PRISIONERO DEL DESEO. Por Maurohotxxx
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Esa mañana, fui interrumpido de mis clases diarias en la universidad y conducido al cuartel de investigaciones. El inspector que me ‘aprehendió’ –lo supe después cuando redactaban el escrito- tenía una cara de cualquier cosa menos de policía y cuando se enfrentó a mí en el pasillo del segundo piso me mostró un papel, sin dármelo, y me dijo que era una citación y que debía acompañarlo a la estación. El que nada hace nada teme. Me dije para mí. Era uno de los aforismos preferido de los aspirantes de leguleyos y que se tomaba en broma cuando alguien se presentaba a un examen sin saber nada. El que nada sabe nada teme…
En este caso, sí había algo que me situaba al margen de la ley y con serias posibilidades de ser llevado al tribunal. Al menos perdería la libertad por algunos días hasta que se movieran los hilos del poder…
En efecto, pasé de la oficina de investigaciones al despacho del juez quien me mostró los documentos que me inculpaban. De ahí a la recepción de la prisión, en donde me despojaron de todos mis bienes y de mi identidad… Por primera vez me sentí un anónimo ser igualado a los miles de seres caídos en desgracia o por causa de justicia.
El lugar, al menos, no era tan deprimente como las cárceles en que se hacinan cientos de presos en estrechas y nauseabundas celdas. Era un sala comedor en que se situaban mesas y un espacio en que se cocinaba. Era la hora de almuerzo. Por supuesto, no tenía ni pizca de hambre. Un nudo en el estómago me impedía probar siquiera la comida. Recuerdo el aroma y se me ocurre que debe haber estado sabrosa. Probé algo. Bebí algo de jugo de frutas natural. Y me aparté del grupo de aquellos que ya llevaban tiempo en esa situación.
Observé el lugar y las caras de todos. Había de todas las clases sociales y de todas las razas. Resaltaba entre ellos un anciano chino detenido y acusado de estafa. Un alemán alto y macizo en espera de condena por agresión a un judío usurero. Un fornido mulato de muy pocas palabras y de una penetrante mirada que daba escalofríos. Supe después que no eran malhechores sino estafadores, ladrones, agresores, ningún delincuente de hechos de sangre.
La hora de encierro llegaba después de la cena. Una rápida pasada al baño. Me dirigí al retrete. Un empujón suave y un consejo al pasar al oído. “Lávate la raja, cabrito. Si no quieres pasarlo mal”. Me dio vueltas en la cabeza. No era muy difícil imaginar la causa. Me encerré en un retrete y seguí su consejo lavando mis partes íntimas lo mejor que pude y me sequé con el papel higiénico que afortunadamente había allí. No puedo negar que el comentario me había alertado, pero también tuvo la virtud de… excitarme. Una erección imposible de disimular. ¡Estaba caliente! No lo podía creer. Siempre había fantaseado con tener sexo obligado en una prisión… Ahora estaba a punto de hacerlo realidad. Sin embargo, la fantasía y la realidad no van de la mano.
Los guardias empezaron a separar a los comensales y a dirigirlos a las celdas en que había dos literas, una mesa y un lavatorio que servía de mingitorio de emergencia. Raro lo que me dijo en el baño. Ese lavatorio habría servido en caso de… Pensé. Iban pasando los detenidos a ocupar sus dormitorios. La pregunta era con quien me tocaría.
De pronto, fui cogido de un brazo por uno de los guardias y llevado a la quinta celda del pasillo. Me empujó dentro.
-¡Aquí va la novia! Una carcajada generalizada se oyó. Me estremecí, a pesar de que eso era la materialización de los deseos y fantasías que se presentaban en forma de sueños eróticos en los que eyaculaba…
Luego pasaron mis compañeros. Uno era bajo, rechoncho y de unos treinta o cuarenta años. El otro, alto y macizo, calvo y con una incipiente barba y bigotes, entre cuarenta y cincuenta. Debo decir que los hombres con bigote son mi debilidad. No sé a qué atribuirlo, pero me siento débil, seducido, atemorizado, ante ellos. Y el último, me hizo encabritar el corazón. El moreno enigmático y amenazante. No debe haber tenido más de treinta.
Sólo quedaba una de las literas altas libre, así que me encaramé lo mejor que pude sin realizar ningún movimiento extraño que me pusiera en evidencia. En la litera de abajo, el bigotudo. Al frente, el negro y en la otra el rechoncho. Nadie conversó ni una sola palabra. Pronto se oscurecería y la luz se apagaba temprano. Una luz mortecina llegaba a la celda desde el centro del pasillo. Un timbre y se cerraban las puertas y los guardias se quedaban en la sala en que veía televisión o simplemente charlaban.
Me di vuelta hacia la pared. Me acurruqué. Sin pensarlo, mi culo estaba al borde de la litera.
Un murmullo. Un intercambio de frases sin sentido para mí. “Ya, gané yo”. Escuché. Siento una mano que se desliza por mis muslos, mis nalgas. Llega al borde del pantalón. Siento un tirón.
-“¡Ya, putito, te llegó tu hora”!
Me bajan en vilo entre el bigote y el moreno. Están sin camisa, descalzos y sólo en pantalones. Evidentemente, no usaban ropa interior, como me di cuenta después.
Entre ambos, me desnudaron. Sentía como me palmeaban las nalgas. Una mano hurgaba mi trasero. Los recuerdos se me vinieron a la mente. Este juego me transportó al tiempo en que el cura me hacía lo mismo. Deslizaba su mano. Sus dedos. Rozaban mi piel. Pellizcando, excitando mi carne…
“¡Mira, tenemos un putito!” Dijo el bigote mientras me tomaba fuertemente la verga que lucía una erección.
-“Está caliente”.
-Ya te vamos a dar tu merecido, maricón. Dijo el rechoncho.
-¡Primero, tendrá que ser un ternerito para todos!
-Ya, primero te comerás la prieta! Empujaron al negro en primera fila. Una tremenda vergota, gruesa y larga que sin piedad se hundió hasta la garganta y me provocó una arcada.
¡No te creas que vas a devolver nada, porque te muelo a trompadas!
El negro fue arrancado y a su verga le siguió la del bigotudo. No era tan grande como la del moreno, pero sí muy gruesa. Abrí lo que más pude la boca. Me atraganté con sus estocadas que intentaban en vano llegar a mi garganta. Se tuvo que conformar con follarme la boca.
El rechoncho había quedado para el último. La verga no era ni tan grande ni tan larga. Unos 18 cm de grueso normal… Mientras mamaba, siento que un dedo empieza a penetrar mi culo que hasta el momento no había sido objeto de atención. Luego otro. Siento un escupitajo en el medio de mi hoyo. Ya estaba despertando al juego y me empezó a latir como cuando me senté en la gruesa y enorme verga del cura.
Tres dedos y siento que me revuelven el anillo exterior.
“Esta putita está lista ya. No sabe cuánta verga comerá.”
El elegido se dirigió a mi retaguardia. Llevaba ensalivado el pene. Pero le acometió un deseo que no pudo evitar.
“Le haré honor a este culito. Hace tiempo que no llegaba filete de primer corte a esta pocilga”.
Me empezó a dar una mamada de culo que me hizo estremecer y solté unos gemiditos de putita que se halla salida.
Le gusta esa a la puta, dijo el macho y acto seguido me hundió su verga en la boca impidiendo que emitiera sonido alguno.
Así fue lo mejor. Porque me dejó ir la verga de un solo envión que llegó hasta el segundo anillo y me produjo un intenso dolor. Lágrimas de dolor, humillación y también de… placer.
No puedo evitarlo. Me gusta el dolor inicial y mientras mayor es, más grande el placer que experimento cuando mi culo se distiende y es capaz de resistir hasta una de potro. Y al parecer ahora tendría tres vergas turnándose para darme dolor y placer, placer y dolor.
No supe cuánto duró la culeada, pero de pronto se me llenó el culo de leche. La verga fue reemplazada por el garrote del negro que estaba duro como acero. Me taladraba con una fuerza que me llevó varias veces al punto de orgasmo. Pero tuve que realizar esfuerzos para evitarlo. Si ello hubiera ocurrido, las siguientes folladas habrían sido un suplicio…
“Ya, negro, acaba o te follo a ti”. Dijo el macho de bigote. Por fin me lo iba a comer. Era el que había elegido para ser su fiel putita. Me hubiera gustado tener orgías todas las noches, pero eso podría haber producido un conflicto mayor. Tenía que ser uno el jefe y quien mejor que aquel que más motivaba mi transformación en perrita dócil y caliente…
Me apresté a vivir las mejores noches de mi vida de puta…
Pero esa noche dormí en cucharita y con la hermosa verga metida en mi culo. El cansancio me había hecho dormir profundamente. Sin embargo, unos intensos suspiros y ahogados gemidos me hicieron abrir los ojos. En la litera del frente el rechoncho era violentamente enculado patas al hombro por la enorme verga del negro que entre soplidos y resoplidos le limaba el orto a su compañero. Los suspiros y gemidos subían en intensidad con cada embestida del moreno. El follado estaba gozando y a punto de orgasmo… Senti la estocada en mi propia carne. Mi macho llevaba también un tiempo observando la performance y se había calentado al punto de continuar con las penetraciones en mi alborozado culo que recibía verga con sumo placer y respondía abriéndose y cerrandose aprisionando la cabeza del pene alojado en su interior… Deje de prestar atención a la escena y me concentre en darle todo el goce posible a mi macho que me besaba la nuca. Frenéticos movimientos laterales de cadera me hacían sentir el miembro viril en todo su esplendor que punteaba como su fuera una locomotora internandose en un oscuro túnel sediento…
Un concierto de murmullos entrecortados precedió al final. Un chorro caliente, ardiente, de semen, mientras movía mi culo al ritmo de retroexcavadora y el pene se debatía entre aleteos y empujones arritmicos pero muy certeros… Un ronco rugido anuncio que, por fin, el negro entregaba toda su carga en la sedienta cueva del rechoncho…
En la mañana, me levanté para irme a mi litera. Pero antes le di una mamada que le quitó los pocos mecos que había acumulado en el breve tiempo de reposo. Fue mi desayuno en el primer día de mi detención.
Nos fuimos a las duchas. Todos sabían ya que había pasado y esa fue la ocasión para excitar y calentar a todos esos pobres reclusos. Me paseé semidesnudo, moviendo el culo como había visto que hacen los putos. Se me cayó el jabón muchas veces y lo recogí provocando con mi culo allegado a esos penes que en semierección rendían tributo a la puta elegida del jefe.
El negro era el que estaba más caliente conmigo. No me quitaba los ojos de encima. Yo no perdía la ocasión para pasar a su lado y rozarlo, o me ponía delante de él y disimuladamente le daba una vista de mi culo. Sabía que estaba sufriendo y que no podía disimular la erección.
MI morbo no tenía límites. En la noche, sabía que la calentura del día se aplacaría con las culeadas que me daría mi macho.
Lo que no sabia era que mi macho lucraría prostituyendome con los guardias y con los otros reos… Pero eso será otra historia…
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