RECUERDOS DE PIRUCHA
Para mis lectores que conocieron la historia de Pirucha, les comparto algunos jugosos recuerdos de las andanzas sexuales de un joven amante del sexo anal.
La lectura del día del era una historia de un pollo que se enamora de una pollita y le escribe una carta. Indudablemente se trataba de inducirnos a escribirle a alguien una misiva como aquella. Sin embargo, en mi caso, se prestó para que uno de mis compañeros, Emilio, un mocetón crecido y rudo, me hiciera blanco de su mirada lasciva e insinuante con que nos trataban a quienes éramos del plan de la ciudad y nuestras familias más acomodadas que las de ellos que vivían en el sector alto, en las proximidades del cementerio.
El encabezado de la bendita misiva era: “Mi querida Pirucha”. Y luego de los pasos siguientes que daban la estructura de este tipo de texto inicial desde el cual cualquier persona se ouede iniciar en la narrativa. En mi caso, reuní los relatos en el diario de Pirucha, que ya he publicado y que recibí respuesta de varios lectores. Después se me cruzaron las líneas y las preocupaciones me llevaron a otros lugares de la… ficción.
Sabía por el correo que circulaba de boca en oreja que tenían la costumbre de sodomizar a quienes ellos determinaran que era atractivo para su práctica aberrante. No puedo negar que me intrigaban esas prácticas y mis sueños, a veces, agitados, incluían ser acosado por ese grupo de muchachones y conducido al río en donde procedían a toda clase de vejaciones y juegos sadoeróticos que, lo digo absolutamente convencido y excitado, me atraían y me provocaban erecciones, en un principio vergonzosas, pero que mientras pasaba el tiempo, se veían estimulantes y… atrayentes. Cada día que pasaba después de esos sueños, se acrecentaba en mí el deseo de estar en esa situación. Anhelada por mí, pero que para que se descartara cualquier debilidad, debía ser obligada por la fuerza de los chicos.
De modo que cuando Emilio pasó por mi asiento y se acercó a mí y me susurró en la oreja:” Mi querida Pirucha, te espero en el baño. No faltes.” Deslizó un papel arrugado en el que escribió algunas líneas asegurándome que si no lo hacía por las buenas, lo conseguiría por las malas.
El corazón me dio un vuelco y un escalofrío corrió por mi espalda. No dudé sin embargo, y me dirigí al baño en que me esperaba Emilio.
Lo demás es historia ya relatada. Aunque los recuerdos aparecen de pronto y se presentan con claridad y urgencia.
Desde ese instante, Emilio me hizo su nena. Me protegía de todos los que quisieran hacerme pasar algún contratiempo. Y no puedo dejar de decirlo, me trató con sumo cuidado, hasta para penetrarme, desde aquella primera vez que me cogió salvajemente y extrajo su miembro de mi culo sangrante. Pero era algo que yo deseaba: ser cogido de una forma casi brutal.
Muy distinta de la forma en que el cura belga me condujo por esos senderos oscuros y libidinosos que viven los pedófilos. Fue un período breve pero repleto de situaciones que aún me aceleran y me calientan. En efecto ello se inició a los nueve años y terminó a los once. Cuando salí de la escuela y entré al liceo. Aún usaba pantalón corto. Mi culo siempre ha llamado la atención. No por ser exagerado sino porque se sostiene en muslos y piernas contorneados.
Lo cierto es que el cura se fijó en mí y me designó monaguillo, de entre los chicos que harían la primera comunión.
Una vez terminada la misa dominical, me llevó a su habitación con el pretexto de ayudarme a desprenderme de los hábitos. Se sacó los suyos y me atrajo hacia él. Me hizo parar de espaldas a él y procedió a despojarme de los paramentos.
Lo que sucedió después no puedo dejar de recordarlo. Me tomó en sus brazos fuertes y me sentó en sus rodillas. Me abrazó y con la otra mano libre me acarició las nalgas metiéndola por entre el pantalón y el calzoncillo. Fue un sobajeo que se fue acelerando y llevó sus dedos al inicio de mi rajita. Paseaba su mano entre nalga y abertura del ano. Luego apartó el calzoncillo e introdujo un dedo. Todo con mucha suavidad y sin intervalos como para que yo no retrocediera.
Mi ano se resistió al principio. El cura me besó la oreja y me susurró: Tranquilo. Cierra los ojos y respira. Suavemente fue metiendo su dedo hasta el último nudillo.
¿Te duele? -No. No me duele.
¿Te gusta? -Sí, me gusta.
Vas a ver que te gustará mucho más. -Sí, siga.
Mi madre me daba enemas muy seguido para combatir el estreñimiento y para evitar el dolor de la cánula, me acariciaba el ano con vaselina.
Ahora, puja como si fueras a defecar.
Empujé el dedo del cura, pero en vez de salir fueron dos los dedos que me penetraron.
¿Te duele? Un poco.
¿Los saco? No, puedo aguantar.
El cura siguió con la rutina de ensancharme el ojete. Cuando ya estaba dilatado, me puso boca abajo en la cama. Se levantó la sotana. Debajo no llevaba ropa interior, así que pude ver su verga y sus cojones y el abundante vello que los cubría…
Se puso encima de mí. Me acarició el cuello y el pecho. Me susurró:
-Ahora vas a ser mi nenita. Aguanta. Te dolerá un poco, pero pasará.
Me puso la cara en la almohada y sentí que la punta de su verga se había situado en la entrada de mi culito.
-Empuja.
Así lo hice. El cura aprovechó que mi potito de abría inocentemente y metió la cabeza. Un gemido ahogado. Luego empezó a luchar por meter su enorme herramienta en mi culito que, aunque ya sabía de penetración, iba a ser estrenado a una abertura extrema.
La mitad de su pichula me hizo sentir que me partían el ano. No pude dejar de gritar. El grito se ahogó en la almohada. El cura paró y estuvo un buen rato inmóvil. Dejé de sentir dolor de pronto. Era increíble como mi esfínter se había adaptado a la enorme verga del cura.
-Ahora tienes que moverte y pujar.
Sacó un poco la verga y cuando creí que terminaría todo, la introdujo hasta el final. Sentí sus vellos púbicos en mis nalgas. Ahora debía moverme junto con él. No necesitó decirlo nuevamente porque en ese instante le cogí el sabor al coito y mi ano estrecho se comportaba de mil maravillas.
-Qué culito tan rico tiene, chiquillo. Tenía ganas de culiarte desde que te vi la primera vez. Muchas noches soñaba que te metía mi verga…
Los movimientos fueron cada vez más fuertes y enérgicos y su respiración agitada. Sentír que se engrosaba su pico y una seguidilla de chorros de semen se alojaron dentro de mí.
El cura se puso de pie y llevó su verga a mi boca para que la limpiara. El sabor de su leche y algo de sangre de mi culo recién desvirgado se mantienen en mpi a pesar de los años.
(Continuará)
Sus opiniones y sugerencias a : [email protected]
Contesto todo y a todos.
La verdad es que leer algo que publiqué ayer es emocionante y me excitan los recuerdos de esos momentos. Espero que mis lectores se sientan atraídos de nuevo y mi larga ausencia la repararé siendo más constante. Un saludo cordial a todos y recuerden escribirme si no quieren dejar sus comentarios acá. Soy Ruizy, su querida Pirucha.