Pirámide
Episodio catorce. Un compañero de clase que parecía tímido se desata sexualmente cuando viene a explicarme Historia.
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Episodios anteriores de esta serie: (1) La suerte de una buena carta – (2) Los juegos que la gente juega – (3) Todo tiene su precio – (4) La dorada obsesión – (5) Ojos de serpiente – (6) Ya no quiero volver a casa – (7) El as de espadas – (8) Nada que perder – (9) Un sueño dentro de otro sueño – (10) Yo robot – (11) Eclipse total – (12) El silencio y yo.– (13) Lucifer
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(Continuación del episodio anterior: Lucifer)
El médico me dijo que tendrían que hacerme una cirugía en el recto. La violenta agresión de Ruud con el consolador me había lastimado. Zafé por un pelo. Pudo haberme causado una peritonitis.
Las enfermeras fueron cariñosas conmigo. Siempre estaban revoloteando por mi habitación. Insistían en que debían afeitarme allí abajo hasta que, ya fastidiado, les mostré que no había nada para afeitar.
Yo esperaba que mamá me viniese a ver, pero fue el fiscal quien llegó primero. Con frialdad, me preguntó si me sentía bien.
-Ahora estoy con ganas de vomitar.
Se sentó a mi lado, molesto.
-No es nada personal, jovencito. Simplemente, es que a mí…
-Simplemente es que a usted le repugna que alguien como yo sea amigo de su hijo. Bien, a mí me repugna que alguien como usted, un señor casado y con cuatro hijos, se acueste con mi mamá.
-Dejemos los golpes bajos para otro momento. Vayamos a los hechos. El holandés asegura que lo que estaban haciendo era consensuado. ¿Fue así?
-Al principio, sí. Pero después para nada. Se enloqueció.
-La niña que avisó a la seguridad del hotel declaró que le pediste ayuda.
-¡Esa chica es un ángel! Yo estaba desnudo, atado y amordazado. Ruud no dejaba de decirle que todo era un juego entre padre e hijo, pero ella no se lo creyó.
-Bien, eso elimina que haya sido consentido. Además, el médico dice que la agresión pudo haberte matado. Para acusarlo ya tenemos violación de un menor, lesiones… podríamos alegar intento de homicidio, también. Son acusaciones pesadas pero no va a ser fácil: es un hombre inmensamente rico, relacionado al más alto nivel. El embajador está muy interesado en que todo este asunto se trate con la máxima discreción.
El fiscal hizo una pausa y me lanzó una mirada irónica.
-¿Y ahora qué le pasa, señor?
-Me estoy preguntando cómo fue que ustedes dos se conocieron…
-Ya sabe… ese video porno que circula en las redes… Mis fotos en las revistas… No soy un desconocido. Me habrá buscado.
Pero no se lo creyó.
-Voy a necesitar que me des tu celular.
-Lástima. No se lo voy a dar. No hay nada interesante allí.
-A mí me parece que sí.
-Usted quiere ver qué clase de mensajes nos enviamos con su hijo. ¿Es por eso? ¿Quiere ver si nos mandamos fotos o videos calientes?
Enrojeció de ira, pero logró conservar la calma: -Tengo una teoría, amiguito, a ver qué te parece. Vos no conociste al holandés de casualidad. Alguien los presentó. ¿Sabés lo que es un proxeneta?
-¿Alguien que toca en una orquesta?
-¡No te hagas el idiota! Proxeneta es un tipo que gana dinero obligando a otras personas a prostituirse. La mayoría se dedica a las mujeres, pero también están los que corrompen niños.
-No conozco a ninguno. Mi mamá trabaja de manera independiente, como usted sabe muy bien.
Dio un salto y rugió: -¡Iré a un juez y pediré una orden para tu celular!
-Suerte con eso.
-¿Nunca pensaste en ser abogado?- me preguntó, inesperadamente.
-No, señor.
-Serías bueno. Sos un grano en el culo.
-Lo mismo digo, señor.
El fiscal salió dando un portazo. Le envié un mensaje a mi socio.
De la cirugía y de las curaciones que me hicieron después, prefiero no contarles nada. Esos días mamá estuvo un poco más cariñosa y un poco más sobria que de costumbre.
-El desgraciado sigue detenido- me dijo- pero cuando lo vea…
Mientras ella hablaba y hablaba, una idea se empezó a formar en mi mente: Jansen… Ruud Jansen.
-¿Qué dijiste, hijo? ¿Te sentís bien?
-El hombre que me lastimó es un holandés que se llama Ruud Jansen. ¿No te suena ese nombre?
Se quedó pensando: -No, para nada. ¿Es famoso?
-Es que físicamente somos parecidos.
-¡Como sos parecido a miles de holandeses!
-Pero es que somos muy parecidos. ¿Y si el tipo fuera mi padre?
Ella soltó la carcajada: -¡No puede ser!
-¿Nos sacamos la duda?
-¿Cómo? ¿Le pregunto: “vos, degenerado hijo de puta, por casualidad fuiste uno de los que me cogió hace catorce años”?
-Es más sencillo, mamá. Pedile a tu amigo el fiscal que le hagan un ADN de paternidad. Si no es mi papá, seguimos adelante con el juicio por violación y lesiones… pero si además soy su hijo, tendrá que compensarte por años y años de abandono. ¡Eso es mucho dinero y él está forrado!
Me miró divertida: -No sabía que tenía un hijo tan retorcido. Se nota que sos un hijo de puta.
-¿Se lo vas a pedir al fiscal? Es importante, ma.
-Sí, se lo voy a pedir entre polvo y polvo, pero te lo advierto: si me lo dejan al tipo cinco minutos, yo le arranco las pelotas. Y si además resulta que es tu padre, se las haré tragar. Tengo que salir de acá: necesito fumarme un porro.
-¡Estás llena de proyectos, mamá!
Antes de darme el alta, el médico me dijo que todo había cicatrizado perfectamente, que seguía limpio de ETS pero que le parecía muy urgente que yo hablase con una psicóloga del hospital, especialista en adolescencia. Me pasó su contacto. Dije gracias, pero no pensaba llamarla.
Tuve tres visitas esos días. Santiago vino a verme. Fue gentil pero un poco distante. La visita fue breve, y al salir me dio un largo abrazo como si se estuviera despidiendo de mí.
Marcos, mi socio, también vino. Quiso saber qué había pasado con el holandés. Le conté todo, con detalles y se horrorizó.
-Lo siento mucho, nene. Eso tiene que haber sido una pesadilla.
-Lo fue. Ahora necesito que me consigas toda la información que puedas. Es muy importante para el juicio.
Le pedí que averiguase si Jansen ya se movía en el submundo de la prostitución porteña catorce años atrás. Fui específico con los meses: enero y febrero…
-Supongo que puedo averiguarte eso.
-Hay más, socio. Agarrate de la silla. Cuando el fiscal interrogue al holandés y le pregunte cómo me conoció, se sabrá lo de nuestra empresa.
Se puso pálido: -¡La puta que lo parió! ¡Estamos jodidos!
-Pero si me conseguís esa información, tal vez yo pueda negociar y zafemos. Soy amigo del hijo del fiscal. Pero necesito que te muevas.
Prometió hacerlo. Me dejó un grueso fajo de billetes. Quería compensarme el mal rato y de paso, asegurarse mi lealtad. Se lo agradecí. Podría pagar varios meses de renta si lo mantenía lejos del alcance de mamá y sus adicciones.
La tercera visita fue inesperada. La directora le había pedido a Miguel, uno de mis compañeros, que me ayudara a ponerme al día. El chico me llamó, preguntándome si podía venir a casa y, sin pensar, le dije que sí.
Con Miguel nos llevábamos bien, aunque no éramos cercanos. Era un chico tímido, el más bajito de la clase. Con su flequillo castaño cayéndole sobre los ojos, parecía un nene de primaria. Prolijo y estudioso, era callado y observador. Buen alumno pero con pocos amigos.
Como ya les conté, el departamento donde entonces vivíamos era en realidad el prostíbulo privado de mi mamá, con su cama gigantesca y el espejo redondo en el cielorraso. Mi habitación era mínima. El único lugar para sentarse a estudiar era la cocina, pero tenía el problema de ser un lugar muy ruidoso.
Mamá había salido a trabajar (todos los viernes tenía reservada una habitación en un hotel y allí se la pasaba con clientes hasta el sábado al mediodía) así que con Miguel nos acomodamos en la cama con nuestras carpetas y libros.
-¿No hay un olor raro? -preguntó al llegar, arrugando la nariz.
Le dije que no se preocupara.
En el colegio los profesores no habían avanzado mucho porque estuvieron varios días de huelga, así que, con la ayuda de mi compañero, me puse al día. Estudiamos el antiguo Egipto, los faraones, las momias, las pirámides…
Cuando por fin terminamos, habíamos pasado más de una hora con nuestras caras casi pegadas.
-Buen trabajo, Mike. ¿Querés que pida una pizza?
-¿Hacemos un pijama party?
Me reí: – Bueno, somos solo nosotros dos… pero no hay problema si querés quedarte a dormir.
-¡Le voy a avisar a mamá!- dijo entusiasmado.
Tuvo que negociar con ella, pero al final le dio permiso. Se puso tan contento que dio un salto mortal y cayó de espaldas sobre la cama. Llamé para pedir las pizzas y las bebidas.
-¡Pedí cervezas! ¡Dale, pedí cervezas!- me incitaba Miguel, sacudiéndome el brazo.
-¿Estás loco?- dije riendo. Hice el pedido, por supuesto sin cervezas. Notaba a mi compañero extrañamente alocado.
Se tranquilizó un poco durante la comida, pero al rato ya estaba inquieto como una ardilla.
-¿Jugamos a las luchas?
-Acabamos de comer, Mike. Te va a hacer mal.
Se me arrojó encima. Estuvimos forcejeando un rato hasta que lo puse de espaldas en la cama, sosteniéndolo por las muñecas. Se resistió, entre risas nerviosas, hasta que al final lo inmovilicé. Quedamos cara a cara y nuestras respiraciones se mezclaron.
– ¡Wow!- dijo- ¡Hay un espejo en el techo!
Acercó su carita a la mía, como si fuera a besarme… pero eructó como un cerdo.
-¡Sos un asqueroso!- dije, soltándolo. Él abandonó la cama, riéndose de mí, y como un monito frenético se puso a husmear debajo de ella. Sacó unas cajas de allí. Parecían inocentes juegos de mesa. Pero yo sabía de qué se trataba eso: era material erótico de mamá.
Me alarmé: -¡Dejá todo eso donde estaba! ¡No seas desubicado! Además son juegos aburridísimos.
Los volví a guardar pero él ya había manoteado unos dados del tamaño de una naranja.
–”Los dados del placer”. ¡Suena tremendo!
Eran dos, uno blanco y otro rojo. También había una hoja plastificada con instrucciones, que leyó con interés.
-¡No vamos a jugar a eso!- protesté.
“Los jugadores deben empezar el juego en ropa interior” – leyó y pegó un alarido- ¡Buenísimo!
-Estás demente, Miguelito.
–“Deben tener a mano preservativos y gel lubricante”. Esto no lo entiendo. ¿Vos sabés?
Dije que sí.
-¿Lubricante no lo que le ponen a los motores?
-Mike, juguemos a otra cosa.
Pero él ya se estaba quitando la ropa, muerto de risa. Su cuerpo infantil me provocó más ternura que excitación. Aunque teníamos la misma edad, él medía diez centímetros menos y parecía un nene de diez años.
-¿Qué me mirás, boludo? ¡Sacate la ropa! ¡Dale!
Me sorprendió el insulto. ¿Qué le pasaba a Miguel, ese chico siempre tan tranquilo?
Entonces comprendí. La habitación de mamá apestaba a marihuana. Para mí ya era lo normal, pero no para él. El nene estaba drogado.
-Mejor dejamos acá, amigo.
Se me tiró encima, eufórico, y quiso desvestirme. Le dije que se quedara tranquilo o me iba a romper la ropa. Me quité todo menos el slip.
-El blanco es el dado Soft –anunció Mike, y con ansiedad, lo hizo rodar sobre la colcha. La cara expuesta del dado decía: “Hacer una pregunta hot al otro participante”. Me miró con picardía: -¿Viste porno alguna vez?
Me reí de su inocencia: “Obviamente”.
Mi turno: “Hacerle un masaje a tu compañero”
-¿Y eso?
-Ahora vas a ver. Acostate boca abajo y quédate quieto.
-¿Me vas a hacer cosquillas?
-No.
-¿Me vas a rascar la espalda?
-¡Callate de una vez, enano!
Busqué en la mesa de luz de mamá un poco de aceite. y empecé a masajearle la espalda. Las sesiones con el Chino me habían enseñado cómo hacerlo bien.
-¡Qué lindooo…!- suspiró Miguel, mientras mis dedos presionaban su cuello y sus omóplatos. Amasar esa piel suave, sedosa, me excitó. Traté de disimular la erección.
Después de unos minutos, dijo que ya estaba bien y que le tocaba tirar el dado. Le salió la misma cara que antes y la única pregunta hot que se le ocurrió fue si yo había besado a una chica. Le dije la verdad: que todavía no.
-¡Probemos con el otro!
-Pero si todavía no salieron todas las caras, Mike – dije para frenarlo. Yo ya sabía que el dado rojo (El Hard) nos metería en problemas.
-¡Empiezo yo!- dijo, haciendo trampa. Probó suerte. La cara del dado exigía dejar desnudo al otro participante. Eso le hizo mucha gracia. Con torpeza me sacó el slip. Se quedó mirando mis genitales.
-¿Qué?- le pregunté.
-¡Tampoco tenés pelitos!
-Me toca a mí- dije y me salió: “Hacerle sexo oral al otro participante”.
-¿Qué es eso?- preguntó- ¿Me tenés que tomar oral? ¿Sobre las pirámides?
-No, te tengo que chupar la pija.
-¿En serio?
-¿El bóxer te lo sacás vos o te lo tengo que sacar yo?
Se desnudó y preguntó, inquieto: -¿Me vas a hacer eso de verdad?
-Son las reglas. Tranquilo, no te va a doler nada.
Lo acomodé entre las almohadas para que estuviera cómodo. Fui besando y lamiendo, desde su ombligo hasta la base de su pequeño pene. Empecé a chupárselo. Al principio, podía envolverlo completamente con mi lengua. Poco a poco, el niño se fue excitando.
Pacientemente lamí su cuerito hasta que el glande quedó expuesto con la erección. Seguí pasando mi lengua por sus testículos, mientras mis manos se deslizaban, arriba y abajo, por sus caderas.
Él apoyaba sus manos en mis hombros y jadeaba de gozo. En un momento, sentí que presionaba más fuerte. Volví a ocuparme de su pene y dejó escapar un gemido.
Seguí dándole más y más placer hasta que ya no pudo más y llegó al orgasmo. El chorrito de semen se acumuló en su pubis. Lo lamí, hasta dejar su piel completamente limpia.
Me coloqué junto a él, que había cerrado los ojos. Le acaricié el flequillo mientras le decía: -Bien hecho, Miguelito. Ganaste el juego.
-¡Fue increíble eso…!- suspiró.
Lo abracé. Nos vimos reflejados en el espejo del techo: juntos y desnudos.
Era una imagen tierna, pero yo quería sacarlo de esa habitación que apestaba a porro. Al menos en mi cuarto había una ventana y con el aire fresco podría recuperarse.
Antes de que pudiera moverlo, Miguel alcanzó a tomar el Hard. Lo impulsó demasiado fuerte: el dado rojo recorrió toda la colcha y cayó por el borde de la cama.
Los dos nos asomamos a ver qué había salido.
-¡No puede ser…!- me lamenté.
Él sonrió, como sonríen los duendes perversos.
(Continuará)
Me tienes fascinado con tus relatos…
¡Muchas gracias, Adria!