RECUERDOS DE LA INFANCIA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Yo tenía 9, y él ya rondaba los 16.
Hacía mucho que no lo veía y de repente era otro muchacho, casi un hombre.
Su nombre, Mauricio.
Mi primo.
De ojos grises y peculiares.
Pasaría unos días en nuestra casa, antes del inicio de clases.
Él era muy amigo de mi hermano y conmigo era agradable, no más.
Recuerdo bien aquella situación, en la que despertaron mis sentimientos hacia él.
Estábamos desayunando todos en casa, menos él.
Todavía dormía.
Finalmente despertó y vino a sentarse junto a nosotros en pijama y despeinado, con remera ajustada y unos shorts cortos.
Yo lo observaba disimuladamente, cada movimiento, cada gesto y su amplia sonrisa de oreja a oreja cuando algo que decían los otros le causaba gracia.
Un cubierto cayó al piso, por debajo de la mesa, cerca de los pies de Mauricio.
Y me incline a buscarlo sin ningún propósito más que agarrar el cubierto.
Me topé con sus gruesas y largas piernas, bastante velludas.
Sus pies de largos y preciosos dedos, se acariciaban entre sí.
Pero lo que más me impacto fue el bulto en sus shorts, tenía una erección.
La erección matutina común de los muchachos.
Alcancé a ver como se acomodaba su paquete para que no se notase al ponerse de pie y volver a la habitación que compartía con mi hermano.
Esa simple escena me volvió loco.
Estaba desesperado, mi primo me tenía enamorado.
Lo perseguía por todos lados, mi primo no veía segundas intenciones.
Quería estar cerca, tocarlo accidentalmente, observar su bulto y cada parte del perfecto cuerpo.
Una vez se paseó por mi cuarto en calzoncillos, no había nadie en casa, quería provocarme, darme un mensaje.
Evidentemente había descubierto que yo sentía algo por él y quería sacar provecho.
Tenía bastante cabello, mechones negros le cubrían los ojos dándole un aire rebelde.
Su cuerpo tonificado se paseaba delante de mí como si se me estuviese ofreciendo.
La última noche que se quedaba a dormir, a altas horas de la noche, se metió a mi cuarto.
Esa noche jamás la olvidaría.
Sentí su cuerpo tibio meterse entre mis sabanas.
Me decía al oído que lo tocara, que lo besara.
Y mis manos recorrían sus hombros, bajaban por sus brazos, su abdomen e iban apareciendo unos pocos vellos en la zona del ombligo que iban aumentando hacia un caliente y tembloroso miembro.
Tocame la verga primito, decía.
Tocame los huevos.
Te gusta? Preguntaba con su voz suave y amorosa.
Y yo tocaba con mis pequeñas manos un pene grande y grueso.
Tocaba unos testículos redondos y repletos.
Te gustan mis pelos, decía, te gusta que sea velludo.
Así somos los hombres.
Con su mano tomaba mi mano y me guiaba a que lo masturbara lentamente,
De pronto mi mano se humedecía y se espesaba en mis dedos, el líquido pre seminal.
Probalo.
Y lo probaba de sus dedos.
Salado, delicioso.
Me acariciaba la cola con sus manos grandes y me besaba el cuello.
Nuestras piernas se entrelazaban apasionadamente mientas su pene se frotaba con mis manos.
De pronto un chorro caliente salpicó mi vientre.
Su semen empapo mis sabanas, mi barriga infantil.
Se inclinó a limpiarme con su lengua.
Y luego me dijo que hiciera lo mismo con su pene.
Pronto perdió tamaño y grosor.
Me besó en la boca y se despidió.
Se puso los calzoncillos y salió hacia su cuarto.
Al día siguiente se marchó sin despedirse, pero en mi cama había quedado la prueba de su pasión.
Recordé aquel episodio día tras día.
Me dedique a masturbarme para conseguir que saliera mi propio semen.
Pero no pasaría hasta dentro de mucho tiempo después.
Mi deseo por Mauricio, mis ansias me hicieron cometer actos que nunca hubiera imaginado.
Espiaba a mi hermano de la misma edad que mi primo.
Él tenía una fisonomía similar, blanco, alto, de abundante cabello negro.
Piernas gruesas y velludas.
Me metía a su cuarto y me escondía en el armario hasta que finalmente se decidía a masturbarse en la cama.
Se tomaba su tiempo.
Se quitaba la ropa quedando solo en boxer.
Se tocaba por encima hasta que se le ponía dura como una piedra.
Sacaba una gruesa verga húmeda y se entregaba al placer de la masturbación.
Sus testículos rebotaban graciosamente mientras un brilloso glande se descubría fuera del prepucio.
En los brazos se marcaban e hinchaban cada músculo y en el cuello las venas se acoplaban con las venas de la verga.
Un pene limpio y reluciente que no tardaba en ensuciarse de una leche blanquísima.
Sus calzoncillos manchados expedían un olor intenso luego cuando ya dormía la siesta.
Entonces salía de mi escondite y me acercaba a oler su pecado y pensaba también en mi primo.
No lo tocaba, no me animaba.
Pero los tiempos cambian y las personas van perdiendo el pudor y la inocencia.
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