Santo sifrino
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Ya lo había visto en varias ocasiones gritando sus consignas vacías al lado de sus compañeros. No entiendo como un estudiante universitario pueda protestar porque el gobierno no le haya renovado la concesión a un canal de televisión privado que era el culpable de la inversión de valores en los venezolanos. Parte de la cultura consumista y entregada era producto de ese y otros medios de comunicación. Eso para mi resultaba inaceptable, pero el verlos protestar con nuestra gloriosa bandera al revés, coño, me llenaba de rabia. Hablar con ellos, además de resultar casi imposible, era inútil. Algunos, los más, lo que hacían era eso, repetir consignas absurdas pidiendo libertad, libertad, libertad, cuando la verdad es que eran puros niños mimados. Hijitos de papá. Sifrinos.
Estudiaba arquitectura, desde hace meses le había metido ojo. No era nada fuerte, sino bien hombrecito. Claro, eso de ahí no había pasado. Lo vi cuando iba con mis compas al cafetín de arquitectura donde el almuerzo es bastante bueno y se come al lado de un hermoso jardín interno. No una sola vez habíamos cruzado miradas pero de allí no había pasado porque él estaba siempre con su grupo de amigas de primer semestre, y se juntaban, como pececitos, nadando en un mar que apenas conocían.
Me gustaba porque era serio, tenía el cabello lisito y se lo dejaba algo largo, pero con un corte tradicional, sin los estrambóticos alaridos de algunos de sus compañeros que, cuando entran a la universidad, se pintan el pelo de colores chillones, se ponen zarcillos o tatuajes. Un día, por casualidad, entré detrás de él en la fila para comprar y se puso nerviosito cuando vio lo alto que yo era. Buen momento de entrarle pero yo andaba con unos compas y lo dejé así.
Pero el día que lo vi, con sus amiguitos, blandiendo la bandera al revés, me entró mucha arrechera, lo crucé y me le quedé mirando directamente usando una cara bien amarrada. Sifrinito de mierda, no sabes ni lo que estás haciendo, quise trasmitirle.
Pasaron sus primeras marchas y se reconfortaron con sus discursos vacíos. De nuestro lado las movilizaciones y las consignas cargadas de ideas y con la propuesta básica de devolver el diálogo al seno de las universidades y al pueblo, civilizadamente, no tomar la calle para producir caos o guarimbas. Me arrebataba que, en medio de todo, los habían manipulado. Una mañana, eran casi las ocho, yo voy a clases y encuentro que viene, por el mismo pasillo. Guao. Viene solito y está más guapo que nunca. Mientras camina su cabello parece flotar al ritmo de sus pasos. Las cosas que me gustaría hacerle a ese sifrinito. Sin duda que ya había sucedido historia entre nosotros. Cuando lo tuve a unos metros fijé la mirada en sus ojos y lo saludé levantando la cara. Él hizo lo mismo, me devolvió el saludo, detuve la marcha, cuando lo tuve frente a mí le tendí la mano y él, en correspondencia, me la estrechó.
-Lucas –exclamé, presentándome.
-Omar.
-Disculpa –le dije –, yo sé que estamos en diferentes bandos políticos, pero de todas formas me gustaría que estableciéramos un diálogo entre nosotros. Este país es de todos y no quiero dejar de crear vínculos con alguien que no piense como yo.
-Está bien, dialoguemos, pero es que ustedes se están tomando el país y no dejan para nadie.
-Eso se puede discutir con calma, ¿no crees?
-Claro que se puede discutir –expresó, en su tonito de sifrino, que no me molestó.
Miré mi reloj y pensé que ya mi clase debía estar por comenzar.
-¿Y adónde tú vas ahora? –le pregunté.
-Voy a la plaza cubierta, quedé en encontrarme allí, a las ocho, con unos compañeros para hacer un trabajo. Voy retrasado.
-Ya, yo también tengo clases ahorita.
-Ahh.
-¿Dónde vas a almorzar?
-Todavía no sé.
-Te invito a almorzar.
-Acepto, pero yo pago lo mío.
-Como tú quieras.
-¿Dónde?
-En el cafetín de la piscina, como a la una, ¿te sirve?
-Es que no sé donde queda la piscina.
-Si estudias arquitectura te va a gustar.
-¿Por qué?
-Anda y verás. ¿Sabes dónde quedan las canchas de tenis?
-Eso sí.
-Te espero, a la una, por ahí ¿va?
-Si va.
Nos dimos la mano para despedirnos y cada uno siguió su camino por el pasillo. Me provocó voltear y verle su traserito respingado pero me abstuve. Salí de clases como a las once y media y me fui a hacer deporte. Estuve pendiente para estar a la una en el lugar acordado y me retardé sólo unos minutos. Salí de los vestuarios y mientras subía la rampa lo vi, parecía un corderito perdido, sentado en uno de los banquitos de comunicación. Quería dedicarle atención y, antes de llegar a él, apagué el celular.
-Épale, Omar.
-Hola… Lucas.
-Disculpa la tardanza, había mucha gente en las duchas.
-No importa, yo acabo de llegar.
-Vamos a almorzar, pues.
Camino al cafetín me quedé callado, quería observarlo y ver si traía algo en la bola, si se sorprendía al conocer los espacios de la piscina: los techos ondulados de concreto que cubren las gradas, la terraza que remataba con el cafetín, la preciosa vista sobre las piscinas, los trampolines, la montaña verde al norte… Tal como yo lo esperaba quedó concentrado, impresionado. Bah, seguro que Miami si lo conocía al pelo.
-Este lugar es arrechísimo, huevón.
Arrechísimo es una palabra que puede expresar mucho o poco, bueno o malo, o que se está muy enojado, es más que ambigua. Su cara resultó interesante porque, es decir, o sea,… me he quedado sin palabras. Pero sí, le había entusiasmado el lugar. Punto para mí, y punto para él.
-Cada vez que conozco otra obra de la universidad me quedo asombrado, Lucas. Toda esta arquitectura es de Villanueva, ¿sabías?
-Claro, sí sé quien es Villanueva, ya yo llevo cuatro años estudiando aquí. A mi también me gusta, aunque no estudio arquitectura.
Y el almuerzo no pudo ser mejor. Yo no quise comer algo pesado y había desayunado bastante así que comí frutas y yogur con pan integral. Omar prefirió bistec a la plancha. No hablamos de política, él se puso a hablar de su carrera, entusiasmado. Yo si tuve que rozar el tema de la política porque en eso estoy por graduarme y, además, en eso trabajo, es mi vida. Pero lo hice objetivamente sin resaltar nuestras diferencias.
-¿Y tú dónde vives? –le pregunté, después.
-En la Alta Florida, ¿y tú?
-En el Cementerio.
-Ah.
-¿Sabes dónde queda El Cementerio? –le pregunté.
-Más o menos. He pasado cerca, por la autopista.
-Claro, por encima. Yo conozco la Alta Florida desde la Cota Mil. También por encimita.
Sin duda que ya un vínculo se había dado entre nosotros, él parecía no tomar en cuenta mis puntos de vista que eran claros. Y yo también tuve que dejar de lado que sus pensamientos políticos me parecieran absurdos. Sí, coño, ese era el único problema que tenía Omar. No se podía negar que era inteligente, rápido, y físicamente, uy, eso sí. Tenerlo frente a mí, comiendo su jugosito bistec a la plancha, en un espacio tan bonito, mirando los clavadistas practicar a unos metros y más allá los nadadores… El momento era grato y estaba bueno el sifrinito. Era blanco, europeito, pero con ojos y cabello castaños. Se podía sospechar que tenía buen cuerpo porque sus brazos eran redondos y bien formados pero no gruesos. Ya terminando el almuerzo veo a Blanca y a Laura, dos chamas que buscan cupo en la universidad. Ya les había dicho que nosotros no podíamos ofrecérselo, pero se quedaron trabajando con el movimiento porque eran chavistas hasta la pata y muy buenas colaboradoras, eran artistas y pintaban murales y pancartas. Claro que cuando me vieron se acercaron a saludarme, aunque yo creo que estaban limpias y tenían hambre. No pude invitarlas a almorzar. Al ver que pensaban instalarse definitivamente en la mesa actué.
-Oigan, compas, llegaron en buena hora, se necesitan dos pancartas para esta misma tarde.
-¿Pero nos van a pagar? –preguntó Blanca.
-Claro, busquen ahorita, ya, a Leandra y díganles que ustedes son las que van a hacer las pancartas.
-Las despachaste rápido –exclamó Omar, riendo, cuando se levantaron y se fueron.
-Lo que tienen es hambre y allá seguro consiguen comida.
-¿Y tú qué vas a hacer ahora? ¿Tienes clase? –preguntó.
-No, clases no tengo, pero en la tarde estoy ocupado, yo también trabajo. Tengo dos reuniones y hay que cuadrar unas cosas…
-Ah, yo esta tarde estoy libre. Me voy a la casa a hacer un trabajo.
-Entiendo. ¿Y en la noche? ¿Tienes algún plan? –le pregunté.
-Bueno, nada especial.
-Hagamos un plan. Si quieres nos vemos en algún lado. Dime dónde quieres que te pase buscando.
-¿Tú tienes carro?
-Ando en moto.
-Yo tengo carro, si quieres te paso buscando a ti.
Cierto que a las nueve me pasó buscando por la estación de Plaza Venezuela, en un carrito plateado y pequeño, oliendo a nuevecito.
-Muchacho, ¿y este carrito es tuyo? –le pregunté cuando me monté.
-Sí, me lo regaló mi papá.
-Oye, en verdad, este régimen los tiene a ustedes mal.
-Nosotros no somos ricos, sólo que mi papá trabaja. Y ha trabajado toda su vida, por eso ahora tiene una buena posición.
-Claro, pero de obrero no será que trabaja.
-Claro que no, es ingeniero. Ustedes los chavistas son los que quieren que todos ganen como un obrero.
-Que haya justicia, equidad e igualdad de oportunidades para todos, es lo que queremos.
-Eso nunca va a poder llegar a ser.
-¿Cómo que no? Vamos en ese camino.
-Los pobres siempre van a existir.
-Nuestra meta es lograr pobreza cero dentro de pocos años, que todo el mundo tenga un oficio, que todos estudien y se preparen, que tengan salud gratuita…
-Sí, claro, así lo van a lograr, impidiendo la libertad de expresión.
-¿Cuál libertad de expresión? ¿La libertad de expresión del dueño de un canal de televisión?
-Era un medio muy importante, y ese canalito que sacaron lo que da es risa. Pena ajena.
-Porque está empezando. Pero no quiero hablar más de política contigo, por ahora.
-Sí, es mejor que no hablemos de política.
Nos quedamos un rato en silencio. Subimos por la Casanova. Omar subió el volumen a la música.
-¿Qué música tienes? –le pregunté, para variar la conversación.
-Me entregó un sobre con puros CD quemados, cuyos títulos no me dijeron nada, todos en inglés. Los puse a un lado. Yo esperé, por lo menos, encontrar uno que dijera Shakira.
-De Alí Primera no tengo.
-Ya lo sé para regalarte uno.
-Oye, ¿y dónde vamos? –me preguntó.
-¿Qué podemos hacer? –le pregunté, para comenzar a tentarlo.
De sexo no habíamos hablado, yo lo daba por descontado y creo que él también.
-No sé, ¿vamos a tomar algo? –preguntó.
-Bueno si tú quieres.
-Pero, ¿dónde? ¿Tú vives sólo?
-No, todavía vivo con mis padres, pero hay un lugarcito en Los Rosales, cerca de mi casa, es una oficinita. ¿Quieres ir allá?
-Pero, ¿y el carro? ¿Tiene estacionamiento?
-Estacionas el carro a una cuadra, en el estacionamiento de un centro comercial que funciona toda la noche.
-Vamos pues. ¿Por donde agarro?
-Territorio chavista, con razón, toda esta propaganda la paga el gobierno.
-Vinimos a discutir de política o a…
Me fui sobre y le besé suavemente los labios en los que no había dejado de pensar durante todo el día. Atrapé su cintura entre mis manos y poco a poco fuimos cayendo en un beso más profundo que no encontró diferencias arraigadas entre nosotros. Ya con mas confianza, sabiendo que Omar era receptivo, me apreté contara él, le estrujé mi erección para que comenzara a sentirla en su cuerpo, y mis manos bajaron y tomaron sus anheladas nalguitas.
-Ya va, ya va –exclamó, como si no pudiera respirar.
-¿Nos tomamos un traguito?
-Bueno, pero es que quiero decirte algo, me da miedo. Yo nunca había estado con un tipo así.
-Como así, ¿nunca has estado con un hombre? No me digas.
-Sí, con un hombre sí, pero nunca tan grande. En verdad yo ando con un sólo muchacho, desde hace unos meses. Y yo soy quien le se lo hago a él. O sea, yo nunca…
-Tranquilo, conmigo no vas a tener ningún problema, yo no te voy a obligar a nada.
-Pero dime algo, dicen que los negros lo tienen grande, ¿es verdad? ¿Tú lo tienes muy grande?
Yo sonreí. Ah sifrinito para comprenderlo. ¿Era miedo o es que lo estaba deseando? Me quité la camisa y se quedó mirando mi anatomía. Desabroché la correa y tiré hacia adelante mis caderas.
-De eso tendrás que cerciorarte por ti mismo.
No tuvo duda en hacerlo, aun sobre mis pantalones, no fue tímido a la hora de asegurarse de lo que quería. Yo cargaba un bóxer gris claro a través del cual Omar pudo comenzar a comprender si la leyenda era verdadera. Le puse una mano en la nuca y busqué, de nuevo, besarlo. Acaricié el cuello y percaté que todavía estaba cerrado hasta el penúltimo botón. Mientras los abría comprendí que su camisa era de muy buena calidad, de marca, pues. Aun así los botones se abrieron como los de cualquier camisa. Cuando vi el pecho de mi sifrinito amigo, supe que la cosa iría mejor de lo que yo pensaba. Podía ser de mucha marca la ropa pero la verdad es que por dentro, cuando vi su cuerpecito, coño, por dentro, sí valía mucho la pena, que bueno estaba, cada vez me gustaba más lo que veía, le saqué la camisa de la cintura y terminé por quitársela. Sin dudarlo me senté en el escritorio, fui tras su correa de cuero y busqué abrirla. Se retiró y me detuvo. Yo, sabiendo que en estos casos es mejor no insistir, y dejar que todo se me quedé sólo observándolo y ordenando su delicado cabello.
-Pero es que tú no me has dicho nada.
-¿Nada de qué?
-De lo que te dije, yo no tengo experiencia.
-¿Tú quieres experimentar conmigo?
-Eso es lo que no sé. Tú no me has dicho nada.
-A mí me gustaría mucho experimentar contigo.
-No es eso.
-No entiendo.
-Es que… ¿Tú recuerdas la primera vez que me viste?
-Sí, en el cafetín de arquitectura.
-Ah, bueno, antes yo te había visto a ti.
-¿Cuándo?
-Yo estaba conociendo la universidad con mis amigos, entré al aula magna y tú estabas hablando, no sé que era, tus cosas chavistas… Pero a mi eso no me importó, me llamaste la atención…
-Yo estoy en la FCU. Seguro era un acto…
-Yo sé. Oye, Lucas. Lo que pasa es que yo no quiero una vaina pasajera contigo.
Sorpresa, sorpresa. Y ahora que estaba sin camisa lo que provocaba era írsele encima y prometerle amor eterno con tal que se dejara acariciar. Tenía las axilas deliciosamente peluditas con un difuso y sedoso vellito. Y las tetillas incitaban a mordérselas. Sus pectorales y sus abdominales bien trabajaditos eran como un sueño.
-Vamos a tomarnos un traguito para conversar.
Saqué la botellita de ron, la abrí y derramé unas gotas al suelo. Tomé un sorbito y le di la botella. Él tomó y me la devolvió.
-Panita, me tomas de sorpresa, ahorita no sé qué responderte. Si quieres le damos un tiempito y nos vamos conociendo.
-Yo sé que no. Porque no soy chavista, ¿verdad?
-Claro que no. Si fuera por eso no estuvieras aquí. Sólo digo que no estoy seguro de lo que propones. Además, yo tengo novia, huevón.
-Ah, ¿eres bisexual? –preguntó, con algo de decepción.
-Sí, soy bisexual. Pero tú, de verdad, me gustas mucho, desde que te vi. Si tu quieres le damos un tiempo, ver si formamos una relación más de amigos y, no sé, de repente si algún día nos volvemos a ver, siempre está la universidad…
Me levanté de la mesa, me cerré los pantalones.
-¿Otro traguito?
-Por la amistad.
-Por la amistad.
Seguimos conversando bajo la mirada inquieta de comandantes y héroes. Mis ojos dejaron de fijarse en la figura de su torso y se mantenían fijos en su cara, en sus ojos, su nariz y su boca, analizando cada una de sus expresiones.
-Lucas, dime una cosa, de verdad. ¿Tú no crees que esas rumas de afiches sean una pérdida de plata?
Se refería a unos afiches que habían quedado fríos de las presidenciales porque llegaron dos días antes de las elecciones y ya no se pudieron colocar.
-Coño, pana, sí, yo pienso igual que tú, ese dinero de debería usar en otras cosas. Yo sé que la revolución tiene defectos, pero también brinda los mecanismos para que nosotros los corrijamos.
-No sé. Yo nunca voy a creer en esa revolución de ustedes.
-No tengas miedo, pana, a ustedes no les va a pasar nada.
-Si nos va a pasar, nos van a quitar todo. Los pobres…
-No vale, oye, ten algo de conciencia, aquí todavía hay niños que se acuestan sin comer, ¿sabes? Pero no se trata que ustedes vayan a perder sus privilegios. Si es como dices, que tu papá es un hombre recto que ha trabajado toda su vida y es un profesional exitoso; todo, para ustedes, va a seguir igual.
-No sé.
Sin ánimo suficiente para pasar toda la noche en esa habladera, defendiendo una cosa evidente contra planteamientos absurdos y sin asidero; tomé mi camisa y me la puse. Su carita quedó desarmada, supe que la noche todavía se podía acomodar.
-Vístete y vamos a dar unas vueltas –le dije.
-¿Ah?
-Si quieres, dejamos tu carrito y vamos a pasear en la moto por Caracas.
-¿Dónde dejaste la moto?
-En La Previsora.
-Pero… ¿ya?
Entonces fue que, por si mismo, desató la correa y desabrochó el primer botón de su Levi´s que en vez de cierre tenía botones y eso me pareció súper erótico. Decidí dejar el paseo en moto para más tarde. Me tentó ir a desabrochar esos botones, uno por uno, pero decidí sentarme sobre el escritorio a observarlo. El muy coñito decía que era virguito, no sé si eso sería verdad, pero esa vaina me tenía controlado. Poder iniciarlo por el culo seguro resultaría muy interesante y placentero. Al abrir el siguiente botón los pantalones, algo holgados ya, comenzaron a ceder y la elástica blanca del interior comenzó a emerger. Se sentó en una silla para quitarse los zapatos y al fin quedó en medias e interiores.
-Ven.
Caminó hacia mí y cuando llegó lo tomé por la cintura entre mis manos. Vaya, ¡que cuerpo! ¡Que torso! ¡Que piernotas!
-Estás buenísimo, escualidito del coño.
-Y tu también, chavista de mierda. Anda, quítate otra vez esa camisa, que quiero besarte, coño.
No lo hice todavía sino que bajé mis manos, las puse sobre sus nalgas y las sentí duritas, pequeñas y compactas. Busque el camino de su rajita a través del perfecto interior, que no era un simple y común interior, era un finísimo calzoncillo Calvin Klein azul con la elástica blanca orgulloso de las palabras de la marca que lo identificaban. Pero lo mismo hubiera dado que fuera un harapo con huecos y la liga desvencijada; Omar parecía un atleta griego. Y eso sí no era gratis, seguro le costaba bastante esfuerzo tener ese cuerpo tan arrecho.
-¿Qué deporte haces tú?
-Fútbol. ¿Y tú?
-Atletismo, pero ahora sólo lo hago como mantenimiento, ya no compito, no me da tiempo.
-Yo sí quisiera dedicarme al fútbol, es lo único que me gusta más que la arquitectura, lo que pasa es que es arriesgado, es casi una lotería.
-Entiendo. Oye, Omar, ¿no será mejor que esperemos un tiempo, y conocernos mejor? –le repetí, aplicándole mi mano cariñosamente entre sus nalgas.
-Yo creo que ya nos vamos conociendo.
-Sí, ya nos vamos conociendo, lo de si esto será una vaina pasajera no se puede decir antes de hacerlo, digo yo.
Sabiendo esto lo sellamos con un largo y profundo beso. Conciente de las miradas de los grandes desde las paredes, pero no por eso, me lo llevé a un cuartico pequeño, cerrado y con aire acondicionado. Él no comprendió hasta que vio la cama. Se acostó y yo me senté a sacarme las botas. Después me levanté, al quedar en mis Leo-bóxer que también evidenciaban, sin vergüenza, su modesta marca. Me senté y acaricié su torso con mi mano mientras miraba lo hermoso que era. Capté todo lo delicioso de sus sinuosidades. Mirándolo y arrebatado con su belleza hubiera quedado una eternidad. Luego me tendí junto a él, busqué besarlo dulcemente y comencé a disfrutar del momento de estar juntos. Se lo quería hacer muy tierno, sin rudeza ninguna. Eso es lo que yo creo que él esperaba de mí, que lo tratara delicadamente. Nos entrelazamos en un abrazo que duró mucho. No hablamos más, sólo disfrutamos de estar tan unidos. Nuestros penes, a través de la tela se gozaban y mantenían una conversación aparte, muy ardiente.
Sentí que se abalanzó sobre mí y terminé cayendo de espaldas sobre la cama. Comenzó a besarme desde el cuello. Con sus dedos buscó mis axilas y después con su boca. Yo levanté el brazo para darle acceso total en eso que parecía interesarle. Quise dar crédito al decir que dicta que pelo es placer, gimió suavecito cuando entró a lamer los de mi axila derecha que se estrellaron contra su nariz.
-Hueles rico.
Supe entonces que la noche resultaría muy excitante con este ardiente sifrinito. Terminé de entregar mi cuerpo sobre la cama y me concentré en disfrutar las caricias que me daba, los besos en mi pecho, su mano sobre mi bóxer de algodón gris intentando capturar todo el volumen de una sola vez. Cuando pasó a lamerme el abdomen y a recorrer con su lengua, alrededor de mi ombligo, elevé mi cabeza para observar mejor todo. Su cabello lisito le caía y hacía cortina a su cara, se deslizaba sobre mi abdomen y me impedía ver. Mas cuando siguió bajando y sentí que sus labios se posaban en mi bóxer, justo sobre mi verga, llevé una mano y le retiré los cabellos para verlo. Él, al darse cuenta, se puso goloso y recorrió con su boca mientras me miraba. Después, decidido, y sin dejar de voltear hacia mi cara, de vez en cuando, tomó la elástica y la fue bajando hasta que emergió mi camarada bien erecto, moreno y palpitante, ya bien grueso quien, de inmediato, ya liberado, tomó su posición elevada a cuarenta y cinco grados de mi abdomen. Llevé mi mano y destapé la cabeza, halé la piel hacia atrás. Apreté abajo por lo que la cabeza cogió sangre y se puso bien lisita, brillante. Lo tomó, yo creo que nunca había tenido nunca nada así en sus manos, y se interesó bastante. Omar se quedó un rato mirando sin actuar.
-Coño, lo que dicen es verdad, es enorme y grueso. No, es increíble…
-¿Te parece? –pregunté, sonreído al observar sus gestos.
Busqué apoyarme en el escritorio para quedar un poco más bajo porque me gustaba la curiosidad con la que Omar me trataba. Cada vez que lo miraba me parecía más bonito. Dejé entrelazar mis dedos en su sedoso cabello. Las mejillas estaban un poco sonrosadas y la saliva se descubría sobre sus labios rosados.
-¿No quieres besarla?
Pegó sus labios contra mis pelos y comenzó a besar mi cuerpo.
-Besarlo sí.
Era poco experto y me pareció gracioso. No, iba a resultar en que el sifrinito, en verdad, tenía muy poca experiencia. Pero hizo lo mejor que pudo y yo le demostraba que me gustaba mucho. Después me lo lamió completito, desde las bolas y los pelos. Eso si me puso de verdad caliente y tomé su cabeza en una mano para dirigir y apretar la base de mi verga contra sus labios. Después agarró un poquito de voluntad y se metió el glande otra vez en su boca. Y cogió destreza, se puso a masturbarme muy rápido y de nuevo abría su boquita, lo más que podía, para comérselo. Yo apretaba mis nalgas e impulsaba mi pene para que cobrara más dureza y brindara mayor excitación. Se notaba que quería hacerme acabar y no me pareció ni mala idea eyacular sobre su hermosa carita o en su encantadora boca. Pero no, no dejé fluir el orgasmo. No era lo prudente. Simplemente lo tomé por sus axilas y lo conduje hacia arriba.
-¿No quieres acabar?
-Todavía no.
Lo besé y sin cerrar los ojos, nos miramos tan cercana y profundamente que nos compenetramos mucho a nivel afectivo. Besos abrazos y más caricias, había entrega mutua y eso enardecía mi pasión. O era cosa que se retroalimentaban todas esas pasiones en una sola, hacer el amor. En una de esas susurró a mi oído y yo no entendí lo que me decía.
-¿Ah?
-… que me gustas mucho, huevón –dijo.
-Eso no era lo que decías.
-Que quiero probar contigo.
-¿Probar…? ¿Cómo?
-Probar de verdad.
-¿En verdad tú nunca…?
-¿No te dije, pues?
-Claro, si tú lo dices.
-¿No me crees?
-Sí, sí te creo.
-Te lo juro si quieres.
-No, no es necesario.
Ante tal advertencia, que parecía verdadera, no tuve más que volver sobre su boca y colocarme encima de él. Ahora era mi turno de disfrutar de todo su cuerpecito y de brindarle el placer que se merecía. Mi beso resbaló por su cuello, cayó a su pecho, y de allí buscó su axila peludita y suave. Omar temblaba de placer.
-Yo soy medio nerd, ¿sabes?
-¿Medio qué?
-Entré virgen a la universidad, imagínate.
-Ah. ¿Eso es un nerd?
-Más o menos. ¿Tú eras virgen cuando entraste a la universidad?
-No era. Pero también es por la edad, yo creo. En la universidad es que uno coge vuelo.
Guao, era bello el sifrinito, y al tacto era lo más delicioso que uno se pudiera imaginar, su perfecta piel, las formas juveniles y firmes de su torso lampiño. Besé y besé sus dos tetillas, se las mordí sin hacerles mucho daño. Divino el escualidito, su sabor entre dulce y salado, su piel tersa y nada, pero nada, de grasita acumulada. Me incorporé y sentándome sobre mis talones, eché un último vistazo a su precioso cuerpo antes de tomar entre mis dedos la elástica del fino interior, de color azul, con la banda blanca, y deslizarlo entre sus piernas hasta sacarlo por sus pies. Creció en edad, al instante, porque la masa de vellos juveniles ya marcaba con bastante contundencia su hombría. Y se puso aun más hermoso. Su pene respingado y de formas preciosas y perfectas. No era un pene pequeño, y eso sí, era indiscutiblemente uno de los más hermosos que había visto, con la piel algo tostada, muy lisito y con un glande sonrosado que sobresalía del prepucio. Llevé mi mano y deslicé su piel hacia atrás. Me agaché sobre él y abrí mi boca y lo chupé con verdadero delirio. Un buen rato, sabroso, con abundante saliva. Tomé sus bolas y las sopesé entre mis manos. A ellas también las lamí. Hundí mi nariz entre sus pelos para captar su fino aroma. Volví a sentarme sobre mis talones y seguí masturbando con suavidad su pene ensalivado, no con intención de hacerlo acabar sino para que disfrutara mucho. Nuestros ojos se mantuvieron por segundos colgados y luego sonreímos.
-Si en mi casa se enteran de esto, me matan –dijo.
-¿Cómo que te matan?
-Nadie, en casa, sabe que soy gay. Y como soy único hijo varón…
-Ah. Entiendo. Qué peo, ¿no?
-¿En tu casa sí saben que eres?
-Bueno, este lado de mi vida lo conoce muy poca gente.
-Si se enteran segurito te botan, los chavistas odian a los gays.
-¿De dónde sacas eso? No, no me digas, ya sé de dónde los sacas.
-Es así, lo dijeron por Globovisión.
-Y tú lo que comes es de eso. ¿No te han dicho, por Globovisión, que Caracas, ahora, es territorio libre de homofobia?
-¿Libre de homo qué?
-Y en el alto gobierno hay gente gay, ¿sabes? Hombres y mujeres. Y son buenos trabajadores, honrados y eficientes.
-¿Quiénes?
-Eso no importa. Lo que sí te digo es que no te dejes manipular, piensa por ti mismo. Y ya, no me hables más de política que lo que quiero es mamarte el culito.
Le abrí las piernas y le pasé la lengua entre las nalgas.
-Ustedes son los que se dejan manipular y repiten todo lo que dice Chávez.
Pero de ahí en adelante se calló y se quedó tranquilito. Sólo suspiraba y gemía cuando yo comencé a empujarle el dedo entre la saliva. Que nalguitas tan tiernas. ¡Guao! Que culito tan sabroso y rosadito. Que cerradito.
-Uyy –exclamó cuando le pude meter el dedo y comencé a tantearlo por dentro.
Mientras lo miraba dudé por algunos segundos. Mi mente evaluaba cómo proseguir. Una opción era elevarle más las piernas, pegárselas a su pecho, y que él mismo se las sostuviera mientras yo me dedicaba a investigar, de una vez, cual era el aspecto del culito, que me dijera, en persona, lo que su dueño me había asegurado. Y ya después de sospechar lo rico de esa posición, pospuse lo de voltearlo sobre la cama y averiguarlo desde atrás. Así que tomé sus piernas, las elevé y le puse una mano detrás de cada pierna para que las sostuviera. Bárbaro, su culito también esta la rodeado de delicados vellitos casi rubios. Era tan atractivo que supuse que el cuidado de esos vellos encantadores eran producto del agua o por los menos, del agua oxigenada. Pero tampoco era una cosa estrambótica, yo dudaba que fueran naturales pero esa preciosura de culo sí era muy natural y además, así abiertito, sin duda… Miré su cara y volvimos a vernos profunda y seriamente. Nada, le acerqué mi cara y olí su exquisito aroma a perfume caro. Le besé las nalgas, muy cerca del huequito.
Sólo quería aflojarle el ano, y entre dedo y lengua, calentarlo, lubricarlo, excitarlo… Crearle una necesidad tan grande que le hiciera rogar que lo cogieran, que lo desvirgaran. Pronto lo tenía bien flojito y seguí acariciando superficialmente, solo estirando. Lo coloqué de espaldas y me dediqué a gozar de su zona posterior. No dejaba de asombrarme, por donde lo miraba me parecía más guapo. Calibré el volumen de sus dos nalgas en mis manos y no pude más que abrirlas para seguir alimentándome del divino huequito del culo de mi sifrinito escuálido. Volví a meterle el dedo y profundicé, pero no mucho, Luego le cubrí de besos la espalda lisita y bien formada, y llegué hasta la nuca. Me acurruqué sobre él acoplando mi pecho a su espalda, sintiendo la curva sinuosa del traserito, lamiendo su cuello, buscando sus labios desde atrás. Me abracé fuertemente a él.
-Pana, me voy a poner un condón –le dije, y esperé su respuesta.
-Pero… ¿me vas a coger?
-Bueno,… sí.
Como calló me paré a buscar mi morralito, que había quedado afuera, los condones y el lubricante. Regresé y estaba sentado en la cama. Caminé hacia él y no hubo más que acercarle mi pene que seguía demostrando su mayor dimensión. Descubrí el prepucio y quedó a pocos centímetros de su boca.
-Me va a doler, ¿verdad?
-No. No mucho.
-Sí, noo.
-Confía en mí.
No aguantó, abrió sus labios, no tuve más que acercarlo. Volvió a engullirlo y a sacarme placer. Yo lo dejé. No puedo decir que no me provocaba dejarme ir en esa sensación y dejar que el orgasmo aflorara. Me tentaba acabar dentro de su boca y eyacularle en la cara. Pero me retiré a tiempo.
-Me vas a hacer acabar.
-Sí, si quieres acaba.
-¿En tu boca?
-¿Ah?
-Voy a penetrarte. Es lo que deseo de verdad.
-No sé…
Entre besos, abrazos y caricias lo fui llevando, y de nuevo quedó de espaldas a mí.
-Omar, me gustas mucho. Estoy sintiendo cariño por ti, pana.
-Y yo no sé qué me pasa a mí contigo.
-Pídeme, otra vez, que te penetre.
Yo no dudé en bajar y volví a abrirle las nalguitas. Guao, que precioso y divino huequito. Su aspecto me decía que Omar era, en verdad, todavía niño. Le metí el dedo y lo sentí flojito. No aguantaba más. Me volteé sobre la cama y me dediqué a colocarme le condón. Él se colocó de medio lado para ver mientras lo hacía. Cuando estuvo bien envuelto lo apreté el la base para que volviera a llenarse de sangre. Me masturbé y un poquito y le guiñé el ojo con la promesa de clavarla pronto en su lindo culito. Luego destapé el tubo de lubricante, derramé unas gotitas en mis dedos y mi mano buscó de nuevo el pliegue entre sus nalgas. Volvió a abrazar la almohada y se relajó, Yo aproveché para lubricarlo bien. Era importante porque no quería que le doliera más de lo necesario.
Cuando ya estuvo listo volví a buscarlo y con mi mano dirigí a mi camarada hasta que sentí en la punta su culito. Me monté sobre el y sentí la sinuosidad de sus nalguitas y pronto el pene estuvo ubicado en el preámbulo. Lo abracé sabroso y dejé que se sintiera cubierto por mi cuerpo, mucho más grande que el suyo. Cuando lo miré vi sus ojos apretados como esperando el dolor.
-Tranquilo papá, no tengas miedo, relájate –le susurré al oído.
Comencé a menearme. Lo que yo menos deseaba era maltratarlo. Comencé a bombearlo para ir abriéndolo con toda la sutileza posible. En una de esas apreté más y el huequito se le fue partiendo. Ante su gemido aguantado siseé y le besé la espalda sin perforar más pero sin retroceder. Con mucha cortesía y fineza lo fui penetrando poco a poco. Me lo fui cogiendo suavecito, sin mucho rollo. Yo no dejaba de mirarle la cara y me saciaba en sus expresiones. Al saberlo ya mío busqué profundidad. Y siempre a ritmo muy pausado se lo llegué hasta el fondo. Y lo aguijoneé un poquito en sus entrañas.
-Ya, ya, que no aguanto –exclamó entre suspiros.
Lo dejé descansar por unos instantes pero mi fervor por comenzar a matraquearlo se antojaba cercano. Pero quise darle una tregua y se lo saqué. Y me levanté para quedar sentado sobre mis pies. Él volteó hacia mí sorprendido, y enseguida dirigió su mirada a mi pene que continuaba como un cañón.
-¿Acabaste? –me preguntó.
Yo dije no con la cabeza mientras lo miraba con ganas.
-¿Y tú acabaste?
-Tampoco.
-Estoy sintiendo un afecto muy arrecho por ti, ¿sabes?
-¿En serio?
Me toqué dos veces con el puño sobre el corazón y lo señalé a él. Eso y decírselo con mi cara. En fin, en mímica le dije “te amo”.
-Eres fácil de querer.
-Yo sólo te gusto físicamente, ¿verdad?
-No, pana. Yo vengo pendiente de ti desde hace meses. Eras casi una fantasía para mí. Yo nunca pensé que iba a estar, en realidad, contigo. Y ahora que te conozco… más de cerca, veo que eres bien inteligente, astuto. Sí no hablamos de política podemos llevar una buena conversación de cualquier cosa. Tú le pones interés a tus vainas, a tus estudios, eres destacado en el deporte…
Yo, y mi lengüita que afortunadamente nunca me abandonaba. Pero era verdad, mi pequeño escuálido tenía una estrella. Y yo lo que quería era ponérsela a brillar, de ningún modo quería apagársela u opacarla. Me lancé de nuevo sobré el, lo cubrí, lo besé por la nuca luego de desviar su suave cabello a un lado y lo abracé tiernamente.
-No es difícil enamorarse de ti.
-Mentiroso.
-En serio.
Comencé a lamerle el cuello, a mordisquearle el lóbulo de la orejita, e hice como un monstruo enorme gruñendo y mordiéndolo falsamente, en un juego infantil.
-Te voy a comer.
Se me puso sensual y dijo:
-Sí. Sí.
Seguí comiéndomelo por la espalda, apretándolo duro con mis manos. Lo tomé por las nalgas y volví a abrírselas para encontrar que el que una vez pudo pasar por virguito ya no lo era, seguro. Ese volvería a cerrarse pero ahora parecía apetitoso. Quise hasta volverlo a lamer pero el mal sabor del lubricante me lo impidió. Aquí lo que quedaba era una sola cosa.
-Para el culito papá –le dije halándolo ya por las caderas.
Se puso en cuatro patas lo cual no era mi idea.
-No, no. Sigue abrazando la almohada.
Le empujé los dedos en la espalda y supo que debía partir la cintura. Ya en esa posición me fui sobre él siguiendo el tratamiento con suma suavidad. Siempre lo besaba y continuaba. Le abrí las piernas y puse las mías entre las suyas. Él supo que debía separarlas y dejarme paso. En lo que se lo ensarté comencé a masturbarlo suavecito, a medida que mi pene afianzaba su segundo asalto. Yo me sentía un experto al lado de Omar que era poco diestro. Pero sí puede decirse que lo conduje a conocer lo que es una relación homosexual en profundidad. Nunca se sabe pero sí creo que no se lo habían clavado de verdad. De repente se levanta y comienza por si mismo a buscar ritmo, primero poco preciso, pero intenta, Retira mi mano que lo continuaba masturbando para hacerlo él solo. Yo también me concentro en mi propio placer, lo tomo por las caderas y se lo empujo duro, intentando llegar lo más lejos. Cuando veo que el carajito se me eriza. Seguro que siente escalofríos. Se entrega por completo y yo le respondo con un buen movimiento de caderas. Más adentro imposible. Gime como un ternero degollado, una sola vez, en un solo leco. Puso cara de como si por primera vez estuviera comiendo chocolate. ¡Que carajito tan erótico!
En pleno metisaca profundo bota la leche y las gotas describen parábolas perfectas para estrellarse contra las sábanas. Omar empezó a desfallecer. Yo sigo con el metisaca hasta que mi orgasmo llega y lo volví a penetrar con todas mis fuerzas para detenerme allí y sentirlo adentro. Pronto comienzo a delirar de placer, me aprieto mucho a él, gimo y respiro sobre sus hombros. Apretando la cara contra sus mejillas, y siento la leche saliendo por mi pene a borbotones y agolpándose al condón.
-Sácamelo, por favor, que no aguanto.
Deshice mi abrazo y lo dejé libre.
Y sí, la cosa entre nosotros comenzó a funcionar, hubo una segunda vez, a la semana. Él estacionó su carrito en La Previsora y yo lo esperé afuera en la moto. Caminó hacia mí con toda su elegancia oligarca y su agilidad felina.
-¿Pero para donde me vas a llevar? Dime.
-¿Para dónde quieres ir tú?
-Para nada que sea en el este.
-A mí me matan si aparezco por allá.
-Sí, porque nosotros somos los violentos. Claro. Como ahora sales por televisión…
-¿Me has visto?
-Pareces un loro hablando, nadie te gana. Tú y tu chavismo. No entiendo cómo puedes defender eso. Pero debo reconocer que hablas muy bien y te ves fino en cámara.
-Dijimos que no hablaríamos de política, ¿no?
-¿Quién empezó?
-Está bien. ¿Para dónde vamos, entonces?
-¿Y a la oficinita aquella…?
-Ya comenzó la campaña por el SÍ. Esta ocupada.
-Seguro que ya llegaron rumas enteras de afiches que paga el gobierno. Y después dicen que trabajan por los pobres.
-Eso no lo paga el gobierno.
-No, claro. Afortunadamente las encuestas dicen que va a ganar el NO.
-¿Las de Globovisión? Esas nunca se han equivocado.
-Todas las encuestas. Hasta a los pobres les gusta la propiedad privada.
-O te callas o te callo a besos aquí mismo en la calle. Yo no quiero hablar de política.
-Tú me provocas y yo te respondo.
-Termina de montarte en la moto. Y ponte el casco.
-Pero para dónde vamos a ir.
-A un hotelito de la Panamericana, coño.
-¿En serio? Yo nunca he ido a uno.
-Móntate, pues.
-Pero promete que no me vas a dar tan duro como la otra vez.
-Te di duro y tú gozando, o es que te la vas a dar de santico conmigo. Sí, ya se te está notando la aureola.
-Sí me quedó doliendo varios días.
-Oye, ¿tú, por casualidad, no eres del signo virgo?
-¿Cómo lo supiste?
-Virgo es el eterno virgen.
Varias veces lo he visto y cada vez me gusta más. Las citas se las llevo contaditas, han sido ocho. Aunque en una se me puso bravo y se largó en su carrito. Fue por una discusión tonta, de política, claro. Pero después comprendió su error, aunque nunca lo reconoció abiertamente. Y hemos vuelto a encontrarnos. Cada vez es igual, pero diferente y creativa nuestra relación. Omar, además, cada día se pone más interesante. Pasamos una tarde candelosa, y unas noches de sueño abrazados en un chalecito de la Colonia Tovar que me prestaron unos amigos. Deliraba con pasear en moto a medianoche por la Cota Mil, teniendo a mi querido escuálido abrazado a mi espalda, deslizando sus manos dentro de mi chaqueta de cuero. Tenía la cualidad esa de parecer siempre inocente y virgen, y a la vez, ya liberado, de transformarse en un apasionado y hermoso adolescente abierto a toda pasión. Pero siempre la política establece una brecha entre nosotros. Me es imposible comunicarme con él en ese aspecto, no oye argumentos.
Era pasado mediodía cuando salgo de las duchas y en el vestuario al abrir el locker veo que mi celular ha tenido actividad. Reviso y hay un mensaje de texto: LLAMAME PLEASE. ¿Qué querrá mi pequeño escuálido?, me pregunté.
-Hooola.
-Hola, ¿qué pasó?
-¿Dónde estás ahorita?
-En el vestuario.
-¿Aquí en la UCV?
-Sí.
-Es que no tengo nada de plata y me estoy muriendo de hambre.
Eso del hambre me pareció una buena excusa para buscarme. Es decir, cualquiera de sus amiguitas seguro lo hubiera auxiliado mejor.
-Yo tampoco tengo plata pero, si quieres, en quince minutos nos vemos en el comedor y almorzamos juntos.
-Pero… ¿en el comedor? ¿Hacer esa colota?
-A esta hora ya no hay tanta cola.
-Está bien, pues.
Yo también quería verlo. También quería volver a estar con él, besarlo, abrazarlo, acariciarlo, hacerle el amor como es debido. Ahora que faltaban sólo unos días para el referéndum había menos posibilidades de encontrar un tiempito. El trabajo era arduo. Como la lucha se planteó, por parte de la oposición, enfocada en el hecho universitario, nosotros tuvimos que dar la cara. Los viajes al interior son continuos. No me queda tiempo para nada más, pues. Salí del vestuario y me dirigí al comedor buscando en la cabeza un espacio de tiempo para estar con él. Al vernos nos dimos la mano como dos caballeros oligarcas. Después yo fui un poco más efusivo y lo saludé poniéndole la mano en la espalda. Estaba un poquito cortado. Seguro no deseaba que sus compañeros lo vieran haciendo la cola del comedor.
-Pana, me gusta verte. ¿Cómo han estado tus cosas?
-Entregué ayer un trabajo y ahora estoy un poquito desocupado.
-Yo estoy hasta el culo de trabajo. Ya se acerca el referéndum.
-¿Quién crees tú que gane?
-Nosotros, claro, tenemos el 70 %, pero no nos podemos descuidar, a hay que activar a la gente, que la mayor parte colabore. Ahora viene lo más difícil. Estos días son para terminar de prepararse para que todo salga bien.
-Psss, 70 %. Porque ustedes se roban las elecciones, con un CNE parcializado.
-Todas esas elecciones han estado refrendadas por organismos nacionales e internacionales.
-No quiero verte cuando pierdan.
-También hay que saber perder con dignidad.
-Ojalá que pierdan.
Allí lo miré a los ojos y le hice una seña pícara.
-Te voy a besar aquí mismo. ¿Por qué no te callas?
-Que pena con el rey. A mi me da pena Chávez, te lo juro, me avergüenza como venezolano que soy.
-¡Que vaina! ¿Vas a seguir hablando de política? ¿Para eso fue que me dijiste que querías almorzar conmigo?
-Está bien, pues.
-Oye, ¿y qué planes tienes para este domingo? –le pregunté.
-¿Por qué?
-Vamos a subir al Wuarairarepano.
-¿A dónde? Ah, sí, ya sé que Chávez le cambió el nombre al Ávila.
-No se lo cambió, ese ha sido su nombre desde antes de llamarse Ávila.
-Pero eso no importa, está bien, vamos ¿A qué hora?
-Tempranito, al amanecer. Yo te paso buscando en la moto por el centro comercial. Y bajamos ya en la noche.
-¿Todo el día? Suena bien.
-Llevamos la carpita y bastante comida sabrosa.
-¿Quieres que yo lleve algo?
-Lo que tú quieras.
-Está bien, me gusta el plan.
-No me vayas a dejar embarcado como la otra vez que te fuiste corriendo.
-No, yo voy, a las seis en punto estoy en la esquina.
-¿Puedo pedirte algo?
-Sí.
-El domingo ponte los Calvin Klein azules.
FIN
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