Santiago G
Rogelio me presenta a un amigo con quien disfruto por primera vez siendo activo..
Rogelio conoció a Santiago el año en que su hijo menor entró a la primaria, cuando ambos tenían seis años. Los niños se hicieron amigos y compartían todo tipo de actividades juntos, desde pijamadas hasta entrenamiento de futbol, pasando gran parte del tiempo en casa de Rogelio, pues los padres de Santiago tenían negocios que atender. Como era de esperarse, el aprecio entre aquel hombre y el niño comenzó a crecer. Las cosas cambiaron entrada la pubertad, específicamente una tarde en que ambos se encontraron solos.
Aquel día Rogelio regresó a casa frustrado porque su amante en turno canceló su cita a última hora. Pensó en masturbarse para liberar su estrés, pero no contempló la presencia de Santiago. El puberto le explicó que su esposa e hijos habían salido por comida y que él quiso quedarse para avanzar con su tarea. Mientras hablaba, Rogelio observó que el chico no despegaba la vista del bulto creciente en su entrepierna. En realidad, no era la primera vez que lo sorprendía viendo su cuerpo de reojo, así que decidió aprovechar la situación para calmar su calentura. Se desató la corbata, dobló las mangas de su camisa y se sentó frente al niño, con las piernas abiertas, ofreciéndole un acceso total. Sin decir una sola palabra, Santiago se arrodilló frente a él, desabrochó su cinturón y liberó finalmente su verga erecta. Se detuvo unos segundos a olerla, a apreciarla y se la llevó directo a la boca. Le resultaba difícil tragar más de la mitad, pero lo compensaba lamiendo y sobando sus huevos. A pesar de la torpeza, Rogelio supuso que no sería la primera vez de ese morro mamando pito. Sin embargo, en aquel momento lo único que le importaba era descargar su leche. Ya tendría tiempo de moldearlo a su antojo. Unos minutos después, se corrió en la boca del niño, quien con gusto tragó hasta la última gota. Más tarde, mientras Rogelio llevaba a Santiago a su casa, el morro confesó que le habría gustado entregarle el culo, pero que entendía el riesgo de la situación. Emocionado por su descubrimiento, Rogelio prometió que no sería la última vez y que buscaría la forma de volver su sueño realidad. Desde entonces, había pasado un año en que ambos se reunían para coger al menos una vez por semana. Al principio, Santiago tardó en adaptarse al grosor de la verga de Rogelio, pero conforme practicaban el puberto consiguió aguantar cada centímetro. Cogían donde fuera que se presentaba la oportunidad: en casa de Rogelio, en el coche e incluso una vez en la oficina del macho. Santiago siempre regresaba a casa con el orto abierto y lleno con abundante leche.
En resumen, esta es la historia de Rogelio y Santiago, la cual me compartió al día siguiente de nuestro primer encuentro mientras íbamos de camino a recoger al niño. Le pregunté si creía que se juntaba con otros hombres, aunque respondió no importarle, argumentando que siempre le cumplía dejándolo satisfecho, además de que él también veía a otras personas.
Santiago nos esperaba sentado en una banqueta. Vestía una playera sin mangas, bermudas y gorra roja, un atuendo bastante infantil. Era un niño muy lindo: güero, castaño y de ojos claros. Al notar su baja estatura y cuerpo enclenque me pregunté cómo es posible que esa pequeña criatura aguante semejante vergota. Esa misma tarde lo averiguaría. Rogelio nos presentó y durante el resto del camino a su casa guardamos silencio. Me pareció que al morro le molestó mi presencia, pero nuestro macho se encontraba feliz con nuestra compañía. Cualquier peatón que dirigiera su atención hacia la camioneta nos vería como a un padre paseando con sus hijos.
Al llegar a la casa, los tres entramos directo al cuarto. Rogelio se recostó al centro de la cama, Santiago y yo nos acercamos uno a cada lado. «Pensé que para este momento se llevarían bien, pero no se han dirigido una sola palabra desde que se conocieron. ¿Por qué mejor no rompen la tensión besándose? Quiero que disfruten tanto como yo de esta ocasión» ordenó el hombre. El niño comenzó a quejarse, así que decidí tomar la iniciativa. Lo agarré de las mejillas y le planté un beso. Sus labios temblorosos abrazaron los míos y poco a poco nuestras lenguas se entrelazaron. Rogelio se bajó de la cama, ofreciendo el espacio para que pudiéramos fajar libremente. Entre besos nos fuimos quitando la ropa hasta quedar desnudos. Su piel era suave, sin rastro de vello. Nuestros penes chocaban mientras recorría su cuello con mi boca; él en cambio disfrutaba lamer mis pezones. Nuestra faena se vio interrumpida por Rogelio, cuya enorme verga apuntaba hacia nosotros. Sin dudarlo, nos lanzamos a mamar su falo: mientras yo atendía su glande, el niño lamía sus bolas y viceversa. Entonces Rogelio me dijo «Quiero que le mames el culo a Santiago mientras él se encarga de mi verga. Déjalo bien lubricado». Aunque molesto, terminé obedeciendo. El culo de Santiago era delicioso, no solo por su sabor exquisito, sino porque podía apreciar cómo se iba dilatando su orto, abriendo y cerrándose con cada lengüetazo. Aquella vista me tenía excitado, con la verga bien dura. Aunque el niño estaba entretenido mamando, su culo exigía que lo cogieran. Sin poder aguantar más, me coloqué detrás de él y le clavé mi verga hasta el fondo. Su calor interno se extendió mi cuerpo. Santiago gritó de dolor, pero de inmediato Rogelio lo atragantó con su hombría, concediéndome el permiso para continuar con mi labor. Nunca había desempeñado el rol de activo, sin embargo, mi cuerpo empezó a actuar por sí solo: lo agarré de la cintura y aumenté el ritmo de la penetración. Sus pliegues anales apretaban mi verga hinchada, mis huevos rebotaban en sus nalgas y yo me sentía extasiado. Santiago paró de quejarse y comenzó a gemir, levantando más el culo. La imagen de mi pinga hundiéndose en las entrañas del infante era adictiva. Por más que intenté continuar con el acto, terminé corriéndome dentro del niño. Fue la primera vez que preñé a un hombre, aunque me habría gustado durar más. Quizá solo era cuestión de practicar ¿Por qué había tardado tanto en experimentar los placeres de coger un culo?
La voz de Rogelio me sacó de la conmoción. «Nada mal para ser tu primera vez, ahora es mi turno de complacer a este putito». El hombre jaló al niño al borde de la cama, colocando sus piernas en los hombros, y apuntó directamente a su orto recién abierto. Al parecer mi leche funcionaba como lubricante, pues su verga se deslizó con facilidad. Habiendo llegado al tope, se detuvo unos segundos, permitiendo que Santiago se acostumbrase al grosor y comenzó a penetrarlo. El contraste entre tamaños y cuerpos era hipnotizante; el sonido del macho batiendo mi esperma y el infante pidiendo más volvió a calentarme. Entonces acerqué mi verga nuevamente erecta a la boca del niño, quien sin dudar la engulló de un bocado. Santiago me demostró su experiencia mamando: su garganta apretaba mi pinga frenéticamente, controlando su respiración y evitando meter los dientes. Nadie pensaría que aquel joven de cara angelical era tan goloso, tan tragón. Seguramente tenía otros hombres a su disposición, con su experiencia y corta edad podría conocer muchos más. Inesperadamente, Rogelio mandó que me sentase en la cara de Santiago, pues me quería listo para perforarme el culo. Ambos obedecimos al instante: me puse en cuclillas encima del morro, exponiendo mi agujero ante sus ojos y comenzó a recorrer cada rincón con su habilidosa lengua, como si estuviera degustando una golosina, dejando un abundante rastro de saliva alrededor. Mi culo estaba preparado y ansioso por recibir la semilla de aquel hombre. Despegué las nalgas del rostro del niño, me coloqué de perrito a su lado y esperé a que el macho me atendiera. Al verme así, Rogelio incrementó la velocidad de sus embestidas y ordenó al niño que se masturbara. Un par de minutos después, Santiago expulsó sus mecos sobre su torso y Rogelio le dio un beso en la frente, llamándolo un buen niño. Antes de hacerme suyo, el maduro lanzó un escupitajo en mi ano, me dio una fuerte nalgada y agarró mi cintura con firmeza. Rogelio mencionó que mi orto aún seguía dilatado por la cogida del día anterior, así que me insertó su verga de golpe. Sentí el calor de aquella pinga estimulando mi próstata, expandiendo cada capa de mi piel interna a su paso. El hombre bufaba incontrolablemente, el niño permanecía aún agotado y yo me encontraba en la gloria. Probamos otras posiciones hasta que Rogelio no pudo contenerse más y terminó preñándome. Instintivamente, Santiago limpió el pito de Rogelio a lengüetazos y bebió cada gota de leche que escurría por mi culo, diciendo que algo tan rico no debía desperdiciarse.
Satisfechos, el niño y yo nos acurrucamos entre los brazos del macho maduro, quien mencionó estar orgulloso de nosotros. Mientras Rogelio se metió a bañar, aproveché para hablar con Santiago. «Espero que lo hayas disfrutado tanto como yo, aunque podría apostar que tienes a otro hombre esperándote en casa». El niño comenzó a negarlo, pero le aseguré que guardaría su secreto y que incluso podría presentarle a otros amigos. Emocionado, confesó que el otro hombre de su vida era su primo, un provinciano que se mudó con él para asistir a la universidad. Me compartió su contacto y yo le pasé el de mi tío Víctor, quien por supuesto disfrutaría la compañía de ese niño tan especial. Media hora más tarde, nos vestimos y salimos a comer pizza. Rogelio en verdad era un buen anfitrión.
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