Ricardo M
Cuando tenía 12 años perdí mi virginidad con un hombre maduro que conocí en internet..
Mi despertar sexual comenzó justo al entrar en la secundaria, a los 12 años. Acostumbraba navegar en la red buscando famosos desnudos, hombres besándose y eventualmente terminé en páginas llenas de pornografía. De entre todas las categorías, mi favorita era la de maduros. Disfrutaba observar sus músculos cubiertos de vello cano, especialmente cuando aparecían acompañados de un joven pequeño y lampiño porque el contraste es excitante. Solía fantasear con estar en el lugar de los jóvenes, recibiendo las embestidas de un hombre experto por la edad. Mi curiosidad fue escalando hasta que finalmente decidí ingresar a un grupo de encuentros en Facebook mediante un perfil falso. Al ser menor de edad e inexperto, no sabía cómo sería recibido, sin embargo, estaba determinado a probar el sexo con un maduro.
Finalmente encontré al usuario adecuado. Su nombre era Ricardo, un profesor de secundaria de 40 y tantos años que vivía a seis horas del centro de mi ciudad. A pesar de la distancia, me dijo, viajaba seguido para realizar trámites escolares. Al comentarle mis ganas de perder la virginidad me platicó que él era un experto en ello, que entendía mi deseo y sabría cómo tratarme; no sería el primer menor en desvirgar (y posiblemente tampoco el último). Estaba emocionado por haberlo contactado, ansioso porque no solo besaría a un hombre por primera vez, sino también porque vería y probaría la verga de un maduro. Acordamos reunirnos dentro de dos semanas en el Zócalo y él me llevaría a un lugar de confianza.
Los días previos al encuentro revisé varios vídeos para ir con una noción de lo que podríamos hacer, aunque lo cierto es que la realidad siempre supera a la ficción.
Recuerdo haber llegado media hora antes. Le notifiqué mi ubicación exacta y él me aseguró que ya iba en camino. Los minutos me parecían horas, mi cuerpo temblaba de emoción y nervios. Quería buscar un baño y masturbarme para calmarme un poco, pero me convencí que lo mejor sería esperar. Ricardo apareció a la hora exacta. Vestía una gorra, lentes y una chamarra negra. Tenía una barba de candado canosa, era delgado y un poco más bajo que yo. Cualquiera pensaría que éramos parientes. Me saludó y en seguida preguntó si estaba seguro de continuar ahora que lo había visto en persona. Sin dudarlo afirmé y caminamos al motel. Aunque habíamos acordado irnos a michas, me dijo que él pagaría todo. Pensé que los de la recepción dirían algo, pero ellos se limitaron a entregarnos las llaves y lanzarme una mirada morbosa.
Tan pronto ingresamos al cuarto, se acomodó en la cama y encima de la base colocó un par de condones y un bote de lubricante. Al quitarse la chamarra pude ver sus brazos velludos. Él estaba totalmente tranquilo y yo no sabía cómo actuar. Ricardo me indicó que me acostara a su lado y de nuevo preguntó si deseaba seguir adelante. «Prometo que te trataré con cariño y te gustará tanto que me vas a pedir que no me detenga». Mientras lo decía, recorría mi cuerpo de arriba abajo, erizándome la piel y provocándome una erección. Voltee ligeramente la cabeza y me plantó un beso. El sabor de su boca era una mezcla entre menta y tabaco; su barba raspaba mi mejilla y con una mano me acercaba a su cuerpo. Sentía la verga a reventar. Mientras nuestras lenguas jugueteaban, me animé a meter una mano dentro de su camisa. Pude sentir su pelo en pecho y noté que tenía los pezones en punta. Bajé un poco más y pude sentir su miembro caliente, grueso, exigiendo ser liberado. Acto seguido, nos quitamos las camisas y el pantalón, y retomamos el faje, con él encima de mí. Cuando Ricardo comenzó a besarme el cuello y las orejas, lancé un pequeño gemido que lo motivó a seguir recorriendo mi piel con sus labios. Mientras lamía uno de mis pezones, estimulaba el otro con sus dedos. Quisiera agregar que, aunque en ese entonces tenía novia, nunca antes había experimentado algo así de placentero.
«Ahora es tu turno» ordenó. Me disponía a imitar sus movimientos, pero él tenía otro plan en mente. «Antes de que te coja, quiero que me la mames». No tuvo que pedirlo dos veces. Me acomodé en frente, bajé su trusa y en seguida percibí su hedor, era embriagador, a verdadero macho. Su verga era más larga y gorda que la mía, cabezona. Como era de esperarse, tenía mucho vello púbico. Medía más que la palma de mi mano y comencé a temer que pudiera hacerme daño. «Tranquilo, no tienes que comértela entera, solo hasta donde aguantes». Inicié limpiando el precum que tenía en la cabeza y poco a poco fui tragando más, manteniendo contacto visual, cuidando no meter los dientes. Con cada centímetro que avanzaba, Ricardo lanzaba un suspiro. Cuando faltaba poco para llegar a la base, colocó una mano en mi nuca y me empujó, provocando que me ahogara. Logré zafarme y recuperé el aire. «Qué rico te ves así, atragantándote, vuelve a intentar que te entre toda. Procura respirar por la nariz». Quise complacerlo y, aunque logré repetir la hazaña, seguía soltando lágrimas. «Es cuestión de práctica para que te acostumbres y seas todo un tragavergas. Ahora es mi turno. Recuéstate boca abajo». Sabía que me daría un beso negro, tenía que dilatar mi culo antes de meter su anaconda. Con ambas manos separó mis nalgas y sumergió su cara. No mames, qué rico sentí. Un escalofrío recorría mi cuerpo con cada lengüetazo. Hasta ahora, sigue siendo mi práctica favorita. «Te gusta ¿verdad? Tienes un culito bien rico, ya te quiero hacer mi putita». Sin avisar, metió un dedo y lo dejó ahí unos segundos, para después sacarlo y volverlo a meter. Estuvo así durante unos minutos hasta conseguir que su dedo entrara y saliera con facilidad. Su verga seguía dura, ansiosa por romper mi culo virgen.
«¿Quieres continuar? Lo que sigue es que te meta la verga. Sentirás raro al principio, pero luego te va a gustar y me vas a rogar que no me detenga». El hombre estaba seguro de lo que ofrecía y yo quería completar la experiencia. «Hazme tuyo», supliqué. Mientras él se colocaba un condón, yo me puse en cuatro, de forma paralela al espejo de la habitación, impaciente porque iniciara. Ricardo se acomodó detrás de mí, colocó sus manos en mi cadera y comenzó a acercarse. Su enorme cabeza abría paso en mi apretado culo, provocando que mi cuerpo se estremeciera con cada centímetro. De repente, decidió metérmela de un solo golpe y, aunque quise zafarme, me sujetó con fuerza y comenzó a darme besos en la espalda. «Qué rico aprietas, papi. Ya está toda dentro. Me quedaré un rato así para que tu culito se acostumbre a la sensación y después voy a seguir con el mete y saca. Relájate y disfruta, putito, ahora eres mío». Sentía su aliento en mi nuca. Me encantó que me tuviera así, aprisionado, con su verga dentro. Poco a poco mi cuerpo se fue relajando. Él lo habrá notado porque en seguida comenzó con el mete y saca, aumentando la velocidad según se lo pedía. Con una mano ahogaba mis gemidos y con la otra me nalgueaba por ratos. La imagen del espejo era excitante, idéntica a la de una escena porno con las que muchas veces fantaseé. Finalmente lo había logrado.
Después de un tiempo, cambiamos de posición. Se bajó y ubicó delante de la cama, acomodé mis piernas en sus hombros y retomó la cogida. Estando así, sentí que llegaba más profundo. La vista era sexy: el sudor recorría su torso desnudo, y sus ojos y sonrisa indicaban lo bien que la estaba pasando. Llegó un punto en el que no soportaba estar sin su verga dentro. De vez en cuando paraba para besarme y agarrar fuerzas. «No había estrenado un culito tan rico desde hace mucho tiempo. No me cabe duda que harás feliz a muchos hombres, pero nada me quita que el primero en probarte fui yo».
El tiempo le daría la razón. Después de un rato (para entonces había perdido la noción del tiempo) mi hombre puso su mano en mi verga y comenzó a masturbarme mientras aún me la metía. La sensación me excitó aún más y no tardé mucho en venirme. Mientras recobraba el aliento, Ricardo se quitó el condón y comenzó a jalársela cerca de mi boca. Cerré los ojos y al instante sentí cómo caía la leche en mi cara. Su sabor no era tan malo. «Para que crezcas grande y fuerte» me dijo. Después de limpiarnos, nos acurrucamos un rato y comenzamos a hablar de cosas triviales.
Acordamos repetirlo en otra ocasión, pues aún había cosas que podía enseñarme y yo quería repetirlo. Sin embargo, nunca volvimos a coincidir (mis permisos para ir al Centro eran limitados) y perdí su contacto. De cualquier forma, nada cambia que fue el primero en cogerme. No volví a tener relaciones sexuales sino hasta que entré a la preparatoria, a los 15 años, con un padre de familia de mi pueblo. Desde entonces he gozado una vida sexual muy placentera.
Espero que hayan disfrutado de este primer relato, totalmente real. Díganme si les gustaría que comparta más aventuras con hombres maduros. Que tengan un buen día.
comos igue
Que rico se siente cuando eres cogido por un macho mucho más mayor, esa sensación de ser suyo de ser poseido.