca de un par de horas, pero mi pene parecía que era el único que no quería dormir, puesto que apenas desperté ya estaba nuevamente duro.
Volví a dormirme un rato más y luego de posponer por casi dos horas mi alarma, a las ocho en punto volví a despertar. Pablo se despertó al sentirme moviéndome en la cama, me miró con sus ojitos claros y me dio un beso de piquito, luego salió de la cama para ir al baño. Aún no había entrado al baño cuando mi padre tocaba a mi puerta; yo y mi amante nos quedamos viendo asustados, rápidamente le hice señas a Pablo que se metiera al baño y no saliera, mientras tanto yo, en bóxer, le abría la puerta a mi papá.
Apenas Javier entró, se me quedó viendo con cara paternal, cambiando luego a cara de asombro al ver que sobre el bóxer se me notaba el pene un poco duro.
—Campeón, creo que tenemos una plática pendiente respecto a lo de ayer, ¿no crees?, —decía él, tratando de evitar ver mi entrepierna.
—Sí, ya sé, pero, ¿podría ser en otro momento?, es tarde y debo trabajar, y aún ni me he bañado.
—Ok, estaré todo el día en la hacienda, cuando tengas tiempo me buscas. Veo que de mis tres hijos eres el que más se parece a mí, —decía mi padre, dándole un ligero vistazo a mi pene, para luego señalarlo con el dedo y a su vez señalaba al suyo; después, salió de mi habitación, haciendo que ambos riéramos por sus ocurrencias.
Me quito el bóxer y quedo desnudo, tomo una toalla y me meto al baño para darme una buena ducha, eso y muchas tazas de café me harían permanecer despierto.
—¿Qué quería mi padrino? —preguntó Pablo.
—Ah, es que ayer no terminamos de hablar, quiere que ya me haga cargo del manejo de la hacienda, pero yo insisto en que aún no estoy bien preparado para eso, y quiere que lo discutamos hoy. —Le respondí. Ni de broma le cuento que vi a mi papá follando con Rey, una cosa era el sexo y otra que le cuente las intimidades de mi viejo.
—Ah, ya veo; bueno, me voy a mi cuarto tío, no vaya a ser que entre alguien más y nos pille. —dijo Pablo, sonando convencido de mi mentira; me dio un besito y salió de mi cuarto.
Me sentía muy cansado, pero tenía mucho trabajo, había que embarcar un lote de novillos para una novillada en una plaza de una ciudad a dos horas de San Ignacio; además, habían algunos erales (novillos de dos años de edad) a los que debíamos ponerles marca y separarlos para tentarlos, y mandar al matadero a los que no sirvieran para las corridas.
Desayuné lo más rápido que pude, tomé mucho café cargado que me preparó una de mis cuñadas, y salí a los corrales. Cuando llegué, vi que los vaqueros recién estaban asomando por el llano trayendo los erales a todo galope, apenas llegaron los metieron a los corrales, mientras que un par de muchachos calentaban el marcador en el fuego.
—Buenos días muchachos.
—Buenos días doctor, —respondieron todos casi al unísono, levantándome la mano para saludarme. Raúl se levantaba un poco el sombrero de la cabeza y me miraba con ojos maliciosos, algo a lo que yo correspondí desde la distancia levantando una ceja y soltando una sonrisa.
—Ni tan buenos pa* usted, doctor, si se ve que no durmió nadita, trae una cara de perro regañao —dijo uno de los vaqueros, conocido por ser un poquito bruto e impertinente al hablar.
—Ah que bruto este, más respeto con el doctor, —le recriminó otro de los vaqueros, dándole una palmada detrás de la cabeza —discúlpelo doctorcito, este es medio atarantao.
—No, no se preocupen, ya saben que en mi pueden tener confianza, y la verdad es que no dormí nada, tomé mucho café anoche y pues se me quitó el sueño, ahorita tomo café para no dormirme. Pero no se preocupen, estaré bien, ahora solo hay que terminar de hacer esto, por cierto, ¿dónde vergas está mi asistente?.
Apenas terminé de hablar, Rey apareció detrás de mí corriendo, se notaba que venía apurado. Ni bien llegó, saludó a todos y me dio la mano a mí; se disculpó por la demora y preguntó en que podía ayudar.
Le di la hoja donde estaban apuntados los códigos de los crotales, que los novillos tienen puestos en la oreja, así él iría apuntando en la lista los que eran marcados con el marcador caliente, mientras que yo les inyectaba Ivermectina para los parásitos.
Fueron cerca de 40 novillos, así que terminamos justo a las dos de la tarde, bastante cansados; los vaqueros, Rey, y yo.
—Parece que eso es todo muchachos; por favor, vayan a almorzar, descansan un rato y luego se llevan los novillos al potrero que está cerca de la casa, mañana haremos el tentadero para seleccionar a los mejores para las corridas, los que no sirvan, ya saben que se van al matadero. —Dije yo.
—Listo doctorcito, ¿pero, usted no piensa ir a almorzar?, —preguntó el caporal de la hacienda, un poco sorprendido, puesto que yo siempre prefería almorzar con ellos en el comedor de los trabajadores.
—Sí, yo en un momento iré a almorzar, mientras tanto terminaré de revisar el registro con Reynaldo.
Mientras los vaqueros se retiraban, yo le daba una ojeada a la lista de los animales trabajados, al ver que todo estaba bien hecho, felicité a Reynaldo por su trabajo.
—Parece que todo lo has hecho bien, eres rápido apuntando, no cualquiera se acostumbra a mi ritmo cuando trabajo con los animales, por eso ninguno de los vaqueros quiere asistirme con el registro.
—Sí, ya veo, eres rápido, —decía Rey.
—Algunas veces soy tan rápido, que me piden que vaya más despacio, —le decía yo con una sonrisa maliciosa, tratando de darle a mis palabras un doble sentido.
—Me lo imagino, —decía mi asistente, —si ya no tienes alguna duda, ahora sí creo que podemos ir a almorzar, me muero de hambre.
—Solo tengo una duda, —hablé yo, —¿cómo es que puedes caminar, después de que mi viejo te reventara el culo ayer?.
Reynaldo se quedó frío con lo que le dije, totalmente paralizado, solo atinó a darse vuelta para estar frente a frente.
—¿Qué, cómo es que….?, balbuceaba sin poder terminar la frase.
—Ayer por casualidad fui al potrero, para ver si había algún caballo que me gustara, y dárselo a alguno de los vaqueros para que lo domara, para regalárselo a mi sobrino, —mentía yo, no podía decirle que los seguí, sabiendo que irían a follar, —al llegar los vi a ambos metiéndose a la cueva, los espié mientras follaban, y por lo que vi, mi viejo es buen macho follador. ¿Sabes una cosa?, muchas veces oí a algunas chicas decir que mis hermanos eran buenos folladores, y si ellos lo son, yo con mayor razón, ya que según mi papá, soy el que más se parece a él. —Continuaba hablando, mientras le agarraba una mano a Rey para llevarla hasta mi entrepierna, y hacer que me acariciara la verga que empezaba a despertar.
Reynaldo me miraba con ojos de sorpresa; sin embargo, su mirada cambió a una lujuriosa, al sentir la firmeza de mi pene por encima de mi pantalón. Disimuladamente miró a todos los lados, asegurándose que nadie nos estuviera viendo, volvió a dirigir la mirada hacia mí y tomándome de la mano me llevó hasta la manga, ahí donde yo me escondí para espiarlo cuando conversaba con mi papá, el primer día que llegó a la hacienda; aprovechando que la manga para el ganado casi no deja ver su interior ya que está hecha en su totalidad de madera, semejante a un callejón, me llevó hasta ahí y se arrodillo frente a mí, me abrió el cierre del pantalón y sacó mi verga para posteriormente metérsela en la boca y chuparla con maestría. Me daba pena admitirlo, pero este jovencito estaba superando la experiencia que tenía Pablo con su boca.
En cada succión que Reynaldo le daba a mi glande, hacía que mis piernas tiemblen, mis rodillas se aflojen, y apretara mis puños conteniendo mi deseo de soltar grandes gemidos, por la excitación y el placer que su boquita le daba a mí ser.
Poco a poco, la felación de la que yo era beneficiado, hizo que mi pene alcanzara un estado de erección digno de un gladiador romano, esos que daban cátedra de virilidad y masculinidad, con miembros semejantes a los de un caballo, por así decirlo, hombres como mi padre; y es que, el hecho de ver a ese muchacho hacerme lo mismo que le hizo el día anterior a mi viejo, me ponía en un estado de glamour del que no quería salir, simplemente no quería que ese momento acabara.
Cerca de quince minutos después, no podía esperar para hacer mío a Reynaldo; así que, lo levanté del suelo, me acomodé el pene de vuelta al interior de mi pantalón, y le propuse ir a un lugar donde nadie nos iba a poder interrumpir, el bosque de pinos que estaba casi al lado de la casa; a nadie de la hacienda le gustaba ir a ese bosque, según ellos que por ahí espantaba algún alma en pena, nadie sabía que era yo el que de niño jugaba y asustaba a todo el que se adentraba a ese lugar, yo quería ser el único que tuviera acceso al bosque de pinos, para mí era como mi reino privado.
Junto a Rey, entramos al bosquecito y en uno de los sitios donde la vegetación es más tupida, me saqué de inmediato el pantalón, quedando únicamente con la camiseta puesta, Reynaldo hizo lo mismo. Puse a mi amante con las extremidades apoyadas en el suelo, de perrito, con la cola levantada, baya que tenía un buen trasero. Aun se podía evidenciar los vestigios de la invasión de mi papá el día anterior, con los dedos empecé a lubricar su agujero para que no le doliera tanto cuando lo penetrara, de todos modos ya venía muy maltratado por mi viejo.
Una vez que yo consideré que ya era tiempo de metérsela, me posicioné detrás de él, apuntando con la cabeza de mi verga justo a la entrada de su ano.
—Suave papi, por favor, —decía Rey, en un tono como el de una prostituta, de esas que cobran caro porque son de buena calidad.
—Tranquilo bebé, ahora vas a gozar como ayer, —le decía yo a medida que le iba metiendo mi verga de a poquitos, haciendo que Rey se abriera las nalgas con las manos y emitiera sonidos desde el fondo de su garganta, dándome a entender, que mi invasión le gustaba y mucho.
—Oh siiii. Me encanta, dame duro, no pares amor. —Me decía con la voz entrecortada en gemidos.
—Siiii. ¿Te gusta?¿te gusta esta polla?, —le decía al oído mientras le clavaba mi mazo de carne hasta el fondo de su ano, chocando su próstata, sacándole gemidos broncos de su garganta.
Mi placer de poseer a la hembra de mi padre era tal, que comencé a penetrarlo tan fuerte que se podía oír el choque de mis huevos con su culo, generando un sonido como si alguien estuviera aplaudiendo; dentro de mi placer, ese era el mejor aplauso a mi osadía de cogerme al que ya era propiedad de mi viejo.
Los gemidos de Rey solo hacían que quisiera destrozarle el ano con mi pija, y él lo disfrutaba a tal grado, que cuando lo coloqué en posición de misionero, metía sus manos bajo mi camiseta y me dejaba la espalda aruñada. Besarlo y penetrarlo era para mí, la gloria absoluta.
De pronto, se escucha a alguien toser justo al lado nuestro, haciéndonos sobresaltar del susto al creer que nos habían descubierto.
—Vaya, vaya, así que te coges a mi hembrita, y no me invitas, —dijo mi padre, observándonos, con una cara de pervertido y una sonrisa lujuriosa, cruzado de brazos.
—Hey, papá; oye, lamento haberme tirado a Rey, es que…..
—Ya cállate, mejor, continúen que no tenemos todo el día, —decía papá, mientras se sacaba el pantalón junto con el bóxer.
Inmediatamente presentí lo que se aproximaba, iba a tener un trío con mi padre. La sangre me hirvió y sacó de mí, mi lado más guarro, como diría Pablo. Papá se acercó a Reynaldo, mientras este cabalgaba mi verga, conmigo recostado sobre la hojarasca seca de los pinos. Javier dirigió su enorme verga a la boca de Rey, el cual la engulló por completo, ocasionándose un lagrimeo y arcadas por meter semejante tronco hasta su garganta; a medida que se meneaba en círculos con mi verga dentro de su ano, chupaba con esmero el falo de mi progenitor, sacando de él, intensos gemidos de placer.
—Oh siiii, que bien la chupas, perrita. ¿Qué tal la estás pasando eh, campeón? —me preguntaba Javier, al ver mi cara de placer mientras movía mi cadera de arriba hacia abajo, penetrando con suma rapidez el culo de nuestra putita.
—Genial, viejo. Esto es lo mejor que me ha pasado.
De pronto, mi papá retiró su pene de la boca de Rey, cargó a este como si fuera un maniquí, sacándolo de golpe de la penetración a la que yo lo estaba sometiendo, oyéndose un sonido similar como cuando se descorcha una botella de vino o champagne.
—Creo que es mi turno, —dijo Javier, colocando a nuestro amante sobre un tronco grueso que había crecido casi echado sobre el suelo, dejándolo en la posición perfecta para que lo penetrara colocando la pierna izquierda sobre su hombro derecho.
El mete y saca de mi padre era sanguinario y excitante a la vez, se podía notar en la cara de Rey la mezcla de placer y dolor, además de la rapidez con la que lo hacía, estaba el tamaño de su pene. Yo lo miraba con asombro y orgullo mientras me jalaba la verga, verlo poseer a aquel jovencito sediento de polla y leche, ese hombre, Javier, era mi héroe.
Luego de un rato, me cedió la posta a mí, su hijo, —dale campeón, te toca, — me decía, dándome una nalgada, mientras yo levantaba a Reynaldo como si fuera mi muñeca inflable, con sus piernas sobre mis hombros para proceder a embestirlo de la manera más rápida y brutal como me fuera posible. Solo así sentía que me ganaba la admiración de mi padre, al ver que su hijo era todo un macho empotrador, igual a él.
Pasó un buen rato en el que nos turnábamos para reventarle el culo a Rey, colocándolo en las posiciones que se nos vinieran a la cabeza, creo que ese día dimos cátedra del kama-sutra, padre e hijo poseían sexualmente a un culo insaciable, que lejos de pedir clemencia, solo atinaba a pedir más sexo salvaje como el que le estábamos dando en ese momento.
De pronto, Javier tomo a Rey entre sus brazos como si cargara a un infante, se recostó sobre la hojarasca con Reynaldo encima de él ya penetrado; luego, me hizo una señal con los dedos, indicándome que me acercara para que entre los dos le enterráramos nuestras pollas por el culo a la vez.
Me coloqué detrás de Rey, y lentamente fui tratando de meter mi pene en aquel culo ya invadido por la vergota de mi señor padre, costó un poco de trabajo lograr que entrara, pues el pene de Javier era ya demasiado para ese esfínter, sumando el mío, lo estábamos desbaratando en su totalidad, literalmente le rajamos el culo.
Rey gritaba del dolor que ambos penes, uno grueso y el otro muy grueso, le estaban provocando, pero nuestra excitación y placer era tal, que poco o nada nos importaban sus gritos, los cuales, Javier apaciguaba tapando su boca con su enorme mano varonil.
—MMMMM, MMMMMMM….. NO LAS AGUANTO, PAREN, ME DUELE, —gritaba Reynaldo en tono de súplica.
Sin embargo, eso aumentaba nuestro libido de machos salvajes, aumentando nuestras embestidas, logrando que Rey al final, terminara disfrutando aquella doble penetración, hasta que terminó corriéndose sin necesidad de tocarse, sobre el abdomen de mi padre, lo que hizo que ajustara su ya muy abierto ano, provocando que tanto yo, como mi viejo, llegáramos al mismo tiempo al clímax, retirando nuestros penes del culo de Reynaldo para posteriormente, bañarle la cara y llenarle la boca con nuestros abundantes chorros de semen, eyaculando en sincronización. Era una imagen digna de una exquisita escena porno, padre e hijo, uno de 50 y el otro de 26 años, jalándose la verga para descargar su manjar blanco de macho sobre el rostro de aquel jovencito, convertido en la putita de ambos, tragándose hasta la última gota de semen, y limpiar con su lengua la verga de ambos varones, semejantes a dos gladiadores bañados en sudor, acabando de cumplir una de sus mayores hazañas, follar en unión padre e hijo.
Apenas terminamos de vaciarnos sobre la cara de Rey, Javier limpiaba el sudor de su frente, soltando un soplido en señal de cansancio.
—Eres un digno hijo de tu padre, vergón y buen follador, —me decía mi papá, sonriendo y dándome la mano en señal de respeto, alegría y complicidad, al haber compartido un momento que sin dudar, marcaría nuestra relación de padre e hijo, y sobre todo, cómplices y amigos.
—¿Te gustó, Rey?, —le preguntaba yo a Reynaldo, mientras pasaba mi brazo por encima del hombro de mi padre.
—Me fascinó, pero me rajaron el culo, creo que no voy a poder caminar, —decía Rey, tocándose el ano, a la vez que los tres soltábamos una carcajada.
—Creo que ya deberíamos volver, se hace tarde, —dijo papá, dándome un cálido beso en la frente, para luego vestirse, y chocar su puño con el mío; sin duda alguna, ese día nos convertimos en los mayores cómplices del sexo.
Luego, papá llevó a Rey en su camioneta hasta su casa, yo los seguí manejando su moto, puesto que no podía dejarla, ya que mi viejo le ordenó tomarse un par de días libres en recompensa por aquel trío maravilloso.
Ese día alcancé más que la gloria, ese día llegué al paraíso y forniqué junto a mi padre hasta explotar en chorros de placer sexual.
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