Putito desde chiquillo – Parte 2 (Todo queda en familia 2)
La historia continúa un año después de aquella vez en que me comí el culito virgen y estrechito de mi hermano, la cual fue también mi primera deslechada. Tuvo que pasar un año para que probara de nuevo un culito. Esta vez se trató de un culito más ma.
La historia continúa un año después de aquella vez en que me comí el culito virgen y estrechito de mi hermano, la cual fue también mi primera deslechada. Tuvo que pasar un año para que probara de nuevo un culito. Esta vez se trató de un culito más maduro, el de mi primo. Todo ese año de abstinencia fue suficiente para despertar en el niño que era unos deseos gigantes de verguita y culo. Por lo cual, no podía desaprovechar la oportunidad de convertir en toda una putita a mi primito, dos años menor que yo. Mi abuela llevaba a menudo a mi primo Yair a la casa para que jugáramos. Todas aquellas veces sirvieron para que viera su culito, fantaseara con hacerlo mío y con llenarlo de leche, así como lo había hecho en mi primera experiencia de incesto.
Todo sucedió una de aquellas veces en que mi abuela llevó a Yair, el tamaño de la casa siempre nos ha obligado a dormir cercanos y antes, incluso, en la misma cama. Unos días antes de aquella cogida, había jugado mucho con mi primo, y no dejaba de fantasear con besar sus labios y sentarlo en mi verguita. Esos labios gruesos los imaginé tantas veces lamiendo mi verga, fue entonces que al jugar a “la casita”, decidí ser el papá y él la mamá. Lo que parecía un juego inocente se volvió la oportunidad para besarnos y de lengua. Recuerdo haber incluso sentido la intención de escupirle en su boquita, lo admito: fui un putito bien caliente desde niño. Fue mientras jugábamos, que recuerdo haber tocado suculo, para ver si se sentía igual de suavecito que el de mi hermanito. Se sentía más grande y eso me excitaba mucho.
Pasaron los días, y nos seguimos besando, aunque ya sin jugar y a escondidas de todos, o mientras nuestra abuela y tía volteaban a ver a otro lado. Una vez le puse la mano sobre mi verguita erecta, ese día no podía aguantar las ganas de hacer de mi primito una putita. Nos fuimos a dormir, y al otro día en la madrugada, me despertó una mano en mi verga. Por un instante pensé que era la mía, pues siempre he dormido con las manos sobre el pene. Sin embargo, al abrir los ojos me encontré con la mirada de mi primo a unos centímetros de la mía, y aproveché la cercanía para darle uno de esos besos de lenguita que tanto nos gustaban. Entonces le dije que me alcanzara en silencio hasta la pared de la casa que da al patio trasero.
Tardó unos minutos en llegar, y cuando por fin llegó, lo tomé por la cintura y lo puse sobre la pared. Le dije que lo que íbamos a hacer le gustaría mucho, y aunque notaba que tenía miedo, podía ver la excitación brillando en sus ojos. Fue así como le dije que escupiera un poco sobre mi mano, y esa saliva fue la que metí dentro de su hoyito con mis dedos. Veía sus caras de placer mientras probaba con dos dedos dentro de su hoyito. Tomé esa misma saliva mientras sacaba mis dedos de su culito y la lleve a su boca, para que probara el culo que estaba por desayunar. Recuerdo besarlo mientras él miraba a la pared, con el culo inclinado hacia mí. Entonces, sin mediar palabra, entré. Fuí metiendo mi verga poco a poco, mientras su culo parecía empujarla cada vez más hacia adentro. Todo lo contrario a lo que viví con mi hermanito al romperle su culito (aquel parecía empujarla hacia afuera), mi primo en cambio pedía la verga.
Desde el inicio le dí muy rápido y me excitaba mucho ver como sus huevos chocaban contra los míos. Fue la primera vez que había escuchado ese sonido tan claramente, antes sólo lo escuchaba mientras mis papás tenían sexo. Estaba tan excitado que tocaba sus nalgas duras y tensas mientras tenía toda mi verguita dentro. Se sentía tan rico, su culito parecía no tener fondo. Recuerdo haberme sentado en el suelo del patio, y haberlo sentado sobre mi verga. Él también lo disfrutaba inmensamente, aunque a veces perdía fuerza en los brazos y caía con fuerza sobre mi verga mientras decía ya para. Pero yo no podía ni quería sacarla, la leche hirviente ya estaba en mi verguita. Recuerdo darle duro, duro, hasta que finalmente sentí que la leche estaba cerca de salir, fue entonces que salí, para echarla sobre su culito pues quería ver mi leche de nuevo. Puse mi verga sobre su culo, y todo el semen escurrió sobre la rayita de sus nalgas. Tomé un poco entre mis dedos, era espesa y blanca (siempre la he tenido así). Se la puse en los labios, y lo besé. recuerdo que me la pasó con la lengua, era la primera vez que probaba el sabor de la lechita. Agarré un poco de esa lechita con saliva, y la metí con mis dedos en su hoyito.
Cuando terminamos, nos vestimos, y en silencio regresamos a la cama. Nos acostamos a lado de mi abuela , mirándonos con una sonrisa de complicidad, mientras nos dábamos algunos besitos, en lo que recuperamos el sueño.
Después de tan tremenda deslechada, quedé exhausto, y supuse que no pasaría nada más ese día además de los ya cotidianos besitos de lengua. Me equivoque, pues en la noche cuando todos estaban ya acostados mi primo estaba aún sediento de verga. Fue entonces cuando le propuse ir de nuevo a aquella pared del patio trasero para que se comiera mi lechita tierna y fresca una vez más.
como sigue
Los que «nacimos putitos», fuimos, somos y seremos inmensamente felices. Besitos.