RAMONCIN 1
Recuerdos de mis primeros juegos eróticos infantiles con un niño muy especial. .
Ramón era uno de los trabajadores que venía a la finca de mi padre con cierta periodicidad. Era el único que tenia un hijo de mi edad, así que, en los veranos lo traía casi que todos los días. Se llamaba Ramoncín, supongo que para distinguirlo de su padre. Y, sí, era como Ramón, pero a escala: de cuerpo compacto y fuerte, tez morena. Sin ser guapo, tenía unos rasgos de una cierta ferocidad inquietante y atrayente. Teníamos la misma edad y éramos completamente diferentes en todo. Yo era el típico niño estudioso de colegio de pago, y él el niño que desde pequeño está acostumbrado a ayudar a su padre en el campo.
Nuestros mundos eran muy distantes, pero desde los 7 u 8 años habíamos estado coincidiendo durante los veranos en la finca, mientras nuestros padres y algunos trabajadores más se ocupaban de los cultivos. Jamás coincidimos fuera de allí.
Nuestros juegos fueron evolucionando con los años, de los más infantiles a los más rudos y más inquietantes de los últimos años, cuando ya éramos casi unos adolescentes. Así, las escenas que ahora te cuento, las que al cabo de 50 años me vienen a la mente con más frecuencia corresponden a los veranos de cuando teníamos 10 u 11 años. A partir de esa edad yano volvimos a coincidir nunca.
EN LA BALSA… LA DESNUDEZ
En la finca había una gran balsa destinada a almacenar el agua que una bomba sacaba de un pozo. No era propiamente una piscina, era mejor. Un embalse de diez por 10 metros con una profundidad de un metro de agua fresca y cristalina.
Cada día tomábamos el baño y jugábamos hasta rebentar con saltos, carreras, piruetas…
Era un paraiso, pero Ramoncín lo convertía, una vez más, en una selva.
La indumentaria no variaba: siempre íbamos en bañador, en uno de aquellos pequeños bañadores escasos y ajustados como una segunda piel, nada de esos absurdos bañadores actuales.
En la balsa era casi el único lugar en que la desnudez se producia… pero solo la mía.
A Ramoncín le encantaba humillarme a base de dejarme completamente desnudo delante de él y cualquier otro trabajador que pasase por allí.
El precio de perder alguno de los continuos retos era tener que prescindir de mi taparrabos, cosa que ocurría la mayoría de las veces por la fuerza y tras una persecución y una lucha.
El reto podía ser ver quien recogía más piedras del fondo de la balsa que habíamos tirado allí previamente.
Como casi siempre, Ramoncín me aventajaba en habilidad natatoria. Así, una vez hecho el computo de piedras, Ramoncín se acercaba a mi con una amplia sonrisa y, sin mediar palabra, me tiraba dentro del agua y, no solo eso, sino que se abalanzaba sobre mi para meter mi cabeza bajo el agua, y aunque yo intentaba huir al nado, acababa sistemáticamente “pescándome” y vuelta a la lucha, vuelta a los agarrones. Como novedad, el final de la lucha solía ser mi bañador en manos de mi enemigo que lo enarbolaba con júbilo y me forzaba a perseguirle para intentar recuperar la prenda.
Recuperarlo me costaba unas cuantas nalgadas sobre mi pompis desnudo.
Las pocas veces que le veía el sexo y a Ramoncín era durante uno de los habituales concursos de meadas que simplemente consistían en ver quien conseguía hacer llegar su chorro dorado lo más lejos posible. Me encantaba poder ver ese cilindro de carne tan perfecto y turgente. Para mi era como acceder a un gran misterio rodeado de morbo por lo pecaminoso.
Una vez más Ramoncín le solía dar una versión más salvage y aprovechaba cualquier distracción mía para apuntar con su maravilloso instrumento y mearme tanto como le era posible.
Así, solíamos acabar cubiertos con una capa de cálida y fragante orina juvenil, orina que enjuagábamos en un periquete con un simple chapuzón en la balsa.
Ni su pene ni el mio eran de proporciones extraordinarias, pero en aquellos tiempos de represión sexual, la vista de los genitales de Ramoncín era para mi toda una fuente de tensión y placer… el gusto por lo prohibido.
SIN BESOS
Nunca hubo besos, nunca. Eso lo hubiésemos considerado en aquellos tiempos, de mariquitas, y ninguno de los dos nos lo considerábamos.
Pero, de alguna manera, había su sucedáneo.
En aquellas inmovilizaciones que a Ramoncín tanto le gustaban y con las que me demostraba continuamente su poder, le gustaba dar énfasis a sus palabras poniendo su cara contra la mia, a una distancia tan corta que se tocaban las puntas de nuestras narices. Una distancia tan inusual que no recuerdo haber tenido con nadie de mi entorno de aquellos tiempos, ni familiares, ni amigos, ni enemigos.
La gran proximidad era para enfatizar la contundencia o la amenaza de sus palabras, claro.
Yo le escuchaba entre amedrentado y embelesado, mirándole a los ojos, supongo que con mirada de estupefacción, pero sintiendo con fruición su aliento en mi cara, su tibio y contundente aliento paseaba sobre toda mi cara, húmedo y perfecto, con un aroma a juventud fresca y contundente.
No, no hubo besos, pero aquellos baños del cálido aire de sus pulmones me hacian sentirlo como mio, como muy íntimamente unido a mi.
Aun puedo sentirlo allí, casi con los rostros fundidos, salvando la escasísima distancia con su vahó único que yo me apresuraba a inhalar en mis pulmones, para atesorarlo… y hasta hoy…
HUELO MAL?
–Que mal que hueles, cochino!
Así me decía, a mi que me duchaba casi a toda hora y que ya en aquella época -hace cincuenta años– siempre iba empapado en colonia.
Por el contrario, Ramoncín olía… olía a vida, sin artificios, sin colonias ni jabones ni desodorantes…
A mi me gustaba su olor carnal y intenso. Su sudor era perfumando, varonil… intoxicante.
La fuerza de su olor corporal era tal que yo regresaba cada día a casa con su olor impregnado por todo mi cuerpo. En la soledad de mi cuarto yo me olia la piel y le recordaba así con más facilidad.
Cuando podía, atraído por su perfume corporal, aprovechaba cualquier excusa por meter a fondo mi nariz y inhalar con la máxima profundidad sus aromas… su colonia.
LUCHAS Y RETOS
Los juegos solían ser de acción, a Ramoncín no le interesaban los juegos de cochecitos, ni de fantasías, imponía sus preferencias que eran las aventuras y las competiciones, y, yo, me plegaba con una mezcla de temor y excitación. Para los otros juegos ya tenía a mis amigos.
Cuando llegaba no había saludos de ninguna clase.
-A que no me coges?
Y salíamos disparados a correr en una persecución endiablada. No es que yo corriese menos, pero Ramoncin solía ganarme por agotamiento y por agilidad. Así, cuando agotados caíamos debajo de algún naranjo, a su sombra, estábamos resoplando y empapados en sudor.
–Ves como corro más que tu.
–Porque tenías mucha ventaja, has comenzadoa correr cuando estabas a más de cien metros de mi.
–Sí claro –comenzaba a decir mientras se sacaba la camiseta.
Yo me quedaba mirando su torso compacto y moreno, tan diferente del mio, y de los de mis compañeros de colegio y amigos.
Ramoncín se erguía delante de mi mirada turbada.
–Toca y verás! –me decía poniendo delante de mi cara su bíceps prominente.
Yo intentaba tímidamente apartarme, pero Ramoncín continuaba acercándolo a mi cara haciéndome retroceder hasta caer de espaldas en la arena, ocasión que él aprovechaba para tirarse sobre mi y pasarme su impresionante bíceps y sus sudados pectorales por la cara mientras yo trataba sin éxito apartarlo.
Así, con aquel cuerpo que tanto me amenazaba tanto como me atraía encima de mi, yo, prisionero de su peso y su ímpetu, quedaba impregnado de su sudor y su fuerza.
Otras veces, la disputa acababa en una lucha cuerpo a cuerpo. Yo me resistía con todas mis fuerzas y mañas a su incandescente fuerza. Era una batalla desigual donde siempre había un vencedor que disfrutaba con el dominio sobre el contrario, yo. Pero eso era solo lo evidente, porque yo lo disfrutaba de la manera más intensa y extraña que se pueda imaginar. El dolor de sus golpes, lejos de amilanarme, me incitaban a continuar provocándolo. Y Ramocín no era de quedarse corto, me retorcía los brazos, me pasaba el brazo por el cuello cortándome la respiración mientras me continuaba dando puñetes en mi costado hasta tenerme completamente agotado y rendido… dominado.
Brazos, piernas, cuello, espalda, pies, manos… en continua fricción y contacto, pasaban también por mi cara y mis manos. Huidizos pasaban por mis labios, mi nariz y mis ojos sus ingles, sus labios, sus axilas, sus pezones… Todo un banquete para los sentidos.
Entonces me dejaba caer al suelo y se sentaba sobre mi mientras volvía a reír y flexionar sus adorados bíceps. Si se sentaba sobre mi pecho, me iba restregando su sexo, cubierto por el fino tejido del bañador, por toda mi cara. Era un sexo bulboso, grande, suave y compacto que pasaba y volvía a pasar por mi cara, presionándolo sobre mi boca cerrada y mi nariz que se veía obligada a inhalar con fuerza aquel sexo ligeramente húmedo y muy aromático encajonado entre sus resbaladizas y sudorosas ingles y aquel pequeño speedo.
Una vez ya en casa, en mi habitación o en el baño, yo me dedicaba a recordar aquellos intensos instantes llenos de rabia, pero impregnados de unas pulsiones sexuales inexplicables e intensas que me llenaban de zozobra, ignorante como era todavía de todo el mundo del sexo, y sin saber que serían justamente aquellas experiencias las que conformarían en gran medida mis gustos y fantasmas de mi futura vida sexual.
Otra variante del mismo final de lucha al final de alguno de los retos que íbamos inventando, era conmigo otra vez tumbado en el suelo boca arriba, pero esta vez, e lugar de restregarme su sexo por la cara, se acostaba sobre mi desfalleciente cuerpo agarrándome de las muñecas, inmovilizando mis piernas con las suyas y poniendo la delantera de su bañador sobre la mía y, así, sexo contra sexo, aprovechar los últimos estertores de mi resistencia para restregar su sexo contra el mio.
Desde arriba me miraba con una sonrisa malvada mientras yo le respondía con una cara de un poco fingida rabia y indignación, cosa que todavía le excitaba más a Ramoncín que se veía asi legitimado a continuar con el castigo, ahora ya con os dos sexos claramente erectos por la fricción violenta y continuada, y la casi inexistente separación física, pues los speedos estaban ya en aquel punto tan impregnados del sudor de nuestros sexos que los vaivenes de una misma masa formada por los dos penes enfurecidos.
CASTIGOS
En aquellas luchas sin cuartel había momentos de desesperación por mi parte, pues la rudeza de Ramoncín muchas veces sobrepasaba los límites soportables.
En algunas ocasiones en que yo, desesperado por el dolor o la asfixia había aprovechado algún palo o piedra que tuviese a mano para darle un golpe a ciegas y a la desesperada para intentar salvarme, el castigo no se había hecho esperar.
Me tumbaba de espaldas, me ponía su rodilla sobre los riñones, me bajaba el bañador hasta las rodillas y me daba nalgadas con su ruda mano hasta que le pedía perdón con suficiente vehemencia como para que considerase compensada la afrenta que le había hecho. Y no eran nalgadas de broma, eran fuertes y hacían un gran chasquido cada vez que su denuda mano chocaba con mis desnudas y blancas nalgas que acababan de un purpura intenso que a él le enorgullecían y a mi me recordaban durante horas el tacto de su mano sobre mi piel más íntima.
Le gustaba pedirme al cabo de unas horas que le volviese a enseñar los efectos de su castigo sobre mi culo y, así, por las buenas, o por las malas, me tocaba enseñarle mi enrojecido trasero al animal de Ramoncín que reía con ganas y hasta se dignaba a palpar su fechoría.
Otras veces, el castigo era agarrarme los huevos y apretarlos sin ninguna misericordia hasta que yo pedía su perdón. Era tanta la fuerza con que me retorcía los testículos que yo saltaba de dolor hasta caer al suelo protegiendo mis partes entre aullidos mientras él reía ufano de haber castigado mi osadía.
Paradójicamente, en la soledad de mi cuarto, pasado ya lo más agudo del dolor, yo me recreaba con aquellas escenas de dolor y humillación. Observaba mis testículos, blancos y sin ni rastro de vello todavía, los acariciaba y me masturbaba mientras me recreaba en cada gesto y cada contacto de su mano con mis suaves testículos.
Otro de sus castigos que uso en ocasiones que el consideraba más intolerables como alguna vez que en mi desesperación casi agónica había osado a tirarle arena a los ojos, conisitía en ponerme es su postura preferida, acostado de espaldas sobre a la arena del campo y el se sentaba a horcajadas sobre mi vientre y mientras me inmovilizaba los brazos cogiéndome fuertemente con sus manos por mis muñecas, ponía su cara sobre la mía que solo podía mover un poco hacia los lados…
–Abre la boca, cabrón!
Y yo cerraba mi boca con fuerza y ladeaba la cara porque ya sabía lo queme venia encima.
–Si no abres la boca te voy a llenar de escupitajos toda a cabeza! Tu eliges! –y afianzaba sus palabras amenazadoras presionando todavía más mi vientre con su culo y mis muñecas con sus fuertes garras.
–Venga! Así aprenderás a no usar malas mañas conmigo!
–…
–Abre la boca, te digo!
–…
Y ante mi resistencia, proyectaba algunos escupitajos en mi cara, en mi pelo… donde le daba la gana.
Al final yo le abría, de mala gana… fingida, la boca.
–Abrela más!
Y me soltaba un buen escupitajo que quedaba en mis labios medio cerrados.
–Hazme casoo será peor!
Al final yo abría mi boca y allí, sí. El preparaba en la suya una buena cantidad de cristalina saliva y yo podía observar como aquel cordón traslúcido iba bajando de su boca a a mia, ahora abierta de par en par.
Así, durante unos minutos me iba alimentando con su saliva tibia y su sonrisa triunfadora.
–Trágala toda, toda! Ni se te ocurra sacar ni una poca fuera o vuelvo a comenzar, cabrón!
Y yo iba ingiriendo tan inusual fluido.
Al final, me pegaba un buen escupitajo en toda la cara y se levantaba triunfante.
Que no daría yo ahora por tenerle encima de mi, viendo su bello rostro y recibiendo tan preciado néctar con todas mis papilas que añoran como nunca su saliva.
TTM
Me gustará saber tu opinión…
sigue contando porq seguro hay mas buen relato amigo.. 😉 🙂 😉 🙂 😉 🙂 😉
Me hiciste recordar a mi amigo Jorge, yo tenía 11 y él 13, jugábamos todo el tiempo. Luchábamos cuerpo a cuerpo y eso empezó a darme deseos sexuales. Me masturbaba pensando en él. Un día me tocó el culo y como no hice nada me bajó el short y me metió el dedo. Lo hicimos varias veces y yo veía estrellitas cuando me metía su dedo. Estaba a punto de meterme su verga cuando su hermano nos descubrió. Al poco tiempo se mudaron y nunca más lo ví. Ahora después de los 50 años lo recuerdo más que nunca y quiero volver a sentir esa emoción y excitación por otro hombre.
Te doy 4 estrellas por estar incompleto (pero merece 5).
Está buenísimo y espero pronto una segunda parte.
¡WOW! No tienes idea de lo que me hiciste recordar. Igual de morro le ayudaba a un tio en el negocio. Los trabajadores eran jovenes entre 16-18. Yo era mas chico pero aún asi mi tio me dejaba disque a cargo del negocio. Me daba ordenes a mi para que ellos hicieran las cosas. Eso los hacia enojar o por lo menos ahora creo que eso les molestaba asi que me hacian rabiar. De todas formas, en aquellos tiempos era un poco amanerado asi que se burlaban de mi. Me hacian enfadar. Me toqueteaban siempre que podia y yo callaba porque sabia que mi tio se enojaria. Como me hacian enojar disque me peleaba con ellos pero pues ellos llevaban el gane asi que me sometian facilmente. Me culeaban divertidos entre todos aventandome de uno al otro.
Lo que mas me impacto fue lo que contaste que igual me paso. EN una de esas me sometieron y me tiraron al piso. AL igual que a ti, Roberto, lo recuerdo muy bien salivo y fue dejandome caer un chorrito en toda la cara hasta dejarme escurriendo de babas mientras los otros veian y se reian de mi.
Lo peor de todo es que como tu dices. Eso me provocaba rabia pero cuando estaba ya solo en mi cuarto, lo recordaba y me ponia caliente y me imaginaba me hacian más cosas.
Esta es una de las razones por las que me gusta este sitio. Te hace recordar y no se si muchos pero al menos en aquellos tiempos yo me sentia solo y tenia esos sentimientos revolventes pensando que solamente era yo quien llegaba a sentir estas confusiones. Cuando leo estas historias y me descubro en esas situaciones es como una especie de terapia.
Gracias por compartir y ojala sigas publicando.
me hiciste acrdar cuando yo tenia 12 años y mi primo un año menor me hacia lo mismo que te hacian a vos con algunas otras perversiones mas