PIEL CANELA: Los gustos guarros de Javier.
Raúl descubre el lado más morboso de su patrón..
Este sería Reynaldo.
Raúl salió de su cabaña un poco apurado, aún seguía un poco confundido por lo que minutos antes había pasado con su patrón y Pablo. Llevaba un poco de prisa, puesto que ese día debían ponerles marca a unos potros, y ya se le había hecho un poco tarde. Seguramente los otros vaqueros ya estaban en los corrales trabajando con los potrancos, ya que desde su cabaña se podía ver el humo de los fogones en los que se calientan al rojo vivo los marcadores.
De pronto, vio acercarse a paso ligero a Mateo, el cual, al estar frente a frente con él, esbozaba una tierna sonrisa para luego tomarlo de la cintura y plantarle un suave beso en los labios, que Raúl correspondió complacido, para luego despegarse de él por temor a que alguien los pudiera estar observando.
—Hey, alguien puede vernos. —dijo el vaquero, con tono risueño.
—Pues que nos vean, y que se jodan si les parece mal. —dijo Mateo, volviendo a besar a Raúl—. A menos que seas tú el que sienta vergüenza de que te vean besándote conmigo.
—¿Cómo me podría sentir avergonzado?, si tus besos son tan lindos, pero, ¿qué te trae por mi cabaña tan temprano?. —preguntó Raúl, intrigado y frunciendo el ceño.
—Quería explicarte algo que pasó.
—¿Tiene que ver con que tu papá y el español estuvieron por aquí?.
—Exactamente.
—¿Qué fue lo que pasó?, el patrón me dijo que tú me explicarías, ¿por qué estaban aquí, y qué fue lo que sacaron del piso de mi cabaña?.
Mateo le explicó a Raúl toda la sarta de mentiras que Pablo había tramado para hacerlo quedar como un ladrón. Ante esto, el vaquero no podía creer todo lo que él veterinario le contaba, pero dado el caso de que en días anteriores, cada vez que el español estaba junto a ellos les mandaba indirectas, era muy creíble que lo haya hecho.
—¿Pero por qué se la agarra conmigo?. —preguntaba Raúl.
—Es que cuando él llegó, yo me lo follé unas cuantas veces, hasta que apareció su novia por la hacienda y ya no quise hacerlo más. —respondió Mateo—. Al principio creí que él quería algo serio conmigo, pero era todo lo contrario, lo nuestro solo era sexo.
—Ah, entiendo, entonces lo que le molesta es que ahora tú me estés cogiendo a mí y no a él. —dijo Raúl, haciendo un esfuerzo por reír.
—Exacto. Para empezar, yo no me hubiera metido con él si hubiera sabido que estaba comprometido. También me pidió, aunque no con las mismas palabras, que sea su amante hasta que se regrese a España.
—¿Todavía te afecta que él tenga novia?
—Al principio sí. Me puse muy triste e irritable al sentirme engañado, pero ahora ya no. Porque te tengo a ti. —dijo Mateo, acariciando suavemente el rostro de su vaquero.
—Hay una cosa que me causó algo de asombro. ¿Por qué le dijiste a tu papá que tenemos una relación?. —preguntó Raúl, mirando a su acompañante a los ojos.
—Bueno, exageré un poquito al decir eso. Pero si te molesta la idea, ahora mismo le aclaro todo a mi papá. —respondió el otro.
—¿Cómo me va a molestar ser tú pareja?, si ni siquiera me lo has pedido. —hablaba el vaquero mirando al suelo.
—Bueno, si ese es el caso. —Mateo tomó el rostro del vaquero suavemente entre sus manos y lo miró directamente a los ojos—. Raúl, ¿quieres ser mi pareja, mi novio, mi amante, mi putita, y todo lo que tú quieras?. —le preguntó.
—Ves que no era difícil pedirlo. Claro que sí webón. —aceptó Raúl.
Ambos hombres se dieron un romántico beso fusionado con un abrazo. Luego, los dos entraron de vuelta a la cabaña a saciar sus más bajos instintos y fornicar como dos bestias salvajes en época de celo.
El catre de la cama de Raúl rechinaba por las tremendas embestidas que Mateo le proporcionaba, subido encima de él, pegando su abdomen a la espalda del vaquero, el cual solo atinaba a gemir y morder la almohada.
Una vez que Mateo y Raúl terminaron de follar, salieron de la cabaña para dirigirse a los corrales y ayudar a los vaqueros en lo que estuvieran haciendo. Cuando llegaron, éstos ya estaban casi terminando de marcarles la piel a los potros con el símbolo de la hacienda. Una vez que acabaron de hacerlo, dejaron el marcador aún metido en las brasas que ardían, y soltaron a los potros para que se arrancaran a correr por todo el potrero, como los salvajes que eran, dejando únicamente a los más bellos para que fueran domados.
Luego de eso, Mateo y todos los vaqueros, a excepción de Raúl, se retiraron a descansar, él se quedó recogiendo algunos papeles en los que anotó el nombre y número marcado a cada potro en el anca, ya que luego debía pasar esos datos al sistema que era de uso exclusivo de la hacienda.
Mientras ordenaba sus hojas con apuntes oyó como alguien se le acercaba por la espalda, giró un poco para ver de quien se trataba, era Pablo.
—Vaya chaval. Os veo que sabéis aprovechar tu talento abriendo el culo, putito. —le dijo Pablo a Raúl, a medida que se le acercaba cada vez más hasta quedar frente a frente, notándose cierta diferencia de estatura entre ellos, siendo Raúl un poco más bajo—. Contestadme una cosa, tío. ¿También te dejas follar del viejo, o solo del hijo?. Porque veo a esos dos guarros te los has echado a la bolsa, debes estar con el culo adolorido, joder. ¿Cuánto te pagan por follarte. Eh putita?—decía Pablo, soltando a reír con burla.
—¡Ni me pagan, ni soy tan puta como tú!. —le encaró Raúl a Pablo, mirándolo a los ojos y haciendo que la sonrisa se le borrara de la cara—. Ya me contaron lo que pensabas hacerme, querías que quedara como un sucio ladrón, pero entérate de algo, idiota, tengo dos manos con las que puedo partirte esa cara de niño rico.
—Venga, tío. No me hagas reír. Un pobre gilipollas como tú no es nada, solo das pena teniendo que ensuciarte con mierda de vaca todos los días, y entregar el culo a los patrones por un plato de arroz.
—Ya veo que aquí, el gilipollas eres tú, no yo. Y sí, me ensucio con mierda de vaca la ropa barata que visto. Pero a diferencia tuya, webón, más barata es tu dignidad, y de mierda tienes repleta la cabeza. —le dijo Raúl a Pablo, para luego irse de ahí, ya que no quería tener más problemas.
El moreno se quedó muy fastidiado con la respuesta del vaquero, jamás se imaginó que aquel jovencito humilde tuviera tanta raza, creyó que lograría humillarlo, sin embargo, el humillado fue él. Pablo no soportaba la idea de que Mateo, de la noche a la mañana, prefiriera a un simple vaquero antes que a él.
Dentro de su despacho, Javier conversaba con alguien por celular y se tocaba la entrepierna, acariciando su bulto que empezaba a crecer y delineaba la forma de aquella monstruosa verga.
—¿Así, y qué más me vas a hacer?….. Wow, que rico, me agrada la idea, —decía Javier, con los ojos cerrados y fantaseando con algo sexual.
De pronto, Mateo entro de golpe y sin tocar la puerta, asustando a su padre y sacándolo de su fantasía, haciendo que cortara la llamada.
—Oye, te hablo más tarde, ¿sí?. Tengo que atender algo importante. —dijo Javier, nervioso y cortando la llamada.
—Hola, viejo. ¿Interrumpo algo?, —preguntó Mateo, observándolo con cierta curiosidad, como tratando de adivinar que se traía algo entre manos.
—No, para nada, ¿sucedió algo?.
—No, solo vine a decirte que ya le expliqué a Raúl lo que hizo Pablo. Además, te traje estos documentos para que los firmes. —dijo Mateo, entregándole a Javier una carpeta con varias hojas.
—¿Qué es esto?, —preguntó su padre.
—Son las órdenes de embarque y los certificados de sanidad de toros y vacas que han estado en engorde. Mañana vendrá el camión para llevárselos al matadero. —respondió el veterinario.
Javier firmó cada una de las hojas y luego se las devolvió a su hijo, el cual pasó a retirarse para ir a dejar todo listo para el embarque del día siguiente.
Llegó hasta donde estaba el caporal de la hacienda y le ordenó todo lo que se tenía que hacer.
—Jacinto, ven un momento por favor.
—Mande, doctor, —dijo el caporal.
—En la tarde, a eso de las 5 o 6, junto con los vaqueros, te encargas de encerrar en los corrales el lote de ganado que ha estado en engorde desde hace tres meses, —dijo Mateo, entregándole una lista de los animales seleccionados—. En esta hoja están apuntados todos los animales que tienen que encorralar, son cincuenta cabezas. Mañana temprano va a venir a recoger el ganado el camión del matadero.
—Entendido, doctor. No se preocupe. Nosotros nos encargamos.
Una vez dadas las órdenes, Mateo se dirigió a la casa grande; en el transcurso se topó con Raúl, el cual parecía llevar un poco de prisa.
—Hey, bonito. ¿A dónde vas con tanto apuro?, —preguntó Mateo.
—Es que se me hace un poco tarde para ir a recoger a mi hijita al colegio. —respondió Raúl.
—Ah. Si gustas te llevo. —le ofreció el veterinario.
—No, no es necesario. Me voy a llevar una de las camionetas de los empleados, Jacinto ya me dio las llaves.
—Bueno, entonces te veo luego.
Raúl subió a la camioneta y salió a toda marcha, pocos minutos después también salieron Javier y Logan, el hermano de Mateo, cada uno en su respectiva movilidad. Seguramente Logan iría a recoger del colegio a su hijo, Kike. Pero Javier no era alguien que saliera muy seguido de la hacienda a esa hora.
Una vez que Raúl recogió a Camilita y se disponía a regresar a la hacienda, notó por el espejo retrovisor de la camioneta, que Javier estaba estacionado en una calle, e inmediatamente después, Reynaldo subió a la camioneta de su patrón y emprendieron marcha. Así mismo, Raúl aceleró pensando en el motivo por el que estaban esos dos juntos.
Poco antes de llegar a la hacienda, la camioneta de Javier se descaminó de su curso normal, metiéndose por un desvío que conduce únicamente a una cabaña vieja, ubicada en un potrero que por ese tiempo estaba deshabitado, así que no encontraba motivos por los que su patrón manejara hasta ahí.
Raúl llegó a la hacienda, se aseguró de que su niña almorzara y luego se la encargó a la niñera de Kike; y una vez que estuvo solo, volvió a salir de la hacienda, pero para meterse por aquel desvío por el cual se metió Javier.
La cabaña estaba debajo de algunos árboles y muy retirada de la pista principal, eran por lo menos 10 minutos de carretera; así que, faltando un tercio del camino, el vaquero se bajó de la camioneta para continuar a pie, hasta llegar a la cabaña.
Como la extensión de la hacienda es muy grande, esa parte es visitada por los vaqueros solo cuando los animales pastan por ahí, lo que la hace una zona casi olvidada.
Al llegar, vio que la camioneta negra de Javier estaba estacionada al lado de la cabaña, y muy sigilosamente se fue acercando para ver qué era lo que él y Reynaldo hacían ahí. Algo en su interior le hacía pensar lo que quizá podía estar sucediendo.
Más que una simple cabaña, esta era una casa mediana construida en su totalidad de madera, por lo que debía de ser muy sigiloso para no hacer ruido.
Antes de entrar, Raúl se quitó las botas de vaquero y se dispuso a pasar por la puerta principal; sin embargo, ésta estaba cerrada, así que tuvo que buscar alguna entrada trasera. Rodeó la casa llegando hasta una enorme ventana rota, metió la mano por una rendija del vidrio y la abrió muy despacio. Hasta ese momento no se oía nada extraño, ninguna señal de la presencia de Javier y Rey.
Tratando de no ser descubierto, subió a la segunda planta de la cabaña, pero tampoco había nadie, le parecía muy raro que por ningún lado de aquella casa estuvieran los que él perseguía. Finalmente, llegó hasta una habitación cerrada, no se oía a nadie en su interior, así que muy despacio empezó a abrir la puerta, y al percatarse que estaba vacía, entró.
Raúl se quedó boquiabierto al ver todo lo había dentro de aquella oscura recámara: látigos, consoladores, vibradores, cuerdas y cadenas, antifaces, grilletes, y muchos artículos más empleados para el sexo sadomasoquista. Observó con mayor detenimiento la habitación y vio las paredes, adornadas con más de estos artículos y otros de forma extraña, que seguramente debían de tener algún tipo de uso. Además, había muebles de cuero y una cama grande con sábanas negras. De pronto, oyó voces y pasos subiendo por las escaleras.
Antes de que Raúl pudiera salir de ahí, Javier ya estaba al otro lado de la puerta, y la perilla empezó a girarse. El vaquero corrió a ocultarse detrás de las cortinas color negro azulado de la ventana, se envolvió en un pliegue de la tela para no ser detectado. Para su buena suerte, la ventana tenía cortinas muy grandes y voluminosas que arrastraban por el suelo, y a pesar de estar cerradas, aún se veían muy plegadas.
Javier entró a la habitación, prendió la luz, se quitó el polo de color blanco que se había puesto ese día, y quedó únicamente con su pantalón jean puesto.
Sacó de una bolsa que llevaba en la mano, una botella de vino y un par de copas; descorchó el vino y sirvió un poco en las copas, prendió unos candelabros y apagó la luz, quedando la habitación iluminada únicamente por las velas, tomando un aspecto más tenue.
Javier tenía un cuerpo muy bien trabajado y conservado para su edad, con un pecho y un abdomen regularmente marcados, y brazos musculosos, como los de su hijo Mateo.
Luego, bebió un trago de su copa y se sentó en un diván.
Casi inmediatamente, Reynaldo apareció en el cuarto; llevaba puesto un traje de correas de cuero y un suspensorio, también de cuero.
—¿Qué tal me veo?. —pregunto Rey.
—Demasiado bien. Como toda una putita. —respondió Javier, poniéndose de pie y acercándose a Reynaldo, para luego pasarle la lengua por el cuello, haciendo gemir al jovencito.
—¿Te gusta?. —volvió a preguntar Reynaldo, y Javier se le quedó viendo, tomándolo por el cuello, sin llegar a asfixiarlo.
—¿Me trataste de tú?, ¿no sabes que no debes tutear a tu macho?, a mi trátame de usted, dime señor. —dijo Javier, tratando de sonar dominante, para así iniciar el juego sexual de ambos con esas palabras.
—¿Le gusta, señor?. —Reynaldo cerraba los ojos, completamente excitado, ante las caricias un poco bruscas de su dominante.
—Me fascina, perrita. —Javier olfateaba el cuello de su dominado, eso era algo que aumentaba sus ganas de sexo, haciendo que su pene se endureciera inmediatamente y empezara a soltar líquido preseminal.
—Úseme, señor, úseme como le dé la gana. —gemía Rey.
—Shhhhhh. Silencio. No te di permiso de que hablaras. Eres una niña muy mala, y te tengo que castigar. —dijo Javier, llevando a su dominado hasta una especie de mesa en forma vertical con abrazaderas, forrada con cuero y esponja, lo tendió ahí con la cara pegada a la madera y le amarró las manos y tobillos, luego jaló una palanca y la mesa empezó a moverse quedando en posición horizontal, hizo unos ajustes más para dejar a Rey en posición de perrito y empezó con su juego de amo y esclavo.
Tomó una vara de jinete y empezó a recorrer con la punta de ésta el cuerpo de Rey; iniciando en la cabeza, pasando por la espalda, y terminando en sus redondas nalgas, a las cuales golpeaba sin hacer demasiado daño, provocando en su dominado un placer exquisito, que le hacía salivar y querer más.
Reynaldo tenía los ojos cerrados y reaccionaba con gemidos a los azotes de su amo dominante, el cual por momentos rozaba las piernas y nalgas de Rey con la punta de su nariz, aspirando su olor a juventud.
Luego de un rato, Javier untó con aceite el trasero de su esclavo sexual, acariciándolo de manera tan erótica, que la piel de Reynaldo se erizaba con cada toque de las manos de su amo, sobre todo, cuando sus dedos acariciaban su esfínter anal, y las nalgadas del más mayor extasiaban al más joven.
Reynaldo respiraba fuertemente, jalando y soltando el aire como si el oxígeno no avanzara a llegar a sus pulmones. Sus gemidos cada vez eran más guturales, y por momentos, muy agudos. Disfrutaba cada momento en toda su magnitud, desesperándose al no sentir el pene de su dominante invadir su ano.
—Métamela, métamela; por favor, señor. —suplicaba Reynaldo.
—Silencio. No te he dado permiso de hablar, ahora tendré que azotarte para enseñarte a respetar. Vamos, cuenta. —ordenaba Javier, dándole un azote con la vara en la nalga—. Que cuentes te digo, —volvía a ordenar.
—Uuuno. —decía Reynaldo con la voz entrecortada en cada azote que su amo le daba—. Dooos, treess….. quince… —contaba Rey los varazos que poco a poco iban dejando marcas rojas en su trasero, suplicando ser azotado como una prostituta barata.
De pronto, los varazos cesaron, para dar paso a una sensación húmeda en el ano del esclavo.
—¿Te gusta lo que te hago?¿ te gusta ser mi yegua?. —preguntaba Javier, con su cara muy cerca del ano de Rey.
—Siiii, me encanta, señor.
Javier empezó a rozar suavemente con la punta de su lengua, los alrededores del ano de Rey, para ir acercándose cada vez más al punto central, el cual ya empezaba a formar un pequeño agujero, que se cerraba y abría al ser tocado por la lengua del hombre mayor.
Todo ese espectáculo era observado por Raúl, quien no podía evitar sentirse excitado al ver esa expresión de sadomasoquismo en aquellos dos hombres, y mientras ellos jugaban, él metía su mano por debajo de su pantalón para acariciar su pene endurecido.
Reynaldo sintió como Javier le colocó un aro debajo de sus testículos, el cual generó que la erección que ya tenía aumentara aún más. Luego, el mayor tomó uno de los vibradores que había en una mesa, uno de buen tamaño y grosor, le colocó gel a la entrada del ano de Rey, y fue introduciéndolo poco a poco; una vez que todo el vibrador estuvo dentro del ano del jovencito, empezó a vibrar, primero muy despacio, luego con un poco más de intensidad, haciendo que Rey gimiera como una yegua en celo, babeándose al sentir aquel objeto darle un placer gigantesco. Javier metía y sacaba aquel vibrador del ano de Rey, provocando que éste terminara por dilatarse aún más.
Javier liberó a Reynaldo de las correas que lo sujetaban a aquella mesa, lo ayudó a levantarse ya que las piernas no le respondían por todas aquellas descargas eléctricas recibidas en su interior. Lo arrodilló frente a él, y se bajó el pantalón para que empezara a mamarle la verga, la cual salió de su prisión dándole una bofetada a Rey en la cara y manchándole la mejilla con su líquido preseminal.
Detrás de las cortinas, Raúl se había quedado totalmente asombrado al ver las dimensiones del pene de su patrón. Nunca antes había visto algo como eso, de ese tamaño y grosor, al menos no en vivo, solo en videos porno. Hasta ese momento, creía que el pene más grande que había visto era el de Mateo, aunque no se diferenciaba mucho del de su padre, pero si se notaba cierta diferencia, sobre todo en la forma y grosor; ya que el de Mateo era ligeramente curvado hacia arriba y de un grosor de algo de 7 u 8 cm, más un largo de 20 cm; mientras que el de Javier tenía un largo de 22 cm y un grosor de al menos 10 cm; incluso en el tamaño de los huevos se notaba una diferencia, siendo los de Javier un poco más grandes y colgantes, como los de un toro.
Reynaldo hacía lo posible por tragarse lo más que podía aquel pene duro y con venas marcadas. De rato en rato soltaba ese tronco de carne maciza y se ponía a chuparle los huevos. Parecía que la felación de Rey hacía que la verga de Javier aumentara de tamaño, poniéndose roja por lo dura que estaba.
—Eso, así putita, chúpamela. —decía Javier entre gemidos.
Por un momento, Raúl sintió algo de preocupación por Rey, ya que llegó a pensar que esa verga tan grande podía lastimarlo al momento de penetrarlo, pero en vista de lo que disfrutaba Rey mamándola, el morbo por ver ese momento llegar hizo que deseara verlos en acción.
Luego de un rato en que la boca de Reynaldo fue brutalmente follada por la verga de Javier, éste lo hizo ponerse de pie, y lo llevó hasta una esquina de la habitación donde había unas cuerdas colgando del techo, eran lo que se conoce como cuerdas sexuales.
Javier aseguró las extremidades de Rey, de modo que éste quedaba con las piernas abiertas y extendidas, mirándose de frente con su dominante, el cual al tener a su amante listo y asegurado, se untó un poco de gel lubricante en el pene y procedió a penetrarlo suavemente, provocando en Rey gemidos que eran una mezcla de dolor y placer, al sentir como su ano se abría ante la invasión de aquella verga similar a la de un caballo.
Al inicio, Javier metía y sacaba su pene del ano de Rey suavemente, pero al haber estado tan dilatado por aquel vibrador, le pedía al mayor que le destrozara el ano sin piedad.
—Siiii. ¡Qué rico!, reviénteme el culo, reviénteme el culo, por favor señor.
Aquellas súplicas despertaban en Javier su lado más salvaje y pervertido, y sus embestidas pasaron a ser mucho más fuertes, impactando en la próstata de Rey, el cual en más de una ocasión sintió las ganas de correrse, pero no pudo debido a ese anillo que Javier le puso por detrás de los testículos, que ahorcaba su miembro.
Javier gemía de placer junto a Rey, el cual apretaba los dientes y cerraba los ojos con fuerza, pidiendo más en cada embestida, suplicando que ese momento de placer no se acabara nunca.
Luego de un rato teniendo sexo en aquellas cuerdas, Javier cambió de posición a Rey, dejándolo de perrito, y metiéndole la verga de una sola estocada, ocasionando que el menor se quejara fuertemente.
Después de un rato, pasaron de las cuerdas a la cama; aquí Javier tenía mucha más comodidad, y sin dejar de hacer uso de la vara, azotaba a Rey mientras lo follaba con una rapidez impresionante, haciendo que la cama sonara y excitara aún más a ambos.
Javier era un hombre muy ingenioso en el sexo, al igual que su hijo Mateo, y siempre sacaba de su imaginación, posiciones que se le ocurrían en el momento. Todo en ese momento se valía para saciar la sed de sexo que los dominaba.
Ambos hombres, de diferentes edades, bufaban y gemían por tanto placer que sentían, mientras el sudor de sus cuerpos mojaba las sábanas de la cama. Hasta que después de tanto rato fornicando como animales salvajes, Javier sintió el punto máximo del placer, y teniendo a Reynaldo boca abajo sobre la cama, gimió mientras le llenaba el culo con su leche, fue tanta que, al sacarle la verga, un poco de su semen salió disparado, manchándole las bolas.
Apenas se salió del culo de Rey, le quitó el anillo que presionaba la base de su pene, ni bien se lo quitó, Reynaldo eyaculó soltando grandes chorros de leche, haciéndolo poner los ojos en blanco y tensar sus piernas; para luego, ambos quedar tendidos sobre la cama casi sin aliento.
Raúl miraba estupefacto aquella escena, con solo verlos había eyaculado manchando de semen su pantalón. Sin embargo, había un problema, y es que después de todo eso, no veía como poder salir de la habitación, ya que Javier y Raúl estaban sobre la cama y seguramente lo verían si intentaba salir. Con un poco de suerte, posiblemente los dos pervertidos se quedarían dormidos y podría aprovechar ese momento para escapar; sin embargo, media hora después volvieron a follar con la misma intensidad que antes, por lo que sus esperanzas de salir de ahí tuvieron que esperar.
Poco después del segundo round, Javier y Reynaldo por fin se quedaron dormidos; así que, muy sigilosamente, el vaquero salió de su escondite y gateando por el suelo llegó hasta la puerta, la cual para su buena suerte estaba entreabierta y salió de la habitación. Con pasos rápidos pero sigilosos, llevando sus botas en la mano, salió de aquella cabaña y una vez que estuvo afuera, se colocó las botas y corrió hasta su camioneta, subió a ésta y manejó de vuelta a la hacienda.
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