PIEL CANELA: Sudor y calor. Una tarde de sexo caliente en el río
Ahora que Raúl ya es alguien libre, disfruto reventándole al ano a la orilla del río..
Javier Raúl, el vaquero Pablo
Esperé a que mi padre se calmara un poco, no sabía si también había ido a reclamarle a Pablo. Preferí que los ánimos de ambos se apaciguaran para poder conversar con Javier y explicarle cómo sucedieron las cosas con su ahijado.
Por otro lado, el caballo no presentaba complicaciones y mejoraba rápidamente.
De pronto, mi celular sonó. Lo tomé del suelo, era Raúl. Contesté la llamada y le expliqué, de manera muy escueta, todo lo que pasó; asegurándole verlo más tarde para contarle los detalles.
Recogí mis cosas y me fui a la casa, me metí a mi cuarto y me bañé. Después de desayunar, busqué a mi papá en su despacho y tuvimos una larga charla. Hablamos de lo que sucedió esa mañana y le conté cómo terminé involucrándome sexualmente con Pablo, su ahijado.
Mi papá se mostraba molesto con lo que hice, pues como él decía, desde que Pablo era su ahijado ya pasaba a ser casi como de su sangre, y para mí debía ser como mi hermano, y pues no se puede follar con el hermano, aunque algunos lo hagan, Javier repudiaba ese proceder en los que lo realizaban.
Expuse ante mi padre mis motivos y deseos hacia su ahijado, así como lo mucho que me afectó enterarme que estaba comprometido con Magnolia. Javier por su lado, al ser un hombre parecido a mí, me entendía pero no perdonaba del todo mi accionar. Al final de la charla, me disculpé por mi actitud anti familiar. Mi padre sabía que no lo hice con mala intención y me ofreció una disculpa por el golpe que me dio.
Una vez aclarado el punto, ambos estuvimos de acuerdo en que era mejor que él acabara lo más pronto posible los tratos que tenía con el padre de Pablo, para que así se regresara de una buena vez a España y yo estuviera más tranquilo emocionalmente, aunque en los últimos días, la compañía de Raúl ha sido la mejor terapia que he tenido, aunque no me preguntó por él quizá lo escuchó o simplemente no le interesaba saber de mi cercanía con el vaquero, a lo mejor ni se enteró que se trataba de él, o no consideraba que ese asunto podía ser algo serio.
Mientras conversaba con mi papá, mi celular sonaba constantemente, fueron cerca de cinco veces en las que Raúl me estuvo timbrando, y por un momento me preocupé por que se tratara de alguna emergencia. Ya cuando salí de la oficina de mi viejo le devolví la llamada.
—Hey, ¿pasó algo grave?. —pregunté.
—Sí, —respondió él casi llorando—. Recién ahora llegué a mi casa, y mi mujer se fue, solo dejó una carta, se llevó todas sus cosas, en la carta dice que no se lleva a mi hija, pero la niña no está en la cabaña, su ropita si está en el closet, pero mi bebita no está. —decía Raúl, perdiendo cada vez más la compostura.
—Tranquilo, ahora voy para allá, espérame. —le dije yo, corté la llamada y empecé a correr para llegar lo más pronto posible a su cabaña.
En un par de minutos ya estaba frente a Raúl, el cual lloraba al no saber nada de su hija. Apenas entré a la cabaña, él me explicó la situación y me mostró la carta que le había dejado la que, hasta hace muy poco, era su mujer.
Raúl:
Me voy de tu lado porque ya no te soporto, ya no te quiero, y no puedo seguir contigo. Desde hace casi un año conocí a otro hombre del que sí me siento muy enamorada y es con él con quien si me siento mujer. Tú no vas a pasar de ser un simple vaquero y yo quiero algo mejor para mí.
Te dejo a Camila, desde un principio yo no quise tenerla, pero tú insististe en que no abortara, aún soy muy joven para ser madre y tenerla a mi lado solo arruina mi juventud.
Adiós para siempre.
Mariela.
En ese preciso momento no supe que hacer, lo único que se me ocurrió fue abrazar a mi vaquero para consolarlo. Aparte de que había sido abandonado por su mujer había otro problema, su hija de tres años no estaba dentro de la cabaña, así que debíamos empezar a buscarla, quien sabe le pudo pasar algo malo.
Rápidamente le llamé al caporal de la hacienda, le expliqué la situación y le ordené que, junto con algunos de los vaqueros, se pusieran a buscar a Camilita. Mientras tanto, Raúl y yo hacíamos lo mismo por los alrededores de la cabaña. Me preocupaba el hecho de que la pequeña pudiera llegar sola hasta los potreros donde estaban los novillos descartados en el tentadero, ya que estos se encontraban en un apartado cerca de la cabaña, y son animales peligrosos. O peor aún, se metiera al tauródromo, que es una especie de pista de carreras para los toros, donde estos corren arriados por los vaqueros para ejercitarlos. En cualquiera de estos dos lugares, la pequeña niña corría mucho peligro de ser atacada o arrollada por los toros.
—El perrito tampoco está, —dijo Raúl, con un grito que me asustó—. Seguramente se fueron juntos de la cabaña, si encontramos al cachorro posiblemente la encontremos a ella.
—Tienes razón, —dije yo. Y continuamos la búsqueda.
Aun así, el hecho de que la niña corriera peligro al estar cerca de los animales me ponía muy nervioso, por lo que le llamé de nuevo al caporal para que revisaran esos lugares primero, principalmente el tauródromo, ya que ese era el sitio más cercano a la cabaña de Raúl.
En cuestión de minutos, de unos pocos pasamos a ser muchos buscando a la niña.
—Camilaaaaaaaa…. Camilaaaaaaaa…. Camilitaaaaa….. Pipooooo… —gritábamos Raúl y yo, llamando a la pequeña y al cachorrito.
De pronto, agudizando el oído pudimos escuchar el llanto de una niña cerca de ahí, en dirección del tauródromo.
Seguimos el sonido del llanto y la encontramos recostada en la grama del potrero, llorando, abrazada a su perrito. Había estado caminando y al ver a los toros correr por el tauródromo se asustó y se echó al suelo a llorar. Gracias a Dios no le pasó nada malo. En cuanto vio a su papá corrió hacia él, colgándose de su cuello, mientras Raúl le besaba la carita y limpiaba las lágrimas. Una vez pasado el susto, me comuniqué con el caporal para decirle que la niña ya había aparecido sana y salva.
Apenas regresamos a la cabaña, mi padre estaba ahí puesto que ya lo habían puesto al tanto de la situación. Inmediatamente él, llamó a su abogado para que asesorara y acompañara a Raúl a entablar una denuncia contra la madre de su hija por abandono de hogar, de modo que si después de un tiempo ésta mujer volvía a aparecer para reclamar la custodia de la niña, no podría hacerlo al haber sido ella quien incurriera en una falta al abandonar su casa y a su hija.
Pasaron cerca de dos semanas desde el abandono de Raúl por parte de su mujer, y desde entonces, él tuvo que dividirse en dos para atender a su hija y poder trabajar, siendo padre y madre para la niña. Por las mañanas se levantaba muy temprano para alistarla y mandarla al Jardín de niños, que así es como le decimos acá en Perú a los centros de educación inicial. Mientras que por las tardes, la pequeña se quedaba en la casa grande jugando con mi sobrinito Kike, al cuidado de la niñera de éste y a veces también de mi cuñada. Tanto Kike como Camila se habían hecho muy buenos amigos, a veces bromeábamos diciendo que eran noviecitos.
Una tarde, después del almuerzo, fui a buscar a Raúl a los corrales, él estaba domando una potranca que mi hermano pensaba regalársela a mi sobrino en su cumpleaños. Cuando llegué, pude ver que el animal estaba completamente domado, pues Raúl tenía fama de ser muy bueno en ese aspecto. Al verme, me dijo que pensaba salir a dar una vuelta, cabalgando en la potranca para que fuera acostumbrándose a correr con la silla de montar puesta. Yo me ofrecí a acompañarlo, así que ensillé a Ébano y partimos juntos al trote de los caballos, para que la potra se sintiera más tranquila en compañía de un caballo manso y no hubiera peligro de que se desbocara.
Una vez que Raúl notó que la potra ya estaba totalmente adiestrada, se sintió más en confianza y me ofreció irnos a todo galope hasta la orilla del río. Yo accedí y ambos emprendimos carrera, cada uno tratando de llegar primero.
Los equinos hacían sonar los cascos al galopar. Raúl iba delante de mí, llevándome la delantera; cuando de pronto, al acercarnos a la meta, lo sobrepasé con mi caballo, llegando primero.
—Jajaja… Te gané. —dije yo, riendo.
—Es que me dejé ganar. ¿Qué tal si mejor nos damos un baño?. —sugirió él, desmontando de su cabalgadura.
—Me parece una idea genial. —acepté yo, bajando de mi caballo y acercándome a Raúl para darle un beso en los labios.
—Sígueme, vamos a una parte del río donde nadie nos va a poder molestar. —volvió a sugerir el vaquero.
Ambos volvimos a subir a nuestros caballos y caminamos poco más de diez minutos, hasta llegar a una parte del río donde éste es más angosto y menos turbulento; debido a efectos de la naturaleza, esa parte del río es de aguas más quietas y por las rocas que están alineadas entre sí, se forma una especie de laguna no tan profunda; además, la orilla es más amplia y con arena muy suave, sin piedras, y con un árbol muy grande que proyecta una gran sombra. Yo jamás había llegado hasta esa parte del río, ni siquiera por curiosidad.
El lugar se veía muy tranquilo y solitario, casi escondido, nada más se podía oír el canto de algunos pájaros.
—Nadie viene por aquí, así que podemos estar tranquilos, —dijo Raúl, a medida que ambos descabalgábamos.
Acto seguido, me lancé sobre él y empecé a besarlo con mucha pasión, invadiendo su boca con mi lengua, y despojándonos cada uno de nuestra ropa.
El día estaba muy soleado, por lo que hacía mucho calor, pero gracias a la sombra del árbol estábamos un poco más frescos.
Una vez que quedamos totalmente desnudos, como Adán y Eva en el Paraíso, nos recostamos sobre la fresca arena para seguirnos besando. Luego, pasamos a realizar un 69, mientras Raúl chupaba mi pene con la maestría que él tenía, yo lamía su esfínter anal, humedeciéndoselo para que quedara listo al momento de querer empotrarlo con mi verga.
El culito de mi vaquerito tenía un olor y un sabor a sudor, algo que me deleitaba cada vez pasaba mi lengua por su hoyito, el cual se hacía más flojo al sentirse mojado por mi saliva. Mientras que mi pene, ya reconocía el calor de la boca de Raúl, y se endurecía apenas éste me la empezaba a chupar, salivando tanto en cada mamada que me daba, que mis bolas y mi pubis quedaba totalmente mojado por la saliva de mi amante, además de tenía el fetiche de escupir el tronco de mi verga para luego metérselo a la boca hasta topar su garganta.
De pronto, quito a Raúl de encima de mí y me pongo de pie, quería que me la chupara y poder ver su cara al hacerlo. A medida que se comía mi pene, me miraba de una manera lujuriosa, como si fuera una gata en celo hambrienta de placer. Mi morbo aumentaba cada vez más a medida que Raúl se comía mi pene de buen tamaño sin dejar nada afuera, por momentos chupaba mis bolas y al hacerlo las estiraba sacando fuertes gemidos de mi boca; cada vez que teníamos un encuentro sexual era algo único, a pesar de que siempre empezábamos por lo mismo, sexo oral y luego penetración.
Luego de un rato de exquisita felación, la lengua de mi amante trataba de rozar la zona de mi perineo, aumentado mi excitación y mis ganas de penetrarlo de manera salvaje en la orilla del río.
Me coloqué de rodillas frente a mi amante, lo besé y sentí el líquido preseminal sobre su lengua, mezclado con su saliva. Le di la vuelta dejándolo de perrito, con el pecho y la cara sobre la fresca y suave arena. Apunté mi pene en aquel agujero dilatado, y poco a poco, lo fui penetrando suavemente hasta tener dentro de él la mitad de mi gruesa verga, la otra mitad restante se la clavé de golpe, que hizo al vaquero gritar de placer y poner los ojos en blanco.
—Siiii…. Reviéntame el culo. —suplicaba él.
Yo obedecía sus órdenes, las cuales sonaban más como un ruego o una súplica de alguien que necesitaba eso para vivir.
Fuertes embestidas no tardé en dar, y con una rapidez impresionante, que ni siquiera la escena porno más hardcore hubiera logrado hacer. Follábamos seguido, pero cada vez que lo hacíamos era como si fuera nuestra primera vez haciendo el amor.
Los gemidos de Raúl al sentir mis embestidas me incitaban a ser más brusco durante el sexo, cosa que a él le fascinaba y lo llevaba hasta las nubes, igual que a mí.
Tendido sobre mi espalda en la arena, el vaquero cabalgaba mi pene como una vaquerita del lejano oeste, moviéndose de atrás hacia adelante y en círculos, sacando crujidos de la base de mi verga, lo que en Perú conocemos con el nombre de »sacar conejos’’.
Con mis brazos, tendido en la arena, sujetaba con fuerza a Raúl contra mi pecho, mientras movía con suma rapidez mi pelvis para penetrarlo y oír ese sonido similar a un aplauso.
Cada vez, hacerle el amor a mi vaquero era mucho más placentero, a comparación de otros hombres a los que me he cogido, incluido Pablo, en ocasiones he tenido que hacer un esfuerzo por correrme, ya que como suelo demorar en eyacular, con el tiempo me aburría de estarlos penetrando, pero con Raúl es totalmente diferente, su ano me exprime el pene haciendo que contenga mis ganas de venirme y no quiera terminar nunca, hasta que por el cansancio termino cediendo al orden natural del sexo de eyacular a mares en su interior.
A medida que lo penetraba, besaba sus labios, chupaba sus pezones, o arañaba sus nalgas; todo cuanto se me ocurriera en el momento de follarlo. Mi cuerpo destilaba sudor al igual que el suyo, mi pecho y espalda estaban bañados por el sudor, producto del esfuerzo físico que yo hacía al darle placer barrenando su interior con mi tronco de carne dura, ensanchando su estrecho ano en cada penetrada que le daba con mí pene.
Lo penetraba de perrito, de ladito, de misionero, piernas al hombro, etc. Hasta que luego de tanta fricción entre su ano y mi verga, ésta no resistió más y terminó por inundar su interior con semen caliente salido desde mis huevos, luego de que Raúl se viniera como por tercera vez, las dos primeras sin tocarse. Ambos gemíamos como animales al eyacular, debido al intenso e indescriptible placer que nuestro cuerpo sentía.
Después de aquella magistral sesión de sexo, digno de una escena porno europea, los dos nos besábamos apasionadamente recostados sobre la arena, para luego de un poco más de media hora de descansar, volver a hacerlo tan salvajemente como la primera vez.
Al final, ambos terminamos con las piernas y la pelvis acalambrada, pero totalmente satisfechos.
Luego, nadamos un rato en el agua fresca del río y después regresamos a la hacienda, completamente felices y cada vez más unidos, no solo sexualmente, sino también de manera espiritual, ya que en cada vez que hacíamos el amor, nuestras almas eran una sola.
Cada día, aunque sea solo en un beso, sentía que Raúl era un complemento para mí; ya que él me lo hacía sentir así, al preguntarme como estaba, si ya había comido, o si había dormido bien; a pesar de que él tenía más problemas que yo, siempre estaba para mí, y yo cada vez me daba cuenta de eso.
A pesar de que todo parecía tranquilo, tanto Raúl como yo teníamos que soportar las constantes muestras de majaderías de parte de Pablo, una en especial hizo que yo me enojara tanto hasta el punto de empezar a sentir algo similar al odio hacia el moreno.
Al día siguiente de esa excursión en el río, como todos los días, me levanté temprano para trabajar. Cuando estaba en las caballerizas revisando un caballo enfermo, se apareció mi papá, traía una cara algo desencajada y parecía estar preocupado.
—Hola mijo, ¿qué haces?. —me saludó.
—Hola, estoy revisando este caballo, parece que tiene neumonía. —respondí a su saludo.
—Oye, quiero preguntarte acerca de este muchacho, tu ayudante, Raúl.
—¿Qué pasa con él?
—Ayer en la noche llegó Pablo a mi oficina muy molesto, dijo que a eso del mediodía, específicamente en la tarde, alguien se metió a su cuarto y le robó algunas cosas: un reloj rolex, dinero que tenía sobre su mesita de noche, y un poco de ropa.
—¿Insinúas que fue Raúl el que se metió a robar al cuarto de Pablo?
—Si lo dices así suena difícil de creer. Raúl siempre ha demostrado ser humilde y honrado, yo metería las manos al fuego por él. Pero no me explico por qué Pablo lo acusa directamente.
—Raúl siempre me ha inspirado confianza, jamás ha habido queja de él. Yo dudo mucho que haya sido él quien se robó todo eso, pero si tienes dudas, pregúntaselo a él personalmente, o revisa en su cabaña si encuentras algo.
—Dice Pablo que ayer en la tarde lo encaró para que le devuelva las cosas, y Raúl se mostró muy agresivo.
—¿A qué hora fue eso?.
—Según Pablo, a eso de las tres de la tarde.
—Ok…. Mira viejo, creo que tengo que contarte algo. ¿Te acuerdas de ese día que descubriste que me follé a Pablo?.
—Sí, claro. Como olvidarme.
—Bien, la noche anterior a ese día, la misma noche en la que la mujer de Raúl se fugó, yo estaba con él en esa caballeriza, —dije yo señalando la caballeriza en la que tuve sexo con el vaquero—. Yo pasé la noche con Raúl, ¿ya entiendes a lo que me refiero?.
—Sí, claro que entiendo, pero eso que tiene que ver.
—Yo iba a dormir ahí para estar al pendiente del caballo que cornearon, pero Raúl apareció y dormimos juntos, luego a la mañana siguiente, Pablo nos descubrió y se molestó con nosotros, luego llegaste tú y paso todo lo que pasó. Desde ese día, tu ahijado se ha empeñado en mandarle indirectas a Raúl, eso lo sé porque los demás vaqueros me lo han comentado, siempre que lo tiene cerca pasa rempujándolo, y yo desde poco antes de que la mujer de Raúl se fugue tengo una relación con él. Por eso Pablo se la agarró con nosotros dos.
—¿Lo que me tratas de decir es, que Pablo está acusando de ladrón a Raúl, únicamente por celos?
—Sí. Pablo me pidió que siguiéramos teniendo sexo, a pesar de que está aquí su novia, pero yo me negué. Además, te repito que ahora estoy en algo serio con Raúl, pero por obvias razones no lo damos a notar. Y ayer en la tarde estuvimos juntos en el río, así que no pudo haber hablado con Pablo.
—Esto me parece algo absurdo. Pero de todos modos tengo que desahogar toda hipótesis.
—Me parece bien. Solo te pido que seas totalmente imparcial y justo. Para empezar, ¿por qué no revisas las cámaras de seguridad que hay en la casa?.
—Es cierto, como puedo ser tan bestia, no se me ocurrió revisar las grabaciones de las cámaras.
Terminada la charla, mi viejo salió del establo rumbo a la casa grande y se encerró en su oficina a revisar en su computadora las cámaras de seguridad; luego de un rato, salió a buscar a Pablo, encontrándolo en el jardín junto a su padre y su novia.
—Hola, ¿qué tal?. —saludó Javier.
—Hey hombre, que nos acabamos de enterar que se han metido a robar al cuarto de mi muchacho, joder. ¿Pero qué clase de gente tienes metida en tus terrenos, coño?. —decía Manolo, el padre de Pablo.
—Pablo, acompáñame a mi despacho, por favor. —dijo mi papá, tratando de no prestar atención a lo que dijo Manolo.
—Claro que sí, padrino, espero que me tengas noticias del ladrón.
Una vez a solas, Javier empezó a reclamarle a Pablo su mentira, puesto que en las grabaciones de las cámaras de seguridad que hay en la puerta de entrada de la casa, Raúl no se asomó en ningún momento, al igual que en las cámaras de los pasillos; muy por el contrario, le increpó por el hecho de que tiene un resentimiento hacia el vaquero debido a la cercanía que existía entre él y su hijo Mateo.
Pablo no tenía argumentos para defenderse, menos después de que en una de las grabaciones se lo viera salir de la casa con una bolsa negra conteniendo algo en su interior, seguramente las cosas que, según el, Raúl le había robado.
—Déjame adivinar algo, ahijado. Esa bolsa contiene todo lo que supuestamente te robaron, y seguramente está escondida en la cabaña de Raúl, ¿cierto?. —habló mi padre con un tono de voz muy atemorizante.
Pablo solo asintió con la cabeza, muerto de la vergüenza y el coraje, admitió que todo fue un plan orquestado por él mismo.
Javier fue personalmente y en compañía de Pablo a la cabaña de Raúl, quien regresaba de haber dejado a su hijita en el colegio.
El moreno sacó de debajo del piso de la cabaña la bolsa con las cosas, ya que la cabaña era de esas que tienen piso de madera elevado sobre el suelo. Raúl los miró sorprendido, saludó a su patrón y vio cómo Pablo lo miraba con un nivel de odio infinito. Preguntó el motivo de que ellos dos estuvieran fuera de su casa, sacando algo del suelo.
—Buen día, patrón. ¿Qué es esa bolsa?.
Javier solo atinó a sonreír.
—Nada grave, más tarde te lo explicará Mateo. Por cierto, él ya me contó lo que hay entre ustedes, yerno. —dijo Javier en un tono gracioso, haciendo que Raúl bajara la mirada al suelo, avergonzado—. Hey, muchacho, no hay de qué avergonzarse, vergüenza deberían tener otros, —volvió a decir, clavando su mirada en su ahijado.
—¿Os puedo retirar?, —pregunto Pablo, sintiéndose totalmente humillado.
—Sí, lárgate, y no se te ocurra seguir haciendo estupideces, porque te recuerdo que tu padre depende de los negocios que tiene conmigo para no quedar en la banca rota. —le increpó Javier a su ahijado.
—¿Qué es lo que pasa, patrón?, —volvió a preguntar el vaquero.
—Ya te dije, más tarde le preguntas a Mateo. Solo déjame decirte que me siento muy alegre de que seas uno de mis mejores trabajadores. Como te dije, mi hijo ya me contó que entre ustedes dos hay una relación; y tranquilo, yo no juzgo a nadie, por el contrario, gracias por querer a mi hijo. Te veo luego. —dijo Javier, palmeando cariñosamente al vaquero en el hombro, para luego retirarse del lugar.
Raúl se sintió muy alagado por las palabras de Javier, y a la vez muy confundido por lo que acababa de pasar. Mucho más aún por el hecho de que Mateo, le haya dicho a su padre que entre ellos había una relación, cuando nunca hablaron de eso; claro está que, la idea no le desagradaba a Raúl, por el contrario, se sentía muy emocionado, mucho más al saber que contaban con el apoyo de Javier.
Pablo regresó muy enojado a la casa grande, pateando todo lo que se le ponía enfrente, incluso con su novia se portó grosero. Detrás de él venía Javier, con la mirada seria y demostraba cierto enojo. Al entrar a la casa, el patriarca de la hacienda se encerró en su despacho y se sirvió una copa de vino tinto. Luego, mandó a llamar a su hijo Mateo.
Cuando Mateo llego al despacho de su padre, éste le explicó todo lo referente al supuesto robo de las cosas de Pablo. El veterinario se sintió muy molesto, tanto que se puso de pie y pateó la silla en la que se había sentado.
—Voy a matar a ese webón. —gritaba Mateo.
—Cálmate carajo, —le exigía su padre—. Ya le advertí a Pablo que si vuelve a hacer algo parecido, voy a anular todo negocio que tengo con Manolo, y eso significaría que se queden en la completa ruina.
—Discúlpame que te lo diga, papá. Pero tu ahijado es un reverendo hijo de puta. No pensó en el daño que le podía causar a Raúl, sobre todo ahora que se quedó solo con Camilita. ¿Acaso eso les enseñan en los países del primer mundo, a ser calumniadores?. Te juro que quiero reventarle la cara a puñetazos.
—Pues te aguantas, no quiero más problemas. Más bien, anda y explícale todo a Raúl, yo preferí no hacerlo. Se nota que es un buen muchacho, y se nota que le has agarrado bastante aprecio.
—La verdad es que sí. Es un tipo tan lindo y tierno. Es tan diferente al webón de Pablo.
Mateo salió del despacho de su papá a toda prisa, quería ir a ver a su vaquerito y comerle la boca a besos. Cada día que pasaba lo extrañaba más y sentía la necesidad de quererlo, algo similar a lo que Raúl sintió por Mateo desde el primer momento en que lo vio.
Pues la historia, fuera de lo sexual, wl simpática, y con todosls colores puestos, ; pues, da ganas de seguir leyendo otros capitulos, y volver a releer capitulos anteriores, cada vez, desde otras perspectivas…!!!! Bien jugado…!!!