Placeres De Carretera
German se detiene a descansar de su largo itinerario, pero el placer tocara a su puerta… literalmente.
German se frotó los ojos llenos de sueño y miró el reloj con los ojos entrecerrados. Era poco más de medianoche. Las luces de neón de la gasolinera bañaban su cabina con un resplandor rojizo, proyectando sombras que bailaban en los cristales con cada coche que pasaba. Llevaba horas en la carretera y el zumbido del motor lo arrullaba hasta dejarlo sumido en un sueño agitado. Aquella estación era perfecta para descansar un poco antes de la recta final de su viaje. Aparcó el camión entre otros dos camiones de dieciocho ruedas, una fortaleza metálica de soledad.
Al salir, el aire frío de la noche lo despertó de golpe. La gasolinera era un lugar solitario, un lugar donde los perdidos solían encontrar refugio a altas horas de la madrugada. Las luces de neón zumbaban en lo alto y su parpadeo se hacía eco del ritmo de su corazón. Compró un paquete de cigarrillos y un vaso de café, tratando de ignorar la persistente sensación de somnolencia que crecía con cada minuto que permanecía allí. El empleado apenas levantó la vista de su revista, demasiado absorto en su propio mundo como para preocuparse por los cansados viajeros que pasaban por allí.
De regreso a su camión, German entreabrió la ventanilla y dejó entrar un soplo de aire frío. Encendió un cigarrillo, la llama iluminó brevemente su rostro curtido y de barba de tres días, surcado por líneas de agotamiento y un dejo de estrés. El humo se enroscó a su alrededor y se confundió con las sombras. La quietud del exterior se veía interrumpida por el paso ocasional de algún camión, cuyos motores eran una serenata distante para la noche.
Una vez que el cigarrillo se redujo a una colilla humeante, German lo arrojó por la ventana y se acomodó en su pequeño colchón detrás del asiento. Las sábanas estaban rancias por el olor a sudor y a humo de diésel, pero el calor fue un abrazo bienvenido. Se quedó allí tendido, con los pensamientos a mil por hora, concentrado en la tarea que tenía por delante. La radio tocaba una melodía tenue, una suave melodía de fondo para apaciguar su mente.
Un golpe débil y repentino en la puerta lo despertó de golpe, mientras trataba de escuchar con atención, pero no sucedió nada. Tal vez era solo el viento que jugaba una mala pasada a su mente cansada. Pero luego volvió a sonar, un poco más insistente esta vez. Se quitó las sábanas y sus pies golpearon el frío piso de metal con un ruido sordo. El golpe se hizo más fuerte, más persistente, y definitivamente no era el viento ni los camiones que pasaban. Buscó su linterna, cuyo haz atravesó la oscuridad mientras se acercaba a la puerta.
Al mirar por la pequeña ventana, vio una figura menuda, un niño de no más de ocho años, de pie afuera con una expresión calmada. El niño se veía pálido, casi etéreo bajo la luz de neón, con los ojos muy abiertos y brillantes. German abrió la puerta y dejó entrar el aire frío. «Hola, pequeñajo, ¿no es un poco tarde para estar merodeando por aquí?» Su voz era ronca, pero había un dejo de amabilidad en ella.
El niño, que llevaba unos pantalones cortos diminutos y una sudadera con capucha que le quedaba grande, dio un paso atrás, sin que sus ojos reflejaran miedo alguno. «Me llamo Pedrito, señor», dijo, con su voz cargada de dulzura e inocencia a pesar de la hora. «¿Tiene algún espacio libre en su camión donde pueda dormir?» La forma en que lo preguntó hizo que German se mostrara un poco escéptico sobre un niño que deambulaba a esa hora en medio de la nada.
“¿Por qué estás aquí solo, Pedrito?” preguntó, con la mano todavía en la manija. El chico lo miró, con los ojos brillantes que parecían muy vivaces para su edad. “Siempre estoy aquí, buscando un buen camionero amable que tenga algo de espacio extra y tal vez quiera divertirse un poco,” respondió el niño, su voz adoptando un tono dulce que erizó la piel a German. Estaba claro que no era un niño cualquiera y su oferta era todo menos inocente.
German dudó un momento, la lógica le gritaba que cerrara la puerta y se marchara de ahí. Pero había algo en ese chico lindo y pálido que le hacía sentir una extraña mezcla de curiosidad. «¿Qué tipo de diversión?» preguntó, en voz baja y mesurada. El niño se inclinó más cerca, su aliento cálido contra el aire frío. «De la que te ayuda a relajarte después de un largo día en la carretera, señor,» dijo sin dudar, bajando la mirada hacia la entrepierna de German. El significado era inconfundible y provocó una sensación de vértigo en el camionero que no había sentido en un tiempo.
Sin embargo, el camionero cuarentón no respondió a su obvia oferta y trató de averiguar un poco más de aquel niño solitario que tocaba a su puerta. «¿No crees que tus padres podrían estar buscándote?» preguntó, su voz delatando su creciente curiosidad. Pedrito se encogió de hombros. «No señor, no tengo padres. Vivo aquí en la gasolinera desde que era pequeño. La gente que trabaja aquí me cuida y me dan de comer.” Sus palabras hicieron que las fantasías del hombre mayor fueran aún más vívidas, pintando un escenario de depravación en el cuál ese espíritu salvaje e indómito de un niño nada inocente esperaba satisfacer a algún pervertido desconocido y esa noche, German era ese potencial depravado.
“Oh… qué lástima, chavalín. ¿Así que dices que compartirías un pequeño colchón con un completo desconocido como yo?” insinuó German con voz juguetona y ronca, su mente llena de pensamientos sobre el placer prohibido que el niño podía ofrecer.
“No me importa hacerlo, señor… Me vendría bien un cálido abrazo de sus fuertes brazos a mi alrededor,” respondió Pedrito, su voz un susurro seductor que parecía resonar en lo más profundo del ser de Germán. El camionero sintió el fuego de la lujuria encenderse en su pecho y en su entrepierna, su polla palpitó al pensar en el pequeño cuerpo del ese nene presionado contra él y para un hombre de su profesión, acostumbrado a estar solo en la carretera, la idea era demasiado tentadora para dejarla pasar. Ese pequeño en busca de semental ya tenía macho con el cual follar.
“Está bien Pedrito, creo que merezco una buena compañía… ya sabes lo solos que estamos los camioneros como yo, me llamo Germán,” dijo él con una sonrisa burlona, con la mirada fija en la figura del niño. Se hizo a un lado e invitó a Pedrito a entrar en la cabina con un movimiento del brazo. El niño pasó junto a él, con movimientos rápidos y silenciosos como un fantasma en la noche y cerró la puerta detrás de él, dejando fuera el frío.
El espacio era reducido, el aire estaba cargado con el olor a gasolina y el almizcle de la guarida de un hombre. Pedrito miró a su alrededor, sus ojos acostumbrándose a la luz tenue. Vio el pequeño colchón detrás de los asientos, un revoltijo de mantas y almohadas. El corazón del niño latía aceleradamente de emoción, sus pequeñas manos jugueteaban con los cordones de su sudadera con capucha.
“Déjame ayudarte… estaremos cómodos en un segundo,” dijo Germán, con la voz cargada de deseo mientras se movía para acomodar la cama. Pedrito asintió con entusiasmo, sin apartar la mirada de la ancha espalda del camionero mientras trabajaba. Cuando la cama estuvo tendida, el niño se quitó las chanclas, dejando al descubierto sus pequeños y fríos pies. Se subió al colchón, cuyos resortes protestaron bajo su ligero peso.
Germán se tumbó en el colchón, el niño se quitó la sudadera y se le unió, presionando su sedosa piel contra el cuerpo del camionero, que todavía llevaba puesta su camiseta y sus pantalones. El tacto del niño era frío y ajeno a su piel cálida y áspera. «Eres tan grande y fuerte, papi,” murmuró Pedrito, acurrucándose más cerca, sus manos explorando tentativamente los contornos de sus brazos peludos. Germán sintió un escalofrío de excitación, su polla crecía con rapidez bajo el pantalón y contra el trasero de Pedrito.
“Déjame bajarte ese short,” dijo Germán, con la voz ronca por la excitación mientras alcanzaba la cintura del niño. El corazón de Pedrito se agitó al sentir las manos cálidas y callosas del hombre sobre su piel, su cuerpo respondiendo de manera natural. La tela de los pantalones cortos se deslizó hacia abajo, revelando sus pequeñas y redondas nalgas. Los ojos de Germán se abrieron ante la vista, su lujuria solo aumentó.
“Puedo sentir tu gran palanca, papi,” dijo Pedrito riendo, moviendo su trasero contra el bulto en los pantalones de Germán. El camionero se quedó sin aliento al sentir el calor de la piel del niño contra la suya. Podía sentir su polla latir de necesidad, tensándose contra la tela que los separaba. “Está bien dura, hazme tu niña,” susurró el chico, su voz rezumaba inocencia y picardía.
Gotas de sudor se formaron en su frente y cuello, antes de que Germán apartara los brazos de su cuerpo se quitase la camisa, dejando al descubierto su corpulento pecho velloso y sus brazos musculosos. Respiró profundamente, agitando el pecho mientras trataba de calmar su corazón acelerado. Se giró para mirar a Pedrito, cuyos ojos estaban fijos en sus abdominales. La curiosidad del chico aumentó y extendió su pequeña y fría mano para trazar las líneas de los abdominales de Germán. El camionero sintió el toque como una suave corriente eléctrica, su agitado corazón bombeando sin parar toda la sangre posible hasta su ingle.
Pedrito hundió la nariz y lo olió profundamente. «Hueles a macho,» le dijo con una sonrisa que parecía demasiado cómplice para su edad. Germán sonrió con orgullo y dejó que el niño jugara con sus pezones, que ahora estaban duros como piedras. La sensación era extraña pero curiosamente placentera, si fuese por él ya le estaría rompiendo el culo sin miramientos.
Levantó su barbilla y acercó su rostro al suyo, y comenzó a besarlo con fuerza y pasión. Pedrito abrió la boca y dejó que la lengua de Germán se encontrara con la suya, el sabor del tabaco y el café se mezclaron con la dulzura de su boca. El chico gimió, su cuerpo se derritió en el abrazo del hombre mientras sentía la aspereza de su barba incipiente contra sus suaves mejillas.
Ese chico sí que sabía cómo dejarse besar por un hombre de su tipo, pensó el camionero. Germán devoró sus labios y lengua mientras el morreo profundizaba en intensidad y vicio. Cuando finalmente se separaron, Pedrito jadeó en busca de aire mientras el camionero pervertido le lamía la barbilla y el cuello, explorando cada centímetro del cuerpo de aquel niño puto.
“Maldita sea… eres una putita muy caliente,” murmuró Germán, con los ojos oscurecidos por el deseo. Podía sentir su polla tirando contra la tela de sus pantalones, exigiendo ser liberada. Deslizó su mano hasta la cintura del niño, su pene suave y duro en su punto máximo, alrededor de 6 cm, no mucho para un niño de esa edad, pero su culo hablaba por él, hecho para complacer a hombres depravados como Germán.
“Saca mi polla, pequeña zorra. Muéstrame lo bueno que eres para chupar pollas,” le ordenó Germán con voz cargada de lujuria. Los ojos de Pedrito brillaron de excitación mientras alcanzaba la hebilla del cinturón del camionero y la desabrochaba con destreza con sus pequeños dedos. Bajó la cremallera y la prenda, dejó al descubierto el miembro grueso y carnoso que había estado oculto debajo de la tela vaquera. Era enorme, de al menos 25 centímetros, y estaba erecta, palpitando y rezumando presemen.
“Se ve grande y sabrosa, papi, como a mí me gustan,” dijo Pedrito, lamiéndose los labios con anticipación. Agarró la enorme polla con sus dos pequeñas manos y comenzó a acariciarla, su agarre fuerte y seguro, su paja rápida y ansiosa. Germán gimió, la sensación del toque frío del chico casi lo hizo perder el control. Tuvo que contenerse, no quería terminar demasiado rápido.
“Usa tu linda boquita, no hagas trampas,” gruñó Germán, empujando la cabeza de Pedrito hacia su entrepierna. El niño lo miró con una mezcla de entusiasmo y cerdería impropias de un niño de su edad, con los ojos muy abiertos por la anticipación. Se inclinó, abrió los labios y tomó la cabeza de la polla del camionero en su boca. Sus dientes rozaron la piel sensible, haciendo que Germán se retorciera de placer. “Oh, joder, así se hace, putita,” lo animó, enredando su mano en el cabello del chico.
Las mejillas de Pedrito se ahuecaban mientras chupaba, su lengua giraba alrededor de la punta, saboreando el pre-semen salado que salía. Su boca era una experimentada máquina de chupar pollas, trabajando con una habilidad sorprendente para su edad. Germán observó con una mezcla de asombro y depravación cómo el niño sorbía cada vez más, su polla desaparecía en la garganta del chico hasta que solo quedó visible la base. Las caderas del camionero comenzaron a moverse, su cuerpo instintivamente buscaba llevarle al límite.
“Atragántate, putita. Déjala bien babosa,” gimió Germán, apretando con fuerza el pelo de Pedrito. El niño obedeció, sus mejillas se hincharon mientras tomaba toda la longitud, su garganta trabajando para acomodar al intruso. Los sonidos de sorbos y arcadas llenaron la cabina, amortiguados por el grosor de la polla en su boca. “Esto es exactamente lo que necesitaba… una putita hambrienta de polla,” murmuró el camionero, mientras su otra mano se extendía hacia abajo para acariciar el suave y firme trasero del chico.
Los ojos de Pedrito se llenaron de lágrimas, pero no se detuvo, con la nariz apoyada contra los ásperos pelos del pubis de Germán mientras le hacía una garganta profunda. Su garganta estaba llena, una funda perfecta para el grueso miembro que lo llenaba por completo. El camionero sintió que se le tensaban los testículos, pero logró mantener la compostura, sacando lo suficiente para permitir que el chico respirara antes de volver a ahogarse con su rabo.
“Esa sí que es una buena mamada, perra. Trágatela toda,” dijo Germán, con una voz que era una mezcla de asombro y lujuria. Los ojos de Pedrito lagrimeaban mientras tomaba toda la longitud de la polla de Germán, y su garganta se contrajo alrededor de su glande. Nunca se había sentido tan lleno, tan utilizado, usado a voluntad por un macho cachondo. El sabor del líquido preseminal del hombre era adictivo y ansiaba más. Movió la cabeza más rápido, su boca era un refugio húmedo y acogedor para la gruesa polla que invadía su boca.
El chico la sacó mientras tosía y farfullaba, recuperando el aliento. «No pares,» indicó Germán, con la voz llena de lujuria. «Estás haciendo un gran trabajo, mi pequeño chupapollas.” Se acercó, secó las lágrimas y la saliva de la cara de Pedrito con el pulgar antes de volver a introducirlo en la ansiosa boca del niño. El chico chupó su dedo pulgar con fruición, sus movimientos ahora más urgentes, más hambrientos.
“¡Oh, mierda! Eres muy bueno en esto,” comentó Germán, con la mano todavía entrelazada en el pelo de Pedrito mientras bombeaba su polla dentro y fuera de la boca del chico. Los ojos del niño volvieron a humedecerse y sus mejillas se sonrojaron por el esfuerzo, pero su expresión era de pura felicidad. Cuando terminó, lamió un hilo de saliva de los labios y se rió, con la cara un poco desaliñada.
“Ven aquí, pon ese lindo culo tuyo en mi cara, voy a lamer tu agujero,” dijo Germán, sus ojos brillando en la penumbra. El corazón de Pedrito se aceleró mientras se sentaba a horcajadas sobre el camionero, su pequeño culo redondo sobre la cabeza del hombre. Sintió el aliento caliente de Germán en su entrepierna, y luego el toque húmedo y resbaladizo de su lengua. La barba del camionero le hizo cosquillas en la piel mientras lamía su entrada apretada, enviando oleadas de placer a través de él.
“Ahhh… qué bien se siente, papi,” gimió Pedrito, moviendo sus caderas en una danza lenta y sinuosa mientras sentía la aspereza de la lengua de Germán contra su sensible agujero. La barba del camionero le raspó la piel, provocando escalofríos en su cuerpo. Nunca había sentido algo así antes, pero de alguna manera era todo lo que ansiaba.
El camionero lamió y punteó su limpio agujero rosado con la lengua, lubricando el orificio amatorio previo al metesaca. El cuerpo de Pedrito tembló sobre él, la respiración del niño se convirtió en jadeos cortos y excitados. «Relájate, bebé,” murmuró, su voz amortiguada contra la piel del niño. «Deja que papi te haga sentir bien». Su lengua se hundió más profundamente, empujando dentro de la estrecha abertura, saboreando su recoveco más íntimo.
Pedrito lo acarició suavemente con ambas manos, mientras él jadeaba y se estremecía por el vicioso beso negro que le estaba dando German. Sus ojos se pusieron en blanco y su boca se abrió, dejando escapar un gemido de placer. Nunca antes había sentido algo tan intenso, tan íntimo. La lengua del hombre era como una serpiente caliente, marcándolo como suyo.
Germán apretó sus nalgas pálidas y burbujeantes, empujando su lengua más profundamente en el culo de Pedrito. Los chillidos y retorcimientos del chico eran música para sus oídos. Sabía que tenía que ser gentil, pero sus ganas de penetrar y abrir ese culito a pollazos se estaban volviendo insoportables. El sabor de su retaguardia era demasiado para soportar mucho más sin bombearlo. «Estás tan apretado, pequeñín. Apuesto a que vas a ver estrellas,» murmuró contra su piel.
Una vez que su agujero estuvo lo suficientemente lubricado, metió un dedo, moviéndolo y sintiendo la estrechez que lo hacía aún más ansioso por reclamar ese culo. El cuerpo de Pedrito se sacudió ante la intrusión, sus ojos se cerraron con fuerza. «Gime para mí, pequeña zorra», murmuró Germán con dulzura, «relájate y deja que papi te haga sentir bien». El chico asintió, su respiración se entrecortó mientras el dedo entraba y salía, estirándolo suavemente.
Se inclinó hacia delante y ayudó al camionero a quitarse los pantalones, su pene se balanceó libremente, grueso y venoso, evidencia de su excitación. Pedrito no pudo evitar mirarlo, con los ojos muy abiertos con una mezcla de emoción y picardía. «Tienes grandes huevos, papi,” dijo el niño, su voz llena de asombro mientras se inclinaba para sujetarlas, sintiendo su peso en su pequeña mano.
“Y llenos de leche para tu culito,” se rió Germán, con voz profunda y ronca al sentir los dedos fríos de Pedrito en sus testículos. La curiosidad del chico era un afrodisíaco excitante que lo empujaba al borde de la locura. Sacó el dedo del culo de Pedrito y agarró su propia polla, acariciándola lentamente mientras observaba la reacción del niño. “¿Quieres sentirla dentro de ti?”
“Sí, papi. Fóllame fuerte con tu gran palanca,” suplicó Pedrito, con la voz temblorosa por el deseo. Se puso de pie y dejó que el camionero se levantara mientras lo colocaba a cuatro patas, con el culo al aire, presentándolo como un trofeo. Su polla era enorme y gruesa en contraste con el trasero del chico. La expectación era palpable, el aire en la cabina estaba cargado con el aroma del sexo y la necesidad de saciar sus bajos instintos.
“Te voy a dar un buen meneo,” prometió German, su voz un gruñido de deseo. Pedrito obedeció, con el corazón acelerado mientras se colocaba sobre el colchón, con la cara presionada contra la almohada. La tela áspera de la funda de la almohada amortiguó sus jadeos mientras el camionero alineaba su polla con el estrecho agujero del chico. Podía sentir el calor del toque del hombre en su trasero, la anticipación creciendo hasta llegar a más gemidos pidiendo ser empotrado.
“Métemelo, papi,” gimió Pedrito contra la almohada, mientras su trasero se movía un poco de un lado a otro. La polla de Germán estaba resbaladiza por la saliva, escupió en sus manos y frotó contra su cálida entrada y abrió bien las nalgas. El cuerpo del niño se tensó al sentir la gruesa cabeza de la polla presionando contra su estrechez.
“Listo, putito?” La voz de Germán sonaba ronca por el deseo, con la mano sobre su polla, preparada para entrar en el estrecho culito de Pedrito. El niño asintió, respirando entrecortadamente y rápidamente, y su cuerpo temblando de lujuria. Con un movimiento rápido, el camionero empujó la cabeza de su polla dentro del agujero de Pedrito, y la estrechez lo hizo gemir. El cuerpo del niño se tensó, sus ojos se cerraron con fuerza mientras sentía el dolor ardiente de ser estirado y abierto por la tranca del adulto. “Joder… eres una puta apretada,” dijo Germán, con la voz tensa mientras empujaba centímetro a centímetro dentro del cuerpo del niño.
“Aaahhh… mierda… es tan grande!” gimió Pedrito, con el cuerpo tenso a medida que el dolor crecía. Pero ni un quejido brotó de sus labios. En cambio, empujó hacia atrás, dándole la bienvenida al grueso intruso. Germán observó cómo su polla desaparecía en el culo del chico, los pálidos cachetes de sus nalgas se apretaban alrededor de su cipote. Fue una visión que hizo que su sangre hirviera de deseo.
“Maldita sea, ya está toda dentro,” gruñó Germán, con la polla completamente encajada en el culo apretado de Pedrito. El esfínter del chico se apretó a su alrededor, sujetándolo con una fuerza que le hizo querer eyacular en ese mismo momento. Pero sabía que tenía que contenerse. Tenía que hacer que ese niño gritara como una buena zorra.
Pedrito empezó a moverse, balanceando sus caderas hacia adelante y hacia atrás a un ritmo constante que se hacía más rápido y más fuerte con cada momento que pasaba. Los gemidos de Pedrito se convirtieron en jadeos, su cuerpo se movía sin parar, empalándose en su polla. El colchón crujió en protesta debajo de ellos, el sonido resonó por la cabina como el canto de una sirena.
“¡Fóllame, papi, fóllame fuerte! ¡Hazme tu putita sucia!” La voz de Pedrito estaba amortiguada por la almohada, pero la necesidad en su tono era inconfundible. Eso animó a German, que sujetándolo de la cintura comenzó a embestir con fuerza, su polla se hundió más profundamente en el estrecho agujero del niño. Podía sentir el culo del chico apretándose a su alrededor, ordeñándolo con todas sus fuerzas.
Su pelvis golpeó con fuerza contra su trasero, y cada impacto le provocó una sacudida de placer en todo el cuerpo. Los gemidos de Pedrito se hicieron más fuertes, mezclándose con los gruñidos de esfuerzo de German. El cuerpo del chico era un delgado muñeco que se sacudía sin parar con cada estocada, su culo recibiendo la polla del camionero como una puta profesional. German pellizcó y nalgueó sus cachetes, el sonido reverberó en el espacio reducido, sumándose a la sinfonía de su pasión depravada.
“Oh si… te voy a dejar el culo rotó y lleno de lefa,” gruñó Germán, con los ojos clavados en el dilatado agujero de Pedrito mientras entraba y salía de él. Los gemidos del niño se hicieron más fuertes, sus caderas se movían hacia atrás para recibir cada embestida. El dolor se había transformado irremediablemente en placer, y ansiaba más de la polla del hombre. Como era de esperar, los camioneros vecinos escucharon fácilmente los gemidos femeninos de ese niño que conocían tan bien siendo follado duro y profundo y algunos se bajaron los pantalones para masturbarse y liberar una carga espesa en su honor.
El cuerpo de Pedrito estaba cubierto de una capa de sudor, su pequeño cuerpo temblaba con cada embate. «Sí, papi, más duro! Hazme tu puta», suplicó, con la voz ronca por la lujuria. Germán estaba en el cielo, sintiéndose como un rey con su pequeño juguete debajo de él. Enterró profundamente su pene hasta las bolas y, apoyándolo sobre sus piernas, llevó al pequeño niño liviano a su regazo, sujetándolo en una posición en la que su pene estaba profundamente dentro del culo del chico, mientras las piernas del niño rodeaban su cintura.
El camionero se reclinó, descansando contra la pared de la cabina, con los brazos alrededor de la diminuta cintura de Pedrito. «Ahora, me vas a cabalgar, putita,” murmuró, con los ojos brillando de satisfacción. El chico asintió con entusiasmo, con las mejillas sonrojadas de excitación. Comenzó a rebotar arriba y abajo, su pequeño cuerpo derrumbándose con todo su peso sobre esa dura palanca de carne. La sensación era indescriptible, su trasero se estiraba alrededor de la gruesa polla que lo llenaba por completo.
La cabeza de la polla de German golpeaba su próstata con cada rebote, enviando oleadas de placer a través de su cuerpo. El penecito de Pedrito estaba duro como una roca, balanceándose suavemente en su entrepierna mientras cabalgaba la polla del hombre. German podía sentir su orgasmo creciendo y aumentando, unas ganas de eyacular cada vez más grandes. «Joder, eres tan bueno, sigue así, ordéñame con tu culo,” gruñó German, su cuerpo tenso intentando retener su descarga.
Cambiaron de postura y ahora el camionero estaba acostado boca arriba sobre el colchón con Pedrito a horcajadas sobre él, sus pequeñas manos envolviendo el cuello del hombre. Su diminuto cuerpo se meneaba hacia arriba y hacia abajo, cabalgando toda la longitud de la polla con cada movimiento. Los gemidos del chico se hicieron más agudos, su cuerpo temblaba de placer mientras la polla lo llenaba, estirándolo hasta sus límites.
Germán lo embistió y lo penetró con fuerza, sus fuertes caderas se levantaron para encontrarse con el ansioso trasero de Pedrito, sus cuerpos chocando entre sí en un ritmo que se hacía más urgente con cada segundo que pasaba. Las pequeñas manos del chico agarraron sus hombros sudorosos, sus uñas se clavaron en la piel del camionero mientras lidiaba la ola de placer que golpeó contra él. «¡Joder, me vas a secar los huevos!» gimió Germán, con los ojos cerrados con fuerza mientras sentía que se acercaba su clímax.
La pequeña polla de Pedrito se frotaba contra los abdominales sudorosos y peludos de Germán, su joven cuerpo respondía al intenso placer que estaba recibiendo. Observó el rostro del camionero, viendo la lujuria y el deseo grabados en cada mueca. Le hizo sentir poderoso, como si tuviera el control de este hombre grande y fuerte que estaba rompiéndole el culo. «Córrete dentro de mí, papi, lléname con tu semen», tartamudeó, su voz era un ronroneo seductor que parecía provenir de una criatura mucho mayor y más sabia que sus ocho años podían aparentar. Sus labios se fundieron nuevamente en un beso salvaje y desesperado mientras Germán lo sujetaba en su lugar con sus fuertes manos sobre su pequeño y redondo trasero.
Sus testículos golpearon su puerta trasera ruidosamente con el ritmo infernal que imponía. Pedrito sintió su ano arder y gritó fuerte e incontrolablemente mientras el camionero se preparaba para inundar sus entrañas. Las uñas del niño le arañaron los hombros, dejando marcas rojas mientras el placer se hacía insoportable. «Córrete, papi, lléname!» suplicó, con la voz tensa y necesitada.
El camión se estremeció con la fuerza del clímax de Germán, su polla palpitaba dentro del palpitante y cálido culo de Pedrito. El chico sintió que el semen caliente lo llenaba, cubriendo sus entrañas, marcándolo como su zorra. Gimió, su propio culo palpitaba y enviaba oleadas de placer que nublaban su visión. La sensación era abrumadora, la cabeza de Pedrito descansaba sobre su amplio pecho, su cuerpo inerte de satisfacción.
“Joder… aaarghh… ahí tienes, putita… mi semen en tu culito…” rugió Germán, su polla todavía temblaba mientras el último trallazo de su semen llenaba a Pedrito. El cuerpo del chico estaba sudoroso y su hambre de polla apaciguada… la sensación de su culo inundado era indescriptible, dejó escapar un suave gemido de felicidad y sonrió débilmente, con los ojos cerrados.
Permanecieron así por unos momentos, sus respiraciones pesadas y erráticas, el aire cargado con el olor a sexo y sudor. La cabina del camión se sentía como una sauna. «Eso fue salvaje, papi» murmuró Pedrito, su voz era una mezcla de satisfacción y felicidad. «Joder, sí… tu culo me alegró la noche, niño lindo,” respondió German, su voz todavía ronca por su orgasmo.
Se quedaron allí, jadeantes y sudorosos, la cabeza del chico apoyada en su pecho, escuchando el sonido de los latidos del corazón del otro. Cuando su polla se retiró, el agujero abierto de Pedrito expulsó algunos hilos de esperma sobre el colchón y él suspiró con una mirada soñadora en su lindo rostro.
Chupó y succionó su polla hasta dejarla limpia y la última gota escapó de su sensible glande, con una mirada perversa en su rostro aparentemente inocente. Llevó un poco del semen de German que goteaba de su culo a su boca hambrienta, saboreando el delicioso néctar de su papi corpulento, antes de acurrucarse y dormirse a su lado…
Que rico… me encanta como inicia esta historia.
Excelente relato. como sigue?
como sigue? necesito mas.
como sigue?
Gran relato. Como sigue?