Quiero ir al doctor
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por morochouruguayo.
Pero su vigorosa imagen de metro ochenta y una figura admirable, todo esto unido a una piel fresca y de tenue bronceado, hacía que lo encontrara más joven aún.
Su pelo castaño claro, cortado prolijamente, una barbita en forma de candado de pulcrísima apariencia, sus lentes dorados y finos eran enmarcados por su delantal impecable sobre camisa y corbata de exquisito gusto. Sus ojos seguían mi mirada detrás de sus anteojos y su charla era amena y nunca excedía el tono tranquilo y suave. Después de las preguntas de cortesía habituales me invitó a sentarme frente a su escritorio para preguntarme la causa de mi visita. Le expliqué que había decidido hacer un poco de ejercicios, que hacía natación en mi club (Hasta había experimentado con la lucha libre) y que a causa de querer cambiar hasta mi dieta cotidiana, había ido a verlo para hacerme un chequeo general.-Veo que ha decidido cuidarse un poco más- me dijo sonriendo.-Se trata de eso, precisamente, pero también he notado que a raíz de estar trabajando más este año, me siento cansado y sin fuerzas.
Tengo dolores musculares en los hombros y piernas y también le diré que con mi pareja ya no tenemos la frecuencia sexual que solíamos tener. El doctor Casier me miró por encima de sus lentes con una seriedad profunda y me dijo.-No se preocupe usted. Haremos una serie de análisis de todo tipo y ahora mismo le haré una revisación a fondo. ¿Le parece bien? Este hombre era un encanto de persona y por cierto, era un tipo muy buen mozo y atractivo. Estar en sus manos me daba una seguridad inmensa, a la vez que una excitación deliciosa.-Siéntese en la camilla, por favor. Acercó una luz y me hizo abrir la boca. Inspeccionó mi boca, mi garganta y me hizo sacar la lengua. Después de hacer eso, sus manos empezaron a palpar mi cuello, examinando los ganglios. Un escalofrío recorrió mi espalda.
Sus manos, increíblemente cálidas, eran tan suaves que todo era una caricia. Enseguida estuve muy a gusto y comencé a sentirme muy relajado. Estaba muy cerca de mí. Tenía un riquísimo perfume, muy suave y masculino. Siempre obedeciendo sus consignas dichas en el tono más suave, pero firme, él siguió revisando oídos, cuello, ojos y nariz.-Desabróchese la camisa, por favor. Me puse algo nervioso.
La desabroché por completo y la aparté hacia los costados. Puso en estetoscopio en mi pecho, entre los pelos del centro y empezó una lenta y minuciosa exploración auditiva. Pasó a una revisada táctil. Me fascinó sentir sus manos en mi pecho, mi espalda, mis axilas. Al revisármelas me pidió que me quitara la camisa. Yo obedecía cual esclavo sumiso. Después me indicó que respirara profundamente y puso su cara en mi espalda. Me asombró que no usara una tela sobre ella. Era extraño, pues el doctor Casier era la imagen misma de la pulcritud. Yo sentí su barbita desplazarse en mi espalda y no pude evitar suspirar a cada movimiento.-Relájese, respire pausadamente. Yo intenté respetar su pedido, pero me era difícil.-Acuéstese. Quedé boca arriba en la camilla.-Por favor, desajuste su cinturón y bájese un poco el pantalón. Empezó a palpar mi abdomen. Sentí sus manos bajar más y más. Tenía unas manos bien grandes y cubiertas de vello. Unas uñas blancas y perfectamente recortadas. Pero sobretodo eran tan suaves…Mi pantalón estaba abierto y dejaban ver la tela de mi slip. Él siguió palpando mi panza de una manera eróticamente profesional, deslizando sus dedos por entre el vello que se ensanchaba hacia abajo.-Ahá. Muy bien. Ahora, por favor, bájese un poco el slip, si es tan amable. Yo tomé el elástico superior y lo bajé un poco descoordinadamente.-Sólo un poco, así está bien, gracias. Bajé más despacio y mis pelos pubianos emergieron desde el interior del slip. Él comenzó a tocar toda la zona. Sus dedos expertos tocaron mis entrepiernas, confundiéndose con mis pelos.
Buscó y palpó durante largo rato. Me pareció que se quedaba ahí un poco más de lo normal. Y, por supuesto, comencé a ponerme un poco intranquilo. Yo miré un poco de reojo, advirtiendo que el doctor Casier estaba muy concentrado. Su boca estaba entreabierta, como si estuviera mirando algo que lo dejaba atónito. Pronto me di cuenta que su vista no se apartaba del bulto que había en mi slip. Eso fue maravilloso. Enseguida sentí que mi pene empezaba a dar latidos.
El doctor seguía palpando mis ganglios inguinales.- ¿Le molesta algo?… ¿duele acá?-No doctor, nada… ¿Y acá?-Tampoco, doctor. Iba cambiando de lugar y me seguía preguntando. Yo estaba terriblemente excitado y a esa altura, mi bulto se había levantado considerablemente. Sentía también que mi pija goteaba grandes cantidades de líquido transparente, manchando la blanca tela. El doctor advirtió esto y yo, rojo de vergüenza pensé que me iba a echar por degenerado. Pero nada de eso ocurrió y él siguió con la revisación. Hasta que ocurrió lo más temido.-Discúlpeme, pero seguiremos con la revisación. Mirando fijamente lo que iba a descubrir a la vista finalmente, y sin pedirme que yo lo hiciera, tomó el slip, junto con el borde de los pantalones y los fue bajando lentamente hasta mis rodillas. Yo, cerré los ojos y me encomendé a los santos. Mi pija salió disparada en toda su extensión hacia mi ombligo, hasta sentí el ruido que hizo el golpe con mi abdomen. Totalmente erecta y húmeda, mi verga, al salir tan violentamente afuera, despidió unas gotas pesadas de líquido preeyaculatorio sobre los pelos de mi pecho.
Miré al doctor Altman. Ahora su mirada estaba fija en mi pene, y su expresión era casi de asombro. Su boca estaba aún más abierta y podría haber dicho que respiraba más pesadamente.-Permítame- dijo, y terminó de quitarme lo que me quedaba de ropa. Sólo quedé con las medias puestas. Cual sería mi asombro que de pronto sentí que me tomaba las medias y las iba quitando una a una. Me quedé inmóvil. Estaba en plena erección y completamente desnudo frente a sus ojos. Él seguía haciendo todo con una serenidad estremecedora. Cuando terminó de quitar las medias, me revisó los pies., examinando uno por uno mis dedos y probando su movilidad. Yo me preguntaba para que hiciera semejante cosa, pero no me importaba. No me importaba nada a esa altura. Estaba en sus manos. Fue hacia mis muslos, los tocó firmemente, como acariciándolos y de repente los abrió apartando a los costados mis piernas. Sus manos ahora buscaron mis testículos. ¡OH, Dios! Con ese contacto, mi verga dio un corcoveo y se tensó hacia arriba, goteando nuevamente. Yo lo miraba de reojo. Veía cómo hacía todo con sumo interés y paciencia. Amasó mis pelotas, las comprimió las separó, las amoldó en su mano. Cada tanto me preguntaba si sentía alguna molestia, pero yo le respondía entrecortadamente que no.
Dejó una mano en mis huevos y con la otra tomó el tronco de mi pija. Y me ruboricé de inmediato. Él descorrió bien el prepucio hacia atrás y lo fue examinando con el mayor detenimiento. Tomó el glande con ambas manos y abrió el pequeño orificio dulcemente, casi con lúdico erotismo. Yo, me sentía morir. Mi verga goteaba constantemente, y sus manos recibían el pegajoso líquido.
Era un revisación que normalmente se hacía con guantes, Otra vez me extrañó que el doctor Altman no los hubiera usado. Cuando había abierto bien una y otra vez mi glande rosado y mojado, tomó con ambas manos mi pene y los fue tocando en distintas partes. Eso hizo que yo casi le largara ahí mismo un chorro de esperma. No sé como me contuve.-Acuéstese boca abajo."Cielo santo", pensé. Esto viene en serio. Mi pija quedó aprisionada debajo de mi abdomen. Mientras cambiaba de posición, logré ver cómo el doctor se aflojaba el nudo de la corbata. Fue el primer indicio de incomodidad que había notado en él hasta ahora. Me pregunté que es lo que estaba pasando exactamente. El doctor Altman me hizo una revisada anal después de ajustarse unos guantes de látex. Apartó los glúteos y buscando con el dedo no interferir con mi vello, abrió el agujero cual maestro experimentado y lo introdujo, palpando todo mi interior. No pude evitar gemir cuando sentí su dedo tocar mi próstata. Estuve a punto de tener un orgasmo. Él quitó el dedo y para mi asombro que nunca terminaba, sentí como se quitaba el guante y emprendía nuevamente su acometida digital. Me estaba palpando de tal manera que yo sólo podía entrecerrar los ojos y sentir el mayor placer del mundo.
Pero, afortunadamente, mi mano había quedado a un costado, muy cerca de él, ya que a un lado de la camilla, podía sentir su delantal frotar mis piernas. Se acercó tanto que mi mano rozó involuntariamente su entrepierna. Él lo advirtió, pero no hizo nada por evitar ese contacto, más bien, hasta dio un paso hacia adelante. Advertí que su bulto estaba rígido. Esto me pareció la gloria. En el siguiente envión, mi mano tomó su verga a través del pantalón y se quedó ahí, reteniendo ese precioso paquete. Él se detuvo entonces. Retiró su dedo de mi ano, con infinita dulzura. Me acarició todavía un poco más mis nalgas y se separó lentamente de mí. Yo giré sobre mi espalda, y me incorporé un poco en la camilla, intentando averiguar qué sucedía. Vi entonces al doctor Altman dejar sus gafas en el escritorio. Fue a la puerta y corrió la traba.
Bajó la luz del consultorio y empezó a quitarse el delantal. Lo miré a punto de lanzarme hacia él, pero me contuve, pues el espectáculo que me daba ahora, era de lo más enloquecedor. Siempre lentamente, dejó el delantal doblado en una silla. Se quitó la corbata y empezó a desabrocharse la camisa. ¿Qué pecho hermoso salió de esa camisa! Unos oscuros pezones, tenuemente adornados de vello claro enmarcaban un cuello ancho, viril y unos pectorales generosos. Su vello dibujaba una Y que se abría a los costados de su cuello. No tenía vello casi en su abdomen.
Continuó desnudándose. Bajó sus pantalones y los fue a colgar en el perchero, donde había dejado su camisa. Se quitó las medias y quedó en calzoncillos. Un bulto dibujado por la erección de una verga oculta asomaba ante mis ojos incrédulos. Vino hasta mí. Yo lo tomé por los hombros, pero no pude esperar más y le bajé los calzoncillos. Su pene era grande, cubierto de largos pelos claros. Se erguía hacia arriba y estaba curvado hacia un lado. Estaba todo mojado. Mi mano se apoderó de él y comenzó a masturbarlo. Él buscó a la vez mi miembro y mientras me pajeaba, nuestras bocas se unieron en un gemido sordo. Enseguida bajé buscando su pezón derecho con mi boca. Lo engullí, lamiéndolo suavemente. Noté como se endurecía. Con mi mano iba estimulando el izquierdo y pronto también lo besé.
Primero con la punta de la lengua. Iba haciendo círculos alrededor de esa suave piel rosada. Lamí sus finísimos pelos. El pezón se irguió hacia mi como un pequeño pene y desapareció en mi boca. Luego de eso, él me tomó delicadamente y quiso hacer lo mismo conmigo. Fue delicioso, su lengua era increíblemente movediza y sensual. Salía y entraba chupando todo. Mis pezones, mis pechos, con los labios tomaban mis largos pelos y los fue dejando todos mojados con su saliva. Levantó mi brazo y se hundió en mi axila. Yo me contuve para no gritar. Y cuando vio que no podía más, me besó en la boca, conteniendo mi propio gemido. Giró hacia mí y puso frente a mi cara su zona pubiana. Su rostro fue al encuentro de la mía. Su pene quedó colgando ante mi boca. Lo atrapé enseguida y lo comencé a succionar gustosamente, mientras él se tragaba el mío. Estuvimos así un largo rato, no recuerdo cuanto tiempo había pasado. Mientras nos comíamos nuestros miembros, las manos recorrían todo lo que podían tener a su alcance. Los dedos se metieron en nuestros agujeros. Su culo era muy blando y relajado, por lo que mis dedos entraron perfectamente, lubricados con mi saliva.
Cuando cambiamos de postura, quedamos de pie uno frente al otro. Nos dimos otro largo beso, esta vez con un abrazo que contenía todo nuestro deseo. Él tomó mi verga y yo la suya. Empezamos una lenta y acelerada masturbación, que fue cobrando velocidad a medida que nuestra excitación crecía. Nuestras miradas eran una sola y con las bocas entreabiertas gemíamos susurrando entrecortadamente. Nos dábamos rápidos lengüetazos cada tanto. Nuestros gestos nos anunciaban que venía el final. Las manos no dejaron de agitar nuestros troncos duros. Y ambos largamos varios chorros de esperma sobre el pecho del otro, casi al mismo tiempo, en una sincronía casi perfecta. Nos arqueamos convulsivamente uno sobre el otro al mismo tiempo que nuestras bocas se unían en un grito ahogado, lengua contra lengua. Nos fuimos calmando, todavía unidos por el beso y sosteniendo aún nuestras pijas agotadas.
Aún desnudo, y con una calma apabullante, el doctor Altman fue hasta el escritorio y escribió algo en el recetario. Le pregunté que estaba escribiendo.-Es tu nuevo médico. Me temo que yo ya no podré atenderte. Lo miré un tanto asombrado y con un gesto interrogador.-No te preocupes-me dijo sonriendo-perdiste a tu médico pero ganaste un amante. Y sellamos ese acuerdo con un beso lento y tierno.
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