Rogelio E
Un hombre maduro de aspecto inofensivo me destroza el culo.
Después de integrar a Roberto en mi agenda de amigos sexuales, llegué a tener sexo casi a diario. Ya sea en la casa de mi tío Víctor, en el motel con Iván o incluso en la bodega de la escuela, aprovechaba cualquier rato libre para saciar mi sed de leche. Sin embargo, las cosas cambiaron después de unos meses: Roberto consiguió una novia que nunca lo dejaba solo e Iván decidió posponer nuestros encuentros porque su esposa sospechaba de una amante y lo había amenazado con llevarse a sus hijos.
Deseando conocer más hombres que me ayudaran a controlar el lívido, así como a mejorar mi desempeño en la cama, regresé a los grupos de encuentro en Facebook. Después de crear un perfil falso, agregué una foto en suspensorio con la descripción “Soy un joven pasivo en busca de maduros activos para tener sexo sin compromiso. Ofrezco discreción y la mejor mamada de tu vida”. Mi publicación se llenó de varias propuestas en pocos minutos. Mientras revisaba cada uno de los perfiles interesados, recibí por privado un par de fotos y un vídeo de Rogelio E. Las imágenes mostraban una verga erecta desde diferentes ángulos. Tenía abundante vello púbico y enormes testículos. Aunque no incluía su rostro, se notaba que el hombre era flaco y güero. Por su parte, el vídeo mostraba dicha verga destrozando un culo a pelo. Qué excelente carta de presentación. Al no recibir respuesta de inmediato, Rogelio insistió “Estoy libre esta tarde y todo el día de mañana. Si quieres paso por ti donde me indiques y te llevo a mi casa”. Acordamos reunirnos en una plaza cerca de mi escuela ese mismo día e intercambiamos números.
Todo mi cuerpo temblaba mientras esperaba sentado por él. Intenté calmarme recordando lo mucho disfruté mi última cita con un extraño, aquella en la que perdí mi virginidad cuando tenía 12 años. Entonces recibí un mensaje “Nos vemos en el estacionamiento, cerca del supermercado”. Lo encontré cruzado de brazos frente a una camioneta negra. Tenía entradas en la cabeza, la nariz prominente y los dientes grandes. El hombre vestía jeans y una camisa polo; parecía el típico padre de familia inofensivo que pasea por el Centro. Comencé a suponer que las fotografías eran falsas, sin embargo, decidí acompañarlo a falta de un mejor plan. Rogelio resultó un hombre interesante. Durante el trayecto, descubrí que tenía 48 años, padre de dos hijos, trabajaba en el gobierno y aunque se había divorciado recientemente, desde hace varios años que practicaba el sexo casual. Ingresamos a un fraccionamiento y aparcó en una de las últimas casas.
“Usualmente las personas no acceden a verme si no muestro mi cara, ni siquiera después de enviar las nudes, pero a ti fue fácil convencerte” dijo Rogelio de camino a su cuarto. “Qué puedo decir, me encantan las vergas maduras, pero no creo que la tuya sea tan grande como presumes” respondí al tiempo que me quitaba los tenis. “¿Por qué no lo averiguas?” me desafió. Sin perder más tiempo, me acerqué y le planté un beso. Nuestras lenguas se conocían mientras yo sobaba su entrepierna y él me agarraba del trasero. Comenzó a besar mi cuello, a pasar su lengua por mis orejas, logrando que mi piel se erizara. Nunca me habían besado con tanta pasión. De repente sentí su bulto presionando el mío. Me aparté para quitarme la playera, lo senté al borde de la cama y finalmente lo despojé de su pantalón. Su verga estaba calentísima y cubierta de precum. Sin exagerar, me cubría más de la mitad de la cara de largo. Tomé unos segundos para admirarla y hacerme a la idea que debía cumplirle a ese macho. Inicié por limpiarle el precum, recorriendo mi lengua por su glande, después por todo su falo y finalmente los testículos. Aunque sabía salado, su aroma era embriagante. “Sé que puedes hacerlo mejor” me regañó Rogelio soltándome una bofetada. Así, comencé a tragar su verga poco a poco hasta que sus huevos tocaron mi mentón. Era tan grande que debía detenerme para recuperar el aire. Me lloraban los ojos, pero él estaba extasiado con mi trabajo. “Qué rica mamada, cabrón, sigue así que después te voy a preñar”. Decidió sofocarme unos minutos más, luego me ordenó subirme a la cama y ponerme de perrito. Entonces sentí el frío del lubricante y un par de sus dedos entrando y saliendo hasta dilatarme lo suficiente. Se colocó detrás mío, nalgueó cada lado y me la dejó ir toda. Gemí de dolor, traté zafarme, pero me tenía fuertemente agarrado de la cintura. “Disculpa, amor, no pude contenerme. Quiero coger hasta llenarte con mi leche” susurró en mi oído. Comenzó a penetrarme lentamente sin sacar su falo por completo. Mi cuerpo intentaba expulsar aquella verga descomunal, aunque con ello solo lograba apretarla más. Después de un rato, la calentura se sobrepuso y comencé a moverme yo solo, deseando sentir cada centímetro de su hombría. Aumentó la velocidad del vaivén y ambos gemíamos incontrolablemente. Me encantaba el sonido de sus huevos rebotando en mi culo. Cambiamos de posición, Rogelio colocó mis piernas en sus hombros y nuevamente me la metió hasta el fondo. Veía lo satisfecho que estaba. ¿Quién pensaría que este hombre de aspecto inofensivo sería tan agresivo en la cama? “Estoy a punto de venirme y quiero que lo hagas conmigo” sugirió. Aumentó el ritmo, comencé a masturbarme y de repente sentí varios disparos de semen en mis entrañas. Me corrí unos segundos después. Rogelio limpió la leche de mi torso con la boca y me la devolvió en un beso. Terminó empapado de sudor y con una sonrisa de oreja a oreja.
Salió del cuarto y regresó con dos latas de cerveza. “Estuvo increíble, disfruto mucho lo rico que aprietan los chavos de tu edad” expresó. “¿Pues cuántos somos?” pregunté curioso, aunque nada sorprendido. “En realidad eres el segundo” confesó, “Tengo un culito de confianza, pero tenía ganas de probar otro. De hecho, es el mismo del vídeo que te envié” agarró su celular y me enseño más de su contenido casero, dándome una idea de lo abierto que quedaría mi culo. “Si no te molesta que pregunte ¿con qué frecuencia se ven?” “Usualmente Santiago me visita en las tardes después de clases, dependiendo si sus padres están o no en casa” Al notar mi expresión de duda agregó “Solo tiene 13 años, pero coge mejor que varios de mi edad ¿te gustaría conocerlo? Vive a unas cuadras de distancia”. Por desgracia ya era tarde y esa noche tenía un compromiso. “¿Qué te parece si regreso mañana? Según recuerdo estarás libre todo el día”. Si bien nunca había hecho un trío con otro pasivo, tenía el presentimiento de que Santiago podría conocer otros maduros con quienes acostarme. “Me parece perfecto. Nos vemos mañana en el mismo sitio”, prometió.
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