Querido Viejito Pascuero – Capítulo III
La sorpresa..
Capítulo I: https://cutt.ly/wryhVOJ
Capítulo II: https://cutt.ly/cryhBpa
“Querido viejito pascuero”
Así comienza la mayoría de las cartas que recibo por estas fechas. ¡Ja! No las escriben los críos, claro que no, son de los papás, pero yo tengo que hacer como que creo y soltar un ¡jo, jo, jo! La mayoría de las cartas no son más que listas de regalos, que varían año a año según el artilugio de moda, pero también en algunas de ellas los chicos me cuentan cómo se han portado durante el año, por supuesto, solo cuentan lo bien que se han portado; jamás lo que podría hacerlos desmerecedores de aquello que tanto desean. También están aquellos que se portan muy bien con sus padres o sus hermanos o tíos o abuelos. O con el profesor o su vecino. O su padrino o el cura. O con el amigo de toda la vida del papá. Por ejemplo, mi nieta; ella se porta muy bien conmigo todo el año. ¡Jo, jo, jo! Pero muy pocos son los que me envían una carta contándome en detalle todo lo bien que se portan. Entre esos pocos, Dieguito.
Por mi parte, debo admitir que no siempre soy el viejo pascuero; a veces me contratan como payaso de cumpleaños, a veces de Dr. Chapatín o de Barney. O de conejo de pascua. Adoro este trabajo; en él he conocido un sinnúmero de niños y niñas, cuál de todos más adorable. ¡Y me pagan por ello! No es que viva de él, desde luego que no. Mi vida laboral normal, si la pudiera llamar así, se desarrolla en un hospital. Pero me fascina trabajar en este… cómo llamarlo, lado B del cosplay. A mis 50 años no me falta trabajo. ¡Con decirles que una vez fui el Dr. Simi!, aunque la mayor parte del tiempo solo se me conoce como el Doctor B.
Ser viejo pascuero en el verano no es fácil, el calor es insoportable por lo que yo trato en lo posible de llevar tan poca ropa interior como me es posible. A veces, nada, lo que también tiene sus recompensas, claro que sí; de eso se trata esta historia, ¡jo, jo, jo!
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Dieguito me visitó por primera vez el 2017. Al subirlo a mis piernas se afirmó en mi verga. Así tal cual. No solo se afirmó, la cogió con su mano y la sostuvo con una inocencia de no creer. Por supuesto que se me paró. Y no la soltó. Me miró y sonriendo me dijo algo que más de una vez he escuchado en mi oficio con niños:
—A mi papá también se le pone así —dicho con la ingenuidad propia de los seis años.
—¿Y te gusta sentirla en la mano? —respondí.
—Sí —me replicó, bajando la cabeza en un gesto de vergüenza mezclada con una tierna inocencia.
Cuando le pregunté cómo se había portado en el año, su carita resplandeció:
—¡Muy bien! —me respondió —mi papá siempre dice que soy un niño muy bueno.
—¿Sí? ¿Y se ha portado bien con su papá? —murmuré en su orejita —¿le hace cariñitos en la pichula?
En ese momento el niño me miró un poquito desconcertado e imitándome me habló en voz muy bajita y me contó que se la chupaba a él y a su hermano mayor.
Al escuchar eso, mi verga dio un salto en su mano. Él me miró entre sorprendido y divertido, pero como la situación era pública, no pude hacer más en ese momento. Sólo le susurré que siguiera haciéndole caso en todo a su papá y que le siguiera chupando la pichula a él y a cualquier hombre que se la ofreciera. También alcancé a aconsejarle que cada vez que viera a un hombre, tratara de ver lo que tienen entre las piernas. ¡Ja! Soy un pervertido, no hay duda.
Un año después, en diciembre de 2018, a pocos días de haberme instalado nuevamente en el centro comercial, recibí la visita del papá de Dieguito. La conversación fue menos difícil de lo que yo hubiera imaginado. Decidió conocerme cuando se enteró del “incidente” con su hijo. Ambos habíamos recorrido caminos similares. Me enteré de sus planes, él de los míos. Me habló de Dieguito y de cómo el niño había mostrado su inclinación a muy temprana edad. Yo le hablé de Andrea, mi nieta, y su obsesión con… “ciertos juegos”. Quedó claro que nuestras mentes funcionaban de manera muy, muy parecida por lo que cuando vi a Dieguito nuevamente, unos días más tarde, nada más sentarlo en mis piernas llevé su mano cálida a mi verga caliente. La tomó directamente, piel con piel. Me miró a los ojos y me sonrió. Por supuesto, nadie podía ver aquella caricia por la posición y el lugar en que me encontraba. Me contó varias cosas esa vez. Y no dudé en demorarme más con él en mis piernas que con el resto de los niños.
No leí su carta de inmediato, era una carta larga, pero una vez en casa me hice una paja fenomenal enterándome de las depravaciones de Dieguito, su papá y su hermano. ¡Qué hubiera dado yo por estar ahí con ellos!
Hoy ya ha pasado un año más y Dieguito está a punto de cumplir 8 años. Una llamada de su padre me informó que ya está listo. El niño me lo confirmó en su carta con lujo de detalles. Ahora, yo debo cumplir mi parte. Fue lo que acordamos.
A las 5 en punto sonó el timbre. Los hice pasar. El departamento rentado para la ocasión tenía dos dormitorios. Tomé al niño de la mano y al padre le indiqué la puerta contigua.
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Me hinqué frente a él, tomé amorosamente su carita entre mis manos y lo besé.
——abra la boquita, mi amor —susurré caliente por lo que veía venir.
El niño me miró y sus ojitos brillaron. Una sonrisa se dibujó inmediatamente en sus labios.
—¡viejito pascuero! —gritó al reconocer mi voz.
—Sí mi niño precioso, soy su viejito pascuero, el que lee sus cartas y lo sienta en el pico cada navidad.
El niño se abrazó a mí y luego mirándome de nuevo, me besó permitiéndome esta vez entrar con mi lengua en su boca jugosita y apetecible. Lo besé despacito, atesorando cada sensación que me provocaban sus labios, su lengua, su saliva, su sabor. Mis manos apretando sus nalgas hermosas, pequeñas, pero duritas. Chupé sus labios y los besé luego en un piquito inocente, luego otro más, luego su nariz, sus mejillas, su cuello, en la frente, cual abuelo amoroso que despide a su nieto cuando parte a la escuela.
Luego saqué su polera descubriendo su pecho blanquito y suave, con apenas un par de botoncitos rosados apenas visibles que lamí y chupé adelantándoles vicios futuros. El niño respiraba un poco agitado, a ratos cerraba los ojos y me dejaba hacer.
Lo senté luego en mis piernas, como cada diciembre, y le hablé quedito al oído:
—¿Lo siente, mi amor? —¿Quiere tocarlo?
Un “sí” arrastrado y susurrado hizo que mi verga cabeceara anticipando el placer que le aguardaba.
Lo paré frente a mí y lo desnudé rápidamente. Su verguita paradita semejaba un pequeño dedito con la pielcita de la punta cubriendo apenas una cabecita roja y deliciosa. Resistí las ganas de chuparla, tenía tiempo. Acerqué al niño hacia a mí mientras volvía a besar esos labios deliciosos, masajeé sus nalgas y las abrí mientras uno de mis dedos se aventuraba a recorrer su canal. Cuando la punta de mi dedo encontró el nudo rugoso de su ano un temblor recorrió mi cuerpo al pensar en que pocos días antes el padre lo había traspasado con su verga adulta impregnándolo del néctar varonil de sus bolas. Traté de tranquilizarme, aún tenía tiempo.
Me saqué rápidamente los zapatos y las calcetas y me paré frente a él indicándole que me sacara los pantalones. Mientras tanto yo comencé a desabrochar lentamente mi camisa hasta que solo mi virilidad quedó cubierta levantando la tela del bóxer con su dureza. Esta vez él no necesitó que yo se lo pidiera, solito tomó el elástico y bajó, expectante, con sus ojos muy abiertos y su boquita formando una “O” el pantaloncillo que aún cubría mis partes privadas. Cuando mis abundantes pelos rubios aparecieron ante él su cara de calentura se hizo patente.
Suavemente continuó bajando los pantaloncillos hasta que la verga enhiesta saltó hacia adelante golpeando su mentón. Ni siquiera en ese instante me miró, continuó su trabajo hasta tenerme frente a él completamente desnudo. Sentado sobre sus piernas miró fijamente mi verga que cabeceaba ante él y entrecerrando los ojos me besó la cabecita. Un beso inocente, con los labios cerrados, casi en un acto de adoración. La besó nuevamente y luego, abriendo los ojos, la levantó y me besó las bolas peludas. Entonces sacó la lengua y la pasó voraz por el tronco hasta tomar el pico con sus labios que fueron primero devorando la cabeza y luego deslizando lentamente el tronco hacia la gruta caliente de su boca perversa.
—¡Oh, Dieguito! —me salió del alma al ver al chico tragar por completo la verga madura.
—“¡Qué buen trabajo ha hecho su papá!” —se me cruzó por la mente y por un instante pensé en lo que estaría pasando en la otra habitación.
Su succión denotaba la experiencia previa. El cuidado de no tocar la sensible herramienta con sus dientes lo delataban. Sólo podía imaginar el tiempo que el padre y el hermano dedicaron para enseñarle hasta este grado de perfección.
A ratos se detenía en la cabeza deleitándose con los jugos que inevitablemente comenzaron a fluir por el pico. En ese punto el niño intensificaba la mamada, como queriendo sacármelo todo. Casi diría que se desesperaba por sorber mis jugos ¡cuánto deleite mostraba en el rictus de su rostro infantil!
Varias veces me llevó al punto de no retorno y no queriendo terminar lo que recién estaba comenzando, lo tomé de sus axilas y lo tiré sobre la cama y antes de que se diera cuenta levanté sus piernas y hundí mi cara en su culo completamente lampiño horadándolo con mi lengua en punta, dura y caliente, haciéndolo estremecer de gusto. Sus piernecitas temblaban ante mi acometida y su cabeza moviéndose de lado a lado revelaba el éxtasis en que se encontraba.
También yo temblaba. Con los ojos cerrados, sentía en mi lengua el sabor inigualable del hoyito impúber. Por mi mente pasaban imágenes del orificio atravesado por mi verga con el esfínter estirado al máximo ante el grosor del falo agresor. Sabía que faltaba poco para tenerlo completamente ensartado. Sabía que nada podría impedir que me lo culeara hasta vaciar mis testículos completamente en su interior.
Cuando su esfínter se comenzó a relajar, tomé el pomo de KY que tenía preparado en el velador y untando mi dedo medio comencé a horadarlo sin que Dieguito diera muestras de incomodidad. Sabía que eso era señal de que todo saldría bien. Luego fueron dos dedos. Dieguito se quejaba, pero sus lamentos eran del placer insoportable que experimentaba al sentir su culo violado por los dedos que abriéndose en su interior lo expandían cada vez más. La elasticidad del esfínter que custodiaba la entrada de la cueva permitía que ahora fueran tres los dedos que, sin pedir permiso, se adentraban en la comarca del deseo y la lujuria.
Subí sobre su cuerpecito infantil y lo besé nuevamente en la boca, mientras con el antebrazo izquierdo sostenía mi cuerpo para no aplastar el de él. Sus piernas bien abiertas a mis costados descansaban sobre mis muslos peludos. Sin dejar de explorar su boquita con mi lengua, tomé el pico con mi mano derecha y busqué con la punta mojada el hoyito diminuto que en segundos sería penetrado con el arma del macho maduro a punto de comerse el manjar más delicioso con el que un hombre puede soñar.
Al hacer contacto la punta del pico con el hoyo del culo, este se apretó en un acto reflejo de rechazo al invasor, pero ya era demasiado tarde. Mi verga dura como metal punteó un par de veces y luego, con un repentino estoque entró hasta la mitad haciendo que el nene ahogara un grito en mi boca. Sabía que debía dominarlo rápido, por lo que después de un par de estocadas más toda mi verga quedó aprisionada en la envoltura de carne caliente y palpitante. Lentamente comencé a entrar y a salir, una y otra vez, mientras Dieguito, con los ojos cerrados y desmadejado bajo mi cuerpo, solo atinaba a emitir tenues gemidos de placer incontrolable.
Lo seguí culeando con una cadencia que poco a poco se hacía imposible de mantener; sabía que de continuar eyacularía. Por un instante me quedé quieto con la pichula metida hasta el fondo en el ano del pequeño. A ratos el cabeceo de la verga hacía que el niño se quejara. Sabía que su estado era de máximo goce. Cada palpitación del pico lo recibía con la sensibilidad del que está en sintonía perfecta con sus sentidos. A ratos era él quien intentaba cerrar el anillo aprisionando aún más el pico en una suerte de edging que me tenía en máxima tensión.
Quise mantener el asalto un poco más, pero me fue imposible. En cuanto intenté continuar con el vaivén sentí acercarse el momento final, esa cosquillita que te avisa que ya no hay vuelta atrás, por lo que sin mediar aviso alguno, me levanté y tomando sus piernas fuertemente con mis manos lo aserruché con tanta fuerza que el nene se transformó en un muñeco de trapo y entonces, insertando el pico tan adentro como era posible, eyaculé.
La inyección de semen fue brutal. Fuertes estertores me hicieron temblar de pies a cabeza. El nene intentaba cerrar su anillo con fuerza, pero aún así parte de la leche salía de su ano mojando mis bolas. Aún tuve fuerzas para clavársela un par de veces más, impregnándolo con las últimas reservas de semen.
Dieguito me miraba con carita de susto. No comprendiendo aún el poder del deseo y la lujuria. Su respiración agitada y su falta de vigor eran testigos del esfuerzo a que había sido sometido. El pico maduro, grueso y poderoso, totalmente incrustado en el ano del pequeño le descubría así, poco a poco, los placeres de la carne.
Luego de un par de minutos y con el nene aún ensartado en la pichula, me senté con mi espalda en el respaldo de la cama y con su carita en mi pecho, lo acaricié una y otra vez. Sus dedos recorrían los abundantes pelos que le servían de improvisado colchón, absorto en quizás qué sensaciones que aún lo invadían. El sudor de ambos se mezclaba con el olor a sexo que invadía la habitación. Sus labios rojos entreabiertos me pedían silenciosamente ser besados una vez más y así, levantando su rostro angelical, otra vez mi boca se apoderó de la suya y su anillito de carne que aún aprisionaba mi verga, nos provocó a ambos un estremecimiento. El de un hombre maduro, experimentado en estas lides y el de la criatura que, habiendo sido desvirgada por el padre, había sufrido una segunda desfloración de parte del viejito pascuero.
Torux
wow amigo no me pierdo ninguno de tus relato estan muy bueno sigue contandoy saludos amigo.. 🙂 😉 🙂 😉
Gracias.
Acabo de leerte y créeme ahora tiene un nuevo lector cautivo porfavor sigue escribiendo me gusta la forma tan pulcra en la que lo describes sigue invitando a muchos hombres a tus relatos y los lectores a eyacular.