Se la comí a mi amor platónico de la Secundaria.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Durante las clases de literatura de la secundaria, siempre me gustaba sentarme a su lado y darle caricias a su pierna izquierda, me parecían adorables sus reacciones de timidez y de gusto, aunque nunca me atreví a acariciarle su entrepierna. Esto fue uno de mis grandes errores, no atreverme a traspasar ese límite del respeto, la pulcritud y el autocontrol; de haberlo hecho, quizá habría tenido grandes experiencias con él durante esta etapa.
Ahora que tenemos 21 años, una noche le mandé un mensaje en facebook para saludarle, él ya esta casado con la novia que tuvo en la secundaria (y siempre tuvo esa personalidad de respeto y fidelidad a su relación), pero ya que no lo veo decidí preguntarle algo: "¿quieres un mamut?".
Mamut es el nombre de una galleta de la empresa gamesa, una galletera de México; pero aquí se usaba en doble sentido, significando también una mamada. En caso de que la reacción de él fuera negativa ante aquella pregunta, simplemente podría decirle que se trataba de una simple broma.
La sorpresa fue que él entendió lo que quería y mostró interés, concretamos vernos al día siguiente por la noche en mi casa. Me sonrojé y alegré que haya dicho que sí, aunque siempre cabía la posibilidad de que a última hora cancelara, por lo que mantuve mis expectativas bajas.
Siempre me gustó de adolescente, no sólo porque me trataba con cariño y se dejaba abrazar por mí, sino que me sentía atraído por aquel cuerpo suyo: moreno, bien formado, fuerte. Cada vez que me tocaba la piel con sus manos mi piel se erizaba, él era como un sueño para mí pero una imagen que no me atreví a sobrepasar por mis deseos de lujuria en aquellos tiempos.
Cuando lo vi llegar no supe qué decir así que hablé del clima, la llovizna que había esa noche. Estaba vestido de un pantalón de mezclilla, una camisa de color azul obscuro y una gorra. Estaba más alto, con un poco de barba, llevaba tiempo sin verlo y eso era lo único que había cambiado.
No sabíamos como comenzar así que empezamos a platicar de su trabajo, su matrimonio, de varias cosas vagas. No sabía si debía tocarle la pierna ni cuándo jalarle el cinturón; dejé pasar el tiempo en la plática hasta que sentí que el ambiente se volvía aburrido.
Le pregunté cómo es que se animó a venir para inducir el objetivo de nuestra pequeña reunión. Noté que estaba tan nervioso como yo, soltaba risas tímidas, tampoco sabía como comenzar. Decidí guiarlo ante la situación, lo llevé a mi cuarto, donde las cortinas estaban cerradas y había poca luz.
-Quítate el cinturón – le dije.
-Quítalo tú – dijo con la timidez que siempre me ha gustado.
-No sé quitarlo.
-Inténtalo.
Se sentó en la cama y me dispuse a quitarle el cinturón, a desabrocharle su pantalón y despojarlo de su ropa interior. Alzó sus caderas para que le quite por completo aquellas prendas y por primera vez en 6 años de fantaseo, pude ver aquella cosa parada entre sus piernas.
Apenas lo toqué con la yema de los dedos, él ya comenzaba a suspirar; comencé a morder el tronco de su pene con mis labios suavemente, los deslizaba por todo su largo y los usé para masajear sus testículos; la respiración de él aumentaba. Después comencé a usar mi lengua, usaba la punta para recorrer cada centímetro de su intimidad, lo sostenía con mis dedos y me encargué de mojarlo por completo.
Rodeé su glande con mi lengua y le hice movimientos circulares, pasaba la punta de mi lengua por todo su tronco, besaba sus testículos, los metía a mi boca y succionaba mientras masajeaba su glande con mis manos. Él no paraba de retorcerse en mi cama, metía mis manos debajo de su camisa, las deslizaba por su ardiente piel para pellizcar lentamente sus pectorales. Por ratos me daba caricias en mis manos, en mi rostro, lo que más disfrutaba era verlo retorcerse de placer, desnudo, en mi propia cama.
Eso me inspiraba más, me inspiraba a hacerle sexo oral, a succionar lentamente de su pene mientras hacía movimientos de arriba y abajo con mi boca, mientras sostenía sus testículos con mis dedos de la mano izquierda. A veces se levantaba, otras veces se dejaba tirar en mi cama, en un momento se puso de pie, pero se volvió a sentar.
Era un momento deseado por mí, saborear su intimidad y devorar su hombría, de él, mi amor platónico, quien finalmente se encontraba depositando su néctar en mi boca para tragarla.
Habiéndolo llevado al orgasmo, me senté a su lado, se miraba agitado. Le pedí que besara mi cuello, lo hizo, sentí delicioso sus labios rozando mi piel provocándome gran placer con sólo ese acto.
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