Querido Viejito Pascuero – Capítulo IV
El otro cuarto.
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Capítulo II: https://cutt.ly/cryhBpa
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Querido Viejito Pascuero – Capítulo IV
Tal como habíamos quedado toqué el timbre a las 5. Apenas entramos tomó a mi hijo de la mano y se dirigió al pasillo hacia una habitación con la puerta abierta.
—Aquí —me dijo, apuntando a una puerta cerrada, mientras él entraba en la otra habitación con Dieguito de la mano cerrando la puerta sin mirar atrás.
Abrí la puerta y la vi.
Sentada en la cama con un vestidito verde con vuelos, zapatos de charol, trenzas. Se veía tan inocente que por un instante me sentí arrepentido de estar ahí, pero su sonrisa al verme disipó toda duda. Sus pies que no alcanzaban el suelo se balanceaban y sus dedos jugaban con uno de los lazos de su vestido.
—Hola —le dije, acercándome.
—Hola —me respondió, sin dejar de balancear sus piernas.
Me saqué la casaca y me senté a su lado.
—¿Sabes por qué estás acá? —aventuré
—Sí. Mi tata me dijo que Ud. venía a jugar conmigo.
—¿Y sabes a qué vamos a jugar?
—Sí —me dijo, agachando la cabeza y sin agregar nada más.
Me hinqué frente a ella y suavemente la empujé para que se recostara. Levanté su vestidito y separando sus piernas acerqué mi cara y besé su conchita justo debajo de la figura de un osito que adornaba su calzón por encima de su vulva. Un olorcito embriagador me envolvió e involuntariamente lo aspiré cerrando los ojos. Volví a besarla y sus piernas apretaron mi cabeza poniéndose rígidas por un instante. Enseguida abrí mi boca y chupé su conchita fuertemente todavía sin quitar su calzoncito. Tembló. Luego besé la parte interior de sus piernas levantándolas ligeramente y deslizando mi lengua hacia el centro hasta alcanzar los bordes de su calzón que con el movimiento de sus piernas se había introducido dentro de su rajita. Verla así, con las piernas levantadas ofreciéndome esa vista maravillosa, me estremeció. Ataqué nuevamente su vulva con mi lengua metiendo aún más su calzón en su conchita mojada con mi saliva y le saqué un gemido de gusto.
Acto seguido corrí el borde de la tela que cubría el objeto de mi deseo y la vi. Una conchita hermosa, completamente peladita, blanca, con bordes hinchados, invitándome a acariciarla y eso fue lo que hice. Pasé mi lengua por los bordes primero, la besé varias veces y una vez que estuvo muy húmeda con mi saliva, puse la lengua en punta y traté de introducirla en su agujero. Abrí aún más sus piernas e inicié un movimiento de mete y saca con mi lengua reemplazando al miembro viril al que, ya sabía yo, ella estaba acostumbrada.
Pensé en las veces que su abuelo habría hecho lo mismo. Si era verdad lo que él me había contado, ella debería estar acostumbrada a jugar con un adulto, aunque no sabía exactamente a qué edad había sido traspasada por el arma masculina.
Tomé entre mis labios su clítoris que, aunque pequeño, lo sentía ya inflamado y durito ante el contacto con mi lengua. Suave, sabroso y embriagador. ¡Qué delicia sentirlo con mi lengua y mis dedos! Por momentos lo chupaba y al rato lo acariciaba con la yema de mis dedos en un masaje delirante para la hermosa ninfa que acogería mi virilidad.
Con ambas manos abrí el chorito. Su cavidad de color rosa pedía a gritos una verga que la penetrara, pero aún era muy pronto para aquello por lo que levantando aún más sus piernas abrí sus nalgas descubriendo su hoyito posterior, apenas un asterisco que no sabía si tenía uso aún. La besé en el ano y ella se revolvió, no sé si de gusto o porque no estaba preparada para eso. Su olorcito a limpio y la suavidad de su piel me llevó a nuevos parajes de placer. También allí la acaricié con mi lengua tratando de introducirla en su orificio. Apreté fuertemente mi cara entre sus nalgas y nuevamente le saqué un gemido de inconfundible placer. Su anillo fuertemente cerrado no permitió acceso alguno, pero la experiencia me indicaba que todo se puede con paciencia.
Enseguida me paré y extendiendo mi mano la volví a sentar en la posición en que la había encontrado. Sin soltar su mano, la acerqué a mi bragueta y dejé que me mostrara lo que sabía hacer. No hubo necesidad de explicarle nada. Masajeó mi verga erecta por sobre el pantalón y acercando su boca le dio un suave mordisco al tronco lo que me hizo abrir la boca aspirando aire mientras un calambre me recorrió desde los cocos hasta el estómago. Luego deslizó el tirador de la cremallera y metió su mano en busca de la verga erecta que habría de introducirse en su boquita de labios rojos. Con gran destreza metió su mano dentro de mi slip y agarró el miembro por el centro del tronco, sin embargo, no le fue fácil sacarla de su escondite debido a lo dura que se encontraba y a la falta de ayuda de mi parte. Quería ver que lo hiciera solita, eso añadía morbo a la perversa situación.
Al fin la punta del pico vio la luz y se estiró aún más frente a la niña quien sin soltarlo en ningún momento miraba embobada el rígido trozo de carne cuya cabeza babosa se encontraba semi cubierta aún por el glande.
La niña, experimentada en estas artes, deslizó la piel hacia atrás dejando a la vista la cabeza completamente mojada con mis líquidos preseminales y mirándome se golpeó la cara con el grueso falo para inmediatamente después aprisionarlo entre sus labios y comenzar una mamada digna de una mujer de mayor edad. Ella misma tomó una de mis manos y la puso detrás de su cabeza en una silenciosa orden de imponer mi propio ritmo o bien de hacerme sentir que era mi responsabilidad indicarle qué hacer.
Yo tomé sus trenzas con ambas manos y comencé a penetrar su boca metiendo y sacando el pico cuidando de no ahogarla, pero ella misma me demostró que eso no era necesario, tragando la verga más allá de mi imaginación. Su nariz se perdía entre mis pelos y la niña continuaba con la ruidosa succión en un enervante continuum.
Ante el cúmulo de sensaciones abrí mi cinturón y desabroché el pantalón logrando que este cayera hasta la mitad de mis muslos y enseguida, interrumpiendo un momento la mamada, bajé los slips dejando libre los testículos que, grandes y rotundos, de inmediato llamaron la atención de la hermosa chiquilla quien levantando el pico se los echó a la boca, uno primero y el otro después. Un tolerable dolor me recorrió ante la chupada de bolas de la niña que no solo se conformaba con chuparlos, sino que además los estiraba con sus labios observándome con una mirada pícara y juguetona. En ese momento me sonreí ante el gesto inevitable en quien se deleita en esos menesteres: sacarse un pelito de entre los dientes.
Aproveché ese instante para desnudarme completamente y tomándola en mis brazos la levanté del suelo y la besé apasionadamente en la boca, como dos amantes, como marido y mujer, como padre incestuoso y su hija, como posiblemente su abuelo hubiera hecho muchas veces antes. Su boca tenía un sabor tan exquisito que me hubiera pasado la tarde besándola, hurgando su boca con mi lengua, chupando sus labios, pero el tiempo avanzaba.
Hasta ese punto la niña aún permanecía con toda su ropa lo que acentuaba mi calentura de imaginarla accidentalmente descubriendo mi desnudez. Me tendí en la cama y le susurré:
—Juegue a lo que quiera conmigo, mi bebé.
La niña sonrió y sacó sus zapatos; luego deslizó su vestidito verde sin dejar nunca de mirarme. Así, con unas calcetas de vuelitos me modeló la única prenda que aún tenía puesta: sus calzones de algodón con el tierno osito cubriendo la vulva. Por alguna razón la imagen del osito me evocó algo que no acertaba a recordar. Sonriendo se contorneó mostrando su posterior, metiendo la mano dentro del calzón para luego chuparse los dedos.
“¡Qué demonio de niña!” —pensé.
Mi mano involuntariamente se apoderó del pico, pero decidí no pajearme ante la posibilidad de no poder aguantar.
Seguí mirando embobado el espectáculo de la chiquilla de 7 años en un acto de seducción ante un hombre de casi 40. De pronto se agachó dejando su culo frente a mí y poco a poco, muy lentamente, fue bajando sus braguitas dejándome ver el nacimiento de sus nalgas. Me dolía el pico y las bolas de solo mirarla, pero me resistí a tocarme. Cuando se sacó completamente la prenda tomó una nalga en cada mano y las abrió brindándome el irresistible espectáculo de su hoyo y su concha al mismo tiempo mientras su cara sonriente me miraba por entre las piernas seguramente sabiendo el efecto que su acto había causado en mí.
—acérquese mi putita hermosa —le reclamé, sorprendiéndome yo mismo de la palabra que usé.
La niña se acercó y subió a la cama ubicándose rápidamente entre mis piernas que abrió con sus propias manos y cuando pensaba que continuaría con la mamada interrumpida, me sorprendió levantándolas de tal modo que mi posterior quedó frente a su cara. No podía creerlo, no podía ser cierto. Tomé yo mismo mis piernas por detrás de las rodillas y me expuse ante ella sin dar crédito a lo que iba a suceder. Mi ano latió un par de veces ante el prospecto de ser atendido cuando sentí la afilada lengua de la chiquilla y con fuerza la introdujo en mi ano. Me sentí en las nubes. No hubo un beso preparatorio, una lamida introductoria, no, simplemente la muy puta me metió la lengua en el hoyo hasta ese entonces virgen. ¡Nunca en la vida había entrado nada por ese agujero!, ¡me sentí violado por una niña de 7 años! Pero lejos de quejarme, las sensaciones que me produjo sentir ese apéndice húmedo en mi hoyo me provocaron un relampagueo de éxtasis. Fue descubrir de pronto lo que debe haber sentido Dieguito cuando su hermano se lo hizo a él el día de su desvirgamiento y me di cuenta de que lo cerrado de su anito momentos antes no obedecía a la falta de experiencia sino más bien a hacerme sentir la obligación de comérselo con mayor determinación, a violarle el ano. Lamenté no haberlo entendido desde el principio.
La lengua de la niña seguía saliendo y entrando, dilatando mi cueva.
“¡Un verdadero regalo del viejito pascuero!” —pensé.
Sin dudas que él le había enseñado esas artes tan peculiares; tendría que agradecérselo.
—¡Aghh! —exclamé. La muy puta me metió un dedo completo en el ano que cerré apresuradamente, para solo lograr aprisionar con mi esfinter el dedo intruso.
— “¡Qué hija de puta!” —pensé. Pero no fui capaz de impedir que luego de ese dedo, entrara otro más en mi cavidad.
Luego de un buen rato de entretención anal, la prepúber subió diestramente por sobre mi cuerpo y se sentó en mi cara. Inmediatamente comencé yo a comerle el chorito, mientras mi dedo medio hurgaba en su hoyito posterior en un acto de venganza que la niña acogió con gusto. La niña se movía como poseída, gimiendo y diciendo palabras soeces que lejos de reprobarlas, sentía que eran justo lo que esperaba oír de su boca.
—Métame la lengua en la concha —me exigía— ¡más adentro!, ¡como si fuera la pichula!
Yo solo obedecía. Por un momento pensé en lo extraño de tener sexo con una niña que aún en esas circunstancias trata de “Ud” a sus mayores.
—Espere —me dijo en un momento, y girando sobre sí misma se sentó nuevamente en mi cara, pero esta vez se inclinó para comerme el badajo con una intrepidez y voracidad digna de video porno, pero de uno que no podría mostrarse en Pornhub, quizás si en un relato de SST habría algo parecido.
Tanto el pico como las bolas se vieron agasajados por los vicios de la pequeña que, enseñada por su abuelo, no escatimaba esfuerzos en complacerme y complacerse en el goce brutal de la carne. Movía el culo en una danza desaforada en que mi lengua era la batuta al mismo tiempo que restregaba el pico en su cara.
De pronto se detuvo y se bajó de la cama. Del velador tomó un pomo de KY que seguramente su abuelo dejó ahí a propósito, lubricándome el pico completamente. Enseguida se introdujo un buen poco en su concha dejándola brillante para luego subir a la cama ubicándose con sus piernas abiertas a cada lado de mis caderas. Se agachó con la mirada fija en mí y tomando la pichula con las venas a punto de reventar se sentó en ella tragándola completa de una sola vez. La sensación de la rajita apretadita y caliente me provocó un par de espasmos, pero luego comenzó a subir y a bajar en el pico culeándome con un deleite que traspasaba todo límite. A ratos el movimiento variaba a un incesante vaivén de atrás-adelante para luego moverse en círculos. Todo ello me tenía a punto de explotar y yo aún no había hecho nada más que actuar pasivamente.
Tomé sus caderas y comencé yo a metérsela de manera salvaje. Quería que sintiera lo que era ser culeada por un macho fuerte y experimentado. Quería retribuirle su frenesí, su calentura, su entrega, metiéndole el pico en un polvo brutal que la hacía saltar en mis piernas. Me incorporé sentándome en la cama y en esa posición el pico se hundió aún más en su cuevita hambrienta. El chapoteo de nuestros cuerpos transpirados se hacía más y más audible. La tomé después en mis brazos y bajando de la cama con ella clavada en la verga la hice saltar en el pico gimiendo con palabras cortadas e incoherentes.
Luego la deposité en la orilla de la cama y la ataqué de frente. De ese modo podía ver su cara y al mismo tiempo podía ver el pico entrando y saliendo de la concha, pero solo alcancé a clavársela un par de veces más y de pronto la pequeña niña se estremeció toda y la concha se contrajo en un espasmo que percibí en el pico como una vibración y ya no aguanté más. Metí el pico tan adentro como pude y descargué en su interior toda la leche acumulada en mis bolas. Me temblaron las piernas y me sumí en un sopor con el pico aún cabeceando incrustado en la concha de la chiquita que con apenas 7 años ya era una maestra en el arte del sexo.
“¿Cómo estará Dieguito?” —pensé.
Torux
Excelente, en espera de la continuación.
Gracias, Suabe.