RELATO 1 DESCUBRIENDO LA NIÑA INTERIOR
Desde muy joven supe lo femenina que era, este es el inicio de mi vida como mujer tras .
DESCUBRIENDO LA NIÑA INTERIOR
Este relato puede ser algo lento y hasta aburrido, pero será necesario para entender la mujer que habita dentro de mí y quien hoy vive las historias que les contaré; son mi biografía y se corresponden al detalle con lo que he vivido.
Desde temprana edad comencé a sentir una especial atracción por las cosas de mujeres, tal vez crecer rodeado de mujeres y en una familia donde ellas llevaban los pantalones me ayudó; me encantaba ver su ropa, escuchar sus conversaciones, saber de sus “cosas de mujeres” que casi siempre tenían que ver son sexo.
Ayudó que los varones de la familia eran hombres rudos, fuertes, deportistas y que las mujeres más cercanas a mi trabajaran y por ello quedara al cuidado de mi abuela, en un barrio de clase media baja de una ciudad mediana de clima caliente; veía hombres de todas las edades en pequeñas pantalonetas, sin camisa, sudorosos, algunos bien formados físicamente, otros no tanto, pero podía deleitarme con la gran variedad de imágenes varoniles.
Al comienzo todo era juego, me pasaba el tiempo entre la escuela y estar con mi abuela materna, quien me enseñó todo lo que una mujer debía saber, aunque ella me decía que como hombre lo debía saber para que ninguna mujer me hiciera sufrir; aprendí a lavar, a cocinar, a arreglar la casa, y yo me sentía muy a gusto. Mis primos estaban con sus papás en los talleres donde trabajaban o jugando futbol.
Dentro de esas labores en casa, era necesario atender a los vendedores que recorrían puerta a puerta vendiendo sus mercancías, predicadores religiosos, mendigos y todo un arcoíris de personas. Fue así como una mañana por primera vez mi abuela me pidió que le recibiera la leche a un señor que la traía recién ordeñada todas las mañanas.
Yo era bastante joven e inexperto y aunque había notado que era algo diferente físicamente a mis primos y vecinos, nunca me había importado por estar absorto en las texturas de las telas de la ropa femenina y todo eso que lo rodeaba. Esa mañana estaba vestido como siempre lo hacía para estar en casa y forzado por el clima; unas sandalias, una pantaloneta que me quedaba algo ajustada y una camiseta. Golpearon a la puerta y mi abuela me entregó una jarra y me dijo que le recibiera dos litros de leche al lechero.
Al abrir la puerta vi un señor maduro que llevaba en una carreta unas cantinas repletas de leche, no era especialmente atractivo, más bien normal, pero lo que me dijo me hizo saltar el corazón: “Buenos días señorita linda, cuanta leche les dejo hoy”.
Me quedé mudo, no sabía que responder, mi corazón se aceleró y me quedé sin respiración, el lechero sin entender lo que pasaba me dijo “mamita, mi reina, que cuanta leche van a querer”, yo solo pude señalar con mi mano levantando dos dedos.
El lechero me sacó de la mano la jarra y la llenó con lo solicitado, me la entregó nuevamente, me acarició la cara y me dijo “dígale a su abuelita que tiene una nieta muy linda”, dio media vuelta y se fue; mientras tanto yo como un autómata cerré la puerta, entregue la leche a mi abuela y sin saber cómo termine barriendo la casa con las palabras del lechero retumbando en mi cabeza.
Esa tarde en el colegio no podía dejar de pensar en lo ocurrido, me había tratado como una mujer un desconocido, eso era muy extraño, pero me gustaba, cada que recordaba la situación mi corazón se aceleraba y sentía un calorcito que me recorría por dentro, no lo entendía por mi juventud, pero me gustaba.
Ese día teníamos educación física y por razones del clima, teníamos quince minutos para una corta ducha después de la práctica deportiva, ese tiempo me encantaba porque disfrutaba mirando a los muchachos, pues las duchas eran conjuntas y sin ninguna división, además algunos compañeros, sobre todo los más grandes, se duchaban sin ropa y podía mirarlos. Esa ducha fue diferente, pues aunque yo era más alto que muchos, era especialmente femenino; tenía algo de sobrepeso que se repartía muy bien y me hacía tener unas curvas bastante femeninas, mi piel es muy blanca y en ese entonces era casi lampiño, tenía unas minúsculos vellos rubios. Ese día viendo a mis compañeros descubrí que, si no fuera por tener pene, podría ser una señorita; hasta descubrí las pequeñas tetas que me han acompañado siempre y viéndome al espejo comprendí porque los muchachos más grandes decían “jarrita” como apodo, pues mis caderas siempre han sido anchas y se acompañan de unas nalgas redonditas, además de una cintura pequeña y piernas de muslos gruesos.
Mi cabeza estalló y tuve casi que una epifanía, parecía una jovencita; decidí comprobar si estaba en lo cierto y resolví que el día siguiente recibiría nuevamente al lechero para verificar si estaba en un error; muy temprano me duché, busqué la pantaloneta y la camiseta más apretadas que tenía y me las puse, noté al buscar mis sandalias que no eran totalmente masculinas, eran unisex y eso me gustó y mis pies blancos o gorditos se veían como de muñeca, hasta ese momento usaba siempre mi ropa de varoncito.
Pasaban los minutos y sentía cada vez más emoción, cuando llegó la hora y golpearon a la puerta di un salto, corrí a la cocina por la jarra y me ofrecí a recibir la leche, mientras caminaba por el pasillo aproveché para subir más mi pantaloneta buscando que la redondes de mis piernas, nalgas y caderas fuera más notaria, mi cuerpo ayudó porque mis pezones se pusieron duros y sentí como mi cara se ruborizaba mientras abría la puerta.
El lechero me vio y no sé qué pasó por su cabeza, pero por un breve instante me miró de pies a cabeza antes de saludarme con un “buenos días señorita” que tenía un tono muy diferente al del día anterior; mientras me preguntaba cuanta leche dejaríamos, noté que miraba mis incipientes téticas de pezones erectos, mis caderitas redondas y mis piernas torneadas y casi tan blancas como la leche que vendía, cuando me miró a la cara nuevamente, yo le sonreí con una miradita cómplice.
A pesar de mi inexperiencia, había pasado toda la noche pensando e ideando que haría ante cualquier situación, mi juvenil cabeza se había llenado de un deseo que no comprendía aún, pero que me gustaba. El lechero me entregó la jarra y yo deliberadamente hice el ademan de haberla sujetado mal como excusa para poder ponerla en el piso bruscamente, ese movimiento me permitió inclinar mi cuerpo y sentí como la pantaloneta que me había subido deliberadamente se encajaba en medio de mis nalgas y las separaba; así, con mi cuerpo inclinado y mi trasero en alto, giré mi cabeza y encontré los ojos del lechero clavados en mis nalgas; sentí como si un rayo subiera desde mi trasero, pasara por toda la columna y llegara al cerebro para estallar, fue la primera vez que vi el deseo en los ojos de un hombre mirándome. Intenté sonreírle, pero no supe si lo logré, me enderecé deliberadamente lento y sentí como la tela de mi pantaloneta permanecía metida entre las nalgas; sin voltear para que pudiera seguir viendo mis nalgas le di las gracias y un “hasta luego”, pero el tipo no se movía.
Voltee para quedar frente a él y le cogí la mano preguntándole “¿le pasaba algo?”, con un balbuceo me dijo “nada señorita”, apreté su mano y le dije “hasta mañana”; me agache nuevamente para levantar la jarra y mostrarle de nuevo mi culo, entré, cerré la puerta y sonreí por el resto del día; había comprobado que parecía una mujer y podía ser una.
Un mundo de experiencias se abrió para mí; debo resaltar la templanza de ese señor, porque por varios años le hice la vida muy dura o muy alegre, no sé; me empeñé en tentarlo cada día y el disfrutaba de eso, pero tardo mucho tiempo para decidirse a propasarse conmigo, por largos años lo intenté, lo hice rozar mis nalgas y mis pequeñas tetas en varias ocasiones, pero siempre respondía disculpándose.
Durante mucho tiempo y gracias al papel preponderante de las mujeres en mi familia, tuve acceso a vestuario, maquillaje, zapatos y lo más importante, escuchaba las conversaciones femeninas que me daban mucha y variada información. Nunca dudé en aprovechar los momentos de soledad para ataviarme con esas prendas y jugar a ser toda una mujer, pero siempre a solas, pero eso habría de cambiar.
Un sábado tomé la decisión de exhibirme por primera vez vestido de mujer; aproveché que mi hermana tomaba clases de inglés en la mañana, mis padres trabajaban toda la mañana y mi abuela se iba al mercado, por lo que quedaba totalmente solo en la casa. Sabiendo la escena diaria con mi tentación secreta, me puse unos zapatos de mi hermana con un pequeño tacón, una faldita corta de pliegues en tela escocesa que estaba muy de moda en esa época y una blusa de seda blanca, aproveché su brillo de labios y un poquito de rubor; de ropa interior me puse un sostén acostumbrador y unos pantys muy bonitos; me dispuse a esperar al señor de la leche.
Llego tan puntual como siempre y cuando le abrí la puerta casi se desmaya, sus ojos saltaron a mis piernas y me dijo “ay señorita, como está de linda”, yo le respondí mientras giraba para que me viera “¿le parece?” y lo miré pícaramente, el respondió “se ve muy rica, perdón, muy linda”, me acaricié el muslo subiendo ligeramente la falda y le dije “muchas gracias, tan lindo usted”.
Ese día estaba decidido a lo que ese señor quisiera hacer conmigo, pero nuevamente fue muy respetuoso. A esas alturas ya había visto revistas pornográficas y me visualizaba como una de esas mujeres satisfaciendo esos hombres, pero aún no pasaba nada; lo único que logre fue levantarme la falda para que viera mis nalgas con los pantys de mi hermana, nada más.
En esos años logré algunos avances con otros hombres, todos de esa fauna de personas que llegaban a la puerta de mi abuela para hacer sus negocios, porque no me resolvía a explorar mi feminidad más allá del umbral de mi puerta, pero aún no había tenido mi primera relación sexual.
Conocí muy bien el poder de mi lado femenino, cuando logré que un señor que pasaba todas las semanas por el barrio recolectando reciclaje en un camioncito, se encaprichara conmigo hasta el punto de cambiar su horario para coincidir con mis horarios, pues solía pasar los viernes de cada semana y comenzó a pasar los sábados en la mañana porque supo que estaría solo.
Un viernes cualquiera, se acababa de marchar el señor de la leche y el del reciclaje aprovecho para golpear a la puerta, cuando le abrí me dijo “buenos días señorita, tendrá reciclaje”; yo que había quedado muy caliente con lo que pasaba con el lechero, le sonreí y pícaramente le dije “no hay reciclaje, pero si me quiere llevar a mí”, la respuesta me hizo calentar mucho “uy mamita yo me la llevaría y le haría de todo, pero si selo meto seguro me voy preso”.
Increíblemente esa respuesta activó en mi cabeza unas neuronas putonas que no sabía que tenía, pues automáticamente le contesté “pues podemos hacer lo que quiera sin que me lo meta”; al tipo casi se le salen los ojos, se acercó a la puerta y miró para adentro preguntándome si había alguien o estaba a solas, ante la respuesta de que mi abuela estaba en el patio, paso el umbral de la puerta y comenzó a manosearme; fue la primera vez que me tocaron de esa forma, me sentía muy mujer porque gracias a que había empezado a entrenar vóleibol, mis nalgas y mis piernas se habían puesto más torneadas y lindas.
Desde luego ese día no supe que hacer, solo me dejé tocar y disfruté viendo cómo ese señor, que olía a sudor, hacía todo tipo de ruidos y gruñidos y me decía “mamacita como está de rica”. No sé cuánto duro, pero mis neuronas putas se activaron nuevamente cuando me dijo “me voy a hacer una paja a su nombre”, yo le respondí “quiero verlo”.
La respuesta lo sorprendió y aunque dudó un momento, me preguntó “mamita como hacemos, ¿cuándo está solita parea poder entrar?”, obviamente yo le dije que en mi casa siempre había alguien, que tocaba salir, él me dijo que la única era en su camioncito; nuevamente la putería se activó y lo cité para el día siguiente a la diez de la mañana, obviamente después de mi lechero.
Ese día llegó el reciclador y sin hacer su habitual escándalo por el megáfono, llegó directo a mi casa; yo ya estaba vestido con ropa de mi hermana y abrí la puerta para ser saludado con una cantidad de piropos grotescos, nada parecido a mi lechero que era bastante respetuoso y contenido.
Antes de salir a la calle me asomé a la puerta, sería la primera vez que iba a salir a la calle vestido con ropa evidentemente femenina, nunca lo había hecho. Cuando constaté que la calle estaba vacía, cerré la puerta de un tirón, corrí al camioncito y me escondí.
El reciclador se subió riéndose y arrancó, condujo por unos minutos y me dijo que habíamos llegado, levanté la cabeza y estábamos parqueados en una zona industrial frente a un lote vació, ahí se sacó el pene, lo vi y no me gusto porque estaba en medio de una selva de pelos que se veía húmeda, me imagino que de sudor y fluidos.
Ante esa escena y estando evidentemente a la vista de cualquiera que pasara, a mi cerebro putón se le ocurrió que atrás estaríamos mejor; el camioncito tenía atrás un furgón y pensé que ahí no nos vería nadie; a mi hombre de turno le pareció super la idea y así lo hicimos.
Atrás me encontré con un furgón a medio llenar con papeles y cartones de reciclaje y con una mezcla de olores extraños, el reciclador subió el furgón y cerró la puerta, se me abalanzó como una fiera y me quitó casi toda la ropa, logré que me dejara los zapatos y los pantys.
Era muy fuerte, tenía manos grandes, ásperas y duras, no lo había notado, sudaba mucho y me untaba de ese sudor con sus abrazos y caricias; no sabía si me gustaba o no, pero me deje hacer.
Cuando ya estuvo caliente y se quitó la ropa, pude ver una verga al natural y en todo su esplendor, se dejó caer en el suelo del furgón y comenzó a tocarse, me pedía que me tocara, que le bailara, que le mostrara el culito, cuando me pidió que le mostrara la chochita, hábilmente le dije que no porque se arrechaba y me lo metía y que no quería que terminara preso, el entendió y se conformó con ver y tocar mis nalgas mientras solo me bajaba la parte trasera de los pantys.
Aunque había visto revistas con penetraciones, esa vez no se me pasó por la cabeza, estaba embobado mirando ese pedazo de carne que, para mí, era novedoso; nunca había visto la verga de un hombre, solo de muchachos de edades cercanas a la mía y las de las revistas, pero era mi primera vez en vivo y en directo.
Era grande y como ya lo dije, estaba lleno de pelos, tenía unos testículos muy grandes y peludos, parecía tener el grosor de una lata de cerveza, aunque algo más largo, casi podría decirse que era más grueso que largo; lo que llamó más mi atención fue que tenía un glande casi morado y un tronco muy venoso; eso no lo había visto en las revistas.
Mientras él se masturbaba y yo le meneaba las nalgas, no retiraba los ojos de ese poste de carne, se me hizo curioso ver como salían pequeñas gotas de fluidos, parecía que la cabeza morada del pene llorara por un solo ojo; esa vez solo me atreví a tocarlo un par de veces y al sentir mi mano impregnada de esos fluidos que salían del pene, no puede evitar acercar la mano a mi nariz y sentir ese olor característico, luego me atreví a probarlo de mi mano y sentir ese sabor acre que hoy me gusta tanto.
Esa vez también probé por primera vez el semen, porque mientras meneaba el culo frente a la cara del reciclador, el lanzó un bramido y estalló en una eyaculación enorme y varias gotas cayeron en mis piernas, las sentí calientes y las limpié con la mano; la curiosidad fue la misma, oler y probar; no me gustó el olor a amoniaco, pero el sabor me pareció interesante, diferente.
El reciclador se puso de pie con el aliento acelerado, me tomo por la espalda y acerco su verga untada de semen y todavía algo erecta a mis nalgas, la movió un par de veces por el surco entre mis nalgas y se retiró rápido diciendo “¡uy no, me embalo!”, se subió los pantalones y me dijo “mi amor vístase la llevo a su casa”.
Con mis nalgas embadurnadas del semen de ese señor, lo que hice fue esparcirlo por mis nalgas y sentir como se secaba sobre ellas, me vestí y pasé a la cabina del carro, me llevó a mi barrio y paró en la esquina de mi casa, me dijo bájese y nos vemos el sábado.
Un frio recorrió todo mi cuerpo, nunca había caminado por la calle vestida de mujer, todos mis vecinos me conocían como hombrecito, era la primera vez que salía así y este tipo me iba a hacer caminar media cuadra por mi calle.
No valieron explicaciones y excusas, tenía razón en no querer que me vieran bajar de su camioncito, paro yo no estaba lista para que me vieran de mujer; ya era casi el medio día, mi hermana y mi abuela llegarían pronto y todos los vecinos que trabajaban empezarían a llegar a sus casas, era ahora o nunca que podría llegar a mi casa sin ser visto.
Mire detalladamente para verificar que la calle estuviera sola, cuando sentí la seguridad de que no sería visto, abrí la puerta del carro y me despedí, el reciclador de una manera ágil me sorprendió tomando mi nuca con su fuerte mano, me acercó a su cara y me besó los labios por unos segundos, hasta me empujó la lengua dentro de la boca, ese fue mi primer beso.
No tuve tiempo para pensar en ese beso, desde luego lo había soñado diferente, salté del carro y corrí a la puerta de mi casa, abrí apresuradamente y entré, me sentí a salvo, pero para constatar que no había sido descubierto me asomé por la ventana para verificar que no había sido visto.
Mi sangre se heló en las venas cuando desde la ventana de la casa de enfrente, el hijo de los vecinos me señalaba sonriendo. Ese es otro recuerdo y será el siguiente relato.
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