RAPAZ ADOLESCENTE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hace algún tiempo me re encontré vía redes sociales con un viejo amigo y condiscípulo escolar de mi adolescencia, al que no veía desde hacía muchos años. En efecto, yo vivo (como siempre) en la ciudad de La Plata (Argentina) y mi amigo está radicado desde hace tiempo en las cercanías de la ciudad balnearia de Mar del Plata.
Desde nuestro contacto virtual, mucho me insistió que lo visite y me hospede en su casa para pasar unos días y retomar nuestra antigua amistad, poniéndonos al día de los hechos de nuestras vidas. Divorciado él desde hace unos cuantos años, vive solo junto a su hijo de 15 años. Para no desairarlo, este verano acepté su convite y viajé para pasar una temporada en su casa.
Fue muy grato el reencuentro, pudimos comprobar que si bien cambiamos físicamente el paso del tiempo no había modificado nuestras personalidades, y así retomamos el mismo trato y el mismo humor de antaño. Conocí a Dante, el quinceañero hijo de mi amigo. Verlo me llamó la atención, porque no se parecía a su padre (seguramente recibió los rasgos de su madre), es un adolescente de mediana estatura, cetrino, con un rostro entre todavía aniñado y sin embargo con rasgos muy varoniles, cuerpo delgado pero fibroso marcado y muscular, cabello algo largo (hasta los hombros) inusual para las modas esta época y una personalidad muy carismática (simpático, comunicativo, gracioso), se lo notaba acostumbrado a tratar con adultos de igual a igual. Pero lo que más atrajo mi atracción fue su mirada: era muy observador, fijaba la mirada como estudiándome, cavilando, con una sombra en ella entre pícara, cómplice y -diría- amenazante (como si estuviera planificando algo).
Al no contar mi amigo con cuarto de huéspedes en su casa, me invitó a alojarme en el dormitorio de su hijo Dante, que a tales efectos contaba con una cama más. Como mi llegada fue en un fin de semana, esos primeros dos días mi amigo los compartió conmigo, a plena conversación y recuerdos. Los descansos nocturnos fueron tranquilos, Dante fue muy hospitalario y confianzudo conmigo y me hizo sentir cómodo al compartir su cuarto. Sí noté que el joven tenía dificultades para conciliar el sueño, se movía mucho en su cama y daba la sensación de estar despierto largo rato.
Durante esos primeros dos días, mi joven compañero me llevó a conocer el lugar, me invitó a compartir con él y con el padre tardes de playa, donde mientras yo me distraía conversando y riendo con mi viejo amigo, Dante hacía gala de sus condiciones de buen nadador y surfista. Debo reconocer que me atraía la virilidad casi salvaje del joven, los rasgos varoniles de su rostro, su cuerpo marcado que -mojado por el agua marina- brillaba al sol. Y sobre todo, me inquietaba su mirada, cómo me observaba y estudiaba. Cuando en la playa merodeaba alrededor de su padre y de mí, creí notar que me miraba al tiempo que distraidamente marcaba su incipiente musculatura.
A cada minuto, la virilidad de su cuerpo me atraía más y más, totalmente lampiño salvo sus axilas que lucían vello oscuro y discretamente abundante. En esas horas de playa, más de una vez creí observar que el bulto de su sexo denotaba una erección, y Dante no desaprovechaba ocasión de acomodárselo y tocarlo con su mano al tiempo me me miraba en forma cómplice. Algo sensual, ardiente y a la vez maléfico había en esa mirada.
La sucesión de noches en las que noté que Dante no dormía bien, me llevó una mañana a decirle que así lo había notado y que si compartir su cuarto lo incomodaba, me acomodaría en otro lugar de la casa, en el sillón del living por ejemplo. Dante, con una sonrisa socarrona me dijo que no, que ya estábamos en cofianza y que sucedía que él, durante la noche, a veces tiene ganas de pajearse acostado en su cama y no lo podía hacer por respeto a mí.
Le dije que no se preocupe, que lo haga libremente, ya que eramos dos hombres y nos teníamos confianza, que yo nada comentaría pues se trata de algo natural.
La noche siguiente, luego de un día intenso de playa y paseos, me acosté temprano al igual que mi amigo. Dante demoró bastante más y a última hora de la noche se duchó largamente y regresó al cuarto sólo envuelto en un toallón. Entró a la habitación silenciosamente. En la media luz del cuarto observé que se quitó el toallón y quedó completamente desnudo, notando que lucía una gran erección. Así llegué a conocer su bulto sexual: una verga gruesa y larga, parecía desproporcionada para su cuerpo adolescente, bolas grandes y simétricas colgando en un péndulo perfecto y una corona tupida y oscura de pendejos contrastando con su cuerpo lampiño.
Yo simulaba estar dormido mientras a hurtadillas lo observaba. El joven permaneció unos minutos deambulando silencioso por el cuarto, como si buscara algo, mientras dejaba pendular su sexo (en un momento que permaneció de pié, noté que su verga -hinchadísima- latía y se movía sola arriba y abajo).
Finalmente observé que Dante se acostó en su cama, con una pierna flexionada y la otra extendida, con una mano bajo su nuca y con la otra comenzando a frotar y acariciar sus huevos y su verga, hasta que la aferró con firmeza y empezó a masturbarse frenéticamente. Siguió la paja un buen rato, sin privarse de algunos gemidos (no muy fuertes para no llamar la atención de su padre) hasta que en un estertor exaculó sobre su pecho. Con el mismo toallón antes mencionado se limpió y, no sin mirarme fijamente con una sonrisa burlesca, se acostó a dormir.
Durante el siguiente día de playa, en un momento a solas, Dante me dijo: "Che, anoche lo hice, ¿te molesté?"; y haciéndome en displicente le respondí "no, para nada, ni lo noté". Dante sonrió y me miró con complicidad.
Esa noche el joven repitió la operación de ducharse a última hora. Ni bien entró al cuarto se desnudó. Yo me ocupé de que notara que estaba despierto, pero él se recostó en su cama tranquilamente y comenzó a cascarse su verga erecta. En un momento, me miró y en voz baja me dijo: "Vení, ayudame, así siento otra mano y es mejor". Me hice el sorprendido, pero Dante enseguida agregó: "vamos, se que te gusto, ¿crees que no noté cómo me mirabas desde que llegaste?, vení, vení acá". Acorralado por la evidencia y el deseo, casi temblando, me acerqué y me senté en el borde de su cama. Allí Dante, jadeando, clavándome una lujuriosa mirada de adulto, empezó a ordenarme: "pasame la mano por el pecho, la otra mano por la pierna", luego: "tocame las bolas, agarrá la pija, apretala, pajeame despacio". Lo hice, mientras cascaba su durísima verga y mojaba mi mano con su líquido preseminal, con la otra mano recorría sus axilas velludas, sus pectorales y pezones, su vientre. Dante se retorcía y gemía, hasta que ordenó: "ahora poneme la boca, dame la boca"; viendo mi vacilación insistió: "¡dale, vamos, que tenés ganas, te gusta!". Renunciando a toda racionalidad, enloquecido por las sensasiones en mis manos y los olores viriles que subían de su cuerpo, pasé mi lengua por sus bolas, succioné cada una, recorrí sus tupidos pendejos con mi lengua y dejé que él mismo colocara su húmeda verga en mi boca. La succioné unos minutos, pero Dante se incorporó un poco y, tomándome la cabeza con ambas manos, me dijo: "quietitoo", empezando a bombear su verga en mi boca fuertemente, llegándome a la garganta, haciéndome ahogar. En voz baja pero terminante me ordenó: "¡No te ahoges, tarado, dejate cojer por la boca. Chupá, chupá!". Así me tuvo hasta que mis labios y lengua sintieron como el tronco de su pja bombeaba esperma, que lanzó a chorros dentro de mi boca. Sin sacar su miembro de ella, volvió a increparme: "¡ahora tragá, no la vas a desperdiciar. Tragá, toda, toda!. Obedecí y tragé su abundante, espeso y caliente semen.
A partir de la mañana siguiente, Dante y yo quedaríamos solos durante el día. Su padre -mi amigo- debía trabajar como siempre en sus obligaciones, y encomendó al hijo que me atienda en lo que necesite hasta su regreso muy al atardecer. Esa primera mañana, después de tan tremenda y clandestina relación sexual, temeroso, confundido y culpable, no quise salir de la casa. El joven también había salido y aproveché ese rato de soledad para darme una ducha y tranqulizarme. Me perturbaba sentir que me había dejado llevar por la pasión sin reflexionar que se trataba de un adolescente y del hijo de mi amigo y anfitrión, y las consecuencias que ello podría tener. Luego de tomar la ducha, salí envuelto en un toallón y entré al cuarto para vestirme. Allí -con sorpresa- lo encontré a Dante, recostado en su cama, con ambas manos bajo su nuca, completamente desnudo y erecto.
Confundido, alcancé a balbucear un saludo, pero el joven enseguida me dijo: "no te preocupes por lo de anoche, es algo entre vos y yo, nadie se va a enterar. Es que desde que nos vimos noté cómo me mirabas, que yo te gustaba, me dí cuenta de tus gustos. A mi también me gusta darle a tipos grandes como vos, me calienta mucho. A mi viejo (padre), cuando a veces lo veo en bolas y le miro el culo, se me para la pija, pero con él no podría hacer nada, me mataría. Pero a vos te gusta". Mientras me hablaba así, se me acercó, de un tirón me quitó el toallón y comenzó a frontar su verga erecta en mi pierna. Luego me fue llevando a la cama e hizo que me acostara desnudo, boca arriba.
En esa posición, enseguida me montó, se me subió apoyando su bulto en el mío, sosteniéndome ambos brazos con sus manos. Empezó a frotarse en mí, mojándome con su líquido pre seminal. Mirándome con esos ojos de aguilucho, con una sobra lujuriosa, morbosa y adulta en su expresión, mientras se refregaba en mí me decía: " Me calentás, ahora sos mío, vos y yo solos. Te voy a mostrar quién es el macho acá" y ordenó: "¡date vuelta, date vueltaaa!".
Me abrumaba con el calor de su cuerpo, con sus olores, con las sensaciones que me provocaba, me descontrolé y obedecí, colocándome boca abajo. Dante enseguida me montó y comenzó a jugar con su durísima verga entre mis nalgas. Luego, salivó mi ano, apoyó en él su glande y de un golpe de cadera me clavó, arrancándome un grito de dolor. Sin importarle, con tres empellones más completó la penetración. Le grité: ¡Nooo, despacioo!. Pero él, irónico y feroz me dijo: "¿qué despacio ni despacio?, si te gusta, tomá, tomá, tomá" exclamaba mientras me bombeaba con toda su furia, sosteniéndome del pelo bien fuerte, tirante, para hacerme doler. Incluso detenía el bombeo para mover su cadera a un lado y el otro, revolviendo su pene en mi recto, para luego continuar el saca y pon con violencia. Me mordisqueaba el cuello para hacerme doler. Mis gemidos los tapaba diciéndome: "ya que mi viejo no se deja, te la doy a vos que te gusta, que sos mejor que una puta, perra, yegüa, tomá, tomá". Así me tuvo largo rato, hasta que me abandoné a la sensación de su verga fustigando mi recto, el golpeteo de sus bolas calientes en mi ano. Al final, lanzando gemidos y gritándome "¡puta, puta!! Dante eyaculó vigorosamente dentro de mí.
Durante ese día, me sometió varias veces más, copulándome como a un animal. Y yo me dejaba, aceptando esa situación morbosa pero, al fin y al cabo, deseada. Todo era disimulo cuando mi amigo regresaba al atardecer. Por las noches, Dante se limitaba a hacerme mamar su verga y tragar su semen, tan solo para evitar sonidos que despertaran a su padre.
Así transcurrieron los días de la semana y media que permanecí con ellos. Cada día, sometido por el feroz adolescente que me cogía humillándome al grito de "¡sos una mujeeer!" y siendo indiferente cuando yo le decía: "no doy más, me duele mucho" a lo que él ordenaba: "no me importa, entregá ese culo". No podía resistirme a sentir en mi espalda cómo se marcaban sus músculos cuando me tenía montado y copulándome, a su calor, sus olores a macho. Un día, me exigió que lo bañara bajo la ducha, como una esclava. En un momento me ordenó arrodillarme frente a él y orinó mi cara y mi pecho, para luego obligarme a mamarle la verga hasta hacerlo eyacular y tragar sus espermas.
LLegó el día de regresar a casa. Mi amigo y Dante me acompañaron a la estación de micros. Al arrancar el vehículo, por la ventana saludé a mi amigo, que me despedía con su mano y una sonrisa. Dos pasos más atrás, Dante desabrochó su camisa y marcó sus pectorales y con la otra mano revolvió su bulto, sonriéndome socarronamente.
Nunca viví una experiencia así, ni lo esperaba. Debo reconocer que me superó el morbo, y que algo muy fuerte me une a ese feroz adolescente. Creo que este año, para las vacaciones de invierno, lo invitaré a pasarlas en Buenos Aires, en mi casa, conmigo.
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