Pollas & Mazmorras
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Todo era emoción esa noche.
En unas pocas horas, justo antes del alba, Círdan tenía que superar las pruebas que le confirmarían como adulto en su pequeña comunidad de los elfos del bosque.
Había estado preparándose duramente con su primo lejano Turei, de la misma edad y vecinos de su misma aldea.
Estaban aún un poco lejos de lugar de la ceremonia, pero no podían llegar al lugar sagrado antes de ser llamados por los ancianos.
Decidieron acelerar su marcha para llegar al menos cerca y pasar la noche en los alrededores.
Tal vez esa prisa les hizo caer de lleno de bruces en una emboscada.
No era en absoluto habitual que los orcos se adentraran tanto en el terreno de los elfos para hacer sus típicos ataques.
Hasta ahora solo habían atacado a los mercaderes que no tenían suficientes fondos para pagar una buena escolta.
Pero esta noche estaban allí.
Cada uno de los jóvenes elfos tenía varios orcos alrededor.
Uno de los brutos verdosos, con un hacha sujetada en cada mano se acercó hasta llegar a tocar con su pecho voluptuoso la nariz de Círdan.
Mirando hacia abajo, consciente de su superioridad física, dijo en su idioma tosco y gutural: “Que suerte hemos tenido hoy, chicos.
Dos tiernos elfitos caminando por el bosque de noche, indefensos, sin ninguna posibilidad de defenderse de un grupo nutrido de orcos”.
El joven se quedó paralizado, no pudo ni apartar su suave rostro del torso duro del malhechor.
Intentando mantener la compostura, fue poco a poco acercando la mano a su espada corta, provocando la reacción del orco.
“Quédate quieto, bonito, te arrancaría la cabeza antes de que llegaras a tocar tu arma” -dijo-.
En ese momento los nervios hicieron que Círdan empezara a temblar, sentía el peligro al que estaba expuesto.
Miro de reojo a Turei.
No parecía que su suerte fuera mejor.
Otro orco, más feo, pero también más forzudo que el que tenía él en frente, jugaba con un mechón del pelo de su amigo mientras Turei estaba a punto de romper a llorar.
¡Oooh! ¿Estás preocupado por tu noviecito? ¿Quién se folla a quién? Seguro que a los dos os encanta que os revienten el culo y chupar pollas pero ninguno disfruta metiéndola.
Os peleáis por ser el follado, ¿verdad? -dijo con una sonrisa burlona el orco a ver que el elfo desviaba su mirada.
Soltad a mi amigo, llevaos a mí, os sacaréis suficiente dinero por mí en el mercado de esclavos – dijo Círdan con un voz firme que ni él mismo esperaba en ese momento-.
¿Crees que nos van a dar mucho por ti? ¡Eres un creído! En cuanto tu culo ceda un poco nadie dará por ti ni una moneda de cobre.
Nah, os llevamos a los dos con todo lo llevéis encima.
Pero antes.
-respondió el orco antes de soltar una sonora carcajada.
Círdan cambió su cara y el terror empezó a dominar su atlético cuerpo.
El orco le cogió de los hombros y bruscamente le hizo girar sobre sí mismo.
Seguidamente unió totalmente su cuerpo con el del elfo que, en ese momento, empezó a notar algo muy duro en su espalda.
Era algo húmedo, cuya viscosidad atravesaba su túnica de viaje.
Cerró los ojos temiéndose lo que iba a pasar en ese momento.
El orco dejó sus armas en el suelo y se quitó su maltrecha armadura para disfrutar más de sus intenciones.
Círdan aprovechó la situación.
Tenía dos orcos a tres pasos y a su asaltador detrás suyo a apenas un palmo.
Mientras se agazapaba para darse impulso cogió sus armas y saltó hacia atrás dando una pirueta.
Los orcos que estaban cerca reaccionaron un instante después acercándose hacia él, pero ya había empezado a aterrizar con sus afiladas espadas encima del orco que estaba aún desatando sus correas de la armadura.
El aterrizaje fue perfecto.
Con la espada de la derecha le rajó la cara.
Giró sobre su pie y con el impulso hizo una brecha en su pezón.
¡Aaaah!¡Puto insecto! – exclamó el orco-.
¡Te voy a abrir en canal! ¡A la mierda el dinero que me fueran a dar!.
Círdan se quedó satifecho, en posición defensiva mientras el orco se palpaba las heridas y gritaba hostilidades hacia el elfo con media sonrisa.
Sin embargo en ese momento algo llamó la atención del elfo.
En la mitad del cuerpo del orco algo grande se movía.
La armadura del orco caía ya por si sola al suelo.
El orco no había perdido su erección y la luz de la luna iluminaba un gran mástil, más grande y grueso que su antebrazo.
Todo el tronco estaba venoso, hinchado, con una gran cabeza en forma de seta.
Tenía un gran gota de leche empezando a concentrarse en el extremo.
Sus huevos colgaban, más grandes que dos naranjas, peludos, firmes y redondos.
Se quedó boquiabierto, inmerso en sus pensamientos: “¿eso es su polla? ¡No puede ser! ¡Es enorme! ¿Cómo puede tener ese pollón? ¡Y tan duro!”.
Todo esto pasó en un parpadeo por su cabeza mientras no podía separar la mirada de la gran polla del orco.
Suficiente tiempo para que los otros dos orcos se le tiraran encima.
Acabó en el suelo, con un orco encima de cada uno de sus brazos.
En la caída se golpeó tan fuerte en la cabeza que notó que perdía el conocimiento.
Recordó por última vez a Turei al que miró durante su último momento de consciencia.
Lo último que vio fue a su amigo arrodillado, con el capullo de la polla de un orco en su boca.
Un torrente de lágrimas caía de sus ojos mientras su mandíbula se veía casi desencajada.
Turien no había podido ver nada de todo esto.
En cuanto había escuchado un ruido delante notó un golpe fuerte en la parte trasera de sus rodillas lo que le hizo caer sobre ellas.
Una presión en sus hombros le impidió levantarse y no pudo más que alzar la mirada.
Vio un orco no muy alto, pero sí que sacaba una cabeza al elfo si este hubiera estado de pie.
Sus colmillos inferiores estaban torcidos y sobresalían hasta la altura de sus pómulos.
Su aspecto era más que fiero.
Estaba tan cerca que Turien no podía ver más que el cuerpo del orco.
Temeroso, apartó su mirada y se quedó mirando al frente, en un pobre intento de parecer aún digno.
Tenia justo a la altura de su boca un taparrabos con un bulto prominente.
Lo tenía apenas a cuatro dedos y ya notaba su olor, penetrante, que en algún sentido perverso le embriagaba.
El orco levantó el trozo de piel que tapaba su miembro y una polla morcillona, tan larga que colgaba hasta pasado el muslo verde del orco, tan ancha que necesitaría las dos manos para abarcarla se puso delante de sus labios aún cerrados.
“Abre su boca” -dijo el orco al otro que se situaba tras Turien-.
El joven elfo intentó en vano resistirse, pero tal y como cedía su mandíbula, la gran verga, que iba mostrando su cabeza según avanzaba, entró en su boca.
Era una explosión de sabor, amargo, salado y dulce a la vez.
Era imposible que la polla no le llenara la boca.
Su lengua acariciaba, aunque no lo quisiera, la invasora que empezaba a entrar y salir a la vez que ganaba en grosor y dureza.
Cada vez era más difícil y doloroso para Turien mantener ese enorme cimbrel en su boca sin ahogarse.
Era muy diferente a cuando se la mamaba a Círdan a veces.
No había esa sensación de juego, de diversión, de lujuria y experimentación.
Esto era rudo, tosco y violento.
No podía mantener los ojos abiertos, sus lágrimas caían en cascada, la comisura de sus labios empezaba a tensarse más de lo permitido, solo aliviados por la mezcla de saliva del elfo y de líquidos que salían del nabo del orco.
Ya no podía respirar y su agresor se dio cuenta.
Empezó a sacarla del todo para después meterla hasta que la nariz respingada del elfo se aplastaba contra el pubis verde.
Repetidamente, cada vez más rápido.
No pasó mucho rato hasta que la polla se quedó un rato de más en la boca élfica.
Se hinchó más, si era posible, y alojó una abundante cantidad de leche orca que rápidamente desbordaba por los labios del muchacho.
Le soltó el captor que le atrapaba la cabeza.
Esa parte no le pareció tan mal a Turien.
Era un sabor muy distinto al de la leche de Círdan, aunque le parecía también igual de áspero y a la vez adictivo.
No pudo disimular mucho y cuando el orco sacó la polla de su boca tragó una parte y se quedó saboreando el resto.
Un hilo de leche quedó colgando entre el labio inferior del chico y el glande infladísimo del orco.
Turien de manera instintiva, sin pensarlo, alargó la lengua hasta volver a tocar el suave capullo verde para limpiar la leche.
No se dio cuenta de lo que acababa de hacer hasta que escuchó: “¡mira! ¡Elfo disfruta leche de Groosh! ¡Jajaja!”.
Turien no sabía si lo que había hecho sin poder controlarse iba a empeorar o mejorar la situación.
Escupió al suelo lo que le quedaba en la boca aunque se le quedó todo el sabor en la boca.
Sus agresores se entretenían bromeando en idioma orco del gusto hacia la virilidad del elfo.
Solo le agarraban levemente los hombros en ese momento, aunque se mantenía arrodillado con el cimbrel del orco delante que empezaba a relajarse también.
Buscó con la mirada a Círdan y vió como yacía en el suelo.
Le había arrancado la ropa que estaba desmenuzada por el suelo.
Lejos estaban sus armas, que probablemente habían tirado sus agresores.
Un orco, más alto que el que tenía él delante, cogía a su primo por la cintura y lo alzaba en dirección a una polla aún más grande que la que él aún tenía a un par de palmos.
La posición de Círdan lo decía todo, su culo no iba a resistir el interminable pollón que estaba apunto de violarle sin compasión.
Sabía lo que venía ahora y no lo podía consentir, tenía que hacer algo.
Un potente impulso de rabia le hizo gritar con fuerza.
Continuará.
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