Secretos entre primos (Final)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por angelmatsson.
Ese día se notó la tensión que existía entre nosotros.
Federico y Pablo sólo se lanzaban miradas asesinas, mientras que yo evitaba a toda costa estar cerca de Pablo.
Todavía en mi mente se reproducía la tétrica mirada que él me había lanzado durante la mañana, y un escalofrío recorría mi médula al pensar en lo que ese gesto significaba.
Pero los momentos a solas entre Federico y yo eran suficientes para lograr olvidar a Pablo.
Salíamos a caminar y nos refugiábamos en un pequeño bosque de árboles frutales.
Allí nos enfrascábamos en entretenidas conversaciones que hacían que las horas pasaran volando.
Poco a poco y con el correr de los días, comencé a sentirme muy unido a Federico, causando que la adversidad que sentía Pablo por nosotros se viera aumentada.
Durante las noches no volvimos a intentar algo, aunque tenía que tragarme las ganas cuando sentía el paquete de Federico tan cerca de mí, pero no quería darle motivos a Pablo para que se nos echara encima.
Ya con los días, ambos necesitábamos un poco de contacto más íntimo, por lo que decidimos ir a acampar a una laguna cercana.
Lo haríamos el día después de año nuevo, ya que para ese día tenían pronosticado una infernal ola de calor, por lo que sería perfecto dormir al aire libre.
El día de año nuevo le planteamos la idea a mi Papá y aceptó sin ningún problema «Siempre y cuando no lleven alcohol» dijo.
Dieron las 12 de la noche y estallamos en gritos y risas, para luego abrazarnos uno a uno.
Federico y yo ignoramos olímpicamente a Pablo, que tenía la esperanza de que lo invitáramos a acampar.
Al otro día, reunimos todo los implementos y, luego de cenar y antes de que cayera el sol, nos fuimos a la laguna.
Cuando terminamos de armar todo no aguantamos el calor y decidimos zambullirnos en las tranquilas aguas completamente desnudos.
Fue hermoso poder contemplar su desnudes bajo la luz anaranjada del sol que ya poco a poco se iba despidiendo.
Me encantaba como su piel relucía y como se teñían sus cabellos bajo aquella luz.
Caminé hacia él y me recibió con los brazos abiertos.
Degusté su cálida suavidad y nos unimos en un tierno beso.
No sé en qué momento había cambiado tanto, y de pronto ya me encontraba ansioso y expectante de estar con mi propio primo.
Pero no me importaba, había descubierto un nuevo mundo y, lo más importante, me había descubierto a mí mismo.
En pocos segundos comencé a sentir su erección en mi vientre y fue la señal para aumentar la intensidad de nuestro beso.
Lamí el espacio que se formaba entre su clavícula y cuello y disfruté oyéndolo gemir.
El descendió y succionó el lóbulo de mi oreja, para luego acercarse aún más y soplar con suavidad.
Mis piernas se transformaron en gelatina y dejé de sentir el agua sobre la mitad de mi cuerpo.
Sólo existíamos: él, yo y nuestros cuerpos desnudos.
Sus manos descendieron por mi costado llegando hasta mis glúteos.
Sin avisarme me tomó de los muslos y me llevó hasta la orilla donde estaban esperándonos nuestras toallas.
Delicadamente me tendió y recorrió mi cuerpo con su vista.
No había nada más erótico que ver su rostro mientras apreciaba el mío.
Una mezcla entre seriedad, lujuria y admiración.
Lo tomé de la nuca y lo acerqué a mi rostro para volver a probar sus deliciosos labios.
Su vientre se pegó al mío y mis manos viajaron a su firme culo.
Su cadera se movía hacia adelante y atrás, de manera que su pene rozaba contra mi ombligo dejando una brillante estela.
De pronto comenzó a bajar por mi cuello y pecho, hasta llegar a mi pubis.
Jugó unos segundos con su lengua en ese lugar, provocando que mi verga diera sacudidas de placer.
Me torturó por unos segundos hasta que decidió que era momento de tomar mi miembro: gemí al instante.
Apenas su boca rodeó mi glande, vacié unas gotas de mi pre-semen en su lengua.
Él las saboreó como si se tratara de un exquisito elíxir.
El viento acariciaba mi cuerpo y le añadía una gloriosa frescura a la humedad que Federico dejaba en mi piel con cada lamida.
Le susurré que era mejor que entráramos para no tentar a la suerte.
Sin perder tiempo nos ocultamos en nuestro nido y continuamos con lo que hacíamos.
Ya tenía mi pene y testículos húmedos por su saliva, y consideré que era momento de darle una atención especial.
Lo detuve y le indiqué que se recostara.
Su pene estaba completamente tieso sobre su abdomen y automáticamente comencé a relamerme los labios.
Sus testículos se recogieron cuando le di la primera lamida a su escroto.
Lentamente fui subiendo por el tronco de su verga con mi lengua, hasta que llegué a su jugoso glande.
Abrí mi boca y lo dejé entrar.
Succioné con fuerza para vaciar el pre-semen que tenía acumulado y gocé de su glorioso sabor.
Sus manos se posaron en mi cabeza y fueron marcando un lento ritmo.
Jugué con su prepucio y besé el sexy lunar que estaba en su glande.
Sus gemidos roncos y masculinos encendían mi cuerpo, impulsándome a continuar y a jugármela al cien por ciento.
Luego de unos minutos interrumpió la mamada y me propuso hacer un 69, de manera que me monté sobre él y le dejé mi culo a la altura de su cara.
No perdió tiempo y se hundió entre mis nalgas buscando mi agujero.
Gemí cuando su lengua hizo contacto con ese sensible lugar y no me importó hacer más ruido de lo necesario ya que no había nadie que pudiera escuchar.
Su lengua viajaba de mi coxis hasta la punta de mi verga, saboreando cada milímetro.
El primer dedo entró apretado pero sin dolor, y mis caderas se movieron desesperadas cuando el primer nudillo chocó mis nalgas.
Entendió que estaba listo para recibir más y a continuación introdujo el segundo.
Mi cuerpo respondía de forma magnífica a sus estímulos, sobre todo cuando giraba o abría sus dedos acariciando ese maravilloso lugar dentro de mi recto.
Cada vez que rozaba esa parte mi pene se sacudía con fuerza, botando una gran gota de lubricante y haciéndome gemir.
Sacó sus dos dedos y los reemplazó por su juguetona lengua, lamiendo partes profundas de mi interior.
Cuando se aseguró que estaba lo suficientemente lubricado, comenzó a hundir tres dedos.
El ardor apareció y también un leve dolor, pero aguanté valientemente todos su dóciles movimientos.
Sentía mi culo ardiendo, muy húmedo y abierto, y me encantó.
Le supliqué que me cogiera, y no le quedó otro más remedio que aceptar.
Me indicó que me acostara y colocó mis piernas en sus hombros.
Bromeó poniendo una cara de actor porno y guiñándome un ojo.
Sonreí y me mordí los labios siguiéndole el juego.
Me atrajo hacia él y me besó de forma delicada.
Se retiró lentamente mientras me mordía el labio inferior.
Dejándome muy encendido con eso, tomó su pene y apuntó a mi agujero.
Cerré los ojos para esperar lo delicioso.
-Jorge –dijo de forma masculina y sexy-, mírame.
Quiero verte a los ojos mientras entro en ti.
Acepté el reto aunque sabía que me costaría poder mantenerme con los ojos abiertos.
A continuación sentí su glande aproximándose a mi culo y noté el calor que expedía.
Abrí mis ojos y esperé atentamente a que su pene entrara en mí.
Sólo verle el rostro me provocaba ganas de gemir y desconectarme del mundo; pero debía mantenerme firme.
Ocurrió el contacto, me preparé para lo que venía, respiré profundo y me relajé.
La punta de su pene fue venciendo mi ano y empezó a entrar.
Federico me observaba con atención, no perdiendo detalle absoluto de mis gestos.
Mi boca se abrió formando una pequeña “o” cuando su glande estuvo dentro, y gemí sin apartar la vista de sus ojos.
Noté lo complacido que estaba y me di fuerzas para mantenerme igual hasta que todo acabara.
Mis ojos se morían por cerrarse y ponerse en blanco por todo el placer que sentía, y no se me facilitó cuando su pene terminó de entrar causándome un agudo dolor.
Sonrió al ver que continué sin apartar la vista de él.
Sus dedos bajaron y jugaron con mis testículos mientras su pubis golpeaba contra mis nalgas.
Mi pene palpitaba lanzando hilos de pre-semen, que pronto fueron atendidos por Federico.
Envolvió mi verga y con el dedo pulgar trazó círculos en mi glande.
Un relámpago cruzó mi cuerpo y gemí con locura.
Por poco pierdo la concentración; pero no desvié la mirada.
Volvió a sonreír complacido.
-Lo hiciste a propósito –le regañé en broma.
-No sabes lo sexy que es verte aguantar tanto placer sin apartar tu mirada de mis ojos –dijo-.
Tu rostro y la luz de tus ojos cambian brutalmente.
Lentamente fue aumentando la velocidad de las embestidas y pronto ya nos encontrábamos gimiendo como si no hubiese un mañana.
Nuestras carnes chocaban lanzando un ruido sordo que nos colocaba aún más calientes.
Cuando ya estábamos cerca de corrernos, comenzó a disminuir la intensidad hasta detenerse momentáneamente.
Sin romper la conexión visual, nos cambiamos de posición y me monté sobre él.
Era una delicia sentir su mástil deslizándose por mi recto, arrancándome suspiros de placer.
Todavía me sentía inexperto con mis movimientos; pero él lo hacía de maravillas por los dos.
Sus caderas llegaban a levantarme con cada embestida, logrando una penetración profunda y deliciosa.
Mis testículos eran acariciados por sus perfectos bellos púbicos que estaban húmedos por mi pre-semen.
De pronto comencé a sentir que estaba llegando a mi clímax, y Federico se dio cuenta.
Tomó mi pene y lo empezó a batir con fuerza y firmeza.
Toda su mano se deslizaba grácilmente gracias a mi lubricación, y nuestra conexión visual se intensificó.
-Córrete para mí –susurró de forma gruesa-.
Mírame a los ojos y córrete.
Y lo hice.
Exploté en chorros de semen y gritos provenientes del fondo de mi pecho.
Sus ojos pendientes de mí hacían que los disparos de semen salieran con un pedazo de mi alma, casi torturándome con cada subidón de placer.
Mientras caía desfallecido, sus gemidos y gruñidos fueron en aumento, indicándome que pronto me llenaría de leche.
Uní nuestras bocas y descansé sobre él mientras sus gruñidos se ahogaban en mis labios y su semen chocaba en mi interior.
Casi podía sentir como nuestros latidos hacían eco en el lugar.
Por un momento me asusté debido a la forma alocada en que palpitaba mi corazón.
Lentamente mi culo expulsó el inerte miembro de Federico, dejando escapar un río de su esperma que descendió hasta mis testículos.
Disfrutamos del abrazo unos momentos, hasta que él se levantó a orinar.
Me miró un poco asustado cuando vio que había un hilo de sangre entre mis nalgas.
-¡Dios! Creo que fui muy duro –se lamentó-.
Discúlpame, no me medí.
-Fue genial, no te preocupes –le dije con mi mejor cara.
Aunque en el fondo no quería moverme porque mi culo dolía demasiado.
Sonreí para tranquilizarlo.
Me miró poco convencido pero se alejó sin decir nada.
A la luz de la luna su espalda sudada brillaba con un tono perlado fascinante.
Oí a la distancia el ruido que hacía al orinar y aproveché para limpiar el desastre que habíamos dejado.
Llegó justo cuando estaba terminando.
Su pene colgaba morcillón y me tenté a llevarlo a mi boca; pero mi mandíbula (y el resto de mi cuerpo) no estaba en condiciones para hacer algo tan pronto.
Se recostó a mi lado y me envolvió en sus brazos.
Completamente desnudos y bien pegaditos, descansamos por fin.
En ese momento no existía nada más cálido y tranquilizante que su pecho en mi espalda y su aliento en mi cuello.
Su pierna izquierda me montó aprisionando mi cadera, y disfrutó de la presión que ejercía su miembro contra mis nalgas.
Cada vez que me hablaba al oído, electricidad corría por mi espalda.
Pronto, y debido a lo cómodo y cansado que me sentía, me quedé dormido.
-Federico, ¿es cierto qué…? –la pregunta que me despertó quedó inconclusa-.
¿Qué está pasando aquí?
-¡Tío! –gritó Federico soltándome como si quemara.
-¡Papá! –grité ocultándome entre las pocas cosas que tenía a mano.
Antes que lográramos excusarnos, Papá tomó a Federico de los hombros y lo tiró al pasto.
Me miró entre sorprendido y asustado y me ordenó vestirme.
Temblando le hice caso sin hacer ningún ruido.
-¿Qué se supone que hacías? –Le preguntó a Federico-.
¡Responde! ¿Te querías aprovechar de Jorgito? ¡Tú primo!
-Tío, no… Yo…-.
-¡No me digas tío! –aulló-.
No soy tú tío.
Eres… Eres… No eres el Federico que creí conocer.
-¡Papá, basta! –dije saliendo cuando oí su palpa chocar contra la mejillas de Federico.
En ese momento vi un poco más alejado a Pablo, observando en completo silencio-.
¿Fue Pablo? ¿Qué te dijo?
-Nada.
Sólo me dijo que había visto que Federico se llevaba una botella de alcohol –respondió-.
No pensé encontrarme con esto.
-Papá… yo…-.
-No digas nada –me hizo callar-.
Nos vamos ahora mismo.
Me tomó del brazo y me intentó llevar a rastras, pero me solté cuando pasamos junto a Pablo.
De un salto intenté lanzarme sobre él y golpearlo con todas mis fuerzas, pero él fue más rápido y de un empujón me tiró al suelo.
Papá me levantó y me llevó colgando sobre sus hombros justo como cuando jugábamos cuando yo era pequeño.
A la distancia vi a Pablo susurrándole algo a Federico, mientras éste lloraba abrazando sus rodillas.
Intenté sacudirme y hablar con mi Padre, pero él estaba tan enojado que ni siquiera medía la fuerza con la que me aprisionaba.
La luz de la casa comenzaba a hacerse más grande y la música de su interior se fue escuchando más clara a medida que nos acercábamos.
Una vez allí, me lanzó al auto y me dejó allí encerrado.
-Pero Papá –intenté hablarle.
-No te muevas de aquí –dijo con mirada asesina.
Y no me atreví a discutirle.
No sé qué habrá pasado dentro de la casa, pero al rato la música se detuvo y salió mi mamá con mis cosas.
Entraron al auto y nos fuimos de allí.
Desde entonces la familia ya no ha sido igual.
Mi Papá creía que Federico me había obligado y no me tomaba en cuenta cuando yo le decía que no era así.
Mis tíos lo veían cómo un abusador y varios dejaron de hablarle.
Intenté comunicarme con él, pero sus padres lo enviaron a estudiar fuera del país para que se olvidara de mí.
Han pasado 2 años, y en cada cumpleaños, cada festividad, cada vez que la familia se reúne, veo a Pablo, y la sangre me hierve de ganas por sacarle los ojos con un tenedor o castrarlo con mis propios dientes.
Su sonrisa irónica y sus ojos maliciosos, acompañado de grotescos y morbosos gestos, me revuelven el estómago.
Por su culpa me alejaron de Federico, y no pararé hasta que de alguna manera pueda vengarme por eso.
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