Playa, tequila y deseo 3

El hotel ardía con el eco de gemidos y cuerpos sudorosos. Entre sábanas húmedas y miradas hambrientas, el placer aún vibraba en el aire. Lo que comenzó como una noche de dos, estaba a punto de desbordarse en un juego salvaje de carne, deseo y pura lujuria..
El reloj marcaba las 6:48 PM.

En la habitación del hotel, el aire era denso, cargado de sexo y sudor. Sebastián y Alan aún estaban desnudos, entrelazados en la cama, sus cuerpos brillando por el calor de lo que acababan de hacer. La habitación olía a semen, saliva y deseo satisfecho.

 

Fue entonces cuando sonó un leve golpeteo en la puerta.

 

—Room service —dijo una voz masculina al otro lado.

 

Alan y Sebastián se miraron, confundidos. Ninguno había pedido nada. Sebastián se levantó, aún desnudo, sin molestarse en cubrirse. Abrió la puerta.

 

Del otro lado estaba el encargado de seguridad del hotel: un tipo moreno, fornido, de barba cerrada, con la camisa del uniforme medio abierta y una bandeja con toallas limpias y una botella de agua.

 

—Me pareció que necesitaban esto —dijo con una media sonrisa—. El conserje me pidió que subiera. Pero… por lo que huelo… también podría ayudarlos con otra cosa.

 

Sebastián se quedó en silencio un momento. La mirada del hombre bajó por su cuerpo sin disimulo, deteniéndose en su verga semidura, colgando, aún húmeda.

 

Alan, desde la cama, se incorporó también, sin preocuparse por taparse. Su verga todavía estaba erecta.

 

—¿Quieres entrar? —preguntó Sebastián, ladeando la cabeza.

 

El guardia cerró la puerta detrás de él. Dejó la bandeja sobre una mesa, se quitó el radio y el cinturón, y se acercó sin apuro. Su presencia imponía. Era alto, ancho, con un bulto en los pantalones que ya se marcaba con claridad.

 

—¿Cuál de los dos va primero? —preguntó con una sonrisa ladeada.

 

Alan se arrodilló al borde de la cama, tomó el cinturón del pantalón del hombre y empezó a desabrocharlo. Sebastián se colocó detrás, besándole el cuello, desabrochándole la camisa. Entre los dos lo desnudaron. La verga del guardia salió como una bestia contenida: gruesa, oscura, venosa, palpitante.

 

—Verga… —dijo Alan, justo antes de metérsela en la boca.

 

Se la mamaba con entrega, mientras Sebastián le besaba la espalda al guardia y le apretaba el culo.

 

—Quiero verlo cogerte —le susurró Sebastián al oído al tipo—. Quiero ver cómo te rompen ese culo mientras yo te chupo las bolas.

 

—¿Así te gusta? —gruñó el guardia, tomando la cabeza de Alan y embistiéndola contra su verga.

 

Alan gemía con la boca llena. Sebastián se arrodilló detrás del guardia, le separó las nalgas y le lamió el culo con hambre. El tipo se arqueó, sin dejar de follarle la boca a Alan.

 

—Mierda… así… sigue, cabrón… méteme los dedos…

 

Y Sebastián lo hizo. Uno. Dos. Tres. El guardia ya estaba sudando. Le escupió el agujero y se lo metió todo de nuevo con la lengua.

 

—Quiero esa verga dentro de mí —gruñó el guardia—. Pero primero quiero venirme en la boca de este puto.

 

Alan no respondió. Solo abrió más la garganta y se la tragó toda. Pocos segundos después, el guardia se corrió con fuerza, llenándole la boca de semen caliente. Alan lo tragó todo sin pensarlo.

 

—Ahora me toca a mí —dijo Sebastián—. Quiero que me lo cojas mientras me lo chupa él.

 

El guardia no dijo nada. Solo tomó a Sebastián por las caderas, lo inclinó sobre la cama, y le escupió el culo. Se lo metió de una sola embestida. Sebastián gritó, pero de placer. Alan estaba abajo, mamándole la verga mientras lo follaban.

 

La escena era animal.

 

Sebastián siendo cogido con fuerza, Alan chupándosela con devoción, el guardia empujando con ritmo brutal, sudoroso, rugiendo entre dientes.

 

—¡Más fuerte! —gritaba Sebastián— ¡Rómpemelo, cabrón!

 

El guardia lo hacía. Lo partía en dos con cada estocada. Alan no se detenía, lo hacía gemir con la lengua, mientras su propia verga goteaba.

 

—Quiero que me cojan entre los dos ahora —dijo Alan, jadeando.

 

Y así fue.

 

Lo pusieron de cuatro, entre ambos. Sebastián se metió adelante, haciéndole mamar su verga recién follada. El guardia se colocó detrás, escupió otra vez el agujero ya abierto de Alan y se lo metió hasta el fondo.

 

Alan se sacudía entre los dos, gimiendo como loco, con las lágrimas escurriendo por la cara de puro placer.

 

—¡Cógeme! ¡Cógeme más! ¡Llénenme, cabrones!

 

Y lo hicieron.

 

Sebastián se corrió en su boca. El guardia se vino en su culo, llenándolo otra vez. Todos quedaron jadeando, pegados, exhaustos, llenos de semen y sudor.

 

El guardia se levantó, se vistió sin prisa.

 

—Si vuelven a necesitar «servicio», ya saben a quién llamar.

 

Salió sin decir más.

 

Alan y Sebastián rieron bajo las sábanas, aún desnudos, con las piernas temblando.

 

No sabían

si había sido casualidad… o destino.

Pero sabían que no sería la última vez.