Se llamaba Oscar
En esta historia os cuento lo que me pasó en la escuela con un compañero de clase siendo los dos chiquitos, y lo que me hubiera gustado que pasase más adelante..
Cuando apenas sabía lo que era el sexo y ni siquiera sabía masturbarme, un compañero de clase me descubrió algo de mí que no sabía. De pequeño yo era el típico niño que aunque algo timidito, siempre aprovechaba la menor oportunidad para demostrar su hombría para que los demás chicos le respetasen. Ese que siempre hacía cualquier cosa si le decías la frase, “¿A que no hay huevos?”, ese era yo a pesar de ser chiquito.
Resulta que por culpa de eso acabé demostrándome a mi mismo justo lo contrario, es decir, que no era tan machito como pensaba. Todo comenzó durante un recreo en el que, como estaba lloviendo fuera, a los peques no nos dejaban salir al patio y teníamos que pasar el recreo en los pasillos. En un momento dado me quedé solo en el aula con un chico algo amanerado con el que los demás niños no se relacionaban demasiado por ser diferente. No recuerdo muy bien de que estábamos hablando, pero como siempre, yo estaba haciéndome el chulito intentando aparentar más de lo que realmente era.
Poco a poco la conversación fue derivando hacía lo sexual, y yo haciéndome el machito como siempre le dije al chaval para meterle miedo: “A que te violo”.
En ese momento él me sorprendió con una respuesta que no esperaba: “A que no te atreves”.
– “¿Qué no?”
– “Pues claro que no. No te atreves.”
– “Ahora verás” – Esperaba que se asustase cuando me acercara a él, pero no lo hizo. Se quedó esperando delante de mí a que diese el siguiente paso.
Obviamente, yo que siempre quería demostrar una seguridad en mi mismo que en realidad no tenía, en ese momento me acobardé y me quedé paralizado.
– “¿Lo ves? No te atreves.”
– “Claro que sí.”
– “Pues venga, bájame los pantalones.”
Aunque sea contradictorio, en ese momento sentí que, si no hacía nada, quedaría como un miedica mariquita. Así que, como en realidad no quería hacerlo y tenía miedo pero no quería quedar como un cobarde, lo que hice fue intentar desabrocharle el botón de los pantalones fingiendo que no podía hacerlo porque estaba como muy enganchado.
– “Lo que yo decía. No te atreves.”
– “No es eso. Es que no puedo.” – Dije intentando excusarme.
– “¡Jodé! ¿No sabes hacer esto?” – Me respondió desabrochándose el botón.
Ahora me doy cuenta de que el muy cabrón supo obligarme a empezar todo aquello aprovechando mi miedo a quedar como un miedica. Pero no solo eso, si no que quiso que fuese yo quien lo iniciase todo.
Con aquellas palabras, “¡Jodé! ¿No sabes hacer esto?” – Se desabrochó el botón, pero no hizo nada más. Se quedó esperando mi reacción mientras echaba su cadera ligeramente hacia adelante. Ofreciéndose claramente. Pero sin hacer nada más, pues yo había sido quien había dicho que iba violarle.
Por culpa de aquella maldita frase con la cual intentaba hacerme el macho, mi amigo me tenía agarrado por los huevos. El muy cabrón me conocía muy bien.
Tras unos momentos en los que me quedé paralizado mirando hacía su entrepierna, pensé que finalmente tendría que hacer algo para no echarme atrás. Él no solo se había desabrochado el botón. También se había bajado la cremallera y se la había abierto para mostrarme un poco su bulto, escondido debajo de sus calzoncillos que por alguna razón yo no podía dejar de mirar.
Finalmente di el paso y agarrando el elástico, bajé sus calzoncillos y dejé a la vista su polla morenita y dura.
Un instante después, desabroché también los pantalones de mi uniforme y me saqué la mía. Él se quedó quieto una vez más esperando que yo diese el siguiente paso. Pero en cuanto me acerqué a él y empecé a hacer como si le “violase”, el se movió. Me agarró, puso sus manos en mi culo y moviendo su cadera me dijo: “No. Mira. No sabes. Esto se hace así.”
En ese momento sí que me quedé paralizado. Nuestras pollas estaban juntas y yo sentía su cadera moviéndose y sus manos apretando con fuerza mi culito. Aunque se suponía que yo era el machito, que yo era el que iba a “violarle”, en esos momentos estaba totalmente quieto, dejándome hacer.
– “¿Te gusta?”. – No contesté, pero seguí dejándome.
Estuvimos así lo que creo que fue un buen rato, cuando me pareció escuchar un ruido en el pasillo. Rápidamente me separé de él y me asomé por la puerta del aula. Vi a uno de mis amigos acercándose y volví a meterme para adentro diciéndole a Oscar: “Rápido, que vienen.”
Yo me guardé mi pene intentando acomodarlo para que no se notase mi erección, y mientras lo hacía, vi que él seguía con la poya fuera sin hacer nada. Le daba igual que nos pillasen.
Rápidamente volví a agarrar sus pantalones. Esta vez para abrochárselos, y esta vez sí lo hice bien rápido. Cuando nuestro amigo entró, nos miró algo raro, pero parecía que no sospechaba nada de lo que había pasado.
Por mi parte, no volví a pensar en lo que había pasado hasta que unos días después Oscar se acercó a mí en otro recreo cuando nadie estaba cerca y me dijo: “¿Te vienes al baño?”. No lo pensé. Algo se apoderó de mí. Fui detrás de él hasta el baño. Sabía lo que iba a pasar y tenía miedo, pero lo deseaba.
Cuando entramos al servicio, yo le di la espalda para cerrar la puerta con pestillo y cuando volteé de nuevo, le vi otra vez con la cola fuera. Dura y morenita. Se estaba masturbando muy lentamente. Me quedé mirándola hasta que me pidió que hiciese lo mismo. Yo nunca me había hecho una paja, pero empecé imitar lo que hacía él mientras se la miraba fijamente.
Esta vez, fue él quien tomó la iniciativa y se juntó a mí haciendo como si follasemos. Sé que aquello no era follar, pero para mí que desconocía todo aquello, lo era. Yo no hacía nada. Solo me dejaba hacer igual que la vez anterior.
Al rato se separó de mí y empezó a tocarse de nuevo. Yo le miraba embobado e imitaba sus movimientos.
– “La tienes doblada hacia un lado.” – Le dije curioso comparándola con la mía. Me había llamado la atención, pues nunca había visto otro pene que el mío y hasta entonces tampoco había prestado mucha atención ni si quiera al mío, aunque alguna vez sí había notado que se me ponía gordita, sin saber por qué, cuando alguna niña de clase se me acercaba mucho.
– “Tú también.”
– “Sí, pero solo un poco. No es tanto como la tuya, ¿ves? ¿A ver? ¿Quién la tiene más grande?”
– “Iguales.” – Me respondió, dejando de tocarse y poniéndola junto a la mía. Su glande tocaba mi vientre y el mío el suyo. Efectivamente, eran igual de largas pero la suya era más morenita y se curvaba hacía un lado y un poco hacía arriba.
No se explicarlo, pero me gustaba. Me gustaba mucho.
Yo no me había tocado nunca hasta entonces y no sabía lo que era el semen ni el liquido preseminal. Recuerdo que una vez, mientras le observaba tocándose, vi como un charquito liquidito y algo blanquecino se acumulaba en su glande, y como él subiendo su prepucio lentamente, formaba un charquito blanco. No sabía que era aquello, ¿suciedad? ¿Orín? ¿precum? ¿mezcla?. No lo sé, pero no podía dejar de mirarlo.
Él siempre se tocaba así, muy despacito. Y a mí me encantaba porque así podía fijarme en cada detalle, mientras yo que apenas estaba descubriendo aquellos placeres lo hacía como un mono, super rápido y preguntándome por qué él no lo hacía igual. Muchas veces él tenía que parame porque lo que quería era que nos juntásemos y lo hiciésemos. Y yo claro, aunque estaba disfrutando de la paja y de mirarle a él, siempre paraba y me dejaba hacer.
Aquello se repitió muchas veces, y para entonces yo ya había empezado a tocarme a solas por la noche en mi habitación mientras pensaba en alguna niña de clase o en lo que había hecho con Oscar ese día. Aún así, aún no sabía del todo lo que era un orgasmo. Sin embargo, muchas veces después de hacerlo con Oscar en el recreo escondidos en los lavabos, sí sentía una sensación rara como si algo saliese mientras estaba sentado en el pupitre de clase y mi cola iba perdiendo lentamente su erección. Y al volver a casa después del cole, siempre tenía una mancha blanca en la parte interna de mis calzoncillos.
Todo aquello me encantaba. Tiempo después llegué a tener mis primeros orgasmos y a entender realmente lo que eran gracias a Oscar, aunque no siempre eran recordando lo que habíamos hecho ese día sino algún pequeño roce con alguna amiga de clase o con algún compañero en los partidos de baloncesto.
También recuerdo que muchas veces él me pedía que fuésemos al baño en el recreo delante de algún amigo y yo, aunque quería, me negaba para que nadie sospechase y le maldecía por insistir continuamente mientras yo esperaba que el entendiese que solo me negaba para disimular y que fuésemos una vez que hubiese pasado un rato para que nuestros compañeros no sospechasen. A veces también me amenazaba, aunque sinceramente no hacía falta, con contarlo todo y yo me iba detrás de él derechito al baño a disfrutar de aquello que a la vez me daba rabia y a la vez me encantaba.
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Nunca llegamos a hacer nada más que eso, juntarnos cara a cara desnudos y hacer como si hiciésemos el amor. Parecerá extraño, pero recordad que éramos muy niños y que yo acababa de descubrir todo aquello y ni si quiera se me hubiese ocurrido que se podían hacer más cosas. Me gustaba dejarme hacer y observar su polla dura y morenita mientras se tocaba justo antes de “follarme”. Por cierto, recuerdo que cuando nos íbamos al baño, Oscar siempre se bajaba los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos mientras que yo solo me la sacaba pasando el elástico por debajo de mis huevos y dejaba que él me metiera las manos debajo del pantalón y sentía sus manos agarrando con fuerza mi culito mientras empujaba con su cadera. En mi mente están grabadas aquellas escenas.
Después de esto cambié de colegio y no volvimos a vernos. Pero la historía continua muchos años después…
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No volví a encontrarme con Oscar hasta mucho después y tampoco tuve más experiencias con chicos excepto una que ocurrió apenas un añito después de todo aquello (con doce añitos y con un amigo de nueve) y que tampoco llegó a ser mucho más que un juego de niños. En la actualidad soy un tío fundamentalmente hetero. No he tenido experiencias con más hombres, aunque sí me genera bastante curiosidad. Creo que en parte me quedé con ganas de no haber hecho más cosas con Oscar por lo chiquitos que estábamos en aquella época.
De todas formas, tampoco es algo que me cause una inquietud tremenda, o eso me digo a mí mismo. Alguna vez lo he comentado con mi chica y ella dice que no le importaría que tuviésemos un trio con otro chico en el cual yo estuviese en el medio. Sinceramente, he de admitir que la idea de hacerlo con mi novia mientras otro tío me lo hace a mí me pone muchísimo, siempre que el otro chico no le tocase un pelo a mi amor, ella es solo mía, jaja. Pero teniendo una relación seria y de muchos años con mi chica, a la cual adoro, me da un poco de miedo que ella solo lo estuviese aceptando por mí y que pudiese afectar a nuestra relación. De todas formas, he aquí mi fantasía…
Mucho tiempo después de todo aquello, con unos 25 años, volví a encontrarme con Oscar. Me contactó porque había leído mi relato y había sabido identificar que estaba hablando de él. Me sorprendió que con esa edad se acordase de todo aquello que tanto me había marcado o, mejor dicho, NOS había marcado.
Quise asegurarme que realmente se tratase de él, preguntándole si se acordaba de mi nombre y del nombre de nuestro colegio. Y, tras comprobar que se trataba de él y que se acordaba de todo aquello tanto como yo, accedí a tomarme una copa con él.
Así pues, allí estábamos. Medio borrachos, poniéndonos al día de nuestra vida, y empezando a hablar de aquellos juegos que recordábamos de cuando éramos pequeños. (10 u 11 añitos)
– “¿Por qué escribiste el relato?” – Me preguntó.
– “Sinceramente, esperaba que lo leyeses. Al mismo tiempo me daba miedo que lo hicieses, pero esperaba que lo encontrases.” – Le respondí con algo de timidez.
– “¿En serio?, y dime, ¿Alguna vez…?”
– “No.”
– “¿Nunca?”
– “Nunca. Aunque muchas veces lo recuerdo y…”
– “¿Y…?”
– (Silencio)
– “¿Te tocas?”
– (Silencio y sonrisa irreprimible)
– “Vamos. Di. ¿Te tocas recordándolo?”
– “Algunas veces. Y… A veces pienso en todo lo que nunca llegamos a hacer”
– “¿Como qué?”
– “Ya sabes…”
– “Dilo. Vamos. Dilo en voz alta.”
– “Pues… Ya sabes…”
– “¿mmm?”
– “Bueno. Nunca llegamos a hacer realmente nada. Nos tocábamos y hacíamos como si lo hiciésemos juntando nuestras…”
– “Sí.” – Me ayudó, invitándome a continuar.
– “Pero… Nunca lo hicimos de verdad. Nunca nos la chupamos. Nunca nos follamos como de verdad.”
– “¿Te arrepientes?”
– “NO”
– “¿Lo harías ahora?”
– “No sé”
– “¿Cómo qué no? Vamos, ¿No quieres vérmela otra vez? ¿No quieres pedirme que vallamos al baño otra vez?”
– “¿Cómo que pedírtelo? Si siempre eras tú quien me obligaba a ir al baño”
– “Lo sé”- Me contestó entonces esbozando una media sonrisa muy pícara – “Pero tú siempre querías, o no. Te encantaba.”
– (silencio)
– “Vamos. Te encantaba. No lo decías entonces ni querrás admitirlo ahora, pero te encantaba, siempre lo estabas deseando. Igual que lo estás deseando ahora. ¿Sí o no?”
– “Puede” – me atreví a responder con mi polla ya super dura pugnando por escapar de mi para entonces apretadísimo pantalón.
– “Te encantaba mirármela y que te agarrase fuerte del culito. ¿No quieres ver cuánto ha crecido? ¿No quieres ver si aún son iguales?”
Tenía ganas de salir corriendo, aunque no sé si al baño de aquel bar con él o bien huyendo hacia mi casa.
– “Venga, vamos al baño.” – Me dijo, más como una orden que como una invitación.
No dijo nada más. Simplemente se levantó y vi cómo se alejaba en dirección a los servicios de aquél bareto. Una vez más, el muy cabrón me estaba obligando a tomar una decisión.
Y una vez más algo me impulsó a seguirle. Me levanté. Esta vez mucho más maduro y sabiendo perfectamente lo que iba a suceder. Y sin saber muy bien por qué demonios lo estaba haciendo me metí en aquel baño.
Nada más entrar se la sacó y pude ver que era exactamente como la recordaba solo que mucho más grande. Entonces sucedió algo que no esperaba.
– “¿Quieres compararlas de nuevo?”
Lo hicimos. Eran igual de largas pero la mía era más gruesa. Estúpidamente me sentí bien por eso, pero entonces sucedió algo que acabo con mi alivio y mi sensación de superioridad.
– “¿Quieres verla de cerca?”
Asentí en silencio imperceptiblemente. Lo cierto es que desde que se la había sacado, mis ojos no se habían apartado de ahí. Nuestras caras estaban bastante cerca, pero yo solo podía aquel rabo que tanto llevaba sin ver y que tanto había estado recordando desde que era pequeño.
– “Agáchate.”
Lo hice.
– “Chupa.”
Lentamente me acerqué separando mis labios. No podía dejar de mirársela. Había estado en mi mente y en mi recuerdo todo aquel tiempo y ahora estaba muy cerca, a solo unos centímetros. Morenita. Super dura. Con la punta super hinchada y roja, casi moradita.
Entonces lo hice, me metí su glande y empecé a acariciarlo con mi legua y mis labios. Era mi primera vez, pero curiosamente no estaba nervioso, me di cuenta de que solo me preocupaba hacerlo bien. Escuché un gemido y eso me dio muchas más ganas. Empecé a metérmela más y a mover mi cabeza en un vaivén continuo con cambios de ritmo, tratando de hacerlo como más me gustaba que a mí me lo hagan.
El cabroncete la tenía super cabezona, tanto que se me cansaba la mandíbula de tenerla tan abierta. Pero aun así no podía parar. Mi cabeza se movía adelante y atrás. Mi lengua se movía a toda velocidad en el poco espacio que ese champiñón dejaba en mi boca. Mi saliva empezó a escurrir por mis labios y mi barbilla. En ese momento estaba ya totalmente ido. Incluso aspiraba con fuerza el olor de su entrepierna como una droga que me embriagaba de lujuria.
Me la metía casi entera, atragantándome, pero sobre todo me centraba en su cabeza. En darle gusto a ese glande tan cabezón. Sus gemidos me excitaban cada vez más. No podía creerlo. Al rato ya ni siquiera me estaba tocando, solo me centraba en él. Sus gemidos se convirtieron en jadeos, sus jadeos en bufidos, sus bufidos en gritos medio ahogados.
Me avisó. Me dio igual. Bueno, de hecho, no me dio igual si no que intensifiqué la mamada tragándome su polla entera. Me atragantaba, me ahogaba y me daban arcadas. No me importaba. Escuchaba sus bufidos. Sentía sus manos tirándome del pelo sin querer. Sentí que sus piernas temblaban y aumenté aún más el ritmo. Lo quería, quería que me lo diera. Necesitaba sentirlo, sentirlo dentro de mí. Empezó a correrse. Seguí mamando con más ganas aún. ¡Aquellos gemidos!
Seguí y seguí mientras él temblaba y me sujetaba la cabeza. Cada gemido y cada escalofrío que sentía en su cuerpo eran como una recompensa, como si me diese las gracias por llevarle al cielo. Como si me demostrase cuanto placer le estaba dando eso me hiciese sentir ¿Orgulloso? Nuca había sentido tanta devoción. Yo y mi boquita habíamos conseguido que terminase, y yo sabía bien lo que le estaba haciendo sentir en ese momento.
Al rato me calmé por fin. Me di cuenta de que me había dejado llevar y me había vuelto loco. Me había tragado casi todo su semen, pero escupí los últimos trallazos. Eso sí, le di unas últimas chupaditas a su glande y me quedé mirándosela unos segundos antes de levantar la vista y ver su cara mirándome fijamente.
– “Te toca.” – Me dijo mientras me hacía levantarme con una sonrisa.
– “No.”
– “¿No? ¿No quieres?”
– “Sí, pro vámonos a algún sitio.”
– “Mi casa no está lejos.” – Escuché.
– “Vamos.” – Respondí.
Al llegar, a diferencia de cuando éramos nenes, empecé a desnudarme de inmediato nada más entrar en su casa. Nos fuimos a su habitación y me repitió: “Te toca.”
Madre mía. Era cierto. Lo que había leído en tantos otros relatos gay o bi. No sé si es porque, tal como había leído, los tíos lo experimentamos de primera mano y sabemos lo que nos gusta, pero aquella primera mamada a manos de otro tío era la mejor de toda mi vida. Su boca era la mejor en la que había estado nunca. Al rato aquello fue a más. Empecé a recuperar el rol dominante que había tenido con todas mis chicas hasta entonces. Al rato Oscar ya no me la estaba chupando, si no que yo le estaba literalmente follando la boca.
No le avisé como había hecho él, no pude. No podía controlarme. Me corrí. No en su boca sino en su garganta, más bien en su esófago. Cuando recuperé el control de mí mismo me di cuenta de que él también había terminado.
– “¿Te estabas tocando?”
– “No.”
– “Vaya. ¿Suele pasarte eso?”
– “No. Solo con la gente que es muy especial.”
– “Ven aquí.” – Le levanté y le pegué un buen morreo. El primero que le daba. – “¿Sabes otra cosa que nunca llegamos a hacer en el cole? Quiero follarte.” – Le dije ya totalmente desinhibido.
– “Espera” – Me respondió. – “Vamos a recordar viejos tiempos.”
Nos juntamos, puso sus manos en mi culito y empezó a empujar con su cadera. Yo me dejé hacer como siempre había hecho con él. Pero esta vez estaba muy cachondo, más que nunca.
– “Quiero follarte.” – Repetí.
– “Fóllame.”
Le pegué un empujón tremendo tirándole encima de su cama. Me coloqué sobre él. Levanté sus piernas. Él se inclinó hacia un lado y me pasó un botecito de lubricante. En seguida le penetré sin muchos miramientos.
Hasta entonces yo siempre había sido muy cariñoso con todas mis chicas a no ser que ellas quisiesen lo contrario, pero a él no quería solo hacerle el amor. Quería follarle. En parte como venganza por haberme obsesionado todo ese tiempo. Y en parte para volverle loco de placer y lujuria sin importarme como se sintiera por tratarle de forma algo violenta.
No sé si él entendió todo aquello, o si tal vez recordó aquella frase con la que todo había empezado cuando éramos niños. Pero al rato no solo gemía y se dejaba, sino que me dijo: “Síiii. Sí, tío. Sí. Viólame. Viólame.”
Puse una mano en su pecho y la otra en su cuello. Me incliné sobre él apoyando todo mi peso. Mis embestidas eran cada vez más fuertes. – “Síiiiiii” – Se le escuchaba con apenas un hilo de aliento y la cara roja.
– “Córrete, putito, córrete conmigo. Córrete para mí.”
Para entonces ya lo había hecho dos veces sin tocarse mientras me lo follaba, pero al oírme decir eso comenzó a pajearse con la polla aún durísima y lo hizo una tercera vez contrayéndose por dentro y haciendo que me volviese aún más loco de placer.
Al terminar sentí como si le estuviese marcando. Como si fuésemos animales y al darle mi leche le estuviera haciendo mío. Y así se lo hice saber mientras gemía, con cada embestida, con cada trallazo: “Mío. Mío. Mío. Mío” Ni si quiera podía articular una frase con sentido.
Al rato: …
– “Debo irme. No te lo he dicho, pero tengo novia.”
– “¿Volverás a violarme?”
– “Sí.”
– “¿Y a mí me dejarás hacértelo? ¿No quieres probarlo?”
– (Silencio y otra sonrisa irreprimible más)
gran relato como sigye
Pues primero tenía algún otro relato en mente. Pero si quieren continuación, me pongo a ello. 😉